Crónica del concierto #lovethe90s en Barcelona

Como mis amigos saben que soy una gran fan de los 90, me habían regalado una entrada por mi cumpleaños para el concierto Love the 90’s en Barcelona el 7 de julio de 2017. No tengo palabras para describir el cartel. Ace of Base (bueno, solo Jenny, pero era «la morena de Ace of Base»), Vengaboys, Whigfield, Gala, Snap!, Rebeca, Chimo Bayo… Vamos, era como el sueño tecno de Un pavo rosa, así que fui. Esta es una pequeña crónica de los hechos. AVISO QUE VAN CINCO HORAS DE MI VIDA más todo el tiempo que pasamos esperando el comienzo, así que quizás lo de «pequeña» sea relativo a lo que viví.

Estábamos en el Palau Sant Jordi, el estadio de conciertos que está en mitad de Montjuïc y que resulta bastante agradable al llegar (¡explosión de naturaleza!), pero menos cuando llega la hora de irse. Nada más entrar, yo me compré una camiseta que lucí en el Orgullo y que pienso llevar hasta que se le desgaste la pegatina, porque me representa.

Mis amigos me habían reservado un asiento en una grada y lo agradecí mucho, porque una ya está un poco mayor para andar dando botes en pista durante varias horas (a ver, si asisto a un evento de música de fiesta de los 90, lo normal es que esté abuela). Sin embargo, el público estaba a tope y dándolo todo tanto en pista como en las gradas, por lo que no nos sentamos hasta después de la primera media hora. A mi lado había una chica monísima que parecía haber venido sola, cosa que no le impedía bailar como una condenada, y el lococoñismo se extendía por arriba y por abajo de mi grada. La gente venía disfrazada, borrachita, puesta

Empezamos con la primera mezcla de los Jumper Brothers, los DJ que ponían música entre actos y que terminaron por hacérseme eternos a pesar de que movían a las masas, y luego salieron OBK. Aunque les tengo mucha simpatía, la actuación fue bastante penosa, sobre todo en la parte vocal. Lo mejor fue cuando cantaron El cielo no entiende, y aun así tenía la sensación vergonzosa de estar apropiándome de los años 2000 (1). Me dejaron con bajón.

Después vinieron New Limit, a las que apenas recordaba, aunque me sonaba la canción de Smile. No me impresionaron, pero gracias a ellas (y al corsé kawaii en el escenario) recuperé parte del ánimo, que alcanzó cotas esplendorosas cuando salió la gran Whigfield… sin presentación. ¡Estaba cantando Think of You (sí, esa canción que se parece tanto al Saturday Night sin serlo) y la peña ni siquiera la reconocía! (Por cierto, está divina.) Era muy triste. Creo que el público habría recordado más Gimme Gimme o Last Christmas, aunque no sé si esta la habría podido cantar al ser una versión de Wham!

Cuando Whigfield terminó, salió Fernandisco (que está igual) a explicar quién era, dijo que le tenía mucho cariño y que arrasaba en Holanda. (Fernandisco, cariño, es danesa.) Cagadas aparte, hubo el Saturday Night de rigor con baile incluido. En aquel momento ya tuve claro que las coreografías y las pintas de los bailarines en el escenario eran de lo mejor del evento. Todos eran muy auténticos.

Luego Whigfield salió de escena sin cantar nada más, supongo que para irse a cenar unas croquetas o algo así, tuvimos más sesión discotequera al estilo Radical y empecé a tener la impresión de que las dos partes del evento no terminaban de casar: por un lado la macrofiesta tecno, que no necesitaba de ningún cantante, y por el otro la actuación de los artistas, que en muchos casos se veía eclipsada por los visuales de los entreactos. Yo, que soy más purista y más popera, habría preferido más énfasis en los directos (y más cuidado en el tratamiento sonoro) y menos en el rollo de discoteca; pero por la reacción del público, que flipaba casi más con los Jumper Brothers que con los artistas de la época, tuve claro que la mayoría no estaba de acuerdo conmigo. Business as usual.

Después de Whigfield tuvimos a Jenny de Ace of Base, a quien se le caía el pinganillo de la oreja todo el rato y dirigía miradas asesinas a donde se suponía que estaba el control. Cantó dos veces All That She Wants (?), en distintas versiones, y después Beautiful Life. Habría preferido otro tema, porque los Ace los tienen para dar y tomar, pero no me quejo.

Así llegamos a uno de los puntos fuertes, para mí, del concierto: los Vengaboys. En realidad, de la formación original poco queda, pero ¡seguían bailando! Más despacito, claro, pero eran sus bailes de siempre con sus vestimentas habituales. Cantaron Boom, Boom, Boom, Boom, Up & Down y We’re Going To Ibiza: muy bien escogidas. Me habría encantado escuchar Uncle John From Jamaica o La parada de Tettas, pero sabía que era soñar. 😉 Me lo pasé muy bien, bailé mucho, disfruté mucho, regresé a la época.

Después llegó Rebeca (la única y verdadera), que daba botes por el escenario con una energía envidiable. Fernandisco le dijo: «Rebeca, estás como una potra de carrera»… Esto, sí, bueno. Cantó Corazón, corazón, luego otro tema que yo no reconocía demasiado y, claro, OH, QUÉ SORPRESA, FERNANDISCO, NO LO ESPERÁBAMOS PARA NADA, Duro de pelar. Por entonces la gente empezaba a estar agotada. Llevábamos la mitad del concierto y ya no tenemos la energía de los dieciocho años. Aquí fue cuando mi compañero y yo empezamos a preguntarnos: «¿Cuánto falta?». Pues aún quedaba…

Fernandisco presentó a Snap! (I Got The Power y Rythm is a Dancer) diciendo que eran de Estados Unidos y diciendo mal sus nombres. Snif. Fernandisco, cariño, ¿tantos años en la radio y aún no sabes que en el eurodance, si alguien es de EE. UU., es por pura chiripa? Snap! son alemanes e hicieron una gran actuación pese al agotamiento general del público. Yo me sentía un poco niña de cinco años con las directrices de Fernandisco, aunque reconozco que eran… pues muy suyas:

—¿Queréis esto?
—Síiii…
—¡No os oigo!
—¡Síiii!
—¡Ahora más fuerte y con los brazos en alto!
—¡Wiiii!

Cuando llegaron Viceversa, yo abandoné el asiento de la grada para ir al baño y reponer fuerzas. La verdad es que no me decían nada, aunque el estribillo de «tu piel morena sobre la arena» me traía recuerdos. Estuve escuchándolos desde arriba hasta que regresé a mi sitio. Después vinieron Technotronic con Pump Up The Jam y más canciones de los Jumper Brothers. Aunque conocía la enorme mayoría, me sorprendió que había algunas que no me sonaban y que, sin embargo, el público a mi alrededor bailaba (cuando tenían energía; ahora se levantaban y se sentaban a intervalos).

Empecé a entrar en trance introspectivo y seguí en él durante toda la actuación de Corona, la brasileña de «Esas son Reebok o son Nike», que sinceramente habría necesitado un arreglo de sonido IMPORTANTE. Eso sí, ella estaba encantada de estar allí y se ponía a cantar a cappella canciones que no eran suyas, como Saturday Night (espero que Whigfield siguiera comiendo croquetas) o I Will Always Love You, con la que casi me explotaron los tímpanos. Mi compañero se inclinó sobre mí y me dijo que podíamos irnos si quería, pero…

… Yo no había venido para irme antes del final, y me alegro, porque después salió la impresionante Gala. En cuanto comenzó Come Into My Life, tuvimos claro que iba a ser la mejor voz y la mejor actuación. Ya había oído que Gala era buena en directo, pero se lo tomó en serio. Levantó al público agotado con tres canciones (por supuesto, entre ellas Freed From Desire) y al final nos obsequió con otra actual porque le dio la gana. Gala no venía a actuar en un evento nostálgico, venía a dar un concierto, y ese espíritu era el que yo estaba deseando ver. La aplaudimos a rabiar.

No recuerdo mucho más salvo que yo me derrumbé en el asiento y comí la comida de picoteo que trajo mi compañero (que me dijo «no quieres saber el precio»). Reviví, eso sí, durante la última actuación, curiosamente la de Chimo Bayo, que parecía un alien con el casco con luces que se había colocado. Me pareció brillante y muy en la línea del ambiente de los 90, aunque creo que solo reproducía sus propias actuaciones en los 90. No sé cómo, me encontré bailando a saco con «Exta sí, exta no» y sus famosos «hu-ha». Ya había desistido hasta mi compañera mona de la derecha, que se había arrastrado hasta la salida, y cuando terminó Chimo, pensé que a lo mejor también sería hora de ahuecar el ala.

No pude hacerlo porque cantaron Sensity World, solo una canción (Get It Up). De nuevo, no recordaba ese tema para nada, lo cual fue una pena, porque era el broche de la fiesta. Pero bueno, aplaudimos y nos abrazamos y silbamos y nos dirigimos con los huesos machacados hacia las salidas.

Eran más de las tres de la mañana cuando una horda de treintañeros y cuarentones se derramó por las carreteras de Montjuïc en busca de un taxi, un bus, un algo con lo que llegar a sus casas. Nosotros bajamos andando hasta plaza de España y llegamos a casa sobre las cuatro y media, que ya va siendo hora de meterse en la cama para unos abuelos.

En resumen: un gran evento, conocí el Palau Sant Jordi y me lo pasé de puta madre, pero no creo que repita cuando intenten replicarlo sin los artistas (porque lo harán). Quizá tenga más sentido así: no montas un macroconcierto para que las «estrellas» queden en segundo plano, porque muchas siguen en activo y ofrecieron grandes espectáculos. Y, si realmente lo que al público lo único que le importa es el efecto nostalgia y bailar un poco de música de éxtasis, ¿qué necesidad había de traer a toda esta gente? En fin, yo al menos lo agradezco. (Por cierto, ¿¿qué diablos usan estos artistas para estar tan de buen ver a día de hoy?? ¿¿¿Duermen en formol???)

Espero (deseo) que el éxito de este evento anime a otros bares y clubes a hacer noches temáticas de los 90. A veces escucho música de ahora y tengo la sensación de que hay una regresión a esta década, sobre todo en lo que respecta a la música de discoteca. Me alegro de que le vaya llegando su reconocimiento, aunque sea muy tarde.

Si os gusta la época de Un pavo rosa, os recomiendo pasaros por la página del evento para ver si habrá sesiones futuras en vuestra ciudad. 🙂

(1) Yo soy muy respetuosa con la música de cada década y me molesta mucho cuando en una noche de los 80 plantan sin despeinarse canciones de los 90 o de los 70. Cuando eso pasa, me da la sensación de que el DJ no está haciendo bien su trabajo y/o no tiene la formación suficiente para distinguir. Este evento se ajustó muy bien a la década en cuestión y creo que captó el espíritu discotequero que pretendía recrear, aunque sonaron algunas canciones posteriores por parte de los cantantes (lo cual es comprensible) y los Jumper Brothers, por su parte, se desviaron un poco con canciones como «It’s My Life» de Bon Jovi (2000) y, LO MÁS RARO, una versión makinera de «Total Eclipse of the Heart» (¡1983!)… que aparentemente gustó al público.

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Grandes poemas de amor

Lo reconozco, todo este tema de #blumettra y el fanfic que escribí casi de broma me ha puesto romántica. De pronto tengo ganas de leer sobre amor, escribir sobre amor en todas sus versiones. Me pasa de vez en cuando.

Poemas de amor

Lo bonito de los poemas de amor es que no pasan nunca de moda. Desde los versos que nos escribíamos en la carpeta hasta las grandes composiciones románticas, todos hemos garabateado alguna vez rimas dirigidas a la persona amada. A su manera, lo hace hasta Álex en Un pavo rosa.

Sí, esto me da ternura ahora… ¡Y es algo que escribíamos en las carpetas del cole! ¡Lo sé!

Aunque yo soy mucho más narrativa que lírica (y, por tanto, tiende a gustarme la poesía más narrativa), hay ciertos poetas que me pierden, y muchos son de los que se consideran «tradicionalmente» románticos… en el sentido romántico-trágico. Por ejemplo, Gustavo Adolfo Bécquer, cuyas composiciones siguen siendo siendo top of the pops en los institutos muchos siglos después.

Asomaba a sus ojos una lágrima,
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino, ella por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: ¿por qué callé aquel día?
Y ella dirá: ¿por qué no lloré yo?

Gustavo Adolfo Bécquer, XXX, incluido en Rimas (1868)

También me gustan mucho los versos de amor de Federico García Lorca, como aquellos del Romancero gitano, aunque en ellos casi todos los personajes acaben fatal y los amores sean de los que duelen.

Su desnudo iluminado
se tendía en la terraza,
con un rumor entre dientes
de flecha recién clavada.
Amnón estaba mirando
la luna redonda y baja,
y vio en la luna los pechos
durísimos de su hermana.

Federico García Lorca, Thamar y Amnón (fragmento)

Una mención especial a los poetas que no son especialmente conocidos por su poesía amorosa. Por ejemplo, Edgar Allan Poe. Sí, el de El cuervo. ¿Sabéis que en el fondo lo que a él le gustaba era ser poeta? Su poema Annabel Lee me rompe el corazón, sobre todo cantado por la grandísima Stevie Nicks de Fleetwood Mac.

For the moon never beams, without bringing me dreams
   Of the beautiful Annabel Lee;
And the stars never rise, but I feel the bright eyes
   Of the beautiful Annabel Lee;
And so, all the night-tide, I lie down by the side
   Of my darling—my darling—my life and my bride,
   In her sepulchre there by the sea—
   In her tomb by the sounding sea.

Edgar Allan Poe, Annabel Lee (fragmento)

Otra que no solía hablar mucho de amor era Gloria Fuertes. Ahora que vuelve a ser trending topic gracias a ciertos libros, hay gente redescubriendo los poemas para adultos de esta escritora. Pero también se puede hablar de amor de forma implícita, como en su extraordinario poema Isla ignorada. O por su ausencia:

En las noches claras,
resuelvo el problema de la soledad del ser.
Invito a la luna y con mi sombra somos tres.

Gloria Fuertes, En las noches claras

Y, por supuesto, cabe siempre hablar del amor (o desamor) con uno mismo, como solía hacer Jaime Gil de Biedma increpando a su propia figura.

A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
¡Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!

Jaime Gil de Biedma, Contra Jaime Gil de Biedma (fragmento)

Y esto no es todo lo que voy a escribir sobre amor. Tengo pendiente una entrada sobre amantes famosos en la literatura y más cosas, así que dadle un poco de cancha a la Diana moñas de estas semanas. 😉

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Los villancicos más curiosos

Me gusta mucho comparar las canciones navideñas populares en España con las de otros países. Ahora que la música es cada vez más enlatada y en todas partes se escuchan los superéxitos del tipo White Christmas o Let It Snow, ahora que los escritores incluso van y escriben historias con títulos de villancicos yanquis, a veces me gusta recordar que los villancicos que yo más oía de niña decían cosas como esta:

Canta, ríe, bebe, que hoy es Nochebuena
Y en estos momentos no hay que tener pena
Dale a la zambomba, dale al almirez
Y dale a tu suegra en «mitá» la nuez

Canta, ríe, bebe es uno de mis villancicos favoritos. La letra no tiene desperdicio: viene a decir que nos vamos a agarrar la melopea del siglo y a armar un ruido del copón, pero que da igual porque esta noche es Nochebuena (y mañana Navidad). Eso sí: a las suegras ni agua, y a los tenderos que no dan aguinaldo, un buen tiro en la sien. Tal como leéis.

Los villancicos que cantamos se suelen dividir en dos grupos. Por un lado, los serios, como Noche de paz o Adeste fideles, normalmente de composición internacional y mucho más centrados en la solemnidad de esa noche y en el hecho religioso (solo hay que evocar el estribillo de Noche de paz). Por otro, los populares. Estos son los que hablan de comer, de beber, de reír y también a veces de broncas, de miseria y de vírgenes rocieras.

Uno de sus mejores ejemplos es La marimorena, que en la versión que yo conozco (no en otras) describe una juerga antológica en un portal de Belén bastante necesitado:

En el portal de Belén han entrado los ratones,
y al bueno de San José le han roído los calzones.

La marimorena (RAE: «Riña, pendencia, camorra») no se libraba de racismo, porque una de sus partes decía precisamente:

En el portal de Belén han entrado los gitanos,
y les dice San José: «Cuidadito con las manos».

Huelga decir que los gitanos acababan robándole los pañales al niño (perdón, al Niño) o, en otras versiones, el aguinaldo. Este era el protagonista de las disputas más terribles. Por ejemplo, en Ya viene la vieja, menuda era la susodicha. Suponemos que no quería quedar mal, ¡pero con lo mínimo!

Ya viene la vieja con el aguinaldo.
Le parece mucho, le viene quitando.

El villancico Arre, borriquito hacía gala ya de su cansancio por los pedigüeños y explicaba su proceder con una lógica popular impecable:

En la puerta de mi casa voy a poner un petardo,
«pa» reírme del que venga a pedir el aguinaldo.

Pues si voy a dar a todo el que pide en Nochebuena,
yo sí que voy a tener que pedir de puerta en puerta.

De hecho, estos villancicos generalmente juerguistas y alegres solían tener puntos en los que la letra se te helaba un poco en la garganta. Dime niño, que por cierto parecía tener problemas para establecer la auténtica maternidad y paternidad del niño Jesús, nos obsequiaba con esta perla:

La Nochebuena se viene, dum, dum, dum,
la Nochebuena se va.
Y nosotros nos iremos, dum, dum, dum,
y no volveremos más.

Otra cosa habitualmente presente era la obsesión en todo Belén por el chocolate. De niña no le encontraba mayor problema, pero cuando supe del descubrimiento de América, me di cuenta de que era un poco raro eso de que anduvieran todos locos por algo que… ¡no se conocía en la época!

Esta es la letra del simpático Hacia Belén va una burra, que hoy debería ser venerado por los hipsters por su espíritu reciclador:

Hacia Belén va una burra, rin, rin,
yo me remendaba, yo me remendé,
yo me eché un remiendo, yo me lo quité,
cargada de chocolate.

Lleva en su chocolatera, rin, rin,
yo me remendaba, yo me remendé,
yo me eché un remiendo, yo me lo quité,
su molinillo y su anafre.

María, María, ven acá corriendo,
que el chocolatillo se lo están comiendo. (¿Ah, que no era para todos?)

Pero para locuras, nada mejor que Los peces en el río. Sí, la virgen se peina entre cortina y cortina y luego tiende en el romero… ¿pero qué pasa con los peces bebiendo, bebiendo y volviendo a beber? ¿No se supone que es eso lo que hacen siempre los peces? ¿O es que no beben precisamente agua?

Pero mira cómo beben los peces en el río.
Pero mira cómo beben por ver a Dios nacido.
Beben y beben y vuelven a beber,
los peces en el río por ver a Dios nacer.

Aunque el premio al villancico más psicodélico yo se lo daría a Gatatumba, que conocí sobre los seis años gracias a mi libro de texto y que me provocó una extrañeza considerable (a duras penas me podía creer que eso fuera un villancico). En la versión de Parchís lo mezclan con otro que yo conozco con otra música.

Gatatumba, tumba, tumba,
un pandero sin sonajas.
Gatatumba, tumba, tumba,
no te metas en las pajas.
Gatatumba, tumba, tumba,
toca el pito y el clavel.
Gatatumba, tumba, tumba,
tamboril y cascabel.

Por último están los villancicos «modernos» y las reinterpretaciones de los artistas, como el famoso El tamborilero, a mi juicio una mezcla brillante de la tradición popular con una vocación más seria y espiritual. Como este tiene poca chicha desde esta perspectiva, os dejo con mi villancico favorito, que en realidad es un poema: El camello cojito, escrito por Gloria Fuertes. Aquí ya entraríamos en el terreno de lo derivativo y la sátira (como en su maravilloso «Las tres reinas magas»), pero eso da para otra entrada.

Los tres reyes se quedaron
boquiabiertos e indecisos,
oyendo hablar como a un Hombre
a un Niño recién nacido.
-No quiero oro ni incienso
ni esos tesoros tan fríos,
quiero al camello, le quiero,
le quiero, repitió el Niño.

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El eurodance de los 90

Vamos con otra publicación mamarracha y nostálgica para ilustrar la época en la que está situada Un pavo rosa.

Probablemente se recuerden los años 90 como una época musical ecléctica en la que despegaron estilos tan opuestos como la música electrónica, el hip-hop comercial, el pop de las boybands, el desert rock de Foo Fighters o el grunge de Nirvana y sus continuaciones. Cada una de estas cosas daría para una entrada sabrosísima, pero hoy me quiero centrar en lo que se llamó «eurodance» o «dance europeo» y que hoy vuelve a tener cierta pegada bajo el nombre camuflado de «música disco de los 90».

El eurodance no tiene mucho que ver con la música disco de los 70 u 80. Era una extraña mezcla de estilos house, bases techno y vocales pop que se hizo increíblemente popular allá por la década de los 90. En muchos locales ocupaba el lugar de lo que después sería la «pachanga» y quizá posteriormente el reggaetón. Aunque podemos rastrear sus inicios desde casi finales de los 80, no llegó a ser conocido por el gran público hasta mediados de los 90, cuando llegó al culmen de su popularidad.

Muchas de estas canciones se basaban en la fórmula de base de máquina + chico rapeando + chica en el estribillo, que normalmente se repetía hasta causar perforación de meninges o efecto hipnosis en los cerebros tiernos como los de Álex, Nick y sus amigos. Por algo reinaba en las discotecas con público joven.

La denominación de «euro» es porque fue un estilo que, pese al desconocimiento del gran público, se producía sobre todo en los países nórdicos y la vieja Europa. No exagero: casi todos los grupos que podáis recordar de este palo eran europeos. Muchos estaban incluso formados por integrantes de varias nacionalidades, como el grupo danés-noruego Aqua (responsables del éxito Barbie Girl) o los Vengaboys (Boom Boom Boom Boom, Up & Down). Detrás de ellos había astutos productores alemanes, belgas o suecos que se esforzaban por llevar los temas de las pistas de baile a las radiofórmulas. Y vaya si lo consiguieron…

El eurodance se hizo mainstream con canciones como Bailando, de los belgas Paradisio (a lo mejor la conocéis por la versión de Astrud), o el sorprendente éxito Saturday Night, de la danesa Whigfield. Este último fue un vídeo producido con cuatro perras para una cantante que ya tenía unos años. Nadie esperaba que fuera a convertirse en la canción de moda para niños y mayores y que todo el mundo se aprendería el famoso bailecito, que después sirvió de inspiración para temas como Aserejé.

El eurodance importaba de todos sus estilos y de su reino más vasto, las discotecas, unas letras cargadas de alegría (más bien éxtasis) y de sexualidad explosiva. Y a pesar de ser tan machista como cualquier otro, muchos de sus temas tenían ese toque de que era imposible tomárselos en serio, por lo que en ocasiones surgían éxitos que desafiaban lo normativo sin que nadie se diera cuenta de ello. Como muestra, la canción Shut Up And Sleep With Me, de los alemanes Sin With Sebastian, que si fuera más gay habría sido el tema principal de algún Orgullo.

I love your body
Not so much I like your mind
In fact you’re boring
Pretending not being of my kind
You keep on talking of some girl that I don’t know
When will you shut up and when will we go

Aunque casi todo el eurodance se produjo y escribió en inglés (en ocasiones inglés de Cuenca o de Turín, pero inglés después de todo), hubo algunos cantantes o DJs que se hicieron famosos con letras en otros idiomas. Por ejemplo, el alemán Sash! tenía por costumbre grabar cada tema en un idioma: Ecuador en español, Mysterious Times en inglés, La primavera en italiano y Encore une fois en francés. Y eso solo fueron unos pocos…

A partir de 1997, la popularidad del eurodance fue declinando progresivamente y se metamorfoseó en otros géneros, pero artistas del calibre de Fatboy Slim, Kate Ryan, Katy Perry o la mismísima Lady Gaga hunden sus raíces en este tipo de música, si bien en muchos casos han evolucionado con los tiempos.

Hoy día me pasa a menudo que entro en un sitio y me quedo a cuadros: «¿Están poniendo eurodance de los 90?». ¡No! La música dance de hoy día, con Avicii o David Guetta, ha vuelto a un punto en el que se parece bastante a lo que había entonces. Más elaborado, más digital, con menos máquina, pero el concepto es parecido: voz melódica sobre música electrónica bailable. No es un mal punto de partida.

A todo esto, si tenéis un local y queréis organizar una fiesta de los 90 con este tipo de música, antes que organizar un aborto vil que acabe no teniendo nada que ver con los años noventa (como me ha ocurrido en la mayoría de fiestas de este tipo a las que he asistido), me podéis pedir consejo. Pese a todo, algunos todavía le tenemos respeto a nuestra adolescencia.

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Cuando Eurovisión es político y otras mamarrachadas

Ha pasado el festival de Eurovisión de este año como un vendaval y nos ha dejado como ganadora una canción cantada en inglés con cuatro palabras en su idioma en tártaro de Crimea: la ucraniana 1944, de Jamala. Supuestamente está basada en la deportación masiva de los tártaros de la península de Crimea ordenada por el gobierno soviético de Stalin, en teoría por haber sido colaboracionistas nazis. Y si la teoría falla, simplemente porque le salía del nabo.

Eurovisión es la mamarrachada musical que veo todos los años y a la que he logrado aficionar a mis amigos. Nunca me he tomado el concurso en serio, ni siquiera cuando decía que no me gustaba. Creo que lo veo un poco por homenaje a un amigo mío, hoy fallecido, que defendía que había buenos números musicales en el festival (y no le faltaba razón, siempre se cuela algo interesante), y otro poco porque de vez en cuando me gusta desconectar y bitchear acerca de vestidos horrorosos, sonrisas a la cámara, voces desafinadas y bailarines haciendo cosas extrañas mientras el cantante de turno intenta defender lo que a veces es indefendible. Con todo, hay que reconocer que es un magnífico espectáculo.

Eurovisión siempre ha prohibido las referencias a la política en sus letras porque se supone que es un concurso buenrollista, de unión y amor, donde todos los países se llevan bien y aunque haya alguien cosiendo a bombazos al vecino, no lo vamos a decir porque aquí venimos a llevarnos bien. Algo así como la Liga o esos festivales similares de fútbol para los que no nos gusta el fútbol, que también somos legión.

Sin embargo, a veces es muy difícil excluir ya no la política, sino simplemente la actualidad de las letras musicales (aunque el vacío existencial de muchas letras de canciones modernas vendría a contradecirme). Por ejemplo, mientras nosotros nos reíamos de esa referencia a Hugo Chávez del innombrable Chikilicuatre —la chorrada puesta en marcha por La Sexta para reírse del concurso de TVE, que acabó haciéndose tan gorda que tuvieron que enviar al actor a Eurovisión—, la Unión Europea de Radiodifusión consideró que la letra hacía referencia a asuntos políticos y que había que cambiarla. No es que nadie se enterara demasiado.

Este año Ucrania ha ganado no con una referencia a la actualidad, sino al pasado. La letra de 1944, inspirada en la deportación de la abuela de Jamala, se parece a esa serie de televisión en la que parece que hay bollerío pero en realidad está todo en tu imaginación: con una letra que, si la analizas, no dice nada, hace una referencia sutil a toda una tragedia humanitaria que sucedió hace no tanto tiempo. Teniendo en cuenta que Rusia partía como favorita con una canción efectista que llevaba al extremo la interactuación con el escenario, como el sueco del año pasado, esto ha sido un “zas en toda la boca” para los que apoyaban al cantante de la ex Unión Soviética.

Claro, los ánimos están calientes. A Ucrania le ha faltado tiempo para colgarle medallas a la cantante de 1944 y a Rusia le ha sentado como una patada en la entrepierna esa victoria con esa canción que medio se ve, medio no se ve. Dicen que vulnera las reglas, que es política. Si incluimos este tipo de canciones en “política” —y deberíamos, porque las fronteras entre lo público y lo privado son muy tenues—, una se pregunta qué deberíamos pensar cuando Rusia, en 2015 y en plena guerra de Crimea, manda a su cantante Elsa de Frozen Polina Gagarina a cantar sobre la paz mundial. O todas esas veces que Israel, justo cuando la violencia en Palestina se recrudecía, enviaba tiernas canciones con mensajes de entendimiento al festival («There Must Be Another Way», 2009). ¿Tendrían que haberlas prohibido también?

Bajo su capa de amor y buen rollo, Eurovisión oculta bastantes sobornos y deja entrever las tensiones geopolíticas de muchos de los países participantes. El año pasado tuvimos el pifostio, rápidamente silenciado, en el que se metió Armenia al enviar un tema (de nuevo supuestamente) sobre el genocidio armenio en la 1ª Guerra Mundial con un estribillo que entona «Don’t Deny«. Vamos, una canción hecha a medida para alegrar las caras de Turquía y Azerbaiyán. Al igual que para el canal oficial ruso la canción de Jamala de este año era sobre «los tártaros que se mudaban», para esta gente los armenios tenían que ser personas que cambiaban alegremente de casa y saltaban para clavarse bayonetas en la espalda porque les apetecía.

Históricamente, recuerdo ese 2009 en el que no pudo enviarse la canción de Georgia, «We Don’t Wanna Put In», porque alguien sagaz detectó que ese put in sonaba demasiado como Putin, y a Rusia le faltó tiempo para desplegar toda su maquinaria coercitiva e impedir que la canción de Georgia se presentara en el festival. Razón por la cual los georgianos votan últimamente a Rusia con tanto cariño. En el 2007 también hubo una canción polémica, la de Israel, con ese despreocupado «he’s gonna push the button» que se interpretaba que hacía referencia al pulso nuclear con Irán, aunque la canción no hacía distinciones entre quién iba a apretar el botón y acabó presentándose sin problemas.

Poco afecto hay también entre Chipre y Grecia, dos países que tradicionalmente participan en el festival. En 1976 ocurrió algo muy parecido a lo que ha pasado ahora: después de un año de ausencia por problemas internos y la invasión de la región septentrional de Chipre por parte de Turquía, Grecia reaparece con una canción protesta llamada «Panagia Mou (The Death of Cyprus)» que les sienta a los turcos como una patada en la boca. Esa canción no se vio en la televisión turca.

Pero la “política” en Eurovisión no se ciñe exclusivamente a lo geopolítico ni a los enfrentamientos entre Estados. Últimamente hemos visto muchas canciones sobre el drama de la emigración (desde De la capăt de Voltaj, la canción de Rumanía de 2015, hasta Utopian Land de Argo, la propuesta de Grecia de este año). Sorprende un poco que aún nadie haya dicho mucho sobre la inmigración, un tema con el que Europa tiene un serio problema por la forma en que lo afronta. Quizás porque sería destapar la caja de Pandora.

Por último, el tema LGBT y los derechos sociales siempre han estado muy presentes, teniendo en cuenta que gran parte de los seguidores del festival son homosexuales. Cuando Dana International ganó el festival de 1998 por Israel, lo hizo casi por sorpresa: nadie se había parado a pensar en el logro tan impresionante que suponía que una cantante transexual (repito, representando a Israel) ganara en un festival de semejante calibre.

Lo gracioso es que Eurovisión siempre fue muy gay, tal como demuestran temascomo Samo Ljubezen, de Eslovenia (2002), pero parece que solo somos conscientes de ello desde que ganó Conchita Wurst en 2014 con su combinación de vestido y barba. Desde esos años, hemos tenido pequeñas polémicas como el beso lésbico de Finlandia en 2013 y más chicos/chicas se han besado entre ellos en el escenario, pero lo dicho, es una tontería, teniendo en cuenta que Turquía ya ganaba en 2003 con Everywhere That I Can, esta propuesta de tintes lésbicos. Que dudo que fueran conscientes de ello, pero fue lo que les salió.

Por cierto, que las que realmente se tenían que haber morreado en el escenario fueron las t.A.t.U. en 2003 y al final no lo hicieron. Rusia es un país realmente extraño: por una parte, condena la homosexualidad flagrante; por otra parte, va y tiene un grupo de dos niñas a las que les pide que finjan cometer actos de homosexualidad flagrante, porque eso vende.

Hasta aquí la crónica eurovisiva, pero no la crónica de mamarrachadas. Lo mejor me lo reservo para otra entrada.

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