El género de internados, entre la diversión juvenil y la deconstrucción

Que he sido (y soy) una gran lectora de novelas acerca de internados femeninos no debería sorprenderle a nadie. Aunque, en principio, este tipo de historias no tiene nada que ver con mi experiencia —se refieren a una época en la que yo era muy infeliz y me habría horrorizado pasar más tiempo del estrictamente necesario en el colegio—, tienen todas las papeletas para gustarme.

Un mundo de solo chicas donde imperan unas reglas propias; una edad en la que dejas de ser una niña, pero todavía no eres una mujer, y te sientes un engendro entre ambas cosas; un personaje colectivo que es el internado y que habla con muchas voces, como Ygrámul el Múltiple; una estructura de Bildungsroman en la que la protagonista debe aprender y hacerse «mayor»; y por supuesto, toda una red de afectos, admiraciones, animadversiones y odios entre las alumnas (y en ocasiones otros personajes) que suele traducirse como un subtexto sáfico perpetuo. ¿Cómo no iban a interesarme? 🙂

Acerca del género escolar

Historias que sucedan parcialmente en internados hay muchas, pero el género como tal se refiere a las sagas de novelas juveniles (orientadas a chicas de unos 9-18 años) escritas casi siempre por autoras y que conocieron su mayor auge en el período de finales del siglo XIX a la Segunda Guerra Mundial. Suelen contar con una protagonista inicial (o dos, el tropo de las gemelas es fuerte aquí) y posteriormente —a medida que las chicas cumplen años y abandonan la institución— pueden expandirse a la hermana pequeña o la hija de la protagonista.

El género en sí es muy anglosajón y, por razones históricas, casi exclusivamente británico, aunque existen novelas de otros países de europa. Por ejemplo, la saga de Puck es danesa y está escrita por dos hombres bajo el seudónimo de Lisbeth Werner. Otros nombres que tal vez os suenen son Angela Brazil (una de las primeras «plumas famosas» del género), Elinor Brent-Dyer (con su larguísima saga de la Chalet School), Elsie J. Oxenham (con The Abbey Girls) y, por supuesto, la famosísima Enid Blyton, con sus sagas más breves de Santa Clara y Torres de Malory, así como las novelas de La traviesa Elizabeth, que tienen lugar en un internado mixto (!) y con un sistema progresista-comunista de reparto de bienes (más !!!).

The Twins at St Clare's: Amazon.es: Blyton, Enid: Libros en idiomas  extranjeros
Una de las nuevas cubiertas del primer libro de Santa Clara, de Enid Blyton, que refleja bastante bien cómo me imagino yo a las dos tiesas de las gemelas O’Sullivan a su llegada al colegio.

Aunque hay algunas novelas sobre internados mixtos, como hemos visto, lo habitual en estas historias —lo habitual en el sistema educativo británico de la época— es la segregación total por género: existen sagas o novelas de internados femeninos (en las que se centra este artículo) y novelas sobre internados masculinos. Estas últimas pocas veces consisten en sagas tan desarrolladas con cánones tan firmes, sino que son más bien novelas de formación cuyo protagonista pasa parte de su vida en un internado. La precursora Tom Brown’s School Days (1857) sentó las bases de buena parte del género, aunque los internados femeninos solían tener una violencia física menos explícita.

El género de los internados femeninos encontró lectoras fieles entre las chicas que podían permitirse ir a ese tipo de colegios, de un nivel socioeconómico medio-alto, pero también entre las que no podían permitírselo y soñaban con ello. Soñaban con ello porque el internado y las relaciones que se establecen en él se describen con exaltación, ¿y quién no ha soñado con pertenecer a la élite de la élite, tener la mejor amiga de las amigas, montar a caballo o partirle las narices como por casualidad a tu enemiga disfrutar de un buen partido de lacrosse? Al ser esta una época de la vida tan importante y tan realmente formativa, en el sentido de que comprende años clave en la formación de un carácter, no es de extrañar que se reviva de manera intensa.

Sin mala intención, pero con intencionalidad

El auge del género escolar está relacionado con un concepto que se abre paso en el siglo XIX: la literatura infantil o juvenil. Hasta entonces se considera que la literatura es literatura y poco más; los niños aprenden a leer con salmos o pasajes de la Biblia y disfrutan también de la rica tradición oral de los cuentos. Pero por primera vez se empieza a pensar en escribir para niños o para jóvenes, y eso conlleva inmediatamente la necesidad de que esa literatura sea «edificante». Es decir, se busca que las novelas juveniles sean formativas, ese término que a mí personalmente me provoca urticaria y que está tan relacionado con la Bildungsroman.

Con ese objetivo, estas historias suelen comenzar con una chica un poco traviesa o conflictiva (a veces es huérfana o nunca ha sido escolarizada, al estilo de Anne Shirley en Ana de las Tejas Verdes, de Lucy Maud Montgomery), pero con buen fondo, que acaba adaptándose a los valores del colegio como preparación para la vida. Se adapta hasta el punto de que se convierte en una especie de modelo a seguir del pensionado, instituto o lugar de internamiento forzoso para señoritas al que asista. Este suele ser el momento en el que la autora se aburre de su protagonista, que se ha convertido en doña Perfecta, y pasa a la siguiente chica conflictiva que le dé juego y cree un poco de revuelo en la institución.

La fiera de mi niña

Porque estas novelas surgen con intenciones formativas, pero se divierten demasiado en el proceso. Así surge una de sus características más definidas: la perpetua tensión de tener que domar a las fierecillas y la simpatía inevitable que brota, en la autora y las lectoras, por aquellas que crean caos y rompen las reglas. No solo tenemos a la protagonista con buen fondo; también van apareciendo las «malas», que son niñas cuyos defectos son mucho más terribles (envidia, agresividad, competitividad exacerbada, etc.) y que, por mucho que lo intenten, no terminan de adaptarse a una vida decente.

Las «malas» podrían agruparse en dos tipos. Las primeras son las «malas buenas», que en el fondo son como la protagonista, es decir, que son buena gente, pero no están acostumbradas a vivir en sociedad. Son egoístas, caprichosas o bromistas y, normalmente, con un carácter fuerte. Estas casi siempre acaban «redimidas», aunque suelen mantener un toque pintoresco o hilarante que aporta color a la institución. Las segundas son las «malas malas», es decir, las que realmente tienen mala fe. Estas malas solo tienen dos salidas: ser las eternas antagonistas de la protagonista y sus amigas hasta que se gradúan o, si sus acciones son demasiado graves, abandonar el internado (expulsadas o convenientemente «trasladadas»). Por citar algunos de los ejemplos más conocidos, Angela, de Santa Clara, es una mala irredimible, porque jamás se arrepiente de su mal comportamiento; por el contrario, Gwendoline, de Torres de Malory, a pesar de parecer casi irredimible durante varios libros, muestra en el último momento un toque de humanidad al sacrificar su propio curso por su padre enfermo. Los personajes de Claudine (*) (Santa Clara) o June (Torres de Malory) también representan la ambigüedad de este tipo de niña que se salta las normas y a veces comete malas acciones, pero que en el fondo es capaz de la mayor nobleza.

Como el internado reproduce a pequeña escala las normas de una sociedad «correcta», lo apropiado —lo formativo; lo esperado por parte de editores, padres y educadores de la época— es que las niñas muestren generosidad, autosacrificio, humildad, dedicación, constancia, etc. En suma, toda esa ristra de valores de inspiración judeocristiana esperables en una mujer (mucho más que el éxito académico en sí, que en estas historias es secundario). Si lo hacen, serán premiadas, mientras que las «asociales» serán castigadas. Pero, como ya hemos visto, de vez en cuando alguna bullanguera cae en gracia y esquiva los merecidos castigos, sea porque la autora se ha encariñado con ella o porque realmente hay una parte de la autora a la que le encanta poner en jaque a la institución educativa.

La cárcel en la que tú y yo vivimos

Sabemos que los internados no son siempre los lugares de perfección moral que se describen en las sagas del género. A menudo no son castillos con lagos naturales y compañeras estupendas. A veces son un lugar frío y húmedo, perdido de la mano de Dios, donde impera el bullying y el control social. Y los profesores, profesoras o monjas, también en consonancia con las normas educativas de la época, tienen la mano muy larga y a menudo les gusta demasiado «educar» mediante la anulación y la humillación. Esa es la realidad, pero es una realidad que solo aparece en sombras y que en las novelas de internados de chicas no aflorará de verdad hasta la superación del género a mediados del s. XX.

Upper Fourth at Malory Towers | World of Blyton
Las chicas de Torres de Malory en dura cooperación.

La tensión entre norma y ruptura se manifiesta en la crítica velada a la institución educativa o religiosa (y en ocasiones a la sociedad en sí) de muchas de estas historias. Incluso cuando cantan las loas de su internado ficticio e intentan imbuir el mismo orgullo en sus lectoras, las autoras son conscientes de que la realidad no es tan bonita como la pintan. Por eso, de vez en cuando, aparece un tímido asomo de crítica al sistema, que visto desde los ojos de las niñas-fieras, comienza a mostrar su otra cara: la de anticuada, la de represiva, la que intenta uniformizar (**) a todas las muchachas para convertirlas en copias de la mujer perfecta.

El género escolar se hizo tan popular que dio origen a muchas parodias e iteraciones, normalmente centradas en la sátira social. Esta aparece ya en los libros de Billy Bunter, creado por Frank Richards en 1908, que aquí conocemos sobre todo por las historietas de Guillermito y su voraz apetito. Billy es gordo, desagradable, siempre está hambriento y tiene muchas ganas de fastidiar a sus compañeros; suele fracasar y el director le rompe muchas varas y bastones en el trasero. En este caso, el protagonista es un «malo malo», pero además de reírnos de sus castigos, George Orwell identificaba una fascinación en nosotros por la maldad y el ingenio de Billy. Al igual que con Claudine o June, todos queremos secretamente que Billy triunfe, aunque solo sea un poco.

En la segunda mitad del siglo XX los cambios sociales dan lugar a una representación diferente del concepto del internado y a la definitiva satirización de las miserias de la educación tradicional, vista como un espacio carcelario en libros como Down with skool (Abajo el colejio) de Geoffrey Willians (1954). La parodia más famosa de un internado femenino probablemente sean las chicas del St. Trinian’s, de Ronald Searle, unas adorables colegialas que surgieron en 1946 como tiras cómicas de un periódico británico. Las alumnas (y profesoras) del St. Trinian’s dedican su vida a hacer gamberradas, beber, fumar, acostarse por ahí sin condón e incluso planear asesinatos. Del salvaje St. Trinian’s nos han llegado varias películas; las de los años 2000 son muy divertidas, pero bastante rebajadas en tono.

La deconstrucción del género

Aunque la estructura tradicional de estas novelas entra en declive en la segunda mitad del s. XX, el género escolar como tal no ha desaparecido y, de hecho, está muy presente en otros medios, como las series de anime, que no son mi especialidad pero beben de un sistema similar. Hay muchas historias que incluyen restos del género clásico de internados; en la propia saga de Harry Potter se puede rastrear esa influencia en un mundo de fantasía. Hoy, la pasión por todo lo nostálgico hace que ni siquiera parezcan fuera de lugar, aunque a menudo vengan en el envoltorio de una fantasía o una distopía.

Sin embargo, como ejemplo de deconstrucción y a la vez de dignificación del género, me gustaría hacer mención a una autora que se sitúa en las antípodas de mi pensamiento social y moral: Antonia Forest. Escribió lo que conocemos como saga de las Marlow, casi desconocida fuera del entorno angloparlante. Dicha saga comienza con Autumn Term (1948), en el que las gemelas Nicola y Lawrence Marlow (ojo, las dos tienen nombres masculinos) llegan por primera vez al internado Kingscote.

Nicola y Lawrence vienen de lo que podríamos denominar «un linaje ilustre»; su hermana Rowan, por ejemplo, es prefecta en el mismo colegio. Sin embargo, la autora, que se conoce bien el género de internados, lo deconstruye de manera fascinante. Nick y Lawrie esperan destacar; como Pat e Isabel O’Sullivan, de Santa Clara, diríamos que se lo tienen muy creído por venir de donde vienen. Pero, al contrario que en la narración habitual, no basta una pequeña lección de humildad para que estas dos se adecuen a las normas del colegio y comiencen a convertirse en el ejemplo que esperamos. Nick y Lawrie no son tan inteligentes como se creen (de ahí que las coloquen, de entrada, en el Remove, el nivel más bajo de su curso), no dejan nunca de albergar motivaciones poco honorables y con frecuencia las cosas no les salen bien. Esto no es fuente de humor, como en Billy Bunter, sino un recordatorio de que a veces la vida no es como nos creemos y que nuestros actos, por inocuos que parezcan, siempre tienen consecuencias.

Esta curiosa interpretación de un internado en tonos de gris deviene en la historia de la familia Marlow. Antonia Forest trata temas como la fe, el divorcio, el maltrato, la culpa y, por encima de todo, la moral. Partiendo de postulados conservadores, construye una especie de saga trágica al estilo shakespeariano en la cual utiliza el género de internados para crear algo distinto. Pocas veces he visto personajes tan complejos ni temas tratados con tanta seriedad como en las novelas «escolares» de Antonia Forest. Hoy sus libros son muy difíciles de conseguir, lo cual es una pena, porque realmente merecen una lectura.

La disciplina y el castigo

Al igual que la crítica social aparece de forma velada en las sagas clásicas, la disciplina y el castigo se muestran como elementos básicos de formación, bien sea como amenaza o de forma explícita. Conviene recordar que en el Reino Unido el castigo físico en las escuelas se abolió tardísimo y que estaba totalmente integrado en el sistema educativo. Hasta hace unas décadas, aún se instigaba a las chicas que eran ejemplos de conducta a que castigaran a sus compañeras. En las novelas de Enid Blyton y de las autoras antes mencionadas, la clase a veces se toma la justicia por su mano y decide dar una lección a las niñas conflictivas, aunque pocas veces es algo tan explícito como una paliza. Con todo, a una lectora contemporánea se le salta la peluca cuando se comenta de pasada que van a «sentar a X en las tuberías de la calefacción» o «dar a X una azotaina con el cepillo del pelo» (por la parte de atrás) y se presenta como lo más natural del mundo.

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Las chicas de Torres de Malory en una de sus fiestas a medianoche.

Aparentemente, estos ejemplos de agresión en grupo o de agresión controlada no son violencia, sino ejercicios de disciplina: las alumnas designadas tienen permiso para ejercer el castigo sobre las otras al margen de las circunstancias. También la clase, de forma colectiva aunque ambigua, está autorizada para reprender, en ocasiones con dureza o violencia física, a aquellos elementos individuales que perturben el orden y la paz. Dar una bofetada sin razón a otra niña es motivo de regañina, pero humillar colectivamente a una alumna cuyo comportamiento es asocial o sospechoso entra dentro de los límites del buen hacer de la institución.

Otra manifestación frecuente de la disciplina entre iguales, que sucedía tanto en internados masculinos como femeninos, era el fagging (***); es decir, que las niñas más pequeñas estaban obligadas a servir a las mayores. La duración y laboriosidad de las tareas encomendadas quedaba a criterio de las chicas mayores, de las que se esperaba que obraran con sensatez. En teoría, todo esto contribuía a potenciar la humildad y educar el carácter, pero por supuesto, como te tocara una sádica como prefecta o una clase adicta a las zurras colectivas, ya te podías agarrar. Por eso estas cosas han quedado como una mezcla entre fantasía erótica y trauma social colectivo con las que los aficionados al psicoanálisis tienen material para rato.

El deporte

El deporte es otro de los lugares donde se liberan malos sentimientos y se redirigen a la cooperación y el trabajo en equipo. Un poco de competitividad, según estos libros, es positiva, siempre que redunde en beneficio de la comunidad. Esto se traduce en frecuentes enfrentamientos con las malas-malas en el deporte elegido, que suele ser el hockey, el lacrosse, el cricket o el tenis. (****)

El deporte colectivo es uno de los entornos en los que se despliega este juego de afinidades y lealtades, de rivalidad y a menudo también de malas artes. No es de extrañar que sea uno de los aspectos más mimados y potenciados de las series audiovisuales. En estos ambientes, el deporte es muy dramático, porque lo tiene todo. Un partido de lacrosse puede ser la escenificación perfecta de todos los conflictos internos y externos de los personajes. Además, teniendo en cuenta que el internado es en el fondo el protagonista colectivo de estas historias, las autoras suelen gozar de lo lindo cuando pueden mostrar de forma performativa la red de relaciones que han creado.

El teatro

¿Y qué hay más performativo que el propio teatro? Otro de los elementos a menudo presentes en estas novelas es el teatro o, en ocasiones, la escritura, en forma de relato periodístico o de ficción colectiva. El teatro actúa como una suerte de ficción dentro de la ficción y, a menudo, de nuevo, representación más o menos sutil de los conflictos que mueven a los personajes. También proporciona un nivel narrativo más en el que los personajes «se hablan» a través de textos clásicos.

A este respecto conviene decir que las chicas, como corresponde en un internado exclusivamente femenino, representan papeles masculinos sin problema y encarnan pasiones y tribulaciones de héroes clásicos sin que esto entre en conflicto con su rol «femenino» en la sociedad. Una de las obras representadas en la saga de las Marlow es El príncipe y el mendigo, de Mark Twain, donde tanto el príncipe como el mendigo son interpretados por las gemelas.

El teatro, más incluso que el deporte, se ve como una liberación en una institución férreamente organizada, un lugar donde soñar con grandes metas y elevarlo todo a una categoría moral superior. Mientras las chicas aguardan un destino que las obliga a estar siempre a disposición de los otros, como madres (perpetuadoras de la especie) o benefactoras (maestras, enfermeras, etc.), juegan a ser reyes, marqueses y héroes en las obras de teatro, dueños de sus propios destinos.

Y, por supuesto, el safismo

He dejado para último lugar la cuestión del subtexto lésbico de muchas de estas historias porque es uno de los aspectos sobre el que podría hablar horas y horas, pero no os preocupéis, que no me he olvidado. Sí, claro que en muchas de estas obras subyace la cuestión del amor entre mujeres (¿lo dudabais?), aunque de forma implícita y adecuada a la edad de lectura que se presupone.

Imagen de la película Cracks (2009), de Jordan Scott. Aunque no es una maravilla, tiene algunos detalles interesantes y soy débil, muy débil, cuando se trata de internados femeninos.

Es evidente que un mundo exclusivamente femenino lleva, en muchos casos, a un homoerotismo en el sentido amplio de la palabra, por la simple razón de que las figuras que componen el universo sentimental, moral y estético de estos personajes son todas femeninas. También ayuda la edad de los personajes, que va de la pubertad a la adolescencia tardía, en una época en la que las relaciones homosociales son muy intensas y aún no se ve con buenos ojos que una chica tenga una relación con un chico. Así, un entorno sáfico (desexualizado) se ve como un espacio seguro y positivo en comparación con la preocupación de que la adolescente se enamore de un hombre cualquiera o se quede embarazada.

De hecho, las relaciones de amistad heterosexuales en estos libros son totalmente «limpias»: presentan muy pocas diferencias respecto a las relaciones entre chicas y, cuando se da el paso hacia una relación romántica, sus personajes suelen desaparecer del mapa. Que la protagonista o una amiga se prometan se ve como la evolución definitiva de niña a mujer y, por tanto, aquellas que lo den quedan automáticamente excluidas del entorno sáfico y seguro del internado, que «protege» a sus alumnas mientras estén en período de crecimiento. Es llamativo que las protagonistas no hagan prácticamente alusión a relaciones románticas heterosexuales ni muestren la más mínima curiosidad por ellas, ni siquiera con dieciséis o diecisiete años. Parecen vivir en una especie de pubertad eterna donde el noviazgo o el matrimonio no existen, son parte del «mundo exterior» y lo único que cuenta, lo único que hace latir el corazón, son las amigas, las rivales o las profesoras.

Las amistades que se representan en estos libros son a menudo de corte victoriano. La relación con la mejor amiga (la amiga especial o amiga del alma) es totalmente exclusiva: tu amiga del alma es tu «pareja» y la relación debe ser un lugar especial donde compartir, relajarse y sincerarse. Pero ni siquiera estas amistades están exentas de roces. Sally Hope, en Torres de Malory, es la mejor amiga de la protagonista Darrell Rivers, y le aporta un contrapunto de sensatez y sosiego similar al de Diana con Ana de las Tejas Verdes; pero el principal defecto de Sally es, literalmente, que es demasiado celosa. Y aunque esto no llega a poner en peligro su relación, sí hace que Darrell se sienta asfixiada en ocasiones, porque los celos de Sally actúan ante cualquier amenaza externa. También vemos romper a «parejas» de varios años por la presencia de una alumna nueva o el surgimiento de diferencias irreconciliables entre las dos chicas.

No obstante, en estas sagas hay algunas «parejas» de chicas que perduran incluso después de la época escolar, y resulta curioso que las más estables parecen tener por delante un futuro juntas: Darrell y Sally van juntas a la universidad y comparten habitación; Bill y Clarissa, las enamoradas de los caballos, quieren abrir una escuela de equitación… en un gesto que recuerda mucho a las parejas de mujeres de la época. A menudo simplemente se quiere denotar que esa amistad, que tanto ha representado, continúa viva durante la adultez; pero con frecuencia esas amistades parecen tan férreas y positivas, y los posibles matrimonios están tan lejanos o importan tan poco, que la lectora se queda con la impresión de que las dos amigas viven juntas y felices para siempre.

Las autoras se esfuerzan mucho en recalcar que los sentimientos por la mejor amiga deben ser correspondidos, que si no, ese «enamoramiento» solo a lleva a relaciones desiguales e insatisfactorias. Aquí nos topamos con una vertiente distinta de la atracción entre mujeres, que es la fascinación o, en inglés, el crush. El crush se representa de muchas maneras en estos libros y es probablemente el acercamiento más explícito al deseo romántico y sexual. Cuando los personajes tienen un crush, solo desean estar con su persona amada de forma casi enfermiza, cumplir sus deseos y ser suficiente para ellas. Hay una atracción estética explícita: se admira su belleza o detalles como su cabello, sus labios, su forma de hablar. Con frecuencia estos sentimientos se traducen al castellano, en los propios libros, como enamorarse y enamoramiento.

Hay algunos crushes que se convierten en amistades de verdad y, por lo tanto, se formalizan, se hacen estables. Sin embargo, en muchos otros casos, el enamoramiento es fuente de tensiones, sufrimiento y, sobre todo, manipulación. El objeto de deseo es con frecuencia una alumna mayor; en algunos casos, una profesora; y en otros, alguien de la misma edad a la que se ve como más atractiva o digna de veneración. Volviendo de nuevo a Enid Blyton, en los libros de Santa Clara, Angela utiliza su belleza no solo para doblegar la voluntad de Alison, aquella compañera que ha elegido como mejor amiga y cuya relación contiene algo de crush; también despliega sus encantos con las alumnas más jóvenes para encandilarlas y conseguir que hagan lo que ella desea, además de obtener un placer sádico al «romper el corazón» de alguna de ellas. Las chicas lloran por Angela, sufren sus desprecios y se pelean por sus sonrisas. Hasta la prefecta tiene que llamarle la atención por esa estrategia de «seducción»; no por su asociación con el lesbianismo, sino simplemente porque actuar de esa forma es cruel y moralmente reprochable.

Físicamente, el roce o el deseo del roce está presente sobre todo en los libros más antiguos. En A Fourth Form Friendship (1911), de Angela Brazil, Aldred y Mabel, cuya relación es el centro de la historia, terminan el libro sellando su amistad con un apasionado (pero casto) beso en los labios. En los libros más recientes, esos besos o roces (abrazos, achuchones, caricias, caminar de la mano, etc.) se convierten en simples presencias o momentos en los que, a solas, las dos chicas se confiesan sus sentimientos, a menudo pidiéndose perdón por haberse comportado de forma insensata y no haber tenido en cuenta a la otra. Esos momentos a solas actúan como complemento o sustituto del acercamiento físico, que en el siglo XX comienza a asociarse más claramente con el deseo erótico y, por lo tanto, va perdiendo poco a poco su intensidad en este tipo de novelas.

A Fourth Form Friendship by Angela Brazil
Cubierta de A Fourth Form Friendship, que como muchas otras novelas de Angela Brazil, trata de la relación entre dos alumnas.

Como colofón, es llamativo que muchas autoras del género sabían perfectamente lo que era enamorarse de otra mujer y bastantes mantuvieron relaciones románticas con mujeres. Mucho de lo que se describe en estas relaciones entre chicas jóvenes suena a una mezcla entre el goce de rememorar estos placeres (placer de la amistad sincera, placer de los primeros enamoramientos) y la advertencia contra las relaciones desiguales, aquellas en las que una da o siente más que la otra parte. Aun siendo esa edad especialmente proclive a ese tipo de enamoramientos, homosexuales o heterosexuales, podemos decir que estas novelas no son solo formativas en cuanto al carácter, sino que también contienen una educación sentimental secundaria.

El deseo sáfico en este tipo de instituciones no ha resultado nunca especialmente problemático para la sociedad, teniendo en cuenta que es una época acotada en el tiempo y, como ya hemos visto, en la que es más seguro que las chicas estén bajo vigilancia, sobre todo a partir de su primera menstruación. El imaginario heteronormativo lo sitúa como preparación para la vida sentimental «plena», heterosexual, y por lo tanto no peligroso. Por eso resulta tan divertido subvertirlo con historias en las que el deseo sáfico es o bien explícitamente sexual o, sobre todo, perdura en el tiempo de una manera contraria a las expectativas sociales, como en el caso de Bill y Clarissa y su escuela de equitación conjunta.

Desde fuera, el internado femenino ha sido fuente de fantasías de todo tipo, en parte por ese rol protector de la institución con sus alumnas y en parte por ese safismo que se le presupone. Al ser un espacio exclusivamente para mujeres, o para niñas que pronto se convertirán en mujeres, los hombres heterosexuales lo han hipersexualizado, añadiendo precisamente los rasgos que están ausentes del género escolar clásico. Pero es importante recalcar que esta asociación del colegio con la sexualidad femenina y el safismo no solo ha sido patrimonio de hombres heterosexuales. Las mujeres lesbianas y bisexuales también han encontrado en estos lugares los escenarios adecuados para narrar momentos muy importantes en el despertar de su vida amorosa y su sexualidad. Hay ejemplos de todo tipo, pero podríamos empezar por la descripción desenfadada del erotismo sáfico y sus juegos en la clásica obra de Colette, Claudine en la escuela (1900). Podríamos seguir con el explosivo contenido de Thérese e Isabelle (1955), de Violette Leduc. Y podríamos acabar con obras que se han escrito y no han podido ver la luz todavía, como El pensionado de Santa Casilda, de Elena Fortún, que ya se había aproximado al género escolar con Celia en el colegio (1932). Por aquí seguimos esperando con ilusión más novelas que hablen sinceramente del amor entre mujeres en un entorno que, por suerte, cada vez está más enraizado en el pasado, pero que sus razones tendrá cuando no desaparece del todo.


(*) Siempre pensaré que la Claudine de Enid Blyton está inspirada en la Claudine de Colette. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.

(**) El énfasis en el uniforme de la escuela no es accidental. El uniforme es uno de los instrumentos que la institución emplea para distinguir a sus protegidas y, a la vez, para estandarizarlas a todas. No hay prácticamente ninguna novela de internados donde no se haga referencia al uniforme, lo cual también conecta a la perfección con las fantasías de disciplina.

(***) Sí, fag quiere decir marica. Sí, viene del significado de esta palabra. Ver la última sección para una aproximación al deseo entre mujeres en las obras sobre internados femeninos.

(****) Cuando vi por primera vez lo que era el lacrosse en un partido de verdad, me pareció todo menos un deporte para señoritas. ¡Menudos guantazos se pegan con el palo! Se parece mucho más al roller derby que a un «deporte» sosegado como el croquet.

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La amiga estupenda (que no siempre lo es) y esas relaciones extrañas que duran toda una vida

¡Hola, gente! ¿Qué tal? Supongo que confinados y algo dispersos, como yo. Por eso he decidido rescatar este blog. Bueno, por eso y por dejar constancia de que, por suerte, a mí todavía no me ha afectado el coronavirus (aunque en este año y pico que no he actualizado la página me podía haber muerto igual).

Son días extraños en los que todos buscamos algo con lo que entretenernos, sea trabajo, repostería o ejercicio. Podría contar muchas cosas acerca del trabajo (entre otras cosas, porque dejé mi trabajo alimenticio a mitad del año anterior y, visto lo visto, quizá no fuera tan buena idea), pero la verdad es que no me apetece. Como la última publicación que escribí iba acerca del remake de una serie, She-Ra, con la que todavía sigo encantada, he pensado que podría hablar acerca de una adaptación de novela a serie que me tiene muy entretenida estos días: La amiga estupenda, de Elena Ferrante.

Los libros

La saga original se compone de cuatro novelas de buen tamaño que yo me devoré más o menos con la misma avidez que los libracos de Canción de hielo y fuego. Están escritas por una autora italiana a la que le gusta ir a eventos todavía menos que a mí y de contestar entrevistas ya ni hablamos, y te cuentan básicamente la amistad obsesión insana cómo llamar esto relación complicada entre la protagonista, Elena Greco, y su amiga de toda la vida, Lila Cerullo. Ambas han nacido en un barrio deprimido de Nápoles en los años 40, en mitad de la Segunda Guerra Mundial, pero la principal diferencia es que Elena logra que la dejen seguir estudiando, mientras que Lila no. Lo cual se convierte en un punto de fricción eterno entre ellas porque Lila no es que sea inteligente, es que es increíblemente brillante; y a Elena, que también es inteligente y lo sabe, este hecho le admira y le molesta a partes iguales, porque después de todo, la que (inicialmente) consigue salir de la miseria a base de hincar los codos es ella.

Pero ahí está su amiga, a quien aparentemente le pasan cosas interesantes, aunque su vida sea una basura (que lo es), y ahí está la eterna comparación entre ellas dos y la eterna inseguridad de Elena y la eterna ambivalencia de su colega y la eterna insatisfacción, porque por si no queda del todo claro por lo que digo, la medida de la vida de cada una de ellas es la otra. Aunque están separadas por un hecho traumático que no termina de repararse nunca, que es esa injusticia cometida con Lila al no permitirle estudiar (y que hace que lo tenga mucho más difícil), se pasan décadas sin quitarse el ojo de encima, juntándose y separándose, queriéndose y odiándose, intentando entenderse y sin terminar de hacerlo, porque ninguna de las dos es muy buena en eso de comunicarse y porque la amistad que tienen es demasiado rarita como para ser del todo sinceras la una con la otra.

Mientras tanto, hay más personajes por ahí y las novelas te van contando también su historia poco a poco, que en el fondo es la historia de Nápoles y, hasta cierto punto, la historia de Italia y de la segunda mitad del siglo XX en Europa. Es curioso que las novelas logren hacer eso describiendo tantísimas escenas de intimidad, que en teoría implicarían todo lo contrario, pero es ahí donde reside su fuerza. Aunque se sabe poco sobre la autora, está bastante claro que parte de lo que cuenta es autobiográfico; de ahí también, supongo, el trasiego de personajes y subtramas, que a veces no se llegan a entender hasta que llegas al final del final del final, y entonces dices: «¡Ah!».

Las cubiertas de los libros han cambiado una barbaridad, pero creo que las que usan fotos reales de la época son las que más me gustan. Cabe preguntarse por qué tradujeron L’amica geniale por La amiga estupenda, cuando en castellano tenemos también el adjetivo genial, que juega precisamente con esos dos significados (el de su inteligencia y el de lo buena/mala amiga que es). La amiga genial es Lila, obviamente, pero en el libro solo se pronuncian estas palabras una vez y al contrario, porque es Lila quien se las dice a Elena: «Tú eres mi amiga genial», dice. Snif.

Como ya he dicho, a mí estos libros me encantaron. Hay pocas sagas que lleguen a engancharme hasta el punto de que me sé los nombres de todos los personajes, hasta la familia X que solo sale en un pedacito de uno de los libros, pero que todos sabemos que son los mejores y tendrían que haber partido la pana. Por supuesto, un plus es esa amistad relación extraña de verdad, no sé cómo llamarlo entre las protagonistas, pero también hubo otras cosas que me gustaron, como el hecho de que estén narrados en primera persona. Esa voz de Elena, que desde el principio intenta ser la que cuenta la verdad de la historia y resulta ser, al menos para mí, la narradora menos fiable de la historia, es una delicia desde el momento en el que comprendes que aquí la historia tiene muchos matices, pero te van a mostrar solo uno y el resto queda a tu imaginación. ¿Su amiga la odia, en realidad? ¿Su amiga la adora? ¿Ambas cosas? ¿Quién es aquí la «mala» del cuento?

Me encantan las historias que dejan aspectos por interpretar y, curiosamente, pese a constituir en apariencia una narración férrea sobre un único punto de vista, esta lo es. Desconozco si es la intención de la autora o mi interpretación, pero la primera persona me parece maravillosa para engañar. Los testimonios siempre son un fragmento de la realidad, a veces brutal y revelador, pero no dejan de ser las cosas pasadas por el tamiz de alguien que, normalmente, primero las vive y después las recuerda. No hay nada más puro, más real, y, a la vez, no hay nada más parcial y mentiroso.

La serie

Como esta saga fue un pepinazo en todo el mundo (decídmelo a mí, que creo que he regalado los libros al menos a cinco personas), llega la HBO en 2018 y, al intentar hacer «producto local» con cadenas o productoras de cada país, se les ocurre que pueden colaborar con la RAI para producir una serie de La amiga estupenda. Y se montan un casting de la repera al que acuden todos los chavales y chavalas de Nápoles y sus alrededores para hacerse famosos y unos decorados que quitan el hipo, porque si en el fondo esta saga habla de la historia de Italia, es un producto para sacar músculo y ganar prestigio como región y como país en todo el mundo, mucho más teniendo en cuenta que se va a emitir en una plataforma internacional. Así que nada, con un presupuesto que para nada es una tontería y, a la vez, maneras de serie pequeña (la autora sugirió el nombre del director porque había querido adaptar sus novelas hacía años; la cuñada del director dirige algunos episodios cada temporada, etc.), terminan por encontrar a sus niñas actrices y sacan adelante la primera temporada, basada en el primer libro.

Y aquí sucede la magia.

Hay una cosa que tiene el lenguaje audiovisual frente a la palabra escrita, que es que cualquier imagen siempre va acompañada de un caleidoscopio de interpretaciones. Por mucho que tú quieras señalar que algo significa tal, siempre habrá un margen de duda mucho mayor que con la palabra. Lo que quiere decir que esta serie va a intentar trasladar la narración férrea y casi sin huecos de la historia de Elena, pero por definición, no va a conseguirlo del todo.

Cuando comencé a ver la serie, me hizo mucha gracia que hubieran importado, literalmente, las pajas mentales los monólogos de Elena consigo misma acerca de ella, de su amiga y del mundo que las rodea. La impresión de que la serie es «muy literaria» que tienen algunas personas es totalmente cierta, porque la presencia de la voz en off de Elena lo invade todo y no hay nada más antivisual que tener a la protagonista mirando y pensando con voz en off la mayor parte del tiempo, por mucho que fuese así en el libro (Elena es la observadora de la vida de su amiga y de todo lo que ocurre a su alrededor). Pero, ay, que la voz en off no puede mantenerse siempre. Que llega un momento en el que el espectador tiene que decidir si lo que le cuenta Elena, esos pensamientos que se presentan como la verdad absoluta, son ciertos o no. Que llega un punto en el que hay que contar lo que le pasa a la otra sin la presencia de Elena.

Y ese punto llega. Se hace realidad, sobre todo, en la segunda temporada, cuando la serie ya se ha librado un poco de la culpabilidad de diferir con las novelas (difiere poquísimo y, cuando lo hace, es solo por amalgamar o intentar presentar algunos acontecimientos de forma más dinámica; no hay cambios gratuitos). Es ese momento en el que Lila se pregunta abiertamente: «¿Por qué todos piensan que tú eres la buena y yo la mala?». Y Elena la mira con una picardía poco habitual en ella y le responde: «¿Acaso no es así?».

No tengo ninguna explicación heterosexual para estas miradas larguísimas en la serie. Creo que se hacen con toda la connivencia de los directores y de al menos una de las actrices. Es totalmente normal quedarte embobada mirando a tu amiga, o lo que sea, incluso cuando va a casarse. Es normal querer desesperadamente tener relaciones sexuales al mismo tiempo que ella. A quién no le han pasado estas cosas alguna vez en la vida; lo que pasa es que la mayoría terminamos sumando dos más dos en algún momento…

Hay una palabra en castellano que me gusta mucho: intersticio. Los intersticios son los huecos entre los bloques por los que se filtran interpretaciones, significados, que no necesariamente son los que se desprenden de las primeras lecturas (o visionados) o que no siempre coinciden con la voluntad de su autor. La serie de La amiga estupenda, a pesar de que intenta mantener firmemente el punto de vista de Elena (y no en vano para ello cuenta con la supervisión férrea de su homóloga, la autora de los libros), no puede controlar todos los intersticios. Y esas preguntas, que ya existían en el texto original, aunque solo fuera por su ausencia, se hacen demasiado evidentes. Elena, ¿odias a tu amiga en realidad? ¿Eres tú quien la odia y no ella, porque a pesar de sus bandazos, parece evidente por buena parte de lo que dice y hace que te quiere profundamente, quizás más de lo que tú la quieres a ella? ¿O eres tú quien la adora demasiado, un poco demasiado, más de lo que te gustaría?

La cámara se pregunta todas esas cosas a las que la voz en off no interpela directamente, porque no es posible hacerlo de otro modo, no con esa historia y no con esa relación complicada en el medio. La cámara es más ambigua, y esas miradas que Elena dirige al mundo exterior se convierten en miradas bidireccionales entre ella y Lila. Miradas cómplices. Miradas inseguras. Miradas de tensión. Miradas de desdén y de admiración y quizás también de deseo. Todo lo que había en la novela original sigue presente y, aun así, qué difícil es mantener esa mirada durante tantísimos segundos y que el espectador no se pregunte: «¿Pero qué estáis haciendo, par de dos? ¿Os coméis la boca o qué hacéis?».

No es necesariamente esa historia, pero que conste que digo necesariamente, porque ese elemento de tensión sexual no explorada existe ya en las novelas originales y Elena, nuestra narradora no fiable, lo considera abiertamente al menos en una ocasión, cuando ya tiene la suficiente edad y la suficiente distancia de su barrio como para planteárselo. Que conste que no lo rechaza del todo: solo dice que prefiere no ir allí, quizá demasiado temerosa de lo que pueda encontrarse. Sería una decisión muy respetable de no ser porque la vida de Elena no parece estar nunca completa sin su amiga y que, incluso hacia el final, las dos se buscan mutuamente una vez más para… ¿encontrarse? ¿Superarse? ¿Decirse lo que hasta entonces no se habían dicho?

En el texto original quedan preguntas, y todavía está por ver cómo va a resolverlas la serie, pero si toman el camino que hasta ahora han seguido, supongo que jugarán con los intersticios.

Buscando los intersticios

Es posible que yo vea más huecos en narraciones compactas porque no termino de creer en los universos coherentes que ahora están tan de moda, en los que parece haber una cronología inmutable en la que ha pasado X, Y y después Z. Hasta en los universos ficticios, lo que se cuenta depende de las circunstancias de las personas que escriben esas historias. Por eso para mí era tan importante, por ejemplo, alternar los puntos de vista de Álex y Nick en Un pavo rosa, no solo como forma de crear tensión para el romance, sino porque lo que te cuentan que ha sucedido no siempre es igual y queda a criterio del lector decidir quién tiene razón, si es que alguna la tiene.

Por eso también aprecio tanto los fanfics. Aunque los resultados no siempre sean brillantes desde un punto de vista literario, los fanfics siempre corren a buscar los intersticios. Toman algo que se ha dicho, que se ha hecho, y ofrecen una interpretación que no siempre es la más obvia, pero sí de algún modo coherente: son a la vez un homenaje al texto principal y una rebelión, porque nunca lo imitan del todo, siempre aportan algo distinto.

«¿No podíamos, Dios mío, encontrar la manera de darnos la vuelta y ofrecernos la mano, de apoyarnos por fin la una en la otra en lugar de competir sin medida?». (@djangomar, Siempre llega la noche)

Y todo esto viene a que quizás no habría sentido tanta necesidad de escribir uno de estos homenajes-rebelión si hubiera encontrado más fanfics de La amiga estupenda en mi primera búsqueda. Sé que normalmente las sagas literarias no engendran muchos textos derivativos, pero… ¿de verdad? ¿Ni siquiera ahora, con la serie, se le había ocurrido a alguien publicar esa historia paralela de romance entre ellas a la que casi parece invitar la narración? Había algunos relatos curiosos, algunas búsquedas de otros intersticios que a mí no me interesan (no me emociona el intersticio en el que Lila se enamora de verdad del mafioso cabrón por alguna razón que desconocemos), pero no esto.

Así que sentí que tenía que escribir algo. Deber social. O puro autofanservice. Y entonces me sorprendió la cuarentena. Y como tenía que enfocar la mente en algo, me dediqué a escribir esta historia como una bala. El resultado es cuanto menos sorprendente: unas 68.000 palabras (una novela no muy larga) escritas en menos de un mes; creo que es incluso más larga que ¡Sí, mi capitana!

Como si me lo pensara dos veces no la publicaría nunca, la he revisado mínimamente y la he subido a Archive Of Our Own con el título de Siempre llega la noche. Ese sitio va a sustituir a mi perfil de Wattpad para este tipo de historias, porque ya no me siento cómoda subiendo cosas a Wattpad; nunca encuentro lo que busco y tengo la sensación de que lo único que quieren es venderme algo, aunque no me interese en absoluto. Archive Of Our Own funciona con etiquetas y, para los fanfics, es uno de los pocos «lugares seguros»: casi todos los demás archivos web pueden acabar tirándote la historia por asuntos que no tienen que ver con razones de copyright, sino mucho más con el contenido sexual, pero AO3 nunca ha ejercido ese tipo de censura y espero que no la ejerza. Creo que la gente debería poder publicar el contenido que quiera, aunque a mí no me guste leerlo.

Y no sé. Que he disfrutado muchísimo escribiendo esta historia. Que me he complacido un montón con la imitación y el homenaje (y he intentado ser muy fiel al estilo de la historia original y su protagonista; qué placer poder ser, por una vez, tan pedante como ella), pero también con las pequeñas rebeliones (como las escenas de sexo descritas en detalle, un poco como venganza, o el angst totalmente autoindulgente). Quizás por eso ha salido tan rápido, mientras que llevo años intentando sacar adelante un par de novelas que no terminan de cuadrar. Tampoco tenía ninguna expectativa y supongo que eso relaja mucho a la hora de crear.

Por supuesto, mi cabeza ha ido un poco más lejos y ha creado una especie de narrativa de la que esta solo es la primera parte, en parte porque yo también tengo mi propia batalla interna (quiero, por supuesto, darles a Elena y a Lila la oportunidad que no les dan las novelas, pero soy consciente de que tienen muchas cosas en contra y que esa herida original entre ellas tal vez no sane nunca). Pero ya no puedo prometer que esas secuelas se escriban. Creo que este es el fanfic más largo que he escrito nunca y ponerme a escribir una visión alternativa de la saga de Elena Ferrante es tentador una tarea titánica. A lo mejor yo, como fan, no me equivoco al considerar alternativas, pero quizás la autora siempre tuvo razón al desecharlas. Es la magia de las narraciones y de las perspectivas.


siempre llega la noche, mi fanfic de la amiga estupenda que narra un romance explícito entre elena y lila, está aquí. Si te gusta, puedes continuar leyendo su secuela, A través de la madrugada, porque me he emocionado tanto que esto va a ser una trilogía. también verás algún otro fanfic de otras series en mi perfil de ao3. Creo que voy a seguir escribiendo fanfics durante un tiempo; son días extraños, al fin y al cabo.

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Soy fan de la antigua She-Ra y la nueva serie me ha encantado

(Aviso: Esta publicación contiene spoilers de la primera temporada de She-Ra y las princesas del poder. Si aún no la has visto… ¿¿¿por qué aún no la has visto???)


Hace no mucho tiempo se filtraban las primeras imágenes del reboot de She-Ra y a la niña que yo fui le resultaban curiosas. En particular, esa falta de pechos de la que había sido una princesa guerrera hipersexualizada y con tacones (¿quién va a pegar guantazos con tacones?). El diseño de los personajes de esta versión se parecía más al de Steven Universe, con gente redondita y ojos grandotes. No lo veía mal, solo distinto. «No tiene que gustarte a ti, tiene que gustarles a las niñas de ahora», leí al respecto, y estuve muy de acuerdo.

¿Esta es la nueva She-Ra? Está muy... tapada.

¿Esta es la nueva She-Ra? Está muy… tapada.

Hace aproximadamente treinta años (qué vieja soy), yo tenía una muñeca rubia con una capa roja y una tiara dorada con la que jugaba a ir por ahí salvando a gente y destrozando cosas. También tenía un muñeco de Skeletor y un tigre verde que le servía de montura a She-Ra; sabía que en realidad era el tigre de su hermano He-Man, pero a mí Swift Wind me parecía ya un poco over the top con esos colores y esas alas. Me encantan los pegasocornios, pero mi She-Ra era una tía ruda, así que agradecía que montase un bicho algo más rudo.

Veía de vez en cuando una serie llamada He-Man and the Masters of the Universe, y también otra que se llamaba She-Ra: The Princess of the Power. Para mí eran una especie de continuum, aunque entendía que la primera estaba centrada en el príncipe Adam y He-Man y la segunda en la princesa Adora y She-Ra. Pero aunque protegían reinos distintos (Eternia y Etheria: EXTREMADAMENTE DISTINTOS HASTA EN EL NOMBRE), todo parecía muy similar. Bueno, en She-Ra había más chicas y más colorines, ya está.

Sin embargo, lo que recuerdo más eran los cómics. Yo era una niña muy lectora y en aquella época mi familia tenía problemas para abastecerme de libros y cómics. Gracias a estos, le cogí mucho cariño a un personaje que apenas recordaba de la serie: Catra. La pobre se llevaba todos los palos. ¿De qué sirve ser mala si los malos te toman por el pito del sereno y She-Ra te hace picadillo cada vez que te ve? ¿De qué sirve molar tanto, convertirte en gata (haciendo feliz a mi alma furry) y ser mala de narices cuando no te toman en serio?

Esta era mi antigua Catra. Iba a todas partes con Clawdeen, su león ROSA. Tengo este cómic.

Esta era mi antigua Catra. Iba a todas partes con Clawdeen, su león ROSA. Tengo este cómic.

Así que la incluí en mis juegos, aunque sin muñeco. Catra era la aliada de Skeletor y quería pegar a She-Ra. O She-Ra le pegaba a Skeletor y rescataba a Catra. Porque Catra me daba ternurita y quería lo mejor para ella. Y porque me gustaba que She-Ra la rescatase. En fin, esas cosas que sabemos pero aún no sabemos.

Flash-forward treinta años, al lanzamiento de la nueva serie de She-Ra en Netflix producido, para mi sorpresa, no por Rebecca Sugar (Steven Universe), sino por una dibujante de cómics de 26 años (o sea, una persona que no estaba NI VIVA cuando YO veía She-Ra) con escasa experiencia en el audiovisual: Noelle Stevenson, la creadora de Nimona y Leñadoras. O es realmente muy buena en lo suyo o en Dreamworks TV ha habido nepotismo a muerte.

Mientras yo todavía estoy pensando en si debería acercarme a este remake que ya me han dicho que no es para mí, sino para las niñas de ahora, mi Twitter enloquece y empieza a llenarse de fotos de una chica-gato que le pone ojitos a una Adora con cola de caballo. Y a la niña que yo fui (a la niña que aún soy) es como si le clavaran una flecha en el corazón. Esas son Catra y Adora, treinta años después de cuando yo jugaba con mi muñeca de la capa roja.

OK, decidido. Veré el reboot de She-Ra.

Eso son argumentos y no todo lo demás.

Eso son argumentos y no todo lo demás.

Y ahora, trece episodios después, puedo decirlo: She-Ra y las princesas del poder —así se llama la nueva serie, énfasis en el plural— es una pasada. Es TODO lo que a mí me gustaba de She-Ra cuando era niña y también TODO lo que no vi y me habría gustado ver.

Por supuesto que no es la She-Ra de entonces, pero yo ya iba con la idea de que ni lo era ni tenía por qué serlo. De hecho, me ha sorprendido que fuera tan fiel en algunos aspectos. Y el resto de cambios son a mejor. Solo habría querido algo más de presupuesto en el tema gráfico y, aun así, creo que la serie se ha manejado relativamente bien con las escenas de acción. En lo básico, She-Ra sigue siendo lo que yo recordaba: una historia de aventuras y de enfrentamiento entre el bien y el mal en la que la heroína se transforma en una princesa con una espada mágica. Ni más ni menos.

¿Y por qué esta versión es mejor? Pues os lo explico, personaje a personaje.

Adora

She-Ra mola mucho, pero en esta serie hay mucha más Adora que She-Ra. Y no es la «princesa Adora», sino más bien «Adora, la excadete de la Horda que se convierte en la princesa legendaria She-Ra». Lo cual está MÁS QUE BIEN, porque así Adora tiene margen para ser Adora y mostrar sus debilidades, sus miedos, su ansiedad y, en suma, para ser un personaje más o menos complejo y no estar todo el rato salvando el mundo.

¿Esta espada hace algo de verdad o es solo para hacer bonito?

¿Esta espada hace algo de verdad o es solo para hacer bonito?

Esta versión de Adora me ha recordado bastante a Buffy Summers (de Buffy Cazavampiros). Ambas son chicas idealistas y ambiciosas que reciben un don que las hace increíblemente fuertes, pero que también resulta una carga difícil de llevar, y que solo salen adelante gracias a sus amigos. Pero al contrario que Buffy, Adora ha sido parte de «los malos». Como antigua soldado de la Horda, ha sido educada en un ambiente muy estricto que ha potenciado su utilidad militar y estratégica. Por eso Adora intenta responder a los problemas con una sobreplanificación y es incapaz de relajarse. Algo que al final se vuelve contra ella, porque ella no es así, es intuitiva y no cerebral. Pero está ese toque de tener que llegar a todo y tener que hacerlo todo (y, a ser posible, ser la mejor).

Yo no recordaba en absoluto a la Adora «parte de la Horda» y me ha dejado perpleja saber que en la serie original también era así. Pero tiene sentido que no lo recordara, porque nadie hacía referencia a esa etapa que, sin embargo, HABÍA SIDO CASI TODA SU VIDA. En esta serie todo le recuerda a Adora que ha formado parte de la Horda hasta hace muy poco, y sobre todo, la presencia constante de su aminemiga favorita.

Catra

Sobre Catra podría escribir párrafos y párrafos, pero básicamente: alguien —diría que la supervisora de Noelle Stevenson— ha sido la misma niña que yo, ha tenido unos sentimientos parecidos por Catra y ha decidido que iba a convertirla en la principal villana de la historia manteniendo su toque patético y abrazable e incluso redimible en el futuro (o, al revés, con potencial de convertirse en más mala aún que Hordak).

Y a alguien, seguramente esta mujer a cuyos pies me postro, se le ocurrió que la enemistad entre She-Ra y Catra era mucho más potente si Adora y Catra habían sido amigas en el pasado. Reescribe eso: Si Adora y Catra lo habían sido todo la una para la otra en el pasado.

"¡Adora, deja ya esto y vámonos a casa!".

«¡Adora, deja ya esto y vámonos a casa!».

En este punto creo que ya no es tan importante definir si lo que hay entre Adora y Catra es/fue amor o si es solo una amistad intensita reconvertida en enemistad igual de intensita. Vale que la serie da una cantidad de guiños para el shippeo Catra/Adora (a.k.a. Catradora) que casi te tumba, pero la serie en general permite ver a muchos de los personajes como gays o bisexuales a poco que tengas las gafas puestas (más sobre esto en breve). Lo más importante es que las dos son personajes complejos con problemas e intereses muy diferentes y, a la vez, que ha quedado establecido que cada una de ellas es la principal debilidad de la otra. Siempre que mantengan las temporadas sucesivas en esta órbita, yo seré feliz.

Catra es uno de los personajes escritos con más cariño y me complace ver que la necesidad obsesiva de reconocimiento del personaje original también está presente aquí, acrecentada además por el trato diferente que ha recibido por parte de distintos miembros de la Horda, sobre todo por Shadow Weaver. Esta Catra está dividida entre su afecto por Adora (que intenta enterrar una y otra vez, pero ay, nunca termina de estar superado) y sus celos, su envidia, su negatividad, su falta de autoestima y sus propias ganas de mandarlo todo a la mierda.

Es una Catra que da mucha ternura y a la vez también te horroriza y te exaspera. Una fina línea difícil de mantener y que, como es de esperar, también me recuerda al personaje de Faith en Buffy Cazavampiros. Por eso lo único que me mataría con Catradora sería que hicieran como en Buffy: ignorar de repente que ha existido todo eso porque tenemos cosas más importantes de las que hablar, como por ejemplo, un personaje masculino que intenta demostrar todo el rato que se ha redimido. Eso no, por Dios. Eso nunca. En serio, antes que eso, matadla.

Mucho bastoncito, Catra, pero en realidad no te he visto usarlo más que en los entrenamientos.

Mucho bastoncito, Catra, pero en realidad no te he visto usarlo más que en los entrenamientos.

Yo quiero que esta Catra se redima, pero no creo en las redenciones automáticas y mucho menos cuando los personajes se meten hasta el cuello en un arco de descenso a la oscuridad. She-Ra (Adora) ya ha salvado a Catra en varias ocasiones, como hacía también en mis juegos cuando era niña. Ahora le toca a Catra salvarse a sí misma, si lo desea. O morir de exceso de poder, como Shadow Weaver.

Shadow Weaver

Sabía que me gustaba Shadow Weaver, pero no sabía cuánto podía llegar a gustarme. Mi recuerdo de Shadow Weaver era un poco como el de Catra, aunque acrecentado por el respeto que me provocaba el hecho de que nunca había visto su rostro y que esta mujer ya llevaba mucho tiempo sirviendo a la Horda. No era redimible, ni ganas.

No bromees con ella.

No bromees con ella.

Esta Shadow Weaver se ha ganado mi corazón como villana egoísta y cruel, pero no exenta de sentimientos. Que se pone a morir cuando Hordak le grita como si fuera una becaria que ha hecho algo mal. Que se horroriza de pensar que las niñas que ella misma tiene domadas puedan ver su rostro deformado. Que comete (MUCHOS) más fallos de los que debiera porque no hace lo que predica y se deja llevar por sus propias debilidades y obsesiones.

No estoy segura de si solo conservaba a Adora por el poder futuro que le prometía o si realmente había llegado a tenerla en mucha estima; en cualquier caso, como con el Catradora, lo mucho que le importa Adora y lo mucho que desprecia a Catra es canon. Como lo es el hecho (un tanto creepy) de que toca a las niñas todo el rato y que algunos de sus gestos después los imita Catra con Adora. Eso… eso mejor lo dejo para un fanfic.

Bow y Glimmer

Sobre Glimmer, mi mente es un desierto. No tengo recuerdos de ella, así de sencillo. Quizá por eso me ha gustado su personaje en esta versión de She-Ra, aunque no hasta el punto de fascinarme como Catra, Adora o Shadow Weaver. Pero es muy bonito que haya un personaje cuyo arco personal sea el de superarse a sí misma y vencer las dificultades, que en el caso de Glimmer comienzan en la propia casa. A Glimmer la vamos a ver haciéndose muy fuerte en muchos sentidos y, por supuesto, como vamos a lo que vamos y a mí me encanta el drama, espero ver su amistad con Adora puesta a prueba del mismo modo que ha habido un amago en esta temporada con Bow.

El gran poder de Glimmer es brillar.

El gran poder de Glimmer es brillar.

Hablando de Bow: lamento muchísimo la pérdida de ese bigote que era su seña de identidad, pero entiendo que no habría casado bien en un trío protagonista de adolescentes. Este Bow conserva las cualidades con las que yo le recordaba, la bondad y la generosidad. ¿Quién no querría ser Bow o tener un amigo como Bow? Es un personaje con un corazón tan grande que ilumina el camino para todos allá donde va. Y, sorpresa, ¡no hace falta que esté enamorado de She-Ra para que esto suceda!

Las otras princesas y lo muy-gay-que-es-todo

A estas alturas, creo que ya lo he dicho, pero haré hincapié en el tema: sí, en esta She-Ra es todo muy gay y eso es genial. Cuando digo medio en broma que algo es «muy gay» quiero decir lo siguiente:

  • Contiene representaciones de afecto, atracción, etc. entre personajes del mismo género. Por ejemplo, si hay dos chicas, no están compitiendo entre ellas todo el rato o hablando de un tercer personaje masculino. Caso de Catra y Adora. (Que, en realidad, también compiten, pero no por la aprobación de ningún señor.)
  • Personajes del género opuesto pueden ser amigos. Caso de Bow y Adora. (El caso de Glimmer y Bow es más complejo, pero amigos son.)
  • Los personajes masculinos tienen muestras de ternura o debilidad. Caso de Bow, pero también de Sea Hawk, al que NO RECUERDO siendo especialmente tierno en la serie original.
  • No hay absolutamente ningún problema si a un personaje le da por llevar un tipo de ropa u otra (como que Catra vaya en traje al baile o que Bow prefiera llevar la barriga al aire).
  • No hay absolutamente ningún problema si dos chicas o dos chicos deciden bailar juntos, hacerse mimitos, si se rescatan de algún bicho chungo, etc. Caso de… toda la serie. Desde Sea Hawk rescatando a Bow (y no a ninguna de las chicas), pasando por Catra bailando con Adora o Netossa y Spinnerella CASADÍSIMAS en la batalla final.
  • Hay una cierta sensibilidad a la hora de mostrar diferentes formas de ser, culturas y, frecuentemente, también distintas razas o cuerpos, simplemente porque estamos más entrenados para ver y representar la diversidad.
  • Hay una cierta sensibilidad kitsch que permea la obra, como si esta se permitiera mostrar muchas cosas que otras se censuran. Desde un humor un poco tontuno hasta personajes fascinados por los caballos, pasando por espadas arcoíris o bailes con luces de colores. Y esto entronca bastante bien con la serie original, que no era precisamente un prodigio de sobriedad.

Para los ajenos a esta forma de hablar, cuando decimos «muy gay» solemos querer decir simplemente que algo es inclusivo y diverso. Y esta She-Ra se lleva la palma en eso. Apruebo muchísimo que no todas las chicas tengan el mismo tipo de cuerpo y, SOBRE TODO, que no vayan en tacones. Apruebo muchísimo que haya más tonalidades de piel. Apruebo muchísimo a Scorpia, toda ella, TODA. Apruebo a Entrapta, a Frosta, a Perfuma, a Mermista… porque cada una tiene su manera de ser y un diseño único.

YO TAMBIÉN QUIERO PROTESTAR. ¡A mí me ha gustado!

Y esta es la gran potencia de esta serie respecto a la She-Ra original. Quizás a los que somos algo mayores el dibujo no nos llame tanto (aunque tiene mucho sentido que, si los personajes son más pequeños, también el trazo sea más infantil), pero no se puede negar que han hecho esfuerzos para reflejar una amplia gama de chicas, todas diferentes, todas poderosas y todas con sus neuras. Eso era algo que simplemente no tenía el original y que a muchas de nosotras nos ha faltado creciendo. ¿Por qué mi She-Ra montaba el gato de He-Man? ¿Por qué mi She-Ra rescataba a Catra?

De pequeña, a mí me faltaban estas narrativas y de alguna manera tenía que incluirlas. Me faltaba una She-Ra musculosa pegando puñetazos a los soldados de la Horda a falta de espada (¡ASÍ SE HACE!). Me faltaban una Adora que no sabe relajarse, una Glimmer que discute con su madre, una Catra con un pasado coherente, un Bow capaz de mostrar sus sentimientos… y por qué no, una Adora y una Catra compartiendo una aminemistad de lo más intensita en el centro.

Esta She-Ra me ha encogido el corazón, porque era lo que habría querido ver hacía mucho tiempo. He leído que algunos de los antiguos fans de She-Ra están decepcionados con el reboot de Noelle Stevenson. Yo no, y quiero que se me cuente también. Soy consciente de que no soy el público objetivo, pero esta She-Ra tiene todo mi cariño y toda mi aprobación.

Aparte, por supuesto, de que estaré impaciente hasta que salga la próxima temporada y que, cuando Catra y Adora vuelvan a enfrentarse, voy a ser la primera que junte las manos y lo pase mal, pero que muy mal, extremadamente mal-bien por las dos.

¡Ánimo, chicas! Vendrán mejores tiempos.

¡Ánimo, chicas! Vendrán mejores tiempos.

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Por qué «¡Sí, mi capitana!» es ese libro que amas u odias

Aviso: Este artículo incluye contenido sexual explícito.


Llevo preparando esta publicación un tiempo, pero me ha costado la vida terminarla. He tenido un verano ajetreado y llevo todo el mes de septiembre de ferias con Café con Leche (KBOOM!, AnsibleFest…). Entre la actividad editorial, mi vida personal (que no para nunca) y que se me ha ocurrido, contra todo pronóstico, ponerme a reescribir una novela antigua (!), algo tenía que resentirse y ha sido este blog. Espero ponerme al día en lo que queda de año.

Hoy os voy a hablar de esa otra novela que tengo y a la que suelo dedicar menos tiempo que Un pavo rosa, básicamente porque mi relación con ella es mucho menos intensa: ¡Sí, mi capitana! (Café con Leche, 2016). Tengo la sensación de que mucha gente la observa con miedito desde la distancia sin decidirse a leerla o no. A ver si este artículo os ayuda a decidir, porque reconozco que es el libro más polarizado que he publicado hasta la fecha. (Pero eso es porque no habéis leído aún lo que tengo entre manos.)

Opiniones de «¡Sí, mi capitana!» en Amazon. ¿Esto no debería hacer una curva convexa? O sea… no una curva en los extremos.

Mi novela de piratas solo parece tener dos tipos de público: ese al que le encanta desde el minuto uno y ese al que no le gusta nada desde el minuto uno (o dos). Cinco estrellas o una estrella. Y creo que entiendo por qué, así que voy a intentar explicarlo. ¡Dentro vídeo!

Cubierta de «¡Sí, mi capitana!» dibujada por PREZ.

Whaddafuck is #Símicapitana?

¡Sí, mi capitana! es una novela erótica escrita por mí, ilustrada por PREZ y publicada en 2016 por la editorial Café con Leche como una de sus primeras obras de narrativa «larga» (tampoco es tan larga, en realidad; poco más de 50.000 palabras). La historia probablemente os suene: es una reinterpretación erótico-festiva de la historia de las piratas Anne Bonny y Mary Read con algunos de los personajes que se mencionan en Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas (1724), la obra de referencia atribuida a Daniel Defoe.

En ¡Sí, mi capitana! salen las dos mujeres piratas (por supuesto), sale Calicó Jack, sale su némesis John Barnet y salen un montón de secundarios coloridos como Rita, la mascota, el viejo contrabandista Guido Marcellesi o el aguerrido pirata Juan Nadie. En mi versión, Mary Read es una joven inglesa culta y valiente, algo ligera de cascos, a la que secuestran unos piratas gritones y multicolores. Dichos piratas la utilizan para encontrar la localización exacta del snark, un monstruo que oculta un tesoro en las profundidades del mar Caribe.

Por supuesto, en el bajel de Jack Rackham y Anne Bonny, el Vanidoso (no me invento nada, se llamaba así), impera el amor libre y el derroche de un BDSM muy festivo en el que las esclavas, que lo son porque les da la gana, llevan escasas ropas furries y se pasean de un lado a otro calentando a la tripulación, que anda más salida que el bauprés de un velero bergantín. Pero mientras los piratas son muy felices follando, buscando tesoros y escapando de las incursiones de la Armada, el gobernador de Jamaica contrata a un antiguo almirante de gesto adusto y pinta de chulazo salido de cómic de Ralf König: John Barnet, para que le traiga por fin la cabeza de Calicó Jack. Y Barnet acepta, porque tiene cuentas personales que ajustar con él.

La novela también contiene algunas ilustraciones maravillosas en el interior. Aquí os pongo la que quizá es mi favorita.

Yo escribo todo esto y sonrío, pero entiendo que otras personas, esas a las que les gustan sus lecturas menos locas, puedan fruncir el ceño de antemano. Porque aunque la historia de Anne Bonny y Mary Read se ha contado muchas veces (y con no pocas licencias), entiendo que hay quien hubiera preferido una novela histórica más al uso. Y aunque hay mucho fan de ese supuesto romance entre ellas (que sí, ¡también es el núcleo de este libro!), el hecho de que yo retrate esa relación como más o menos poliamorosa y encima lo haga con guasa tira para atrás a cierto público.

Básicamente: si te rompió constatar que Un pavo rosa NO es la típica novela de adolescentes que se enamoran poco a poco y se besan a escondidas, sino una especie de comedia del absurdo bastante bestia, no creo que esta novela vaya a ser para ti tampoco. De hecho, no sé bien qué haces aquí, pero sigamos con el elemento más visible del libro.

¡Esa cubierta!

¿No debes juzgar un libro por su cubierta? Pues ¡Sí, mi capitana! ha sido juzgado y condenado, y también admirado y venerado, por esa ilustración de cubierta tan magnífica y llamativa que realizó PREZ a partir de cuatro indicaciones mías. Contempladla en todo su esplendor. No es de extrañar que la hayamos utilizado como póster e insignia en muchas ferias de Café con Leche, porque nos representa.

La ilustración contiene toda la información sobre la historia: informa de que es una novela de piratas (por la vestimenta de Anne Bonny y el tricornio en la cabeza de Mary Read), pero también te dice que esta va a ser una novela erótica: no solo por la desnudez de Mary y por la pose de ambas, sino también por esa correa que Mary lleva al cuello y que sugiere algo de BDSM. Pero es que, además, el resto de elementos de la cubierta también están relacionados con la historia: la espada, las velas (que crean una iluminación perfecta) e incluso un atisbo del famoso monstruo marino a través de las ventanas.

A mí la cubierta de ¡Sí, mi capitana! me encanta. Pero a pesar de que hice muchísimo hincapié en que no se viera ni un pezón, hay gente a la que le sigue pareciendo… demasiado explícita. Después de todo, hay dos señoras, una está desnuda (por mucho que no se vea nada) y se miran lujuriosamente. ¡Eso es guarro! ¡Eso es una cerdada!

Creedme cuando os digo que esta cubierta ha hecho que la gente, en las ferias, se apartara de repente de nuestro puesto. Ha hecho que grupos enteros se quedaran riéndose tontamente frente al cartel. Ha hecho que algunos libreros se hayan reído en mi cara. Otros ponen el libro bien escondidito en un rincón. Otros aprovechan para recordarme de vez en cuando que es un libro que no les gusta, sin leerlo, solo porque tiene esta ilustración en la cubierta.

Baste decir que no puedo comprar anuncios en redes sociales que incluyan la cubierta de ¡Sí, mi capitana! porque quien quiera que apruebe los anuncios, y he probado varios medios, considera que el contenido es demasiado explícito y podría herir la sensibilidad de los usuarios. (Sí, a mí tampoco me cabe duda que otro gallo cantaría si se tratase de un hombre y una mujer.)

¿Entonces es un fracaso?

¿Quién ha dicho eso? No. Tampoco sería tan terrible si lo fuera, pero para nada. A pesar de todo esto o precisamente contra todo esto, ¡Sí, mi capitana! es un libro que vende bien, tanto en papel como en digital, y un título que suscita interés. Los datos siempre son relativos, pero baste decir que es uno de los títulos mejor vendidos de la editorial. Oh, yeah. 🙂

Como editora, es un libro que me gusta porque siempre vende algo (también en las librerías que lo critican). Como autora, es un libro que me gusta mucho porque la relación dinero producido – (tiempo invertido + esfuerzo emocional) es claramente positiva. Sinceramente, quiero más libros como ¡Sí, mi capitana! en mi vida. Libros que no me cuesten un horror y en los que plasme todos mis traumas, sino libros con un mensaje positivo, que me haya resultado divertido escribir y con los que otras personas se lo pasen bien.

Del mismo modo que hay gente que se espanta al ver la imagen de la cubierta, me consta que hay personas que visitan el puesto de Café con Leche precisamente porque tenemos ese libro expuesto. Y del mismo modo que hay personas que nunca harían clic en una portada de ese tipo, las hay que lo hacen de inmediato, porque… ¡quieren leer sobre piratas y señoras que se miran lujuriosamente! Y lo entiendo, ¡porque yo lo haría!

Yo iría a esto como las moscas a la miel. Otra gran ilustración interior de PREZ.

Algunos de estos lectores son los que más se han entusiasmado después. Porque ¡Sí, mi capitana! tiene todo lo que puede molestar a ciertos sectores y todo lo que otras personas pueden venerar, puesto que no hay tantos libros de este rollo y, si te gusta, probablemente te guste mucho. Voy a seguir desmenuzando por qué.

Es una novela porno, Harold

En ¡Sí, mi capitana! hay sexo. No solo eso. Hay mucho sexo. Pero hay que ser un poco peculiar para sorprenderse teniendo esa cubierta y esta cita de apertura:

«Cuenta la leyenda que los mares del Caribe estuvieron poblados por los personajes más pintorescos durante los siglos XVII y XVIII […]. Entre ellos, los piratas eran de los más temidos y a la vez los más fascinantes. Se dice que la famosa pareja de piratas compuesta por Jack Rackham y Anne Bonny, descrita ya en Johnson, 1724: 75, celebró a bordo de su barco una orgía compuesta por nada más y nada menos que 70 personas entre mujeres indígenas y marineros. Otro rumor fue que Mary Read, quien viajó durante un tiempo con ellos disfrazada de hombre, logró ocultar su sexo en algunas de las situaciones […] más comprometidas imaginables».

C. L. Dodgson, Una historia jugosa de la piratería (1876)

(Sí, soy muy friki. Si sabes por qué lo digo, te quiero mucho. Para el resto: por supuesto que esa cita es inventada. Aunque podría haber escrito ese libro y yo me habría reído. La cita de Johnson, sin embargo, es real.)

¡Sí, mi capitana! es una novela erótica, lo que quiere decir que ese es el elemento más importante de todos (y tiene otros). ¿Que no es una novela erótica, me dices? ¿Que lo suyo es muy fuerte y que por eso es pornográfica? Bien, como prefieras: es una novela pornográfica.

A estas alturas, creo que está claro que escribo y publico cosas donde hay sexo. Sin embargo, por mi experiencia, la erótica es más bien el género de los diletantes, de esos que «les dan a todo» y de vez en cuando producen algo con contenido sexual explícito. Pero es difícil mantenerse exclusivamente en el género erótico, por la sencilla razón de que, por mucho que nos encante el sexo, lo mucho empalaga.

Una novela erótica, que no un simple relato o una escena, no es tan fácil de llevar. ¿Sabéis lo que es estar en bata, cansada del trabajo o recién levantada, sintiéndote la persona menos sexy del mundo, y tener que escribir una escena donde tres personas follan hasta el éxtasis? Je. Pues así fue mi vida el verano que escribí ¡Sí, mi capitana! Digamos que acabé con muchas, muchas ganas de leer a Asimov, ¡pero tampoco preveía que los lectores se empacharan leyendo la historia de principio a fin!

Mi idea con ¡Sí, mi capitana! fue hacer algo que además de cachondo fuera divertido (que te rieras), emocionante (que lo vivieras) y reivindicativo (que dejara clara mi postura respecto a la sexualidad y su disfrute). Básicamente, que tuviera algo más aparte de las escenas de sexo, que estaba claro que iba a tener. No hablo ya de argumento, porque soy de las que creen que todas las novelas lo tienen y a las novelas eróticas se les critica mucho esa supuesta falta de sustancia, cuando nos ventilamos unas historias de cartón piedra en otros géneros que tiran para atrás. Quería darle a la historia de Anne y Mary cierto toque de misterio, de pique, de una historia que quieres saber cómo acaba más allá de si la prota termina boca arriba o boca abajo.

Quise escribir el tipo de novela erótica que a mí me habría gustado leer: una historia de piratas con mucha acción, personajes con matices y un montón de escenas de sexo. Cargué las tintas en ese sentido porque fue lo que se me pidió, porque esta novela la escribí originalmente para una colección de un sello más grande y fue lo que querían. Si lees ¡Sí, mi capitana! esperando que haya sexo solo en un par de momentos cumbres y sin describir mucho, como en Un pavo rosa… bueno, entonces mejor no la leas, porque es otro rollo por completo.

¡Cómo hablan!

—¿Qué hacéis ahí en la puerta? —preguntó Anne Bonny a los marineros—. Si os llamo, es para algo, ¿no os parece? ¿Tanto tiempo lleváis en el mar que habéis perdido la capacidad de reaccionar ante una chica en esta postura? Fijaos en ella. Esta muchacha se merece un castigo ejemplar. Quiero que os acerquéis a ella y la miréis bien; no como a la chica que conocéis, sino pura y simplemente como un coño a cuatro pa­tas. Quiero que miréis lo que Jack le está haciendo y colaboréis. Tenéis todo el permiso del mundo. Azotadla en el culo hasta que se le quede rojo. Lamedla hasta que se vuelva loca de deseo. Y abridle las nalgas hasta que quepa dentro de ella cierta vela que se le ha ocurrido tomar con tanta ligereza. […]

Bueno, aquí la distinción entre erótica y pornografía. Sinceramente: para mí es ambas cosas. Cada uno escribe la erótica que le gusta o que le pone. Cuando escribí ¡Sí, mi capitana! yo estaba a lo mío y creo que no pensé lo suficiente en algo que me ha sucedido toda la vida: que lo que yo considero solo «atrevido» resulta para otras personas excesivo, grosero e impensable.

Desde el principio tuve claro que ¡Sí, mi capitana! iba a ser muy porno. Por utilizar metáforas cinematográficas, yo no iba a enfocar la cortina ondeando cuando a la protagonista le comieran el coño, sino que iba a enfocar la comida de coño. Y, de paso, la cara y las emociones reflejadas en ella, que es algo que a mí me pone mucho. Pero el coño también, y los pelos y los jugos y la lengua y los labios y los ojos de la otra persona, y la corrida u orgasmo o como os apetezca llamarlo. Creo que veis por dónde voy.

Lo sé, lo sé. Toma aire despacio.

Comenzamos, entonces, con que a la mayoría de personas que hayan dado un bote con los párrafos de arriba les va a entrar difícil (bueno, quizás con tiempo y vaselina) una novela que cada dos por tres se rebaja a este tipo de lenguaje y a los primeros planos. No, no es sutil porque nunca quise que lo fuera. Es guarrindonga, kitsch y exagerada, como las novelas eróticas clásicas y el hentai, del que bebe bastante. Y sí, Anne Bonny habla muy sucio, pero es que a mí me gusta que me hablen así, sobre todo si es una mujer como Anne Bonny. Pero entiendo que no todo el mundo es igual. Y, desde luego, lo que tengo comprobado es que lo que las personas dicen de forma informal o lo que les pone mucho en la cama luego les horroriza si lo ven escrito.

Así que empezamos con un enfoque con el que la mitad del público se echa para atrás o se abanica, incluso ese que se dice que nada le asusta. ¿Podía hacer algo más para horrorizar al posible lector? ¡Pues claro que sí!

¡Aaaah! ¡Penes!

Me cansa mucho la división que todavía tenemos entre literatura LGBT+ y los libros «normales». Esta división es parte de la razón de que muchos libros considerados literatura lésbica tengan que tener, por narices y para complacer a su lectora, al menos tres o cuatro escenas de sexo explícitas en una historia que suele estar tan llena de azúcar que empalaga. Pero ojito, amiga. Escenas de sexo desenfrenado, pero entre las protas. Siempre entre las protas. Y escenas llenas de amor y de miradas tiernas y de susurros de «te amaré siempre», que todo el mundo sabe que eso es lo más bonito del mundo.

Ay, omá. Que no la habían advertido que esto era porno para gustos bisexuales y se ha gastado cuatro euros. Deshonra sobre mi vaca.

Por desgracia, se da la circunstancia de que soy bisexual y me gustan también los hombres. Hay bastantes de nosotras. También hay heteros que prueban cosas y lesbianas a las que no les desagrada leer o ver cosas, pero hoy por hoy en la literatura romántica y erótica hay una división que ríete tú de ciertos muros. Parece que, si escribes romance entre dos mujeres, como yo suelo hacer, las pobres no pueden tener un solo roce con otras Y ANTE TODO Y SOBRE TODO CON OTROS en todo el libro.

Me lo cargué todo con ¡Sí, mi capitana! porque estaba apelando, supongo, a ese gusto pornográfico-bisexual del comentario que destaco (y sí, a mí también me hace gracia la expresión). Tiene escenas entre mujeres. Tiene escenas entre hombres. Tiene escenas entre hombres y mujeres. Tiene escenas entre mujeres que fingen ser hombres con hombres. Tiene escenas con todo y de todo, porque a mí me gusta prácticamente TODO, y lo que no me gusta al menos me evoca curiosidad, y me pareció interesante tantear mis propias fronteras mediante la narrativa. (Sí, las tanteé. Hubo una escena en particular que dudé en incluir: la de Mary y el snark. Ya me habéis hecho decirlo.)

Suponía que, de entrada, a mucha gente le interesarían más unas escenas que otras, pero lo que no sabía era que algunas mujeres iban a rechazarlo de plano por «haber mezclado contenidos». Chocante. Creo que el libro es bastante evidente en sus descripciones y sus primeras páginas, pero la virulencia con la que lo han tratado algunas lectoras heterosexuales solo es comparable a la virulencia con la que lo han tratado algunas lectoras lesbianas. Si eres de virulencias, no te compres el libro. O devuélvelo, que las compras en digital se pueden devolver muy fácilmente, y evita ponerle una estrella al pobre solo porque salen penes.

Los misteriosos usuarios de Google Play (yo al menos no conozco a ninguno) deben de tener más sentido del humor que ciertas lectoras de Amazon.

¡La Mary es una guarra!

Sí, en alta mar el agua es un bien escaso. Es algo que se comenta en varias ocasiones en la novela. Anne riñe a Jack por lavarse poco. Tampoco se puede beber agua, hay que beber alcohol y preferiblemente ponerse piripi (como yo cuando escribía la novela).

Tonterías aparte: Mary es la protagonista de una novela porno y yo no escribo novelas porno de protagonistas que tienen diecinueve años y no saben lo que es un orgasmo, como la Anastasia Steele de Cincuenta sombras. Para mí, la clave es que Mary se lo pasa francamente bien y en el transcurso de la historia crece como personaje.

Yo la veo feliz, desde mi perspectiva pornográfico-bisexual, claro.

En este artículo comenté que el tropo de la niña buena mancillada, además de ser machista, está ya demasiado visto en la pornografía. Por eso lo utilicé de forma consciente en ¡Sí, mi capitana! para expresar lo que para mí es evidente: que en Mary no hay nada que mancillar, no hay nada que humillar, porque ella no tiene nada que temer que los otros no teman y porque a pesar de su apariencia, de su inexperiencia y de su juventud, es el personaje más fuerte: mucho más que Rita, que Jack y, en el fondo, que Anne, la dómina de corazón blando.

Pero si a mí me han dicho que la agarran y la zurran y la atan y…

Sí, sí. Y aquí otra gracia que yo metí tan feliz en la novela y que no tiene por qué gustarle a todo el mundo: ¡Sí, mi capitana! es BDSM. Buena parte de la sexualidad descrita en la novela se basa en que a Mary su capitana la «obliga» a hacer todo eso y ella descubre que es maravilloso, que no la degrada como persona y que no compromete en absoluto las cualidades que ella tiene o los sentimientos que puedan estar surgiendo entre ambas.

El BDSM de ¡Sí, mi capitana! es bastante light, en mi opinión, en parte porque es positivo, alegre y reivindicativo. (Porque, repito, aún no habéis visto las cosas que escribo cuando no soy positiva.) Pero hay fustas, dildos, collares, correas, rosarios que sirven para atar manos (!), azotes y probablemente muchas otras cosas que se me olviden.

Aquí hay un romance, pero también una historia que explora los matices de la dominación y sumisión sexual. Es un tema que me interesa mucho, sobre todo porque hay muy, muy, muy poca literatura que yo conozca que lo trate de forma positiva o siquiera con una mínima profundidad. Estoy cansada de violaciones y abusos en la erótica narrados por personas que confunden el tocino con la velocidad. Así que esta novela, a pesar de tener todas las papeletas, no contiene una sola escena de abuso real.

Os garantizo que nadie hace daño de verdad a Mary (de la forma que pensáis) en esta historia. El desafío fue precisamente construir eso, y hablar del placer de Mary, a partir del tropo de la «pobre chica secuestrada por piratas que la convierten en un juguete sexual». De hecho, hay dos escenas que me gustan especialmente: una, la del intercambio de roles entre Anne y Mary como señal de que la confianza entre ellas ha llegado hasta ese punto; y dos, otra en la que la gracia está en que precisamente lo que parece Mary desde fuera es una pobre chica secuestrada y convertida en objeto sexual, un prejuicio que ella manipula en su favor. Mary no es un objeto. Solo es una sumisa a la que le gusta que traten como tal.

Esto es algo más normal, pero aun así, el consenso brilla por su ausencia.

Tanto Anne como Jack comparten una larga historia de disfrute de la compañía de sus «mascotas». A la vez, la relación de Anne y Jack tiene mucho de juego erótico, de unos roles en perpetua evolución que se cimentan en el cariño mutuo. Y, cuando Mary entra en juego, se cuestionan muchas cosas, como por ejemplo: si la mascota es quien tiene el poder sobre la capitana, ¿quién es la esclava de verdad, la mascota o la capitana?

Diana, a mí lo erótico no me va

Con esto último no contaba. Quizás podría haber intuido todos los demás puntos y decidí no hacerles caso. Pero, cuando comencé a publicar erótica —un género, como ya he dicho, bastante agradecido desde el punto de vista económico y emotivo—, me sorprendió que algunas personas fueran así de tajantes. Diana, es que a mí lo erótico no me va. Uh, ¿pero lo erótico no le gusta a todo el mundo? Pues oye, no.

Aquí no hay mucho que hacer. Sí es cierto que existe un prejuicio, similar al que otras personas tienen con la ciencia ficción o con los autores patrios, que es el de pensar «a mí no me va esto» cuando realmente no has leído nada de ese palo, o lo has leído sin saber que lo era (quizás disfrazado de romántica o de ficción literaria). A ver, a mí tampoco me va todo lo erótico. Hay novelas con mucha carga erótica que no me han gustado NADA.

La erótica es algo personal, pero creo que le tenemos un respeto excesivo como autores y como lectores. Pocas veces una novela erótica es solo y exclusivamente sexo. Y, además, es ridículo tenerle miedo a una novela erótica si te ventilas fanfics porno explícitos de la muerte, que sí, son de tus personajes adorados, pero te los lees por la chicha, no me vengas con zarandajas. Y no tiene nada de malo. Solo que a lo mejor también puedes sentir esa conexión con otros personajes.

Pero, por supuesto, no le recomendaría ¡Sí, mi capitana! a alguien que me diga que no le gusta leer escenas de sexo. Porque se basa en eso. A menos que seas una persona maravillosa y te lo leas porque francamente te gusta cómo escribo o cómo desarrollo los temas, que las hay.

Mírala a ella, qué maja.

En suma: ¡Sí, mi capitana! es lo que es. Es una novela muy hentai, con grandes cantidades de sexo, con BDSM y con penes (y coños). Pero también es una novela de humor y de aventuras y mi forma personal de explorar un romance entre dos chicas con un patrón de dómina y sumisa. Las personas a las que más les gusta han abrazado esta dualidad y sintonizan con ella. Diría que es algo similar a lo que sucede con Un pavo rosa, solo que con géneros totalmente distintos: si intentas leerla con expectativas rígidas acerca de lo que «debería ser», es probable que te choque o te moleste, porque no es eso. No podría serlo aunque quisiera.

Eres tú quien tiene que decidir dónde están las fronteras de tu comodidad y hasta qué punto te interesa una historia como esta. Yo lamento de corazón los sonrojos y las decepciones, pero no voy a disculparme por crear la erótica que a mí me gusta leer. Por su parte, esta publicación está dedicada a la pequeña y activa cohorte de fans de este libro, esos que me preguntáis desde hace tiempo «para cuándo la segunda parte». La habrá, la habrá… 😉


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Cómo escribir un relato erótico (y no parecer virgen en el intento)

Este es un artículo que publiqué por primera vez en 2002 en mi antiguo blog, estrambotica.com, bajo el seudónimo de Elenis. Ha sido reproducido decenas de veces en otros sitios web, incluidos foros y listas privadas. Aunque di permiso para que se distribuyera libremente, no pensé que la gente fuera a eliminar mi autoría, a modificarlo suprimiendo las partes espinosas o a utilizarlo para promocionarse, como de hecho ocurrió. Esta es la versión original del artículo tal Y como se publicó el 13 de marzo de 2002, con la puntuación corregida y algunos términos actualizados. Sorprende que, más de quince años después, gran parte de su contenido siga vigente.


CÓMO ESCRIBIR UN RELATO ERÓTICO

Y no parecer virgen en el intento

Autora: Diana Gutiérrez (Elenis), www.dianagutierrez.net

[versión 3.1]

Nota: Estos consejos parten de una óptica totalmente subjetiva. Las personas somos diferentes y vivimos nuestra sexualidad de múltiples maneras. Lo que una considera excitante, otra puede verlo asqueroso.

La erótica es un género que me gusta especialmente: Elenis loves sex. Llevo cultivando el relato erótico bastantes años, aunque desde un enfoque un tanto personal. En este tiempo, he tenido ocasión de leer muchas cosas, e incluso replantearme la función del erotismo en este planeta azul donde vivimos.

Estas reflexiones fueron motivadas por la visita a cierto foro de “relatos eróticos” de cuyo nombre no quiero acordarme. Lo que encontré allí superaba mis peores expectativas: eran puras fantasías porno sin un ápice de imaginación, con toda la pinta de haber sido escritas por un ordenador (metes una lista de nombres, verbos y adjetivos al tuntún, agitas y voilà).

Realmente me parece muy triste que se utilice la expresión “relato erótico” para eso. ¿No lo podrían llamar “letras para chavales que quieren hacerse una paja con lo primero que pillan” o “escenas sin sentido obscenas”, que hasta rima?

Bueno, es problema de la gente contentarse con esas cosas. El caso es que yo no me contento, y antes que leer esa basura me pongo a admirar una foto de Kirsten Dunst (que me excita diez veces más). Sin embargo, me dije: “coño, ¿y si resulta que hay gente con mucho potencial pero que no tiene muy claro cómo plasmarlo?”; “¿y si, después de todo, los que entran allí no son solo pajerillos de tres al cuarto, sino gente que no encuentra lo que está buscando?”. Así que, en un desvergonzado intento de hacer gala de mi pedantería, intenté reunir unos parámetros —que ni siquiera yo sigo siempre— que considero más o menos básicos para los que cultiven (o pretendan hacerlo) este género literario.

1. Antes que nada, planteaos si queréis escribir erótica o pornografía. No hay nada de malo en escribir un relato pornográfico; yo, por ejemplo, tengo alguno en mi haber, y hay historias muy buenas —y muy excitantes— en las que la línea de separación entre lo erótico y lo porno se difumina. Es difícil establecer con claridad qué corresponde a cada concepto, y más ahora, cuando la moral sexual está por suerte cambiando. Pero en la práctica general, cada cosa tiene sus reglas.

El erotismo es delicado y sensual, sugiere más que muestra, hace metáforas y analiza sentimientos. Da y pide calidad. La pornografía —“descripción de lo obsceno” — es más instintiva y ruda, muestra todo, utiliza un lenguaje directo y simplista y se rige por la cantidad. El erotismo insinúa; la pornografía describe en detalle. Un sólido hilo argumental (incluido el “argumento” del propio acto sexual), en el que otros temas tienen tanta importancia como la propia descripción de los actos, corresponde al erotismo. Cien orgasmos bestiales entre expresiones como “polla de 30 cm”, “se corrió en mi boca”, pertenecen al campo de la pornografía.

2. Dad a vuestra historia una base sólida. Ponerse a escribir una historia con la única meta de describir actos sexuales es válido, pero suele cantar mucho. Es como “blablablá, blablablá, Y YA!!! SE METEN EN LA CAMA!!!”. Suele ser de gran utilidad hacer consideraciones previas de tipo literario. ¿Qué tipo de narrador y qué puntos de vista vamos a emplear? ¿Cuánto tiempo transcurre en la historia: minutos, semanas, meses? ¿Cómo vamos a narrar ese tiempo? ¿De qué manera el espacio refleja los temas que se tratan? Ese esquema inicial será crucial en la narración.

Asimismo, dotad de una cierta redondez o profundidad psicológica a vuestros personajes. Huid de los tipos: la erótica es uno de esos géneros a los que les sienta muy mal la superficialidad. La experiencia sexual nunca es igual, como no lo son los lugares, los participantes o las prácticas que se lleven a cabo. No penséis solo en quienes van a follar como personajes-tipo. ¿Quiénes son esas personas? ¿Cómo son? ¿Qué les lleva a tal situación, y por qué?

3. Mantened un tono: que la forma refleje el fondo. ¿Qué queréis decir con la historia? ¿Es el encuentro furtivo entre dos desconocidos que jamás volverán a verse?, ¿la experiencia solitaria de una púber?, ¿el tenso triángulo amoroso entre una mujer, su marido y su amante? Uno debe buscar el concepto original de su relato: por ejemplo, en estos casos podrían ser la fugacidad del deseo, la pérdida de la inocencia y la infidelidad. Cada uno de ellos debe ser tratado de una manera distinta, con lenguajes particulares, utilizando técnicas y recursos tan dispares como el humor, la hipérbole, el flashback o analepsis, el empleo del diálogo en vez de la descripción…

Asimismo, la creación de climas y ambientes según el significado de la narración es vital. No es necesario que un simple polvo nos haga reflexionar sobre el sentido último de la existencia, pero sí que un toqueteo entre unos amigos de toda la vida no se parezca en nada al arrebato de una señora mayor que se folla al jovencito del que estaba enamorada.

4. Huid de estereotipos como de la mierda. Por favor. La mayoría son sexistas, clasistas y ridículos, cuando no directamente humillantes, y constituyen un insulto para el lector inteligente.

  • Regla de oro: Jamás toméis la limitada gama del porno comercial como referente.
  • El manidísimo tema de la “niña buena” dulce y pura que es pervertida, y que se atormenta diciéndose «oh qué guarra soy, qué sucia», y sufre todavía más al darse cuenta de que realmente le gusta lo mucho que se la guarrean, es lo peor. No solo da la imagen de que todas las mujeres, en el fondo, son unas putas; también va asociado con el pensamiento de “aunque diga que no, yo sé que le gusta”. Hay que tener un sadismo exacerbado para disfrutar con esta tortura de la chavala, y para mí sexo es jolgorio, no daño. Además, este argumento no tiene nada de intrigante: se sabe de antemano que todos acabarán tirándosela.
  • Las mujeres pueden follar. No solo están ahí para lucir lencería y ser folladas. Asimismo, el hombre no empieza y termina en su pene.
  • No fetichicéis. Pollas largas, tetas enormes, depilaciones de inhóspitos lugares, tacones de aguja, nancygirls que siempre llevan ropa “uy-dios-mío-lo-voy-enseñando-todo”… Todo eso que la pornografía ha calificado como “sexy” es cultural, y como tal, puede no gustarle a todo el mundo. Antes que basaros en elementos impositivos, ajustaos a la forma de pensar de vuestros personajes y a la situación.
  • Asimismo, tampoco mitifiquéis situaciones. Por ejemplo, nuestra cultura tiene obsesión con todo lo que comprenda la “primera vez” (yo también confieso mi devoción, influencia del slash). Pero no os ciñáis a eso: tan interesante puede ser la primera como la quinta o la sexta, porque cada una puede ser primera en su estilo.
  • En el sexo, se musitan frases que no tienen sentido, uno se cambia de posición, se dice “así no”, uno se puede cansar, una persona se puede correr y otra no, alguien se puede poner a fantasear con otras cosas, se puede decir “me estás haciendo daño” y uno no se suele correr dando tales berridos que despierta a todo el vecindario. Es decir: la experiencia sexual puede resultar mucho más realista si se adereza con estos pequeños toques y no se queda en el campo de lo distante e ideal.
  • El dirty talk solo tiene sentido cuando los personajes ya se conocen un poco. Dos personas que tenían reparos a la hora de tocarse no van a empezar con una verborrea “¿te gusta, verdad? Yo sé que te gusta” nada más empezar. Suelen existir cosas llamadas pudor y falta de confianza.
  • El final feliz y la experiencia que siempre resulta la más gratificante de toda la vida de los participantes. ¿Alguien podría introducir algún cambio en esto, ejem? ¿Es que no existe el sexo mal hecho, o el dolor emocional (o físico), o siquiera un final que no sea “y comieron perdices”?

5. Describid con profusión y sensualidad. No tengáis miedo de narrar después del “fundido en negro” si es justo lo que buscáis. ¡Fuera contenciones! Utilizad adjetivos sugerentes, narrad acciones y percepciones simultáneas. Tenéis que convertiros en los cinco sentidos de los personajes del relato. Vuestra propia historia ha de excitaros, si no de una manera puramente física (aunque si es también física, mejor que mejor), al menos de forma espiritual. Lo ideal —y lógico— es que al leer una exaltación de la carnalidad todos salgamos con ganas de tener sexo.

6. Mantened un cierto grado de credibilidad para una persona media. O sea, no exageréis. Usualmente, las chicas de dieciséis años no salen a la calle sin ropa interior y participan en orgías junto al mercado con desconocidos. Claro que puede ocurrir, pero sería mucho más creíble que la chica saliese con sus bragas puestas y follara con un exnovio en un callejón oscuro cerca del mercado. A la vez, es bastante ilógico que un chico se encuentre a su hermano en la cama y acceda a encularlo sin más preámbulos; ¿qué opinan ambos del incesto? ¿No siente el chico rechazo?

Y como estas, cien: mujeres multiorgásmicas que se desmayan y siguen follando, jóvenes que se suicidan tras hacer el amor, candelabros que se meten en vaginas cien veces más pequeñas… Cuidad de no tener una visión distorsionada del sexo: vuestras historias deben ser plausibles. Si vais a introducir elementos fantásticos o extremos, hacedlo con mesura.

7. Si escribís más de una escena erótica, o varias historias, variad los elementos. Es algo importantísimo. Todos tenemos nuestros kinks, o pequeños fetiches: situaciones que nos gustan más que otras, parejas que nos excitan, posturas y prácticas que nos agradan… y no es extraño que nos encontremos describiendo cosas parecidas casi con las mismas palabras (esto les ocurre hasta a los escritores profesionales).

Pero el sexo está lleno de potencialidades. Dad alas a vuestra fantasía: esforzaos por salir de vuestras preferencias y explorar nuevos territorios. Introducid temas diferentes, ricos, sin prejuzgarlos. Son fantasías. No vais a pervertiros por hablar de una experiencia de sexo en grupo. (Nota obligada: tampoco os tiene que gustar vuestro propio sexo por el simple hecho de que os excite leer o escribir una historia sobre una relación homosexual. Somos humanos, carajo.)

8. Tened cuidado cuando flirteéis con el sexo no consensuado. Creo que no se le da suficiente importancia a esto. En la vida real, una agresión o un abuso sexual SIEMPRE constituye una experiencia traumática, y personalmente encuentro grosero que alguien la describa como sexy o excitante (véase el tema de la niña buena en 4 y toda una tradición literaria y audiovisual que erotiza la violación de las mujeres). Muy bien, los relatos eróticos son solo fantasías y bla, bla, bla, pero dicen BASTANTE de los complejos de quien escribe.

Por lo general, yo no disfruto con la idea de que alguien fuerce a otro a hacer algo que no quiere. Sin embargo, he leído cosas que trataban el tema de la violación desde perspectivas paralelas: los sentimientos que podrían llevar a una persona a ello, la recuperación del afectado, la participación en el acto de personajes no humanos y que por tanto no sienten de la misma forma, etc. En este caso, el asunto entra dentro de un marco más amplio.

A la vez, hay toda una serie de eventos que bordean el abuso sexual y que se tratan a menudo en las narraciones eróticas. Ocurre cuando la persona no es del todo consciente de lo que (se le) está haciendo: efectos de drogas o alcohol, control mental, hechizos mágicos… También existen veces en que la persona consiente a duras penas, como es el caso de la presión psicológica o los “tratos” tan habituales en el cine.

Todo lo que puedo decir al respecto es: cuidado. De estos temas pueden salir historias muy eróticas y muy bien escritas, dominaciones tan sutiles que rebosan morbo o fantasías algo tabúes que resultan estimulantes, pero… hay que ser muy ducho al escribirlos, y tener en cuenta que el lector puede no estar identificándose con el morbo que creemos que tiene la historia, sino con el dolor y la humillación del afectado.

9. Clasificad vuestras historias, marcando especialmente las parafilias. Muchas personas leen una historia buscando algo en concreto, y esto no tiene nada de malo. Especificad los personajes y las parejas formadas (“pairing” lo llamamos en el slash; por ejemplo, Missy/Torrance :)), o la identidad sexual de los mismos (en un trío: nene+nena+nene). Si la historia está MUY orientada al sexo, también deberíais hacer una referencia a las prácticas que se llevan a cabo. Hay una serie de códigos anglosajones al respecto que podemos castellanizar, como una historia oral/anal/orgía/gay/hetero, que habría de contener todos estos elementos. Pero sobre todo, avisad al lector de lo que va a encontrar. Los slashers siempre ponen un par de frases al principio, del estilo de “aquí hay nenes follando con nenes y nenas follando con nenas. Si no te gusta, no sigas”. De la misma forma: “aquí hay sadomaso”; “aquí hay disciplina inglesa”; “aquí hay zoofilia”; “aquí hay scat (coprofagia) y lluvia dorada”; “aquí hay tortura y snuff” (¿¿quién querría escribir snuff??)…

Lo que nos lleva a un punto colindante con 8. Sin ánimo de coartar la creatividad de nadie, algunas cosas pueden llegar a ser no solo denigrantes para la raza humana, sino también ilegales. Por mucho que te apetezca escribir sobre la violación de una niña, podrías dar con tus huesos en chirona si alguien lee eso y en tu país está penado.

10. Informaos sobre el otro género. Hombres y mujeres somos mucho más parecidos de lo que algunos creen, pero también somos diferentes físicamente. Hay gente que pretende escribir sobre otros géneros sin tener siquiera idea de su anatomía, proporciones o actitudes culturales.

En este último aspecto, se suele masculinizar en exceso a las mujeres (ej.: presuponer que están siempre dispuestas a hablar de guarrerías, cuando existe todo un bagaje cultural que lo impide) y feminizar a los hombres (ej.: los hombres, por lo general, no rompen a llorar en cuanto algo les sale mal, tienen costumbre de reprimir sus sentimientos).

Si vais a narrar un encuentro homosexual entre personas de un género que no es el vuestro —caso de chicos que escriben sobre lesbianas, chicas con historias m /m…—, ocupaos de que lo que está en vuestra imaginación tenga algo que ver con la realidad.

11. Vigilad la ortografía, la gramática y la semántica. Por favor. No os cuesta nada pasarle un corrector ortográfico a vuestro texto, buscar una palabra en el diccionario o poner puntos, comas y mayúsculas donde sea necesario. Sed claros y concisos en la construcción de las frases. Vigilad la ilación y la estructura: no saquéis consoladores de la nada, a menos que los personajes estén haciendo magia. Si no estáis seguros del significado de una palabra, sustituidla por un sinónimo. Sed conscientes del sentido general. Y sobre todo, naturalidad: no pretendáis dar una impresión excesivamente culta o rebuscada. La sinceridad es una de las mayores cualidades a la hora de escribir.

12. Asumidlo, es ficción. La tontería de empezar como si la historia fuese un reality show (“Hola, me llamo Pepita y esto me pasó hace un mes con mi amiga Susanita. Me da mucha vergüenza contarlo pero lo voy a hacer, y además, con profusión de detalles”) me pone de mal humor. ¡¡¡ES FICCIÓN, COÑO!!! El hecho de que un relato se presente como “real” no lo hace más excitante, excepto tal vez para algún bobo que realmente se crea que Pepita (Paquito en su vida privada) va por ahí contando sus experiencias en los foros.

La literatura es ficción: como decía Onetti, “mentir bien la verdad”. Yo busco en una historia que sea interesante, excitante y que esté bien escrita, y me importa un carajo si ha ocurrido de verdad o no. Es más: prefiero la ficción que se presenta con valentía como tal. Y me trae al fresco la vida de Pepita o lo que pueda hacer con su amiga Susanita, porque para mí ambas son en ese momento personajes, no personas reales. Como veis, no soy amiga de los docu-shows y defiendo la validez de la fantasía por sí misma.

Mi amigo Alcibíades añade por mail tres recomendaciones más que suscribo, a saber:

  1. La lectura de libros de buena literatura erótica.
  2. Inspirarse preferentemente en experiencias (vitales o sexuales), o en las propias imaginaciones. “Situar las acciones, los personajes, las cosas, en un contexto que conozcamos por haberlo vivido, soñado, imaginado o estudiado”.
  3. Escribir ante todo para que las cosas le gusten a uno, “porque si no, difícilmente se podrá escribir algo bueno”.

Mucha suerte (y mandadme vuestras obras ;)),

Diana Gutiérrez


Buena parte de los tropos que menciona este artículo los subvertí en mi novela erótica ¡Sí, mi capitana! (Café con Leche, 2016), que se inspira en el tropo de la niña buena pervertida para empoderarla. Es una novela de piratas que mezcla aventuras con escenas de sexo muy explícitas y diferentes.

también edité la antología erótica Cuando calienta el sol (Café con Leche, 2014), una colección de relatos erótico-pornográficos diversa y plural. Habréis notado cierto énfasis en las posibilidades del sexo con participantes «no humanos». Si os interesa, compradla y leed mi relato, Alienígenas bisexuales del espacio exterior.

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Sant Jordi 2018

Este Sant Jordi estaré en Barcelona firmando ejemplares de Un pavo rosa, Un pavo rosa 2¡Sí, mi capitana! y todo lo que queráis traer (fanfics vergonzosos incluidos) en los siguientes puestos:

Pasaos y charlamos un rato. Si no me encontráis en un puesto, a lo mejor estoy en otro o he salido a por un café y vuelvo enseguida. Lo bueno es que el paseo de Sant Joan es uno de los lugares más interesantes para celebrar Sant Jordi en Barcelona, con lo que os lo podéis recorrer de arriba abajo. 🙂

Como dato curioso, estoy aprendiendo a hacer dibujitos de los personajes de mis novelas, así que a lo mejor os dejo alguno de recuerdo… ^^

Para datos de presentaciones, más ferias, etc., todavía tendréis que esperar un poco. Estad atentos al Twitter, porque ahí compartiré todo lo que esté confirmado en cuanto lo sepa, pero solo dos avances: estaré en Madrid en junio y es muy probable que esté en Portugalete (Bilbo) el mismo mes.

¡Abrazos!Facebooktwitterlinkedintumblrmail

¿Qué puedes esperar de Un pavo rosa 2?

¡Un pavo rosa 2 ya está aquí! Sale a la venta el 11 de abril de 2018 (¡iiih, queda menos de un mes!), pero lo puedes pedir en preventa en la web de la editorial, Meracovia, y te lo enviarán a casa sin gastos de envío (solo residentes en España, sorry).

Portada de Un pavo rosa 2, dibujada igualmente por la gran Esther Gili.

Aunque te hayas leído el resumen publicitario (o los dos primeros capítulos), seguro que tienes preguntas acerca de lo que te vas a encontrar en semejante tocholibro de 614 páginas. Intento responderlas aquí:

1) Es la continuación directa de Un pavo rosa.

En realidad, Un pavo rosa y Un pavo rosa 2 son la misma novela (solo que, SORPRESA, la dividimos porque nadie se habría comprado un ladrillo de 1000 páginas que va de «comedia ligera», JAJAJA). Siempre planteé la historia en dos actos, como un musical, y este es el segundo. Como tal, resuelve buena parte de las preguntas del primero y muestra las consecuencias de acciones que sucedieron entonces.

Aunque he intentado introducir recordatorios y no entrar completamente «a saco», reconozco que es MUCHO mejor tener el primero bien fresco antes de leer Un pavo rosa 2. También puedes leer las preguntas frecuentes, los perfiles de los personajes o, ya si quieres verme en modo onanismo total, leer la historia de Un pavo rosa tras los focos para saber qué acontecimientos de mi vida inspiraron esta locura (pista: hay alguna rubia).

2) Está escrita de la misma manera, con sus cambios de perspectiva, sus saltos temporales, sus escenas WTF y las pajas mentales de Nick y Álex.

Todo esto es marca imprescindible de la casa. 🙂 Lo único, ya que algunas personas me dijeron que se perdieron un poco con los saltos en el tiempo de la primera parte, esta vez he intentado distinguir mejor las fechas y los acontecimientos. Cuadrar esta novela ha sido una experiencia horrible, terrible, brutal, dependiente de Excel y de chorrocientas conversaciones por correo electrónico con la correctora. Si encuentras incoherencias, por favor, apiádate de mí y comunícamelas con delicadeza, porque me he pasado cientos de horas intentando cuadrarla al minuto.

3) Es mucho más larga que Un pavo rosa.

Vale, sí, llega dos años después de la primera, pero es que ES CASI EL DOBLE DE GORDA (+600 páginas). Estarán Álex y Nick, por supuesto, y su historia de ¿amor?, y sus dramas con sus familias y con el instituto, pero en sus vidas hay muchos altibajos y, además, en algún momento tendrán que plantearse qué quieren hacer en el futuro. Así que sí, pasan mogollón de cosas, qué menos.

4) Salen muchos de los personajes de Un pavo rosa… y ahora los conocerás más a fondo.

En Un pavo rosa hay mucha gente, ya lo sabemos. No obstante, en la primera parte apenas pude esbozar a muchos de los secundarios, porque me centré en la historia de las protagonistas. Ahora algunos tienen un papel más importante y sus historias también son más relevantes. Con todo, se me han quedado algunas en el tintero, pero para algo están los Entreactos. 🙂

5) Es más realista que Un pavo rosa.

Vamos a poner los puntos sobre las íes: Un pavo rosa era muy, muy, MUY delirante, me gusta así y siempre lo quise así. Soy consciente de que tiene un punto realista, pero para mí siempre fue secundario.

Un pavo rosa 2 es… digamos que la siguiente fase. Una vez ya conoces a los personajes, solo puedes sumergirte hasta el fondo con ellos e intentar entenderlos. Aunque la segunda parte también tiene su buena cantidad de diálogos ridículos (y cuenta con la nada despreciable imaginación de Álex y Nick), tiene algunos momentos que me hacen sentir incómoda porque se parecen mucho a experiencias que he vivido. Y esto está relacionado con lo siguiente…

6) Es más oscura que Un pavo rosa.

Aunque, en general, Un pavo rosa 2 sigue siendo comedia, tiene más porcentaje de drama que la primera parte. Creo que es una evolución natural. Al conocer más a los personajes, vamos a ver algunos lados que no siempre serán positivos. Y al centrarse en la evolución de una relación y no solo en los abundantes sentimientos de Álex por Nick, hay desencuentros por ambas partes. Desencuentros de los que duelen un poco, porque creo que todos hemos vivido relaciones de esas que son a la vez el cielo y el infierno, y yo no quería callarme las partes malas. Unamos a eso una pizca de «no sé qué hacer con mi vida» y una buena cucharada de «este mundo yo no lo entiendo» y tenemos más lagrimitas.

7) Sabrás más sobre las familias de Álex y Nick.

Es curioso cómo ese elemento, que en un principio casi ni existía, se ha desarrollado en mi cabeza de manera que hay toda una historia detrás (que merecería su propio libro). Por eso mismo, no esperes saberlo TODO. Estoy segura de que habrá revelaciones que te sorprenderán, pero quieras que no, esta todavía es es la historia de las hijas. (Todavía, sí. He dicho todavía.)

8) Hay un poco más de sexo.

En realidad, en Un pavo rosa no hay demasiado sexo (y el que hay es relativamente decepcionante), pero al tener más páginas y mostrar relaciones más tangibles, Un pavo rosa 2 contiene más escenas relacionadas que su predecesor. En palabras de la editora: «Son escenas más… concretas». Lo dejo a vuestra imaginación.

9) Puede que cambies de #team.

Solo es una posibilidad basada en las personas que lo han leído hasta ahora. También han surgido nuevos personajes favoritos, nuevas escenas favoritas y se me ha odiado mucho, pero que MUCHO, MUCHO.

10) Hay un final.

Puede gustarte más o menos, pero Un pavo rosa acaba aquí. Que yo no digo nada, pero de momento esto es todo, amigos. Que en fin, ya me conocéis y está claro que me voy a dar un tiempo y voy a hacer otras cosas y a quién quiero engañar, a qué vienen esos sueños si no, vamos todos a descansar un poco después de estas seiscientas hojas de acontecimientos en distintas líneas temporales, referencias noventeras y un nivel de implicación muy superior a nada que haya escrito nunca, porque si no voy a acabar maracas (aunque, sinceramente, leyendo lo que escribo una piensa que es muy probable que lo esté ya).

«No es un adiós, solo es un hasta luego». Pues eso.Facebooktwitterlinkedintumblrmail

Guía para NO ser un escritor brasas

Los artículos de este blog no suelen estar destinados a escritores, pero con este voy a hacer una excepción porque interesa tanto a quienes escriben como a los que hacen algún trabajo artístico y a todo el círculo que los rodea. Quiero hablar de lo que pasa con los autores cuando comienzan a tomarse lo de escribir «en serio» e, incluso, a ser publicados y lidiar con las cuitas del mundo literario.

Para resumirlo: la mayoría de autores, que a pesar de sus rarezas son buenas personas, se convierten en unos ególatras de cuidado y se pasan unos años que no hay quien los aguante.

Esta fase es un problema tanto para el escritor (que quizá no lo sepa pero se le está tachando de «brasas» a sus espaldas) como para los más cercanos al escritor, que de sentirse contentos y orgullosos comienzan a desear que eche un poco el freno.

Como creo que ya he pasado esta fase (aunque todos tenemos recaídas) y ahora estoy sufriendo las de otros, pensé que escribir algo al respecto podía ser de utilidad para los que estén en brote, entrando en brote o saliendo del brote. Siempre ayuda ver las cosas con perspectiva; también lo dejo aquí como recordatorio para mí misma. 😉

Escribir es genial… y lo sabes.

Escribir es una maravilla. Tiene sus momentos mejores y peores, pero el que escribe sabe que hay una magia especial en sentarse a darle forma a algo que solo existe en su cabeza. Es crear una burbuja única donde pasan cosas maravillosas. Para mí la necesidad de escribir se equipara a la que tienen otras personas de expresarse mediante otros métodos, de crear arte o de hacer ejercicio físico. Es una parte muy importante de mí que tengo que atender.

No todas las personas que escriben sienten el deseo de publicar y/o de seguir una carrera como autores. (Entre otras cosas, porque es muy difícil ganarse la vida escribiendo, pero eso da para otra entrada.) Sin embargo, hay muchas, montones, que sienten el deseo imperativo de ser leídas por cuanta más gente mejor. Es muy raro encontrar un escritor que solo escribe por encargo o que le da igual que le lean o no. Los hay, pero son pocos y son gente muy descreída o muy asceta. En casi todos los escritores predomina el deseo de comunicación con los otros, de «decir» algo.

Cuando el autor finalmente se identifica como tal (es decir: dice «yo soy escritor» y decide que quiere potenciar al máximo esta faceta), normalmente debido a una buena noticia en este ámbito (le publican algo, va a autopublicar algo, gana un premio, ha terminado una novela, etc.), sucede lo mismo que cuando sales del armario. «Escritor» pasa a ser una de las facetas más importantes de tu persona, algo que te define. El resto de facetas (hija, padre, periodista, amante de los animales, aficionada a la historia, de izquierdas…) se queda temporalmente en segundo plano.

Entonces viene el crujir de dientes y la guía de cosas que, como escritor autoidentificado, NO debes hacer (a menos que te guste ser un coñazo).

1. Deja de dar la brasa a tus familiares y amigos.

Saben que has publicado, que vas a publicar o que publicas algo nuevo. Fantástico. Hay familias que te dan la enhorabuena y luego si te he visto no me acuerdo, y hay otras que se involucran hasta el punto de que parece que les va la vida en venderte un libro. Puede ser un poco molesto o vergonzoso, según el caso, pero por desgracia, no tienen la obligación de alabarte, comprarte nada o sentir el más mínimo interés por ese personaje de tu libro que a ti tanto te emociona.

Informa a tus amigos de lo que publicas y, cuando salga, de dónde pueden encontrarlo. Ese es un comportamiento normal: estás entusiasmado, quieres compartir tu felicidad con otros. La gran mayoría te apoyará y se comprará tu libro (aunque luego no se lo lean). Incluso vendrán a tus presentaciones a escucharte hablar de eso en particular (¡y eso ya es amistad!).

Pero no esperes que, en otros contextos, reunidos todos para ir al cine o hacer otra cosa, aunque tú vengas de un encuentro con lectores que te ha encantado, se interesen por todo y esperen que lo cuentes en detalle. La gente tiene sus propios problemas y la confusión de «amigos» con «fans» es peligrosa. Los amigos son personas que te apoyan y a las que apoyas. No están para validar cada uno de tus pasos en las decisiones que tomes como escritor y, desde luego, créeme que a la mayoría no les interesan.

Lo que quiere decir:

  • Deja de dar la brasa contando detalles sobre la nueva novela que estás escribiendo. Y mucho menos haciéndote el intrigante. Los amigos te sonreirán y te dirán que tienen ganas de leerla, ¿qué te van a decir?
  • Deja de dar la brasa vinculando cada cosa que pasa con tu libro. Si viene un camarero y os ofrece vino tinto, no digas: «¡anda, como en mi historia!». Si haces eso, eres pesado. ¿Sabes la cantidad de veces al día que los escritores nos referimos a las novelas que tenemos entre manos o que acabamos de publicar? Pues son muchas. Nosotros vivimos en buena parte en nuestros mundos, pero el resto de la humanidad no tiene por qué compartir esa pasión. Imagina lo que te aguantan tus amigos y dales cancha.
  • Deja de dar la brasa hablando de ti todo el rato y de cómo están tus novelas. Están bien, gracias. En su lugar, podrías preguntarles a tus amigos cómo están ellos. Cuando no estás en ese mundo maravilloso que construyes cuando escribes, deberías hacer un esfuerzo para prestar atención al mundo real.

Si no bajas de tu nube y dejas de dar la brasa con lo que escribes, habrá cosas que te perderás. Si tus amigos te ven demasiado absorbido en ti mismo, no te contarán cómo están ellos. Empezarán a pensar que eres una persona egoísta (y como tal te estás comportando), que no les atiendes, que solo estás pendiente de tus problemas.

La gente vive estos momentos de absorción total cuando tiene un niño, adopta un cachorrito, comienza un trabajo nuevo o se enamora. Normalmente aguantamos a nuestros amigos cuando les pasa esto y estamos felices por ellos, pero que levante la mano quien no ha pensado «pero qué pesada está Pepi, de pronto su mundo SOLO es esto». Y echamos de menos a la Pepi de antes que se reía con nosotros y estaba en nuestra onda. ¿Entiendes? Pues eso eres tú con tus libros.

Por eso está bien que, en internet, tengas perfiles o audiencias diferentes para hablar de ti como autor y para hablar con tus amigos. Hay gente que comparte un 20%, un 50% o un 80%, pero desde luego no recomiendo compartir el 100% a menos que no uses las redes sociales más que COMO AUTOR. Tus amigos te quieren, pero es difícil que soporten que solo hables de tus libros. La mayoría acaban silenciándote (seguramente ya lo habrás sospechado), silenciando hashtags de tus libros (100% verídico) o distanciándose de toda esa parafernalia que de pronto es tan importante para ti.

Harás «amigos» nuevos gracias a esto, sí. Pero no alienes a las personas que son de verdad importantes y que ya están en tu vida. Luego puedes lamentarlo mucho. Respeta los canales que ya teníais y no te olvides de hablar con ellos de tú a tú y de preguntarles cómo están, en lugar de dar por supuesto que están ahí para seguir todo lo que dices de tus libros.

2. Deja de dar la brasa a gente que no te conoce de nada.

Esta es una faceta fascinante de los autores que están en su primero, segundo o tercer año de publicación y se sienten poderosos, a la par que tienen la sensación de que «tiene que haber más donde rascar».

El hecho de que las ventas no suelen ser las esperadas (porque no sé cómo lo hacemos, que siempre nos esperamos miles de millones), combinado con el halagador hecho de que HAY VENTAS y gente que te habla de tu libro, crea una especie de monstruo-autor que por una parte está entusiasmado y quiere hablar de lo que hace y por otra tiene un poquito de complejo. Cree que debería ser más conocido, que deberían darle más rédito, y lo compensa… ¡hablando más de sí mismo!

No tiene nada de malo que los demás sepan que eres escritor, pero no puedes monopolizar cualquier charla con tus progresos literarios. Son incontables las veces que he asistido a una cena o un evento donde había algún autor y he acabado enterándome de la vida y milagros de ese autor, por no mencionar toda su obra o futura obra. Lo gracioso es que, un 90% de las veces, ellos no se han enterado de que yo también soy autora, porque estaban tan embebidos en su ola de entusiasmo egocéntrico que les resultaba imposible concebir un igual (o, peor aún, alguien en una fase posterior) a su lado.

Por lo tanto:

  • Deja de colar el tema de que escribes, lo mucho que escribes y lo importante que es lo que escribes cuando estás rodeado de personas a las que acabas de conocer. Sé que es importante para ti, pero piensa un poco en tu audiencia, de la que no sabes nada. Puede que haya quien acabe de regresar de una sesión de quimioterapia. Puede haber alguien que esté preocupado porque va a perder el trabajo. Puede haber otros autores con más experiencia que tú o personas que hagan un trabajo artístico totalmente diferente. No te creas tan especial y no acapares la conversación. La gente se cansa y se despide con cualquier excusa pensando que serás escritor, pero eres un brasas.
  • Deja de pensar que el mundo gira en torno a ti y haz preguntas a los demás acerca de ellos. Una vez estaba comiendo con varias personas y se presentó un autor que acababa de poner su libro en Amazon; se pasó el rato leyendo su propio libro en un dispositivo electrónico (?) hasta que alguien le preguntó; entonces comenzó a hablar de la novela que había publicado y del mucho dinero que le estaba dando. Es un ejemplo exagerado, pero he visto una actitud similar en otros escritores en algunas reuniones sociales. Un buen escritor debe sentir curiosidad genuina por lo que le rodea; no es bueno que vayas por ahí como un sistema solar autónomo y solo contestes si te preguntan sobre TI. A lo mejor encuentras un alma gemela o alguien que te recomienda una lectura magnífica. A lo mejor participas de una conversación interesante que no tiene nada que ver con la escritura, pero que te da ideas geniales para lo que estás escribiendo.
  • No has inventado la rueda. Escribir no te convierte en un ser superior y, de hecho, hace muy fácil mostrar el propio desconocimiento y quedar en evidencia. Lo bueno es que la mayoría de gente es educada y la mayoría de escritores están demasiado absorbidos en sí mismos para darse cuenta de sus metidas de pata. Si estás escribiendo sobre alguna enfermedad rara, cuidado que no haya un médico en la sala. Si tu novela se burla de los teleoperadores, ojo con que tu interlocutor no sea o haya sido exactamente eso. Y si estás fardando ante la concurrencia de que tus libros están disponibles en más de veinte países, ojo con no haber dicho antes «con Amazon» y que alguien de tu público no sea otro escritor o, aún peor, un editor.

En las redes sociales hay una etiqueta sencilla: no añadas a gente que no conoces de nada simplemente para soltarle publicidad de tu libro. Si vas a ponerte en contacto con alguien que crees que puede estar interesado en lo que escribes, qué menos que presentarse primero.

3. Deja de dar la brasa a otros autores.

Los autores, editores y demás gente del mundillo literario son las principales víctimas de… la gente del mundillo literario. No somos tantos y nos conocemos entre nosotros, sobre todo si frecuentamos los mismos ambientes.

Aquí hay que tener en cuenta algo muy importante que se llama POSTUREO. Todo el mundo está encantado de conocerse, todo el mundo vende mucho y todo el mundo se esfuerza por dar una imagen de persona lectora, persona inteligente, persona conocedora del panorama literario y persona que produce muchísimos textos, la mayoría con un montón de pretendientes.

Muchas veces la realidad es diferente. La gente tiene un montón de problemas que no siempre tienen que ver con el mundo literario. (De hecho, algunos autores con fama de «insoportables» llevan una vida personal difícil, lo cual hace que no sean la alegría de la huerta.) Por otra parte, ya sabemos que en España se vende poco y que los autores tienen dificultades para salir adelante, de modo que debes entender ese entusiasmo casi frenético como lo que es: una mezcla de «me encanta lo que hago» y una buena cucharada de «pero ojalá vendiera más o encontrase un editor más potente». Hay que mantener buena cara delante de posibles editores o de la competencia.

Los eventos literarios son lugares donde se conoce a personas encantadoras y muy imaginativas con las que hacer grandes cosas, pero también son sitios donde algunos dejan salir lo peor de sí mismos. Por favor, no hagas esto:

  • Deja de dar la brasa con quién eres y asumir que todo el mundo te conoce. Algunos te conocerán, otros no; la mayoría de autores, sobre todo si se miran tanto el ombligo como tú, están demasiado ocupados para seguir la pista al resto. Si te preguntan tu nombre, probablemente debas responder con tu nombre, no con tu currículum: «Puri, autora de X e Y, publicada en tal sitio y en tal otro, correctora de J. Mi usuario de Twitter es tal». En algunos casos el interlocutor sí quiere saber esos datos, pero ya se darán de forma normal en la conversación. A menos que quien tengas delante sea un escritor brasas y comience a arrollarte con todo lo que ha escrito, por supuesto.
  • Deja de dar la brasa delante de otros autores con lo bien que le ha ido a tu último libro, lo mucho que vendiste en el evento anterior, el fan desesperado que tuviste, la editorial interesada en tu manuscrito aún no terminado. Para lo desconfiados que son los escritores a la hora de compartir sus ideas de novelas, hay que ver lo bocachanclas que son cuando se trata de otras cosas. Esas cifras que citas pueden parecerle ridículas a otro autor que te escucha (aunque la mayoría de las veces es como hablar de peces). Alguien puede tener contacto con una persona de la editorial que nombras y saber que tienen un autor pesado (¡cuyo nombre coincide con el tuyo!) que está insistiendo para que cojan un manuscrito que no les convence. Comenta lo que quieras acerca de lo que escribes, pero frente a personas interesadas, no por presumir y sin venir a cuento.
  • Deja de dar la brasa acerca del último posicionamiento en el mundillo literario sobre el que tienes una opinión (porque hay que tenerla). ¿No te interesa la opinión de los demás? Precisamente estas cosas surgen porque es necesario un debate, no un hilo de Twitter en forma de discurso ingenioso. Para un DE-BA-TE es necesario escuchar lo que dicen los otros, no solo pontificar. Incluso por tu propio interés: seguro que te interesa saber las opiniones de ciertas personas, déjalas hablar.
  • No has inventado la rueda… de verdad. Precisamente los autores suelen tener más conocimiento de lo que se escribe y se publica y, sobre todo, de su género. Si estás haciendo tus pinitos con el terror, puedes hacer reír mucho a alguien internamente si dices «lo que yo hago no se ha hecho nunca antes, es una vampira que solo se te aparece en sueños». Hazme caso: te muevas donde te muevas, había vida antes de que llegaras, y quedas como un ignorante si intentas alabar la originalidad de lo que escribes diciendo que de eso «no hay nada». A mí me han contado argumentos de libros que he leído hace una década como si fuesen un bombazo. ¿Qué dices en esos casos? Seguro que «eso ya se hizo» no es lo que el autor quiere oír, pero hay algún autor al que no le vendría nada mal un mínimo de aguja e hilo en la boca documentación.
  • No se te ocurra meterte con lo que escriben otros autores y mucho menos con su género literario. Recuerda que no los conoces de nada y que probablemente sepas menos de ese género de lo que te piensas. No sería la primera vez que, al ser preguntada acerca de lo que escribo, me han soltado «pero la ciencia ficción siempre es muy mala» o «a mí es que los libros para niñas no me van» (verídico, verídico, verídico). Obviamente, se te quitan las ganas de continuar la conversación con ese escritor que se cree tan importante y que piensa que solo lo que él escribe ha sido besado por los dioses.
  • Relaja la raja. Si estás enfermo o tienes un mal día, no tienes que parecer estupendo en todo momento. No te van a crucificar porque estés de morros o te vayas pronto. Recuerda que, en el fondo, los autores piensan muy poco en otros autores porque están inmersos en su mundo, por lo que eres lo suficientemente poco importante.

Traducido en términos de redes sociales, esto viene a suponer que tienes derecho a permanecer callado, tienes derecho a no llevarte bien con todo el mundo y NO tienes derecho a añadir a otros autores con el único y exclusivo fin de meterles tu libro por los ojos; entre otras cosas, porque es una manera muy tonta y muy brasas de promocionarse.

Aunque es cierto que los autores suelen leer (aunque menos de lo que dicen), lo que tú necesitas son lectores. Los autores pueden ser fantásticos compañeros de viaje, incluso podéis ser fans el uno del otro. Pero no busques lectores o fans principalmente entre otros autores y no asumas que lo son en potencia. Si sucede, maravilloso, pero aquí no hay ninguna obligación de «como a mí me gusta tu libro, tú debes comprar el mío y hablar bien de él». Y si piensas así, es posible que la amistad en potencia se envenene.

Los autores más veteranos tienen aprendida la lección. Saben que hay que distinguir muy bien entre una potencial amistad y haber leído los libros del otro. Con frecuencia yo entablo amistad con autores que no me piden ni ofrecen nada en términos literarios, quizás porque sabemos que es un terreno pantanoso y porque no queremos más compromisos de ese tipo (porque yo ya tenía muchos amigos escritores). Así que no esperamos que el otro se haya leído nuestras cosas ni mucho menos lo ASUMIMOS. A veces ni siquiera escribimos los mismos géneros. Podría ser que ni siquiera nos gustase cómo escribe el otro.

A veces me da la sensación de que las redes sociales son un cloqueo donde cada usuario pide atención para sí mismo y casi nunca da a cambio la que le gustaría recibir. Con los autores esto sucede mucho, porque cada uno habla de sus libros y de sus cosas. Por eso aprecio en las redes a los autores que ponen en marcha debates o iniciativas literarias o cuentan anécdotas divertidas relacionadas con los libros (sí, también los suyos). Cuando el perfil de un autor solo es publicidad de sus libros, es un rollo para autores y lectores.

4. El mundo no te debe nada. No uses tu faceta de escritor simplemente para obtener validación.

En realidad, muchas veces los escritores brasas lo son por un mal muy común a los artistas: la inseguridad.

Al escribir, ponemos en ello un pedacito de nosotros mismos. Los escritores tienen mucho miedo de que la gente rechace ese pedacito. El deseo de comunicarse se mezcla con un profundo miedo a no ser apreciado y querido. Por eso los escritores anhelan tanto un halago, una palabra de aliento, una mirada de admiración. Que se les escuche.

Por eso casi siempre son tan brasas.

El mundo literario puede ser muy cruel y los autores se pasan el rato pensando en si son válidos o no, si hacen lo suficiente o no, si escriben bien o no. Sin embargo, muchas veces las ventas o las malas experiencias no tienen nada que ver con lo que los autores han hecho o la calidad de sus textos.

No se puede afrontar la publicación exclusivamente como un medio para conseguir una validación personal. Entre otras cosas, ¡es una manera muy mala! Siempre habrá ese relato al que han valorado fatal o no han elegido. Esa novela que han rechazado. Ese capítulo que subiste a Wattpad y nadie se lee, no sabes por qué. Y, como escritores, es muy fácil centrarse en lo malo y no en lo bueno.

Ser escritor es difícil y requiere un trabajo continuo, pero no hay una sola manera de serlo. Quítate los miedos e interésate por lo que sucede en el mundo. El escritor seguro de sí mismo no vive replegado sobre su ombligo ni siente la necesidad de dar la chapa con todo lo que hace a sus allegados, a desconocidos y a otros autores.

Vive abrazando lo nuevo que llega y las experiencias que suponen. Disfruta de lo bueno de cada persona. Encuentra apoyos emocionales, compañeros de viaje y lectores interesados que te animen a seguir. Pero distingue siempre los últimos de las personas que están a tu lado por otras circunstancias y líbralas del peso que supone tener que aguantarte más de lo normal y necesario.

Si sigues estos consejos, no te garantizo el éxito literario, pero sí que, como persona y como escritor, serás mucho más feliz.Facebooktwitterlinkedintumblrmail

Personajes de Un pavo rosa: El señor Moretón

Bueno, digamos que la situación política no me predisponía a continuar con las entradas alegres acerca de los personajes de Un pavo rosa. Con todo, la vida sigue y también las correcciones de novelas, así que reanudo (cual gato cauteloso) esta serie de perfiles con un personaje que en su momento no me decía gran cosa, pero que diez años después ha terminado por llegarme al corazón.

Leandro Fernández de Moretón, alias «profe» o «el señor Moretón»

  • Fecha de nacimiento: 13 de septiembre de 1944
  • Lugar de nacimiento: Illescas (Toledo, Castilla-La-Mancha)
  • Altura: 1,69 m
  • Pelo: Cano (fue castaño)
  • Ojos: Verdes
  • Otras características: Lleva muchos anillos
  • Obra de teatro favorita: La vida es sueño, de Calderón de la Barca, entre muchas otras
  • Palabras más usadas: Querido, emoción, arte, silencio, por favor, Álex
  • Orientación sexual: Desconocida
  • Fetiche inescapable: La opulencia
  • Miedos: Ser un mal profesor, que sus alumnos no aprendan nada, que le retiren subvenciones, que Hacienda investigue sus líos fiscales
  • Parientes: Madre anciana que vive con él

Leandro Fernández Moretón (o «de Moretón», como le gusta denominarse a sí mismo, sin que haya ninguna razón para añadir el «de») es profesor de Lengua y Literatura en el instituto de Álex y Nick y un romántico de su profesión. Su pasión es el teatro e intenta transmitir el amor por la cultura y el arte a sus alumnos con un éxito bastante relativo.

Nacido en el campo, vino a estudiar teatro a la capital y entró en contacto con la escena madrileña de los años sesenta. Aunque actuó en varias obras de joven y hasta dirigió alguna, Leandro, o Leandrito, como le llama su madre, terminó en general cansado de aquella experiencia y muy harto de tener que vivir con estrecheces, algo que nunca había entrado en sus planes. Ya que no tenía intención de casarse ni formar una familia, decidió que lo más seguro era estudiar para profesor de secundaria.

Con tesón y cabezonería, logró sacarse una plaza de profesor en Alcalá de Henares, lugar con el que sintió una inmediata afinidad por su rica historia literaria y teatral y por sus maravillosas costradas, el mejor dulce que Leandro ha probado jamás.

Aunque su devoción por las asignaturas que imparte es auténtica y le gusta trabajar con chavales, los años han convertido al profesor en una persona solitaria y algo desencantada. No es fácil enseñar Literatura a un hatajo de adolescentes que están mucho más preocupados por sus notas amorosas que por la ironía en los textos de Cervantes. Leandro persigue a sus estudiantes, intentando que lean a los clásicos, rogándoles a veces con cariño y otras veces con severidad, pero no suele lograr su objetivo de hacer que se interesen por los temas que él considera importantes ni que refinen un poco sus gustos. Con una excepción: Alejandra Blanco.

Álex es la alumna favorita de Leandro en los últimos tiempos, aunque él está convencido de tratar a todos por igual. El profesor, muy falto de hablar con nadie (adulto o no) de arte o literatura, está sorprendido de hallar una sola persona que ha leído de verdad a los románticos alemanes o con la que puede incluso discutir el teatro del Siglo de Oro. Además, se ve un poco cautivado por su sensibilidad y su tozudez, cualidades que él siempre ha apreciado y que, en el fondo, también distingue en personas como Nick Harrington. Curiosamente, no tiene el mismo aprecio por Jorge Soccoli y cabe pensar que hay algo en él que no le gusta, o que le gustan las chicas testarudas pero no los chicos, o que está bien que las chicas vayan desastradas pero no los chicos, o algo que sin duda tiene que ver con las filias propias del profesor y que le hace rechazar un poco la forma de ser del amigo de Álex.

A pesar de que la vida le ha dado palos, Leandro cree en las segundas y terceras oportunidades y en que la colaboración es el medio para lograr el éxito, aunque a veces siente ganas de tirar todo por la ventana y debe decirse a sí mismo: «Paciencia, Leandro, paciencia».

Datos curiosos:

  • Evidentemente, se llama así por Leandro Fernández de Moratín. Más información en las preguntas frecuentes.
  • Al principio jugué con la idea de que el señor Moretón y la madre de Álex acabasen juntos, pero a poco que dejé que los personajes corrieran libres para pastar, comprendí que al señor Moretón no le interesan sexualmente las mujeres. Supongo que es gay, pero es un personaje cuya vida sentimental es opaca incluso para mí, aunque poco a poco (con la confianza que dan los años) me voy enterando de cosas.
  • He tenido varios profesores de este palo, pero ninguno que cumpla exactamente este perfil. Mi última profesora de Literatura me escribió: «Espero que te acuerdes de tu profe de Lite cuando seas una escritora famosa». Me temo que aún no cumplo los requisitos, pero sí, me acuerdo mucho de ti, Maricarmen, Y DE TODO EL TEATRO DE PREGUERRA Y POSGUERRA QUE NOS TUVIMOS QUE APRENDER ENTRE KILOS Y KILOS DE APUNTES, y te tengo muy cerca del corazón cuando escribo a este personaje.

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Para siempre (Un pavo rosa: Entreactos)

Hoy os traigo GRATIS el primero de los Entreactos, la nueva remesa de relatos de Un pavo rosa. Estos relatos ahondan un poco más en personajes o situaciones que solo se apuntan en los libros. En este caso, por ejemplo… ¿cómo surgió la amistad entre Álex y Jorge? ¿Y es realmente Nick la primera chica en el corazón de Álex?

Los he llamado «Entreactos», porque están pensados para leerse entre el acto I y el acto II. 🙂 Obviamente, SPOILERS del acto I en todos.

También puedes descargarte este relato en PDF o leerlo en Wattpad.


PARA SIEMPRE

 

1

Jorge no creía en el amor de las películas de Hollywood, pero La boda de mi mejor amigo era una de sus películas favoritas.

No es que le gustaran especialmente las comedias románticas. Esa época ya había pasado. Cuando Álex y él tenían catorce años y la costumbre de ir al cine los viernes había derivado en los recientes Ciclos Oficiales de Cine del Club de los Marginados, Álex insistió en ver una película de amor con Julia Roberts de protagonista.

—¿Ya no quieres ver la cuarta parte de Alien? —se atrevió a quejarse Jorge, no muy convencido con el cartel de colores pastel.

—Claro que sí —aseguró Álex—, pero creo que deberíamos ampliar nuestros horizontes. Siempre vemos películas de acción o de guerra.

—Porque son las que molan —argumentó Migue, que también tenía voz y voto en el comité, algo sorprendido ante la intrusión femenina.

—Queremos algo más realista —se quejó también Cheli, y Jorge se preguntó si la petición de Álex no vendría indirectamente de ella—. No vale que vosotros seáis los que siempre decidís.

—Pero a mí este rollo me aburre. —Migue hizo una mueca.

—Claro, y yo no bostecé en absoluto cuando quedamos para ver La Roca. —Cheli se cruzó de brazos.

Ese fue el primer amago de cisma que detectó Jorge entre los cuatro, aún muy al principio, y por eso se puso rápidamente de parte de Álex y Cheli. Después de todo, no les haría daño ver más películas realistas.

Sin embargo, cuando se sentaron en las butacas de la sala del cine, Jorge sintió el codo de Álex contra el suyo, la miró de reojo y supo que la elección de película no era solo de Cheli. Álex también quería verla, sin duda. Estaba completamente embebida en lo que pasaba, con las palomitas casi cayéndole de los labios, ajena a los ojos que la contemplaban.

La boda de mi mejor amigo era una comedia romántica moderna en la que la chica no se queda con el chico. Julia Roberts y Cameron Diaz estaban muy buenas, y el argumento era divertido, pero no dejaba de ser una película de Hollywood en la que todo el mundo comprende su lugar en el mundo y, al final, hasta el amigo gay coge un avión para que Julia Roberts no se quede sin pareja de baile, porque eso sería lamentable.

Jorge tenía ganas de soltar algún comentario irónico, pero el contacto del brazo de Álex contra el suyo lo dejaba sin fuerzas. Los dedos de Álex le rozaron y, por un instante, Jorge creyó que iban a cogerse de la mano; extendió las puntas de los dedos como tímida invitación y Álex le apretó la mano, o quizás solo tres dedos, no mucho antes de que comenzaran los créditos del final; su palma fría se posó sobre la piel sudorosa de Jorge y ambos juguetearon un poco antes de soltarse.

Desde entonces, La boda de mi mejor amigo fue una de las películas favoritas de Jorge y no se quejó lo más mínimo cuando le arrastraron a ver películas similares con Sandra Bullock, Drew Barrymore o Jennifer Aniston de protagonistas. Tenía la esperanza de que en algún momento sucedería de nuevo lo que había sucedido y que, quizás, en la oscuridad del cine, Álex y él, cogidos de la mano, se fundirían en un beso interminable.

No volvió a suceder, entre otras cosas porque a menudo se sentaba al lado de Migue, que comía palomitas sin cesar, o de Cheli, que se reía de forma explosiva y hacía comentarios para toda la fila. Tampoco volvieron a mencionar el asunto, ni para bien ni para mal. Jorge solo tenía ojos para Álex cuando los tres ya habían salido y se preparaban perezosamente para despedirse y volver a sus casas. Tenía la sensación de que Álex se encerraba en su mente para reflexionar sobre lo que había visto y no dejaba entrar a nadie.

Le gustaba tener nuevos amigos. Le gustaba Migue, su sinceridad y sus locuras. Le gustaba Cheli, siempre llena de energía a pesar de su vena iracunda. Pero, sobre todo, le gustaba Álex, aunque llevara siempre esas greñas y esos pantalones medio rotos, aunque hubiera crecido tanto que estuviese a punto de rebasarlo en altura. La Álex a la que había conocido primero y de la que se había enamorado como un tonto.

Habría visto cualquier comedia romántica una vez más, dos, las que hicieran falta, por volver a observarla con los ojos emocionados como aquella vez en el cine, por volver a sentir la mano de Álex encima de la suya.

Y tenía la esperanza de que, algún día, Álex saldría de sus reflexiones para buscarle. Porque no podía ser que fuera el único que pensara en esos temas. No podía ser el único que se sintiera mareado cada vez que estaba demasiado cerca de ella. Seguro que Álex pensaba en el amor para siempre como él. Solo tenía que esperar.

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