Cuando Eurovisión es político y otras mamarrachadas

Ha pasado el festival de Eurovisión de este año como un vendaval y nos ha dejado como ganadora una canción cantada en inglés con cuatro palabras en su idioma en tártaro de Crimea: la ucraniana 1944, de Jamala. Supuestamente está basada en la deportación masiva de los tártaros de la península de Crimea ordenada por el gobierno soviético de Stalin, en teoría por haber sido colaboracionistas nazis. Y si la teoría falla, simplemente porque le salía del nabo.

Eurovisión es la mamarrachada musical que veo todos los años y a la que he logrado aficionar a mis amigos. Nunca me he tomado el concurso en serio, ni siquiera cuando decía que no me gustaba. Creo que lo veo un poco por homenaje a un amigo mío, hoy fallecido, que defendía que había buenos números musicales en el festival (y no le faltaba razón, siempre se cuela algo interesante), y otro poco porque de vez en cuando me gusta desconectar y bitchear acerca de vestidos horrorosos, sonrisas a la cámara, voces desafinadas y bailarines haciendo cosas extrañas mientras el cantante de turno intenta defender lo que a veces es indefendible. Con todo, hay que reconocer que es un magnífico espectáculo.

Eurovisión siempre ha prohibido las referencias a la política en sus letras porque se supone que es un concurso buenrollista, de unión y amor, donde todos los países se llevan bien y aunque haya alguien cosiendo a bombazos al vecino, no lo vamos a decir porque aquí venimos a llevarnos bien. Algo así como la Liga o esos festivales similares de fútbol para los que no nos gusta el fútbol, que también somos legión.

Sin embargo, a veces es muy difícil excluir ya no la política, sino simplemente la actualidad de las letras musicales (aunque el vacío existencial de muchas letras de canciones modernas vendría a contradecirme). Por ejemplo, mientras nosotros nos reíamos de esa referencia a Hugo Chávez del innombrable Chikilicuatre —la chorrada puesta en marcha por La Sexta para reírse del concurso de TVE, que acabó haciéndose tan gorda que tuvieron que enviar al actor a Eurovisión—, la Unión Europea de Radiodifusión consideró que la letra hacía referencia a asuntos políticos y que había que cambiarla. No es que nadie se enterara demasiado.

Este año Ucrania ha ganado no con una referencia a la actualidad, sino al pasado. La letra de 1944, inspirada en la deportación de la abuela de Jamala, se parece a esa serie de televisión en la que parece que hay bollerío pero en realidad está todo en tu imaginación: con una letra que, si la analizas, no dice nada, hace una referencia sutil a toda una tragedia humanitaria que sucedió hace no tanto tiempo. Teniendo en cuenta que Rusia partía como favorita con una canción efectista que llevaba al extremo la interactuación con el escenario, como el sueco del año pasado, esto ha sido un “zas en toda la boca” para los que apoyaban al cantante de la ex Unión Soviética.

Claro, los ánimos están calientes. A Ucrania le ha faltado tiempo para colgarle medallas a la cantante de 1944 y a Rusia le ha sentado como una patada en la entrepierna esa victoria con esa canción que medio se ve, medio no se ve. Dicen que vulnera las reglas, que es política. Si incluimos este tipo de canciones en “política” —y deberíamos, porque las fronteras entre lo público y lo privado son muy tenues—, una se pregunta qué deberíamos pensar cuando Rusia, en 2015 y en plena guerra de Crimea, manda a su cantante Elsa de Frozen Polina Gagarina a cantar sobre la paz mundial. O todas esas veces que Israel, justo cuando la violencia en Palestina se recrudecía, enviaba tiernas canciones con mensajes de entendimiento al festival («There Must Be Another Way», 2009). ¿Tendrían que haberlas prohibido también?

Bajo su capa de amor y buen rollo, Eurovisión oculta bastantes sobornos y deja entrever las tensiones geopolíticas de muchos de los países participantes. El año pasado tuvimos el pifostio, rápidamente silenciado, en el que se metió Armenia al enviar un tema (de nuevo supuestamente) sobre el genocidio armenio en la 1ª Guerra Mundial con un estribillo que entona «Don’t Deny«. Vamos, una canción hecha a medida para alegrar las caras de Turquía y Azerbaiyán. Al igual que para el canal oficial ruso la canción de Jamala de este año era sobre «los tártaros que se mudaban», para esta gente los armenios tenían que ser personas que cambiaban alegremente de casa y saltaban para clavarse bayonetas en la espalda porque les apetecía.

Históricamente, recuerdo ese 2009 en el que no pudo enviarse la canción de Georgia, «We Don’t Wanna Put In», porque alguien sagaz detectó que ese put in sonaba demasiado como Putin, y a Rusia le faltó tiempo para desplegar toda su maquinaria coercitiva e impedir que la canción de Georgia se presentara en el festival. Razón por la cual los georgianos votan últimamente a Rusia con tanto cariño. En el 2007 también hubo una canción polémica, la de Israel, con ese despreocupado «he’s gonna push the button» que se interpretaba que hacía referencia al pulso nuclear con Irán, aunque la canción no hacía distinciones entre quién iba a apretar el botón y acabó presentándose sin problemas.

Poco afecto hay también entre Chipre y Grecia, dos países que tradicionalmente participan en el festival. En 1976 ocurrió algo muy parecido a lo que ha pasado ahora: después de un año de ausencia por problemas internos y la invasión de la región septentrional de Chipre por parte de Turquía, Grecia reaparece con una canción protesta llamada «Panagia Mou (The Death of Cyprus)» que les sienta a los turcos como una patada en la boca. Esa canción no se vio en la televisión turca.

Pero la “política” en Eurovisión no se ciñe exclusivamente a lo geopolítico ni a los enfrentamientos entre Estados. Últimamente hemos visto muchas canciones sobre el drama de la emigración (desde De la capăt de Voltaj, la canción de Rumanía de 2015, hasta Utopian Land de Argo, la propuesta de Grecia de este año). Sorprende un poco que aún nadie haya dicho mucho sobre la inmigración, un tema con el que Europa tiene un serio problema por la forma en que lo afronta. Quizás porque sería destapar la caja de Pandora.

Por último, el tema LGBT y los derechos sociales siempre han estado muy presentes, teniendo en cuenta que gran parte de los seguidores del festival son homosexuales. Cuando Dana International ganó el festival de 1998 por Israel, lo hizo casi por sorpresa: nadie se había parado a pensar en el logro tan impresionante que suponía que una cantante transexual (repito, representando a Israel) ganara en un festival de semejante calibre.

Lo gracioso es que Eurovisión siempre fue muy gay, tal como demuestran temascomo Samo Ljubezen, de Eslovenia (2002), pero parece que solo somos conscientes de ello desde que ganó Conchita Wurst en 2014 con su combinación de vestido y barba. Desde esos años, hemos tenido pequeñas polémicas como el beso lésbico de Finlandia en 2013 y más chicos/chicas se han besado entre ellos en el escenario, pero lo dicho, es una tontería, teniendo en cuenta que Turquía ya ganaba en 2003 con Everywhere That I Can, esta propuesta de tintes lésbicos. Que dudo que fueran conscientes de ello, pero fue lo que les salió.

Por cierto, que las que realmente se tenían que haber morreado en el escenario fueron las t.A.t.U. en 2003 y al final no lo hicieron. Rusia es un país realmente extraño: por una parte, condena la homosexualidad flagrante; por otra parte, va y tiene un grupo de dos niñas a las que les pide que finjan cometer actos de homosexualidad flagrante, porque eso vende.

Hasta aquí la crónica eurovisiva, pero no la crónica de mamarrachadas. Lo mejor me lo reservo para otra entrada.

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1 comentario en “Cuando Eurovisión es político y otras mamarrachadas

  1. Nunca había pensado que la canción de «Everyway that I can» tuviera tintes lésbicos… quizá sobre todo por el videoclip?
    Ay y la canción de 2002 de Eslovenia me encantó! En aquel momento solo pensé que eran hombres vestidos de mujeres…creo que los niños y los adolescentes por suerte no contaminados con etiquetas pueden disfrutar de la diversidad del festival (en ese sentido).
    Y un último apunte, no tenía niguna reivindicación pero la canción de Marija Serifovic – Molitva (Prayer) también fue un zambombazo para la visibilidad de las mujeres homosexuales.

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