El género de internados, entre la diversión juvenil y la deconstrucción

Que he sido (y soy) una gran lectora de novelas acerca de internados femeninos no debería sorprenderle a nadie. Aunque, en principio, este tipo de historias no tiene nada que ver con mi experiencia —se refieren a una época en la que yo era muy infeliz y me habría horrorizado pasar más tiempo del estrictamente necesario en el colegio—, tienen todas las papeletas para gustarme.

Un mundo de solo chicas donde imperan unas reglas propias; una edad en la que dejas de ser una niña, pero todavía no eres una mujer, y te sientes un engendro entre ambas cosas; un personaje colectivo que es el internado y que habla con muchas voces, como Ygrámul el Múltiple; una estructura de Bildungsroman en la que la protagonista debe aprender y hacerse «mayor»; y por supuesto, toda una red de afectos, admiraciones, animadversiones y odios entre las alumnas (y en ocasiones otros personajes) que suele traducirse como un subtexto sáfico perpetuo. ¿Cómo no iban a interesarme? 🙂

Acerca del género escolar

Historias que sucedan parcialmente en internados hay muchas, pero el género como tal se refiere a las sagas de novelas juveniles (orientadas a chicas de unos 9-18 años) escritas casi siempre por autoras y que conocieron su mayor auge en el período de finales del siglo XIX a la Segunda Guerra Mundial. Suelen contar con una protagonista inicial (o dos, el tropo de las gemelas es fuerte aquí) y posteriormente —a medida que las chicas cumplen años y abandonan la institución— pueden expandirse a la hermana pequeña o la hija de la protagonista.

El género en sí es muy anglosajón y, por razones históricas, casi exclusivamente británico, aunque existen novelas de otros países de europa. Por ejemplo, la saga de Puck es danesa y está escrita por dos hombres bajo el seudónimo de Lisbeth Werner. Otros nombres que tal vez os suenen son Angela Brazil (una de las primeras «plumas famosas» del género), Elinor Brent-Dyer (con su larguísima saga de la Chalet School), Elsie J. Oxenham (con The Abbey Girls) y, por supuesto, la famosísima Enid Blyton, con sus sagas más breves de Santa Clara y Torres de Malory, así como las novelas de La traviesa Elizabeth, que tienen lugar en un internado mixto (!) y con un sistema progresista-comunista de reparto de bienes (más !!!).

The Twins at St Clare's: Amazon.es: Blyton, Enid: Libros en idiomas  extranjeros
Una de las nuevas cubiertas del primer libro de Santa Clara, de Enid Blyton, que refleja bastante bien cómo me imagino yo a las dos tiesas de las gemelas O’Sullivan a su llegada al colegio.

Aunque hay algunas novelas sobre internados mixtos, como hemos visto, lo habitual en estas historias —lo habitual en el sistema educativo británico de la época— es la segregación total por género: existen sagas o novelas de internados femeninos (en las que se centra este artículo) y novelas sobre internados masculinos. Estas últimas pocas veces consisten en sagas tan desarrolladas con cánones tan firmes, sino que son más bien novelas de formación cuyo protagonista pasa parte de su vida en un internado. La precursora Tom Brown’s School Days (1857) sentó las bases de buena parte del género, aunque los internados femeninos solían tener una violencia física menos explícita.

El género de los internados femeninos encontró lectoras fieles entre las chicas que podían permitirse ir a ese tipo de colegios, de un nivel socioeconómico medio-alto, pero también entre las que no podían permitírselo y soñaban con ello. Soñaban con ello porque el internado y las relaciones que se establecen en él se describen con exaltación, ¿y quién no ha soñado con pertenecer a la élite de la élite, tener la mejor amiga de las amigas, montar a caballo o partirle las narices como por casualidad a tu enemiga disfrutar de un buen partido de lacrosse? Al ser esta una época de la vida tan importante y tan realmente formativa, en el sentido de que comprende años clave en la formación de un carácter, no es de extrañar que se reviva de manera intensa.

Sin mala intención, pero con intencionalidad

El auge del género escolar está relacionado con un concepto que se abre paso en el siglo XIX: la literatura infantil o juvenil. Hasta entonces se considera que la literatura es literatura y poco más; los niños aprenden a leer con salmos o pasajes de la Biblia y disfrutan también de la rica tradición oral de los cuentos. Pero por primera vez se empieza a pensar en escribir para niños o para jóvenes, y eso conlleva inmediatamente la necesidad de que esa literatura sea «edificante». Es decir, se busca que las novelas juveniles sean formativas, ese término que a mí personalmente me provoca urticaria y que está tan relacionado con la Bildungsroman.

Con ese objetivo, estas historias suelen comenzar con una chica un poco traviesa o conflictiva (a veces es huérfana o nunca ha sido escolarizada, al estilo de Anne Shirley en Ana de las Tejas Verdes, de Lucy Maud Montgomery), pero con buen fondo, que acaba adaptándose a los valores del colegio como preparación para la vida. Se adapta hasta el punto de que se convierte en una especie de modelo a seguir del pensionado, instituto o lugar de internamiento forzoso para señoritas al que asista. Este suele ser el momento en el que la autora se aburre de su protagonista, que se ha convertido en doña Perfecta, y pasa a la siguiente chica conflictiva que le dé juego y cree un poco de revuelo en la institución.

La fiera de mi niña

Porque estas novelas surgen con intenciones formativas, pero se divierten demasiado en el proceso. Así surge una de sus características más definidas: la perpetua tensión de tener que domar a las fierecillas y la simpatía inevitable que brota, en la autora y las lectoras, por aquellas que crean caos y rompen las reglas. No solo tenemos a la protagonista con buen fondo; también van apareciendo las «malas», que son niñas cuyos defectos son mucho más terribles (envidia, agresividad, competitividad exacerbada, etc.) y que, por mucho que lo intenten, no terminan de adaptarse a una vida decente.

Las «malas» podrían agruparse en dos tipos. Las primeras son las «malas buenas», que en el fondo son como la protagonista, es decir, que son buena gente, pero no están acostumbradas a vivir en sociedad. Son egoístas, caprichosas o bromistas y, normalmente, con un carácter fuerte. Estas casi siempre acaban «redimidas», aunque suelen mantener un toque pintoresco o hilarante que aporta color a la institución. Las segundas son las «malas malas», es decir, las que realmente tienen mala fe. Estas malas solo tienen dos salidas: ser las eternas antagonistas de la protagonista y sus amigas hasta que se gradúan o, si sus acciones son demasiado graves, abandonar el internado (expulsadas o convenientemente «trasladadas»). Por citar algunos de los ejemplos más conocidos, Angela, de Santa Clara, es una mala irredimible, porque jamás se arrepiente de su mal comportamiento; por el contrario, Gwendoline, de Torres de Malory, a pesar de parecer casi irredimible durante varios libros, muestra en el último momento un toque de humanidad al sacrificar su propio curso por su padre enfermo. Los personajes de Claudine (*) (Santa Clara) o June (Torres de Malory) también representan la ambigüedad de este tipo de niña que se salta las normas y a veces comete malas acciones, pero que en el fondo es capaz de la mayor nobleza.

Como el internado reproduce a pequeña escala las normas de una sociedad «correcta», lo apropiado —lo formativo; lo esperado por parte de editores, padres y educadores de la época— es que las niñas muestren generosidad, autosacrificio, humildad, dedicación, constancia, etc. En suma, toda esa ristra de valores de inspiración judeocristiana esperables en una mujer (mucho más que el éxito académico en sí, que en estas historias es secundario). Si lo hacen, serán premiadas, mientras que las «asociales» serán castigadas. Pero, como ya hemos visto, de vez en cuando alguna bullanguera cae en gracia y esquiva los merecidos castigos, sea porque la autora se ha encariñado con ella o porque realmente hay una parte de la autora a la que le encanta poner en jaque a la institución educativa.

La cárcel en la que tú y yo vivimos

Sabemos que los internados no son siempre los lugares de perfección moral que se describen en las sagas del género. A menudo no son castillos con lagos naturales y compañeras estupendas. A veces son un lugar frío y húmedo, perdido de la mano de Dios, donde impera el bullying y el control social. Y los profesores, profesoras o monjas, también en consonancia con las normas educativas de la época, tienen la mano muy larga y a menudo les gusta demasiado «educar» mediante la anulación y la humillación. Esa es la realidad, pero es una realidad que solo aparece en sombras y que en las novelas de internados de chicas no aflorará de verdad hasta la superación del género a mediados del s. XX.

Upper Fourth at Malory Towers | World of Blyton
Las chicas de Torres de Malory en dura cooperación.

La tensión entre norma y ruptura se manifiesta en la crítica velada a la institución educativa o religiosa (y en ocasiones a la sociedad en sí) de muchas de estas historias. Incluso cuando cantan las loas de su internado ficticio e intentan imbuir el mismo orgullo en sus lectoras, las autoras son conscientes de que la realidad no es tan bonita como la pintan. Por eso, de vez en cuando, aparece un tímido asomo de crítica al sistema, que visto desde los ojos de las niñas-fieras, comienza a mostrar su otra cara: la de anticuada, la de represiva, la que intenta uniformizar (**) a todas las muchachas para convertirlas en copias de la mujer perfecta.

El género escolar se hizo tan popular que dio origen a muchas parodias e iteraciones, normalmente centradas en la sátira social. Esta aparece ya en los libros de Billy Bunter, creado por Frank Richards en 1908, que aquí conocemos sobre todo por las historietas de Guillermito y su voraz apetito. Billy es gordo, desagradable, siempre está hambriento y tiene muchas ganas de fastidiar a sus compañeros; suele fracasar y el director le rompe muchas varas y bastones en el trasero. En este caso, el protagonista es un «malo malo», pero además de reírnos de sus castigos, George Orwell identificaba una fascinación en nosotros por la maldad y el ingenio de Billy. Al igual que con Claudine o June, todos queremos secretamente que Billy triunfe, aunque solo sea un poco.

En la segunda mitad del siglo XX los cambios sociales dan lugar a una representación diferente del concepto del internado y a la definitiva satirización de las miserias de la educación tradicional, vista como un espacio carcelario en libros como Down with skool (Abajo el colejio) de Geoffrey Willians (1954). La parodia más famosa de un internado femenino probablemente sean las chicas del St. Trinian’s, de Ronald Searle, unas adorables colegialas que surgieron en 1946 como tiras cómicas de un periódico británico. Las alumnas (y profesoras) del St. Trinian’s dedican su vida a hacer gamberradas, beber, fumar, acostarse por ahí sin condón e incluso planear asesinatos. Del salvaje St. Trinian’s nos han llegado varias películas; las de los años 2000 son muy divertidas, pero bastante rebajadas en tono.

La deconstrucción del género

Aunque la estructura tradicional de estas novelas entra en declive en la segunda mitad del s. XX, el género escolar como tal no ha desaparecido y, de hecho, está muy presente en otros medios, como las series de anime, que no son mi especialidad pero beben de un sistema similar. Hay muchas historias que incluyen restos del género clásico de internados; en la propia saga de Harry Potter se puede rastrear esa influencia en un mundo de fantasía. Hoy, la pasión por todo lo nostálgico hace que ni siquiera parezcan fuera de lugar, aunque a menudo vengan en el envoltorio de una fantasía o una distopía.

Sin embargo, como ejemplo de deconstrucción y a la vez de dignificación del género, me gustaría hacer mención a una autora que se sitúa en las antípodas de mi pensamiento social y moral: Antonia Forest. Escribió lo que conocemos como saga de las Marlow, casi desconocida fuera del entorno angloparlante. Dicha saga comienza con Autumn Term (1948), en el que las gemelas Nicola y Lawrence Marlow (ojo, las dos tienen nombres masculinos) llegan por primera vez al internado Kingscote.

Nicola y Lawrence vienen de lo que podríamos denominar «un linaje ilustre»; su hermana Rowan, por ejemplo, es prefecta en el mismo colegio. Sin embargo, la autora, que se conoce bien el género de internados, lo deconstruye de manera fascinante. Nick y Lawrie esperan destacar; como Pat e Isabel O’Sullivan, de Santa Clara, diríamos que se lo tienen muy creído por venir de donde vienen. Pero, al contrario que en la narración habitual, no basta una pequeña lección de humildad para que estas dos se adecuen a las normas del colegio y comiencen a convertirse en el ejemplo que esperamos. Nick y Lawrie no son tan inteligentes como se creen (de ahí que las coloquen, de entrada, en el Remove, el nivel más bajo de su curso), no dejan nunca de albergar motivaciones poco honorables y con frecuencia las cosas no les salen bien. Esto no es fuente de humor, como en Billy Bunter, sino un recordatorio de que a veces la vida no es como nos creemos y que nuestros actos, por inocuos que parezcan, siempre tienen consecuencias.

Esta curiosa interpretación de un internado en tonos de gris deviene en la historia de la familia Marlow. Antonia Forest trata temas como la fe, el divorcio, el maltrato, la culpa y, por encima de todo, la moral. Partiendo de postulados conservadores, construye una especie de saga trágica al estilo shakespeariano en la cual utiliza el género de internados para crear algo distinto. Pocas veces he visto personajes tan complejos ni temas tratados con tanta seriedad como en las novelas «escolares» de Antonia Forest. Hoy sus libros son muy difíciles de conseguir, lo cual es una pena, porque realmente merecen una lectura.

La disciplina y el castigo

Al igual que la crítica social aparece de forma velada en las sagas clásicas, la disciplina y el castigo se muestran como elementos básicos de formación, bien sea como amenaza o de forma explícita. Conviene recordar que en el Reino Unido el castigo físico en las escuelas se abolió tardísimo y que estaba totalmente integrado en el sistema educativo. Hasta hace unas décadas, aún se instigaba a las chicas que eran ejemplos de conducta a que castigaran a sus compañeras. En las novelas de Enid Blyton y de las autoras antes mencionadas, la clase a veces se toma la justicia por su mano y decide dar una lección a las niñas conflictivas, aunque pocas veces es algo tan explícito como una paliza. Con todo, a una lectora contemporánea se le salta la peluca cuando se comenta de pasada que van a «sentar a X en las tuberías de la calefacción» o «dar a X una azotaina con el cepillo del pelo» (por la parte de atrás) y se presenta como lo más natural del mundo.

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Las chicas de Torres de Malory en una de sus fiestas a medianoche.

Aparentemente, estos ejemplos de agresión en grupo o de agresión controlada no son violencia, sino ejercicios de disciplina: las alumnas designadas tienen permiso para ejercer el castigo sobre las otras al margen de las circunstancias. También la clase, de forma colectiva aunque ambigua, está autorizada para reprender, en ocasiones con dureza o violencia física, a aquellos elementos individuales que perturben el orden y la paz. Dar una bofetada sin razón a otra niña es motivo de regañina, pero humillar colectivamente a una alumna cuyo comportamiento es asocial o sospechoso entra dentro de los límites del buen hacer de la institución.

Otra manifestación frecuente de la disciplina entre iguales, que sucedía tanto en internados masculinos como femeninos, era el fagging (***); es decir, que las niñas más pequeñas estaban obligadas a servir a las mayores. La duración y laboriosidad de las tareas encomendadas quedaba a criterio de las chicas mayores, de las que se esperaba que obraran con sensatez. En teoría, todo esto contribuía a potenciar la humildad y educar el carácter, pero por supuesto, como te tocara una sádica como prefecta o una clase adicta a las zurras colectivas, ya te podías agarrar. Por eso estas cosas han quedado como una mezcla entre fantasía erótica y trauma social colectivo con las que los aficionados al psicoanálisis tienen material para rato.

El deporte

El deporte es otro de los lugares donde se liberan malos sentimientos y se redirigen a la cooperación y el trabajo en equipo. Un poco de competitividad, según estos libros, es positiva, siempre que redunde en beneficio de la comunidad. Esto se traduce en frecuentes enfrentamientos con las malas-malas en el deporte elegido, que suele ser el hockey, el lacrosse, el cricket o el tenis. (****)

El deporte colectivo es uno de los entornos en los que se despliega este juego de afinidades y lealtades, de rivalidad y a menudo también de malas artes. No es de extrañar que sea uno de los aspectos más mimados y potenciados de las series audiovisuales. En estos ambientes, el deporte es muy dramático, porque lo tiene todo. Un partido de lacrosse puede ser la escenificación perfecta de todos los conflictos internos y externos de los personajes. Además, teniendo en cuenta que el internado es en el fondo el protagonista colectivo de estas historias, las autoras suelen gozar de lo lindo cuando pueden mostrar de forma performativa la red de relaciones que han creado.

El teatro

¿Y qué hay más performativo que el propio teatro? Otro de los elementos a menudo presentes en estas novelas es el teatro o, en ocasiones, la escritura, en forma de relato periodístico o de ficción colectiva. El teatro actúa como una suerte de ficción dentro de la ficción y, a menudo, de nuevo, representación más o menos sutil de los conflictos que mueven a los personajes. También proporciona un nivel narrativo más en el que los personajes «se hablan» a través de textos clásicos.

A este respecto conviene decir que las chicas, como corresponde en un internado exclusivamente femenino, representan papeles masculinos sin problema y encarnan pasiones y tribulaciones de héroes clásicos sin que esto entre en conflicto con su rol «femenino» en la sociedad. Una de las obras representadas en la saga de las Marlow es El príncipe y el mendigo, de Mark Twain, donde tanto el príncipe como el mendigo son interpretados por las gemelas.

El teatro, más incluso que el deporte, se ve como una liberación en una institución férreamente organizada, un lugar donde soñar con grandes metas y elevarlo todo a una categoría moral superior. Mientras las chicas aguardan un destino que las obliga a estar siempre a disposición de los otros, como madres (perpetuadoras de la especie) o benefactoras (maestras, enfermeras, etc.), juegan a ser reyes, marqueses y héroes en las obras de teatro, dueños de sus propios destinos.

Y, por supuesto, el safismo

He dejado para último lugar la cuestión del subtexto lésbico de muchas de estas historias porque es uno de los aspectos sobre el que podría hablar horas y horas, pero no os preocupéis, que no me he olvidado. Sí, claro que en muchas de estas obras subyace la cuestión del amor entre mujeres (¿lo dudabais?), aunque de forma implícita y adecuada a la edad de lectura que se presupone.

Imagen de la película Cracks (2009), de Jordan Scott. Aunque no es una maravilla, tiene algunos detalles interesantes y soy débil, muy débil, cuando se trata de internados femeninos.

Es evidente que un mundo exclusivamente femenino lleva, en muchos casos, a un homoerotismo en el sentido amplio de la palabra, por la simple razón de que las figuras que componen el universo sentimental, moral y estético de estos personajes son todas femeninas. También ayuda la edad de los personajes, que va de la pubertad a la adolescencia tardía, en una época en la que las relaciones homosociales son muy intensas y aún no se ve con buenos ojos que una chica tenga una relación con un chico. Así, un entorno sáfico (desexualizado) se ve como un espacio seguro y positivo en comparación con la preocupación de que la adolescente se enamore de un hombre cualquiera o se quede embarazada.

De hecho, las relaciones de amistad heterosexuales en estos libros son totalmente «limpias»: presentan muy pocas diferencias respecto a las relaciones entre chicas y, cuando se da el paso hacia una relación romántica, sus personajes suelen desaparecer del mapa. Que la protagonista o una amiga se prometan se ve como la evolución definitiva de niña a mujer y, por tanto, aquellas que lo den quedan automáticamente excluidas del entorno sáfico y seguro del internado, que «protege» a sus alumnas mientras estén en período de crecimiento. Es llamativo que las protagonistas no hagan prácticamente alusión a relaciones románticas heterosexuales ni muestren la más mínima curiosidad por ellas, ni siquiera con dieciséis o diecisiete años. Parecen vivir en una especie de pubertad eterna donde el noviazgo o el matrimonio no existen, son parte del «mundo exterior» y lo único que cuenta, lo único que hace latir el corazón, son las amigas, las rivales o las profesoras.

Las amistades que se representan en estos libros son a menudo de corte victoriano. La relación con la mejor amiga (la amiga especial o amiga del alma) es totalmente exclusiva: tu amiga del alma es tu «pareja» y la relación debe ser un lugar especial donde compartir, relajarse y sincerarse. Pero ni siquiera estas amistades están exentas de roces. Sally Hope, en Torres de Malory, es la mejor amiga de la protagonista Darrell Rivers, y le aporta un contrapunto de sensatez y sosiego similar al de Diana con Ana de las Tejas Verdes; pero el principal defecto de Sally es, literalmente, que es demasiado celosa. Y aunque esto no llega a poner en peligro su relación, sí hace que Darrell se sienta asfixiada en ocasiones, porque los celos de Sally actúan ante cualquier amenaza externa. También vemos romper a «parejas» de varios años por la presencia de una alumna nueva o el surgimiento de diferencias irreconciliables entre las dos chicas.

No obstante, en estas sagas hay algunas «parejas» de chicas que perduran incluso después de la época escolar, y resulta curioso que las más estables parecen tener por delante un futuro juntas: Darrell y Sally van juntas a la universidad y comparten habitación; Bill y Clarissa, las enamoradas de los caballos, quieren abrir una escuela de equitación… en un gesto que recuerda mucho a las parejas de mujeres de la época. A menudo simplemente se quiere denotar que esa amistad, que tanto ha representado, continúa viva durante la adultez; pero con frecuencia esas amistades parecen tan férreas y positivas, y los posibles matrimonios están tan lejanos o importan tan poco, que la lectora se queda con la impresión de que las dos amigas viven juntas y felices para siempre.

Las autoras se esfuerzan mucho en recalcar que los sentimientos por la mejor amiga deben ser correspondidos, que si no, ese «enamoramiento» solo a lleva a relaciones desiguales e insatisfactorias. Aquí nos topamos con una vertiente distinta de la atracción entre mujeres, que es la fascinación o, en inglés, el crush. El crush se representa de muchas maneras en estos libros y es probablemente el acercamiento más explícito al deseo romántico y sexual. Cuando los personajes tienen un crush, solo desean estar con su persona amada de forma casi enfermiza, cumplir sus deseos y ser suficiente para ellas. Hay una atracción estética explícita: se admira su belleza o detalles como su cabello, sus labios, su forma de hablar. Con frecuencia estos sentimientos se traducen al castellano, en los propios libros, como enamorarse y enamoramiento.

Hay algunos crushes que se convierten en amistades de verdad y, por lo tanto, se formalizan, se hacen estables. Sin embargo, en muchos otros casos, el enamoramiento es fuente de tensiones, sufrimiento y, sobre todo, manipulación. El objeto de deseo es con frecuencia una alumna mayor; en algunos casos, una profesora; y en otros, alguien de la misma edad a la que se ve como más atractiva o digna de veneración. Volviendo de nuevo a Enid Blyton, en los libros de Santa Clara, Angela utiliza su belleza no solo para doblegar la voluntad de Alison, aquella compañera que ha elegido como mejor amiga y cuya relación contiene algo de crush; también despliega sus encantos con las alumnas más jóvenes para encandilarlas y conseguir que hagan lo que ella desea, además de obtener un placer sádico al «romper el corazón» de alguna de ellas. Las chicas lloran por Angela, sufren sus desprecios y se pelean por sus sonrisas. Hasta la prefecta tiene que llamarle la atención por esa estrategia de «seducción»; no por su asociación con el lesbianismo, sino simplemente porque actuar de esa forma es cruel y moralmente reprochable.

Físicamente, el roce o el deseo del roce está presente sobre todo en los libros más antiguos. En A Fourth Form Friendship (1911), de Angela Brazil, Aldred y Mabel, cuya relación es el centro de la historia, terminan el libro sellando su amistad con un apasionado (pero casto) beso en los labios. En los libros más recientes, esos besos o roces (abrazos, achuchones, caricias, caminar de la mano, etc.) se convierten en simples presencias o momentos en los que, a solas, las dos chicas se confiesan sus sentimientos, a menudo pidiéndose perdón por haberse comportado de forma insensata y no haber tenido en cuenta a la otra. Esos momentos a solas actúan como complemento o sustituto del acercamiento físico, que en el siglo XX comienza a asociarse más claramente con el deseo erótico y, por lo tanto, va perdiendo poco a poco su intensidad en este tipo de novelas.

A Fourth Form Friendship by Angela Brazil
Cubierta de A Fourth Form Friendship, que como muchas otras novelas de Angela Brazil, trata de la relación entre dos alumnas.

Como colofón, es llamativo que muchas autoras del género sabían perfectamente lo que era enamorarse de otra mujer y bastantes mantuvieron relaciones románticas con mujeres. Mucho de lo que se describe en estas relaciones entre chicas jóvenes suena a una mezcla entre el goce de rememorar estos placeres (placer de la amistad sincera, placer de los primeros enamoramientos) y la advertencia contra las relaciones desiguales, aquellas en las que una da o siente más que la otra parte. Aun siendo esa edad especialmente proclive a ese tipo de enamoramientos, homosexuales o heterosexuales, podemos decir que estas novelas no son solo formativas en cuanto al carácter, sino que también contienen una educación sentimental secundaria.

El deseo sáfico en este tipo de instituciones no ha resultado nunca especialmente problemático para la sociedad, teniendo en cuenta que es una época acotada en el tiempo y, como ya hemos visto, en la que es más seguro que las chicas estén bajo vigilancia, sobre todo a partir de su primera menstruación. El imaginario heteronormativo lo sitúa como preparación para la vida sentimental «plena», heterosexual, y por lo tanto no peligroso. Por eso resulta tan divertido subvertirlo con historias en las que el deseo sáfico es o bien explícitamente sexual o, sobre todo, perdura en el tiempo de una manera contraria a las expectativas sociales, como en el caso de Bill y Clarissa y su escuela de equitación conjunta.

Desde fuera, el internado femenino ha sido fuente de fantasías de todo tipo, en parte por ese rol protector de la institución con sus alumnas y en parte por ese safismo que se le presupone. Al ser un espacio exclusivamente para mujeres, o para niñas que pronto se convertirán en mujeres, los hombres heterosexuales lo han hipersexualizado, añadiendo precisamente los rasgos que están ausentes del género escolar clásico. Pero es importante recalcar que esta asociación del colegio con la sexualidad femenina y el safismo no solo ha sido patrimonio de hombres heterosexuales. Las mujeres lesbianas y bisexuales también han encontrado en estos lugares los escenarios adecuados para narrar momentos muy importantes en el despertar de su vida amorosa y su sexualidad. Hay ejemplos de todo tipo, pero podríamos empezar por la descripción desenfadada del erotismo sáfico y sus juegos en la clásica obra de Colette, Claudine en la escuela (1900). Podríamos seguir con el explosivo contenido de Thérese e Isabelle (1955), de Violette Leduc. Y podríamos acabar con obras que se han escrito y no han podido ver la luz todavía, como El pensionado de Santa Casilda, de Elena Fortún, que ya se había aproximado al género escolar con Celia en el colegio (1932). Por aquí seguimos esperando con ilusión más novelas que hablen sinceramente del amor entre mujeres en un entorno que, por suerte, cada vez está más enraizado en el pasado, pero que sus razones tendrá cuando no desaparece del todo.


(*) Siempre pensaré que la Claudine de Enid Blyton está inspirada en la Claudine de Colette. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.

(**) El énfasis en el uniforme de la escuela no es accidental. El uniforme es uno de los instrumentos que la institución emplea para distinguir a sus protegidas y, a la vez, para estandarizarlas a todas. No hay prácticamente ninguna novela de internados donde no se haga referencia al uniforme, lo cual también conecta a la perfección con las fantasías de disciplina.

(***) Sí, fag quiere decir marica. Sí, viene del significado de esta palabra. Ver la última sección para una aproximación al deseo entre mujeres en las obras sobre internados femeninos.

(****) Cuando vi por primera vez lo que era el lacrosse en un partido de verdad, me pareció todo menos un deporte para señoritas. ¡Menudos guantazos se pegan con el palo! Se parece mucho más al roller derby que a un «deporte» sosegado como el croquet.

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La amiga estupenda (que no siempre lo es) y esas relaciones extrañas que duran toda una vida

¡Hola, gente! ¿Qué tal? Supongo que confinados y algo dispersos, como yo. Por eso he decidido rescatar este blog. Bueno, por eso y por dejar constancia de que, por suerte, a mí todavía no me ha afectado el coronavirus (aunque en este año y pico que no he actualizado la página me podía haber muerto igual).

Son días extraños en los que todos buscamos algo con lo que entretenernos, sea trabajo, repostería o ejercicio. Podría contar muchas cosas acerca del trabajo (entre otras cosas, porque dejé mi trabajo alimenticio a mitad del año anterior y, visto lo visto, quizá no fuera tan buena idea), pero la verdad es que no me apetece. Como la última publicación que escribí iba acerca del remake de una serie, She-Ra, con la que todavía sigo encantada, he pensado que podría hablar acerca de una adaptación de novela a serie que me tiene muy entretenida estos días: La amiga estupenda, de Elena Ferrante.

Los libros

La saga original se compone de cuatro novelas de buen tamaño que yo me devoré más o menos con la misma avidez que los libracos de Canción de hielo y fuego. Están escritas por una autora italiana a la que le gusta ir a eventos todavía menos que a mí y de contestar entrevistas ya ni hablamos, y te cuentan básicamente la amistad obsesión insana cómo llamar esto relación complicada entre la protagonista, Elena Greco, y su amiga de toda la vida, Lila Cerullo. Ambas han nacido en un barrio deprimido de Nápoles en los años 40, en mitad de la Segunda Guerra Mundial, pero la principal diferencia es que Elena logra que la dejen seguir estudiando, mientras que Lila no. Lo cual se convierte en un punto de fricción eterno entre ellas porque Lila no es que sea inteligente, es que es increíblemente brillante; y a Elena, que también es inteligente y lo sabe, este hecho le admira y le molesta a partes iguales, porque después de todo, la que (inicialmente) consigue salir de la miseria a base de hincar los codos es ella.

Pero ahí está su amiga, a quien aparentemente le pasan cosas interesantes, aunque su vida sea una basura (que lo es), y ahí está la eterna comparación entre ellas dos y la eterna inseguridad de Elena y la eterna ambivalencia de su colega y la eterna insatisfacción, porque por si no queda del todo claro por lo que digo, la medida de la vida de cada una de ellas es la otra. Aunque están separadas por un hecho traumático que no termina de repararse nunca, que es esa injusticia cometida con Lila al no permitirle estudiar (y que hace que lo tenga mucho más difícil), se pasan décadas sin quitarse el ojo de encima, juntándose y separándose, queriéndose y odiándose, intentando entenderse y sin terminar de hacerlo, porque ninguna de las dos es muy buena en eso de comunicarse y porque la amistad que tienen es demasiado rarita como para ser del todo sinceras la una con la otra.

Mientras tanto, hay más personajes por ahí y las novelas te van contando también su historia poco a poco, que en el fondo es la historia de Nápoles y, hasta cierto punto, la historia de Italia y de la segunda mitad del siglo XX en Europa. Es curioso que las novelas logren hacer eso describiendo tantísimas escenas de intimidad, que en teoría implicarían todo lo contrario, pero es ahí donde reside su fuerza. Aunque se sabe poco sobre la autora, está bastante claro que parte de lo que cuenta es autobiográfico; de ahí también, supongo, el trasiego de personajes y subtramas, que a veces no se llegan a entender hasta que llegas al final del final del final, y entonces dices: «¡Ah!».

Las cubiertas de los libros han cambiado una barbaridad, pero creo que las que usan fotos reales de la época son las que más me gustan. Cabe preguntarse por qué tradujeron L’amica geniale por La amiga estupenda, cuando en castellano tenemos también el adjetivo genial, que juega precisamente con esos dos significados (el de su inteligencia y el de lo buena/mala amiga que es). La amiga genial es Lila, obviamente, pero en el libro solo se pronuncian estas palabras una vez y al contrario, porque es Lila quien se las dice a Elena: «Tú eres mi amiga genial», dice. Snif.

Como ya he dicho, a mí estos libros me encantaron. Hay pocas sagas que lleguen a engancharme hasta el punto de que me sé los nombres de todos los personajes, hasta la familia X que solo sale en un pedacito de uno de los libros, pero que todos sabemos que son los mejores y tendrían que haber partido la pana. Por supuesto, un plus es esa amistad relación extraña de verdad, no sé cómo llamarlo entre las protagonistas, pero también hubo otras cosas que me gustaron, como el hecho de que estén narrados en primera persona. Esa voz de Elena, que desde el principio intenta ser la que cuenta la verdad de la historia y resulta ser, al menos para mí, la narradora menos fiable de la historia, es una delicia desde el momento en el que comprendes que aquí la historia tiene muchos matices, pero te van a mostrar solo uno y el resto queda a tu imaginación. ¿Su amiga la odia, en realidad? ¿Su amiga la adora? ¿Ambas cosas? ¿Quién es aquí la «mala» del cuento?

Me encantan las historias que dejan aspectos por interpretar y, curiosamente, pese a constituir en apariencia una narración férrea sobre un único punto de vista, esta lo es. Desconozco si es la intención de la autora o mi interpretación, pero la primera persona me parece maravillosa para engañar. Los testimonios siempre son un fragmento de la realidad, a veces brutal y revelador, pero no dejan de ser las cosas pasadas por el tamiz de alguien que, normalmente, primero las vive y después las recuerda. No hay nada más puro, más real, y, a la vez, no hay nada más parcial y mentiroso.

La serie

Como esta saga fue un pepinazo en todo el mundo (decídmelo a mí, que creo que he regalado los libros al menos a cinco personas), llega la HBO en 2018 y, al intentar hacer «producto local» con cadenas o productoras de cada país, se les ocurre que pueden colaborar con la RAI para producir una serie de La amiga estupenda. Y se montan un casting de la repera al que acuden todos los chavales y chavalas de Nápoles y sus alrededores para hacerse famosos y unos decorados que quitan el hipo, porque si en el fondo esta saga habla de la historia de Italia, es un producto para sacar músculo y ganar prestigio como región y como país en todo el mundo, mucho más teniendo en cuenta que se va a emitir en una plataforma internacional. Así que nada, con un presupuesto que para nada es una tontería y, a la vez, maneras de serie pequeña (la autora sugirió el nombre del director porque había querido adaptar sus novelas hacía años; la cuñada del director dirige algunos episodios cada temporada, etc.), terminan por encontrar a sus niñas actrices y sacan adelante la primera temporada, basada en el primer libro.

Y aquí sucede la magia.

Hay una cosa que tiene el lenguaje audiovisual frente a la palabra escrita, que es que cualquier imagen siempre va acompañada de un caleidoscopio de interpretaciones. Por mucho que tú quieras señalar que algo significa tal, siempre habrá un margen de duda mucho mayor que con la palabra. Lo que quiere decir que esta serie va a intentar trasladar la narración férrea y casi sin huecos de la historia de Elena, pero por definición, no va a conseguirlo del todo.

Cuando comencé a ver la serie, me hizo mucha gracia que hubieran importado, literalmente, las pajas mentales los monólogos de Elena consigo misma acerca de ella, de su amiga y del mundo que las rodea. La impresión de que la serie es «muy literaria» que tienen algunas personas es totalmente cierta, porque la presencia de la voz en off de Elena lo invade todo y no hay nada más antivisual que tener a la protagonista mirando y pensando con voz en off la mayor parte del tiempo, por mucho que fuese así en el libro (Elena es la observadora de la vida de su amiga y de todo lo que ocurre a su alrededor). Pero, ay, que la voz en off no puede mantenerse siempre. Que llega un momento en el que el espectador tiene que decidir si lo que le cuenta Elena, esos pensamientos que se presentan como la verdad absoluta, son ciertos o no. Que llega un punto en el que hay que contar lo que le pasa a la otra sin la presencia de Elena.

Y ese punto llega. Se hace realidad, sobre todo, en la segunda temporada, cuando la serie ya se ha librado un poco de la culpabilidad de diferir con las novelas (difiere poquísimo y, cuando lo hace, es solo por amalgamar o intentar presentar algunos acontecimientos de forma más dinámica; no hay cambios gratuitos). Es ese momento en el que Lila se pregunta abiertamente: «¿Por qué todos piensan que tú eres la buena y yo la mala?». Y Elena la mira con una picardía poco habitual en ella y le responde: «¿Acaso no es así?».

No tengo ninguna explicación heterosexual para estas miradas larguísimas en la serie. Creo que se hacen con toda la connivencia de los directores y de al menos una de las actrices. Es totalmente normal quedarte embobada mirando a tu amiga, o lo que sea, incluso cuando va a casarse. Es normal querer desesperadamente tener relaciones sexuales al mismo tiempo que ella. A quién no le han pasado estas cosas alguna vez en la vida; lo que pasa es que la mayoría terminamos sumando dos más dos en algún momento…

Hay una palabra en castellano que me gusta mucho: intersticio. Los intersticios son los huecos entre los bloques por los que se filtran interpretaciones, significados, que no necesariamente son los que se desprenden de las primeras lecturas (o visionados) o que no siempre coinciden con la voluntad de su autor. La serie de La amiga estupenda, a pesar de que intenta mantener firmemente el punto de vista de Elena (y no en vano para ello cuenta con la supervisión férrea de su homóloga, la autora de los libros), no puede controlar todos los intersticios. Y esas preguntas, que ya existían en el texto original, aunque solo fuera por su ausencia, se hacen demasiado evidentes. Elena, ¿odias a tu amiga en realidad? ¿Eres tú quien la odia y no ella, porque a pesar de sus bandazos, parece evidente por buena parte de lo que dice y hace que te quiere profundamente, quizás más de lo que tú la quieres a ella? ¿O eres tú quien la adora demasiado, un poco demasiado, más de lo que te gustaría?

La cámara se pregunta todas esas cosas a las que la voz en off no interpela directamente, porque no es posible hacerlo de otro modo, no con esa historia y no con esa relación complicada en el medio. La cámara es más ambigua, y esas miradas que Elena dirige al mundo exterior se convierten en miradas bidireccionales entre ella y Lila. Miradas cómplices. Miradas inseguras. Miradas de tensión. Miradas de desdén y de admiración y quizás también de deseo. Todo lo que había en la novela original sigue presente y, aun así, qué difícil es mantener esa mirada durante tantísimos segundos y que el espectador no se pregunte: «¿Pero qué estáis haciendo, par de dos? ¿Os coméis la boca o qué hacéis?».

No es necesariamente esa historia, pero que conste que digo necesariamente, porque ese elemento de tensión sexual no explorada existe ya en las novelas originales y Elena, nuestra narradora no fiable, lo considera abiertamente al menos en una ocasión, cuando ya tiene la suficiente edad y la suficiente distancia de su barrio como para planteárselo. Que conste que no lo rechaza del todo: solo dice que prefiere no ir allí, quizá demasiado temerosa de lo que pueda encontrarse. Sería una decisión muy respetable de no ser porque la vida de Elena no parece estar nunca completa sin su amiga y que, incluso hacia el final, las dos se buscan mutuamente una vez más para… ¿encontrarse? ¿Superarse? ¿Decirse lo que hasta entonces no se habían dicho?

En el texto original quedan preguntas, y todavía está por ver cómo va a resolverlas la serie, pero si toman el camino que hasta ahora han seguido, supongo que jugarán con los intersticios.

Buscando los intersticios

Es posible que yo vea más huecos en narraciones compactas porque no termino de creer en los universos coherentes que ahora están tan de moda, en los que parece haber una cronología inmutable en la que ha pasado X, Y y después Z. Hasta en los universos ficticios, lo que se cuenta depende de las circunstancias de las personas que escriben esas historias. Por eso para mí era tan importante, por ejemplo, alternar los puntos de vista de Álex y Nick en Un pavo rosa, no solo como forma de crear tensión para el romance, sino porque lo que te cuentan que ha sucedido no siempre es igual y queda a criterio del lector decidir quién tiene razón, si es que alguna la tiene.

Por eso también aprecio tanto los fanfics. Aunque los resultados no siempre sean brillantes desde un punto de vista literario, los fanfics siempre corren a buscar los intersticios. Toman algo que se ha dicho, que se ha hecho, y ofrecen una interpretación que no siempre es la más obvia, pero sí de algún modo coherente: son a la vez un homenaje al texto principal y una rebelión, porque nunca lo imitan del todo, siempre aportan algo distinto.

«¿No podíamos, Dios mío, encontrar la manera de darnos la vuelta y ofrecernos la mano, de apoyarnos por fin la una en la otra en lugar de competir sin medida?». (@djangomar, Siempre llega la noche)

Y todo esto viene a que quizás no habría sentido tanta necesidad de escribir uno de estos homenajes-rebelión si hubiera encontrado más fanfics de La amiga estupenda en mi primera búsqueda. Sé que normalmente las sagas literarias no engendran muchos textos derivativos, pero… ¿de verdad? ¿Ni siquiera ahora, con la serie, se le había ocurrido a alguien publicar esa historia paralela de romance entre ellas a la que casi parece invitar la narración? Había algunos relatos curiosos, algunas búsquedas de otros intersticios que a mí no me interesan (no me emociona el intersticio en el que Lila se enamora de verdad del mafioso cabrón por alguna razón que desconocemos), pero no esto.

Así que sentí que tenía que escribir algo. Deber social. O puro autofanservice. Y entonces me sorprendió la cuarentena. Y como tenía que enfocar la mente en algo, me dediqué a escribir esta historia como una bala. El resultado es cuanto menos sorprendente: unas 68.000 palabras (una novela no muy larga) escritas en menos de un mes; creo que es incluso más larga que ¡Sí, mi capitana!

Como si me lo pensara dos veces no la publicaría nunca, la he revisado mínimamente y la he subido a Archive Of Our Own con el título de Siempre llega la noche. Ese sitio va a sustituir a mi perfil de Wattpad para este tipo de historias, porque ya no me siento cómoda subiendo cosas a Wattpad; nunca encuentro lo que busco y tengo la sensación de que lo único que quieren es venderme algo, aunque no me interese en absoluto. Archive Of Our Own funciona con etiquetas y, para los fanfics, es uno de los pocos «lugares seguros»: casi todos los demás archivos web pueden acabar tirándote la historia por asuntos que no tienen que ver con razones de copyright, sino mucho más con el contenido sexual, pero AO3 nunca ha ejercido ese tipo de censura y espero que no la ejerza. Creo que la gente debería poder publicar el contenido que quiera, aunque a mí no me guste leerlo.

Y no sé. Que he disfrutado muchísimo escribiendo esta historia. Que me he complacido un montón con la imitación y el homenaje (y he intentado ser muy fiel al estilo de la historia original y su protagonista; qué placer poder ser, por una vez, tan pedante como ella), pero también con las pequeñas rebeliones (como las escenas de sexo descritas en detalle, un poco como venganza, o el angst totalmente autoindulgente). Quizás por eso ha salido tan rápido, mientras que llevo años intentando sacar adelante un par de novelas que no terminan de cuadrar. Tampoco tenía ninguna expectativa y supongo que eso relaja mucho a la hora de crear.

Por supuesto, mi cabeza ha ido un poco más lejos y ha creado una especie de narrativa de la que esta solo es la primera parte, en parte porque yo también tengo mi propia batalla interna (quiero, por supuesto, darles a Elena y a Lila la oportunidad que no les dan las novelas, pero soy consciente de que tienen muchas cosas en contra y que esa herida original entre ellas tal vez no sane nunca). Pero ya no puedo prometer que esas secuelas se escriban. Creo que este es el fanfic más largo que he escrito nunca y ponerme a escribir una visión alternativa de la saga de Elena Ferrante es tentador una tarea titánica. A lo mejor yo, como fan, no me equivoco al considerar alternativas, pero quizás la autora siempre tuvo razón al desecharlas. Es la magia de las narraciones y de las perspectivas.


siempre llega la noche, mi fanfic de la amiga estupenda que narra un romance explícito entre elena y lila, está aquí. Si te gusta, puedes continuar leyendo su secuela, A través de la madrugada, porque me he emocionado tanto que esto va a ser una trilogía. también verás algún otro fanfic de otras series en mi perfil de ao3. Creo que voy a seguir escribiendo fanfics durante un tiempo; son días extraños, al fin y al cabo.

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Soy fan de la antigua She-Ra y la nueva serie me ha encantado

(Aviso: Esta publicación contiene spoilers de la primera temporada de She-Ra y las princesas del poder. Si aún no la has visto… ¿¿¿por qué aún no la has visto???)


Hace no mucho tiempo se filtraban las primeras imágenes del reboot de She-Ra y a la niña que yo fui le resultaban curiosas. En particular, esa falta de pechos de la que había sido una princesa guerrera hipersexualizada y con tacones (¿quién va a pegar guantazos con tacones?). El diseño de los personajes de esta versión se parecía más al de Steven Universe, con gente redondita y ojos grandotes. No lo veía mal, solo distinto. «No tiene que gustarte a ti, tiene que gustarles a las niñas de ahora», leí al respecto, y estuve muy de acuerdo.

¿Esta es la nueva She-Ra? Está muy... tapada.

¿Esta es la nueva She-Ra? Está muy… tapada.

Hace aproximadamente treinta años (qué vieja soy), yo tenía una muñeca rubia con una capa roja y una tiara dorada con la que jugaba a ir por ahí salvando a gente y destrozando cosas. También tenía un muñeco de Skeletor y un tigre verde que le servía de montura a She-Ra; sabía que en realidad era el tigre de su hermano He-Man, pero a mí Swift Wind me parecía ya un poco over the top con esos colores y esas alas. Me encantan los pegasocornios, pero mi She-Ra era una tía ruda, así que agradecía que montase un bicho algo más rudo.

Veía de vez en cuando una serie llamada He-Man and the Masters of the Universe, y también otra que se llamaba She-Ra: The Princess of the Power. Para mí eran una especie de continuum, aunque entendía que la primera estaba centrada en el príncipe Adam y He-Man y la segunda en la princesa Adora y She-Ra. Pero aunque protegían reinos distintos (Eternia y Etheria: EXTREMADAMENTE DISTINTOS HASTA EN EL NOMBRE), todo parecía muy similar. Bueno, en She-Ra había más chicas y más colorines, ya está.

Sin embargo, lo que recuerdo más eran los cómics. Yo era una niña muy lectora y en aquella época mi familia tenía problemas para abastecerme de libros y cómics. Gracias a estos, le cogí mucho cariño a un personaje que apenas recordaba de la serie: Catra. La pobre se llevaba todos los palos. ¿De qué sirve ser mala si los malos te toman por el pito del sereno y She-Ra te hace picadillo cada vez que te ve? ¿De qué sirve molar tanto, convertirte en gata (haciendo feliz a mi alma furry) y ser mala de narices cuando no te toman en serio?

Esta era mi antigua Catra. Iba a todas partes con Clawdeen, su león ROSA. Tengo este cómic.

Esta era mi antigua Catra. Iba a todas partes con Clawdeen, su león ROSA. Tengo este cómic.

Así que la incluí en mis juegos, aunque sin muñeco. Catra era la aliada de Skeletor y quería pegar a She-Ra. O She-Ra le pegaba a Skeletor y rescataba a Catra. Porque Catra me daba ternurita y quería lo mejor para ella. Y porque me gustaba que She-Ra la rescatase. En fin, esas cosas que sabemos pero aún no sabemos.

Flash-forward treinta años, al lanzamiento de la nueva serie de She-Ra en Netflix producido, para mi sorpresa, no por Rebecca Sugar (Steven Universe), sino por una dibujante de cómics de 26 años (o sea, una persona que no estaba NI VIVA cuando YO veía She-Ra) con escasa experiencia en el audiovisual: Noelle Stevenson, la creadora de Nimona y Leñadoras. O es realmente muy buena en lo suyo o en Dreamworks TV ha habido nepotismo a muerte.

Mientras yo todavía estoy pensando en si debería acercarme a este remake que ya me han dicho que no es para mí, sino para las niñas de ahora, mi Twitter enloquece y empieza a llenarse de fotos de una chica-gato que le pone ojitos a una Adora con cola de caballo. Y a la niña que yo fui (a la niña que aún soy) es como si le clavaran una flecha en el corazón. Esas son Catra y Adora, treinta años después de cuando yo jugaba con mi muñeca de la capa roja.

OK, decidido. Veré el reboot de She-Ra.

Eso son argumentos y no todo lo demás.

Eso son argumentos y no todo lo demás.

Y ahora, trece episodios después, puedo decirlo: She-Ra y las princesas del poder —así se llama la nueva serie, énfasis en el plural— es una pasada. Es TODO lo que a mí me gustaba de She-Ra cuando era niña y también TODO lo que no vi y me habría gustado ver.

Por supuesto que no es la She-Ra de entonces, pero yo ya iba con la idea de que ni lo era ni tenía por qué serlo. De hecho, me ha sorprendido que fuera tan fiel en algunos aspectos. Y el resto de cambios son a mejor. Solo habría querido algo más de presupuesto en el tema gráfico y, aun así, creo que la serie se ha manejado relativamente bien con las escenas de acción. En lo básico, She-Ra sigue siendo lo que yo recordaba: una historia de aventuras y de enfrentamiento entre el bien y el mal en la que la heroína se transforma en una princesa con una espada mágica. Ni más ni menos.

¿Y por qué esta versión es mejor? Pues os lo explico, personaje a personaje.

Adora

She-Ra mola mucho, pero en esta serie hay mucha más Adora que She-Ra. Y no es la «princesa Adora», sino más bien «Adora, la excadete de la Horda que se convierte en la princesa legendaria She-Ra». Lo cual está MÁS QUE BIEN, porque así Adora tiene margen para ser Adora y mostrar sus debilidades, sus miedos, su ansiedad y, en suma, para ser un personaje más o menos complejo y no estar todo el rato salvando el mundo.

¿Esta espada hace algo de verdad o es solo para hacer bonito?

¿Esta espada hace algo de verdad o es solo para hacer bonito?

Esta versión de Adora me ha recordado bastante a Buffy Summers (de Buffy Cazavampiros). Ambas son chicas idealistas y ambiciosas que reciben un don que las hace increíblemente fuertes, pero que también resulta una carga difícil de llevar, y que solo salen adelante gracias a sus amigos. Pero al contrario que Buffy, Adora ha sido parte de «los malos». Como antigua soldado de la Horda, ha sido educada en un ambiente muy estricto que ha potenciado su utilidad militar y estratégica. Por eso Adora intenta responder a los problemas con una sobreplanificación y es incapaz de relajarse. Algo que al final se vuelve contra ella, porque ella no es así, es intuitiva y no cerebral. Pero está ese toque de tener que llegar a todo y tener que hacerlo todo (y, a ser posible, ser la mejor).

Yo no recordaba en absoluto a la Adora «parte de la Horda» y me ha dejado perpleja saber que en la serie original también era así. Pero tiene sentido que no lo recordara, porque nadie hacía referencia a esa etapa que, sin embargo, HABÍA SIDO CASI TODA SU VIDA. En esta serie todo le recuerda a Adora que ha formado parte de la Horda hasta hace muy poco, y sobre todo, la presencia constante de su aminemiga favorita.

Catra

Sobre Catra podría escribir párrafos y párrafos, pero básicamente: alguien —diría que la supervisora de Noelle Stevenson— ha sido la misma niña que yo, ha tenido unos sentimientos parecidos por Catra y ha decidido que iba a convertirla en la principal villana de la historia manteniendo su toque patético y abrazable e incluso redimible en el futuro (o, al revés, con potencial de convertirse en más mala aún que Hordak).

Y a alguien, seguramente esta mujer a cuyos pies me postro, se le ocurrió que la enemistad entre She-Ra y Catra era mucho más potente si Adora y Catra habían sido amigas en el pasado. Reescribe eso: Si Adora y Catra lo habían sido todo la una para la otra en el pasado.

"¡Adora, deja ya esto y vámonos a casa!".

«¡Adora, deja ya esto y vámonos a casa!».

En este punto creo que ya no es tan importante definir si lo que hay entre Adora y Catra es/fue amor o si es solo una amistad intensita reconvertida en enemistad igual de intensita. Vale que la serie da una cantidad de guiños para el shippeo Catra/Adora (a.k.a. Catradora) que casi te tumba, pero la serie en general permite ver a muchos de los personajes como gays o bisexuales a poco que tengas las gafas puestas (más sobre esto en breve). Lo más importante es que las dos son personajes complejos con problemas e intereses muy diferentes y, a la vez, que ha quedado establecido que cada una de ellas es la principal debilidad de la otra. Siempre que mantengan las temporadas sucesivas en esta órbita, yo seré feliz.

Catra es uno de los personajes escritos con más cariño y me complace ver que la necesidad obsesiva de reconocimiento del personaje original también está presente aquí, acrecentada además por el trato diferente que ha recibido por parte de distintos miembros de la Horda, sobre todo por Shadow Weaver. Esta Catra está dividida entre su afecto por Adora (que intenta enterrar una y otra vez, pero ay, nunca termina de estar superado) y sus celos, su envidia, su negatividad, su falta de autoestima y sus propias ganas de mandarlo todo a la mierda.

Es una Catra que da mucha ternura y a la vez también te horroriza y te exaspera. Una fina línea difícil de mantener y que, como es de esperar, también me recuerda al personaje de Faith en Buffy Cazavampiros. Por eso lo único que me mataría con Catradora sería que hicieran como en Buffy: ignorar de repente que ha existido todo eso porque tenemos cosas más importantes de las que hablar, como por ejemplo, un personaje masculino que intenta demostrar todo el rato que se ha redimido. Eso no, por Dios. Eso nunca. En serio, antes que eso, matadla.

Mucho bastoncito, Catra, pero en realidad no te he visto usarlo más que en los entrenamientos.

Mucho bastoncito, Catra, pero en realidad no te he visto usarlo más que en los entrenamientos.

Yo quiero que esta Catra se redima, pero no creo en las redenciones automáticas y mucho menos cuando los personajes se meten hasta el cuello en un arco de descenso a la oscuridad. She-Ra (Adora) ya ha salvado a Catra en varias ocasiones, como hacía también en mis juegos cuando era niña. Ahora le toca a Catra salvarse a sí misma, si lo desea. O morir de exceso de poder, como Shadow Weaver.

Shadow Weaver

Sabía que me gustaba Shadow Weaver, pero no sabía cuánto podía llegar a gustarme. Mi recuerdo de Shadow Weaver era un poco como el de Catra, aunque acrecentado por el respeto que me provocaba el hecho de que nunca había visto su rostro y que esta mujer ya llevaba mucho tiempo sirviendo a la Horda. No era redimible, ni ganas.

No bromees con ella.

No bromees con ella.

Esta Shadow Weaver se ha ganado mi corazón como villana egoísta y cruel, pero no exenta de sentimientos. Que se pone a morir cuando Hordak le grita como si fuera una becaria que ha hecho algo mal. Que se horroriza de pensar que las niñas que ella misma tiene domadas puedan ver su rostro deformado. Que comete (MUCHOS) más fallos de los que debiera porque no hace lo que predica y se deja llevar por sus propias debilidades y obsesiones.

No estoy segura de si solo conservaba a Adora por el poder futuro que le prometía o si realmente había llegado a tenerla en mucha estima; en cualquier caso, como con el Catradora, lo mucho que le importa Adora y lo mucho que desprecia a Catra es canon. Como lo es el hecho (un tanto creepy) de que toca a las niñas todo el rato y que algunos de sus gestos después los imita Catra con Adora. Eso… eso mejor lo dejo para un fanfic.

Bow y Glimmer

Sobre Glimmer, mi mente es un desierto. No tengo recuerdos de ella, así de sencillo. Quizá por eso me ha gustado su personaje en esta versión de She-Ra, aunque no hasta el punto de fascinarme como Catra, Adora o Shadow Weaver. Pero es muy bonito que haya un personaje cuyo arco personal sea el de superarse a sí misma y vencer las dificultades, que en el caso de Glimmer comienzan en la propia casa. A Glimmer la vamos a ver haciéndose muy fuerte en muchos sentidos y, por supuesto, como vamos a lo que vamos y a mí me encanta el drama, espero ver su amistad con Adora puesta a prueba del mismo modo que ha habido un amago en esta temporada con Bow.

El gran poder de Glimmer es brillar.

El gran poder de Glimmer es brillar.

Hablando de Bow: lamento muchísimo la pérdida de ese bigote que era su seña de identidad, pero entiendo que no habría casado bien en un trío protagonista de adolescentes. Este Bow conserva las cualidades con las que yo le recordaba, la bondad y la generosidad. ¿Quién no querría ser Bow o tener un amigo como Bow? Es un personaje con un corazón tan grande que ilumina el camino para todos allá donde va. Y, sorpresa, ¡no hace falta que esté enamorado de She-Ra para que esto suceda!

Las otras princesas y lo muy-gay-que-es-todo

A estas alturas, creo que ya lo he dicho, pero haré hincapié en el tema: sí, en esta She-Ra es todo muy gay y eso es genial. Cuando digo medio en broma que algo es «muy gay» quiero decir lo siguiente:

  • Contiene representaciones de afecto, atracción, etc. entre personajes del mismo género. Por ejemplo, si hay dos chicas, no están compitiendo entre ellas todo el rato o hablando de un tercer personaje masculino. Caso de Catra y Adora. (Que, en realidad, también compiten, pero no por la aprobación de ningún señor.)
  • Personajes del género opuesto pueden ser amigos. Caso de Bow y Adora. (El caso de Glimmer y Bow es más complejo, pero amigos son.)
  • Los personajes masculinos tienen muestras de ternura o debilidad. Caso de Bow, pero también de Sea Hawk, al que NO RECUERDO siendo especialmente tierno en la serie original.
  • No hay absolutamente ningún problema si a un personaje le da por llevar un tipo de ropa u otra (como que Catra vaya en traje al baile o que Bow prefiera llevar la barriga al aire).
  • No hay absolutamente ningún problema si dos chicas o dos chicos deciden bailar juntos, hacerse mimitos, si se rescatan de algún bicho chungo, etc. Caso de… toda la serie. Desde Sea Hawk rescatando a Bow (y no a ninguna de las chicas), pasando por Catra bailando con Adora o Netossa y Spinnerella CASADÍSIMAS en la batalla final.
  • Hay una cierta sensibilidad a la hora de mostrar diferentes formas de ser, culturas y, frecuentemente, también distintas razas o cuerpos, simplemente porque estamos más entrenados para ver y representar la diversidad.
  • Hay una cierta sensibilidad kitsch que permea la obra, como si esta se permitiera mostrar muchas cosas que otras se censuran. Desde un humor un poco tontuno hasta personajes fascinados por los caballos, pasando por espadas arcoíris o bailes con luces de colores. Y esto entronca bastante bien con la serie original, que no era precisamente un prodigio de sobriedad.

Para los ajenos a esta forma de hablar, cuando decimos «muy gay» solemos querer decir simplemente que algo es inclusivo y diverso. Y esta She-Ra se lleva la palma en eso. Apruebo muchísimo que no todas las chicas tengan el mismo tipo de cuerpo y, SOBRE TODO, que no vayan en tacones. Apruebo muchísimo que haya más tonalidades de piel. Apruebo muchísimo a Scorpia, toda ella, TODA. Apruebo a Entrapta, a Frosta, a Perfuma, a Mermista… porque cada una tiene su manera de ser y un diseño único.

YO TAMBIÉN QUIERO PROTESTAR. ¡A mí me ha gustado!

Y esta es la gran potencia de esta serie respecto a la She-Ra original. Quizás a los que somos algo mayores el dibujo no nos llame tanto (aunque tiene mucho sentido que, si los personajes son más pequeños, también el trazo sea más infantil), pero no se puede negar que han hecho esfuerzos para reflejar una amplia gama de chicas, todas diferentes, todas poderosas y todas con sus neuras. Eso era algo que simplemente no tenía el original y que a muchas de nosotras nos ha faltado creciendo. ¿Por qué mi She-Ra montaba el gato de He-Man? ¿Por qué mi She-Ra rescataba a Catra?

De pequeña, a mí me faltaban estas narrativas y de alguna manera tenía que incluirlas. Me faltaba una She-Ra musculosa pegando puñetazos a los soldados de la Horda a falta de espada (¡ASÍ SE HACE!). Me faltaban una Adora que no sabe relajarse, una Glimmer que discute con su madre, una Catra con un pasado coherente, un Bow capaz de mostrar sus sentimientos… y por qué no, una Adora y una Catra compartiendo una aminemistad de lo más intensita en el centro.

Esta She-Ra me ha encogido el corazón, porque era lo que habría querido ver hacía mucho tiempo. He leído que algunos de los antiguos fans de She-Ra están decepcionados con el reboot de Noelle Stevenson. Yo no, y quiero que se me cuente también. Soy consciente de que no soy el público objetivo, pero esta She-Ra tiene todo mi cariño y toda mi aprobación.

Aparte, por supuesto, de que estaré impaciente hasta que salga la próxima temporada y que, cuando Catra y Adora vuelvan a enfrentarse, voy a ser la primera que junte las manos y lo pase mal, pero que muy mal, extremadamente mal-bien por las dos.

¡Ánimo, chicas! Vendrán mejores tiempos.

¡Ánimo, chicas! Vendrán mejores tiempos.

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Por qué «¡Sí, mi capitana!» es ese libro que amas u odias

Aviso: Este artículo incluye contenido sexual explícito.


Llevo preparando esta publicación un tiempo, pero me ha costado la vida terminarla. He tenido un verano ajetreado y llevo todo el mes de septiembre de ferias con Café con Leche (KBOOM!, AnsibleFest…). Entre la actividad editorial, mi vida personal (que no para nunca) y que se me ha ocurrido, contra todo pronóstico, ponerme a reescribir una novela antigua (!), algo tenía que resentirse y ha sido este blog. Espero ponerme al día en lo que queda de año.

Hoy os voy a hablar de esa otra novela que tengo y a la que suelo dedicar menos tiempo que Un pavo rosa, básicamente porque mi relación con ella es mucho menos intensa: ¡Sí, mi capitana! (Café con Leche, 2016). Tengo la sensación de que mucha gente la observa con miedito desde la distancia sin decidirse a leerla o no. A ver si este artículo os ayuda a decidir, porque reconozco que es el libro más polarizado que he publicado hasta la fecha. (Pero eso es porque no habéis leído aún lo que tengo entre manos.)

Opiniones de «¡Sí, mi capitana!» en Amazon. ¿Esto no debería hacer una curva convexa? O sea… no una curva en los extremos.

Mi novela de piratas solo parece tener dos tipos de público: ese al que le encanta desde el minuto uno y ese al que no le gusta nada desde el minuto uno (o dos). Cinco estrellas o una estrella. Y creo que entiendo por qué, así que voy a intentar explicarlo. ¡Dentro vídeo!

Cubierta de «¡Sí, mi capitana!» dibujada por PREZ.

Whaddafuck is #Símicapitana?

¡Sí, mi capitana! es una novela erótica escrita por mí, ilustrada por PREZ y publicada en 2016 por la editorial Café con Leche como una de sus primeras obras de narrativa «larga» (tampoco es tan larga, en realidad; poco más de 50.000 palabras). La historia probablemente os suene: es una reinterpretación erótico-festiva de la historia de las piratas Anne Bonny y Mary Read con algunos de los personajes que se mencionan en Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas (1724), la obra de referencia atribuida a Daniel Defoe.

En ¡Sí, mi capitana! salen las dos mujeres piratas (por supuesto), sale Calicó Jack, sale su némesis John Barnet y salen un montón de secundarios coloridos como Rita, la mascota, el viejo contrabandista Guido Marcellesi o el aguerrido pirata Juan Nadie. En mi versión, Mary Read es una joven inglesa culta y valiente, algo ligera de cascos, a la que secuestran unos piratas gritones y multicolores. Dichos piratas la utilizan para encontrar la localización exacta del snark, un monstruo que oculta un tesoro en las profundidades del mar Caribe.

Por supuesto, en el bajel de Jack Rackham y Anne Bonny, el Vanidoso (no me invento nada, se llamaba así), impera el amor libre y el derroche de un BDSM muy festivo en el que las esclavas, que lo son porque les da la gana, llevan escasas ropas furries y se pasean de un lado a otro calentando a la tripulación, que anda más salida que el bauprés de un velero bergantín. Pero mientras los piratas son muy felices follando, buscando tesoros y escapando de las incursiones de la Armada, el gobernador de Jamaica contrata a un antiguo almirante de gesto adusto y pinta de chulazo salido de cómic de Ralf König: John Barnet, para que le traiga por fin la cabeza de Calicó Jack. Y Barnet acepta, porque tiene cuentas personales que ajustar con él.

La novela también contiene algunas ilustraciones maravillosas en el interior. Aquí os pongo la que quizá es mi favorita.

Yo escribo todo esto y sonrío, pero entiendo que otras personas, esas a las que les gustan sus lecturas menos locas, puedan fruncir el ceño de antemano. Porque aunque la historia de Anne Bonny y Mary Read se ha contado muchas veces (y con no pocas licencias), entiendo que hay quien hubiera preferido una novela histórica más al uso. Y aunque hay mucho fan de ese supuesto romance entre ellas (que sí, ¡también es el núcleo de este libro!), el hecho de que yo retrate esa relación como más o menos poliamorosa y encima lo haga con guasa tira para atrás a cierto público.

Básicamente: si te rompió constatar que Un pavo rosa NO es la típica novela de adolescentes que se enamoran poco a poco y se besan a escondidas, sino una especie de comedia del absurdo bastante bestia, no creo que esta novela vaya a ser para ti tampoco. De hecho, no sé bien qué haces aquí, pero sigamos con el elemento más visible del libro.

¡Esa cubierta!

¿No debes juzgar un libro por su cubierta? Pues ¡Sí, mi capitana! ha sido juzgado y condenado, y también admirado y venerado, por esa ilustración de cubierta tan magnífica y llamativa que realizó PREZ a partir de cuatro indicaciones mías. Contempladla en todo su esplendor. No es de extrañar que la hayamos utilizado como póster e insignia en muchas ferias de Café con Leche, porque nos representa.

La ilustración contiene toda la información sobre la historia: informa de que es una novela de piratas (por la vestimenta de Anne Bonny y el tricornio en la cabeza de Mary Read), pero también te dice que esta va a ser una novela erótica: no solo por la desnudez de Mary y por la pose de ambas, sino también por esa correa que Mary lleva al cuello y que sugiere algo de BDSM. Pero es que, además, el resto de elementos de la cubierta también están relacionados con la historia: la espada, las velas (que crean una iluminación perfecta) e incluso un atisbo del famoso monstruo marino a través de las ventanas.

A mí la cubierta de ¡Sí, mi capitana! me encanta. Pero a pesar de que hice muchísimo hincapié en que no se viera ni un pezón, hay gente a la que le sigue pareciendo… demasiado explícita. Después de todo, hay dos señoras, una está desnuda (por mucho que no se vea nada) y se miran lujuriosamente. ¡Eso es guarro! ¡Eso es una cerdada!

Creedme cuando os digo que esta cubierta ha hecho que la gente, en las ferias, se apartara de repente de nuestro puesto. Ha hecho que grupos enteros se quedaran riéndose tontamente frente al cartel. Ha hecho que algunos libreros se hayan reído en mi cara. Otros ponen el libro bien escondidito en un rincón. Otros aprovechan para recordarme de vez en cuando que es un libro que no les gusta, sin leerlo, solo porque tiene esta ilustración en la cubierta.

Baste decir que no puedo comprar anuncios en redes sociales que incluyan la cubierta de ¡Sí, mi capitana! porque quien quiera que apruebe los anuncios, y he probado varios medios, considera que el contenido es demasiado explícito y podría herir la sensibilidad de los usuarios. (Sí, a mí tampoco me cabe duda que otro gallo cantaría si se tratase de un hombre y una mujer.)

¿Entonces es un fracaso?

¿Quién ha dicho eso? No. Tampoco sería tan terrible si lo fuera, pero para nada. A pesar de todo esto o precisamente contra todo esto, ¡Sí, mi capitana! es un libro que vende bien, tanto en papel como en digital, y un título que suscita interés. Los datos siempre son relativos, pero baste decir que es uno de los títulos mejor vendidos de la editorial. Oh, yeah. 🙂

Como editora, es un libro que me gusta porque siempre vende algo (también en las librerías que lo critican). Como autora, es un libro que me gusta mucho porque la relación dinero producido – (tiempo invertido + esfuerzo emocional) es claramente positiva. Sinceramente, quiero más libros como ¡Sí, mi capitana! en mi vida. Libros que no me cuesten un horror y en los que plasme todos mis traumas, sino libros con un mensaje positivo, que me haya resultado divertido escribir y con los que otras personas se lo pasen bien.

Del mismo modo que hay gente que se espanta al ver la imagen de la cubierta, me consta que hay personas que visitan el puesto de Café con Leche precisamente porque tenemos ese libro expuesto. Y del mismo modo que hay personas que nunca harían clic en una portada de ese tipo, las hay que lo hacen de inmediato, porque… ¡quieren leer sobre piratas y señoras que se miran lujuriosamente! Y lo entiendo, ¡porque yo lo haría!

Yo iría a esto como las moscas a la miel. Otra gran ilustración interior de PREZ.

Algunos de estos lectores son los que más se han entusiasmado después. Porque ¡Sí, mi capitana! tiene todo lo que puede molestar a ciertos sectores y todo lo que otras personas pueden venerar, puesto que no hay tantos libros de este rollo y, si te gusta, probablemente te guste mucho. Voy a seguir desmenuzando por qué.

Es una novela porno, Harold

En ¡Sí, mi capitana! hay sexo. No solo eso. Hay mucho sexo. Pero hay que ser un poco peculiar para sorprenderse teniendo esa cubierta y esta cita de apertura:

«Cuenta la leyenda que los mares del Caribe estuvieron poblados por los personajes más pintorescos durante los siglos XVII y XVIII […]. Entre ellos, los piratas eran de los más temidos y a la vez los más fascinantes. Se dice que la famosa pareja de piratas compuesta por Jack Rackham y Anne Bonny, descrita ya en Johnson, 1724: 75, celebró a bordo de su barco una orgía compuesta por nada más y nada menos que 70 personas entre mujeres indígenas y marineros. Otro rumor fue que Mary Read, quien viajó durante un tiempo con ellos disfrazada de hombre, logró ocultar su sexo en algunas de las situaciones […] más comprometidas imaginables».

C. L. Dodgson, Una historia jugosa de la piratería (1876)

(Sí, soy muy friki. Si sabes por qué lo digo, te quiero mucho. Para el resto: por supuesto que esa cita es inventada. Aunque podría haber escrito ese libro y yo me habría reído. La cita de Johnson, sin embargo, es real.)

¡Sí, mi capitana! es una novela erótica, lo que quiere decir que ese es el elemento más importante de todos (y tiene otros). ¿Que no es una novela erótica, me dices? ¿Que lo suyo es muy fuerte y que por eso es pornográfica? Bien, como prefieras: es una novela pornográfica.

A estas alturas, creo que está claro que escribo y publico cosas donde hay sexo. Sin embargo, por mi experiencia, la erótica es más bien el género de los diletantes, de esos que «les dan a todo» y de vez en cuando producen algo con contenido sexual explícito. Pero es difícil mantenerse exclusivamente en el género erótico, por la sencilla razón de que, por mucho que nos encante el sexo, lo mucho empalaga.

Una novela erótica, que no un simple relato o una escena, no es tan fácil de llevar. ¿Sabéis lo que es estar en bata, cansada del trabajo o recién levantada, sintiéndote la persona menos sexy del mundo, y tener que escribir una escena donde tres personas follan hasta el éxtasis? Je. Pues así fue mi vida el verano que escribí ¡Sí, mi capitana! Digamos que acabé con muchas, muchas ganas de leer a Asimov, ¡pero tampoco preveía que los lectores se empacharan leyendo la historia de principio a fin!

Mi idea con ¡Sí, mi capitana! fue hacer algo que además de cachondo fuera divertido (que te rieras), emocionante (que lo vivieras) y reivindicativo (que dejara clara mi postura respecto a la sexualidad y su disfrute). Básicamente, que tuviera algo más aparte de las escenas de sexo, que estaba claro que iba a tener. No hablo ya de argumento, porque soy de las que creen que todas las novelas lo tienen y a las novelas eróticas se les critica mucho esa supuesta falta de sustancia, cuando nos ventilamos unas historias de cartón piedra en otros géneros que tiran para atrás. Quería darle a la historia de Anne y Mary cierto toque de misterio, de pique, de una historia que quieres saber cómo acaba más allá de si la prota termina boca arriba o boca abajo.

Quise escribir el tipo de novela erótica que a mí me habría gustado leer: una historia de piratas con mucha acción, personajes con matices y un montón de escenas de sexo. Cargué las tintas en ese sentido porque fue lo que se me pidió, porque esta novela la escribí originalmente para una colección de un sello más grande y fue lo que querían. Si lees ¡Sí, mi capitana! esperando que haya sexo solo en un par de momentos cumbres y sin describir mucho, como en Un pavo rosa… bueno, entonces mejor no la leas, porque es otro rollo por completo.

¡Cómo hablan!

—¿Qué hacéis ahí en la puerta? —preguntó Anne Bonny a los marineros—. Si os llamo, es para algo, ¿no os parece? ¿Tanto tiempo lleváis en el mar que habéis perdido la capacidad de reaccionar ante una chica en esta postura? Fijaos en ella. Esta muchacha se merece un castigo ejemplar. Quiero que os acerquéis a ella y la miréis bien; no como a la chica que conocéis, sino pura y simplemente como un coño a cuatro pa­tas. Quiero que miréis lo que Jack le está haciendo y colaboréis. Tenéis todo el permiso del mundo. Azotadla en el culo hasta que se le quede rojo. Lamedla hasta que se vuelva loca de deseo. Y abridle las nalgas hasta que quepa dentro de ella cierta vela que se le ha ocurrido tomar con tanta ligereza. […]

Bueno, aquí la distinción entre erótica y pornografía. Sinceramente: para mí es ambas cosas. Cada uno escribe la erótica que le gusta o que le pone. Cuando escribí ¡Sí, mi capitana! yo estaba a lo mío y creo que no pensé lo suficiente en algo que me ha sucedido toda la vida: que lo que yo considero solo «atrevido» resulta para otras personas excesivo, grosero e impensable.

Desde el principio tuve claro que ¡Sí, mi capitana! iba a ser muy porno. Por utilizar metáforas cinematográficas, yo no iba a enfocar la cortina ondeando cuando a la protagonista le comieran el coño, sino que iba a enfocar la comida de coño. Y, de paso, la cara y las emociones reflejadas en ella, que es algo que a mí me pone mucho. Pero el coño también, y los pelos y los jugos y la lengua y los labios y los ojos de la otra persona, y la corrida u orgasmo o como os apetezca llamarlo. Creo que veis por dónde voy.

Lo sé, lo sé. Toma aire despacio.

Comenzamos, entonces, con que a la mayoría de personas que hayan dado un bote con los párrafos de arriba les va a entrar difícil (bueno, quizás con tiempo y vaselina) una novela que cada dos por tres se rebaja a este tipo de lenguaje y a los primeros planos. No, no es sutil porque nunca quise que lo fuera. Es guarrindonga, kitsch y exagerada, como las novelas eróticas clásicas y el hentai, del que bebe bastante. Y sí, Anne Bonny habla muy sucio, pero es que a mí me gusta que me hablen así, sobre todo si es una mujer como Anne Bonny. Pero entiendo que no todo el mundo es igual. Y, desde luego, lo que tengo comprobado es que lo que las personas dicen de forma informal o lo que les pone mucho en la cama luego les horroriza si lo ven escrito.

Así que empezamos con un enfoque con el que la mitad del público se echa para atrás o se abanica, incluso ese que se dice que nada le asusta. ¿Podía hacer algo más para horrorizar al posible lector? ¡Pues claro que sí!

¡Aaaah! ¡Penes!

Me cansa mucho la división que todavía tenemos entre literatura LGBT+ y los libros «normales». Esta división es parte de la razón de que muchos libros considerados literatura lésbica tengan que tener, por narices y para complacer a su lectora, al menos tres o cuatro escenas de sexo explícitas en una historia que suele estar tan llena de azúcar que empalaga. Pero ojito, amiga. Escenas de sexo desenfrenado, pero entre las protas. Siempre entre las protas. Y escenas llenas de amor y de miradas tiernas y de susurros de «te amaré siempre», que todo el mundo sabe que eso es lo más bonito del mundo.

Ay, omá. Que no la habían advertido que esto era porno para gustos bisexuales y se ha gastado cuatro euros. Deshonra sobre mi vaca.

Por desgracia, se da la circunstancia de que soy bisexual y me gustan también los hombres. Hay bastantes de nosotras. También hay heteros que prueban cosas y lesbianas a las que no les desagrada leer o ver cosas, pero hoy por hoy en la literatura romántica y erótica hay una división que ríete tú de ciertos muros. Parece que, si escribes romance entre dos mujeres, como yo suelo hacer, las pobres no pueden tener un solo roce con otras Y ANTE TODO Y SOBRE TODO CON OTROS en todo el libro.

Me lo cargué todo con ¡Sí, mi capitana! porque estaba apelando, supongo, a ese gusto pornográfico-bisexual del comentario que destaco (y sí, a mí también me hace gracia la expresión). Tiene escenas entre mujeres. Tiene escenas entre hombres. Tiene escenas entre hombres y mujeres. Tiene escenas entre mujeres que fingen ser hombres con hombres. Tiene escenas con todo y de todo, porque a mí me gusta prácticamente TODO, y lo que no me gusta al menos me evoca curiosidad, y me pareció interesante tantear mis propias fronteras mediante la narrativa. (Sí, las tanteé. Hubo una escena en particular que dudé en incluir: la de Mary y el snark. Ya me habéis hecho decirlo.)

Suponía que, de entrada, a mucha gente le interesarían más unas escenas que otras, pero lo que no sabía era que algunas mujeres iban a rechazarlo de plano por «haber mezclado contenidos». Chocante. Creo que el libro es bastante evidente en sus descripciones y sus primeras páginas, pero la virulencia con la que lo han tratado algunas lectoras heterosexuales solo es comparable a la virulencia con la que lo han tratado algunas lectoras lesbianas. Si eres de virulencias, no te compres el libro. O devuélvelo, que las compras en digital se pueden devolver muy fácilmente, y evita ponerle una estrella al pobre solo porque salen penes.

Los misteriosos usuarios de Google Play (yo al menos no conozco a ninguno) deben de tener más sentido del humor que ciertas lectoras de Amazon.

¡La Mary es una guarra!

Sí, en alta mar el agua es un bien escaso. Es algo que se comenta en varias ocasiones en la novela. Anne riñe a Jack por lavarse poco. Tampoco se puede beber agua, hay que beber alcohol y preferiblemente ponerse piripi (como yo cuando escribía la novela).

Tonterías aparte: Mary es la protagonista de una novela porno y yo no escribo novelas porno de protagonistas que tienen diecinueve años y no saben lo que es un orgasmo, como la Anastasia Steele de Cincuenta sombras. Para mí, la clave es que Mary se lo pasa francamente bien y en el transcurso de la historia crece como personaje.

Yo la veo feliz, desde mi perspectiva pornográfico-bisexual, claro.

En este artículo comenté que el tropo de la niña buena mancillada, además de ser machista, está ya demasiado visto en la pornografía. Por eso lo utilicé de forma consciente en ¡Sí, mi capitana! para expresar lo que para mí es evidente: que en Mary no hay nada que mancillar, no hay nada que humillar, porque ella no tiene nada que temer que los otros no teman y porque a pesar de su apariencia, de su inexperiencia y de su juventud, es el personaje más fuerte: mucho más que Rita, que Jack y, en el fondo, que Anne, la dómina de corazón blando.

Pero si a mí me han dicho que la agarran y la zurran y la atan y…

Sí, sí. Y aquí otra gracia que yo metí tan feliz en la novela y que no tiene por qué gustarle a todo el mundo: ¡Sí, mi capitana! es BDSM. Buena parte de la sexualidad descrita en la novela se basa en que a Mary su capitana la «obliga» a hacer todo eso y ella descubre que es maravilloso, que no la degrada como persona y que no compromete en absoluto las cualidades que ella tiene o los sentimientos que puedan estar surgiendo entre ambas.

El BDSM de ¡Sí, mi capitana! es bastante light, en mi opinión, en parte porque es positivo, alegre y reivindicativo. (Porque, repito, aún no habéis visto las cosas que escribo cuando no soy positiva.) Pero hay fustas, dildos, collares, correas, rosarios que sirven para atar manos (!), azotes y probablemente muchas otras cosas que se me olviden.

Aquí hay un romance, pero también una historia que explora los matices de la dominación y sumisión sexual. Es un tema que me interesa mucho, sobre todo porque hay muy, muy, muy poca literatura que yo conozca que lo trate de forma positiva o siquiera con una mínima profundidad. Estoy cansada de violaciones y abusos en la erótica narrados por personas que confunden el tocino con la velocidad. Así que esta novela, a pesar de tener todas las papeletas, no contiene una sola escena de abuso real.

Os garantizo que nadie hace daño de verdad a Mary (de la forma que pensáis) en esta historia. El desafío fue precisamente construir eso, y hablar del placer de Mary, a partir del tropo de la «pobre chica secuestrada por piratas que la convierten en un juguete sexual». De hecho, hay dos escenas que me gustan especialmente: una, la del intercambio de roles entre Anne y Mary como señal de que la confianza entre ellas ha llegado hasta ese punto; y dos, otra en la que la gracia está en que precisamente lo que parece Mary desde fuera es una pobre chica secuestrada y convertida en objeto sexual, un prejuicio que ella manipula en su favor. Mary no es un objeto. Solo es una sumisa a la que le gusta que traten como tal.

Esto es algo más normal, pero aun así, el consenso brilla por su ausencia.

Tanto Anne como Jack comparten una larga historia de disfrute de la compañía de sus «mascotas». A la vez, la relación de Anne y Jack tiene mucho de juego erótico, de unos roles en perpetua evolución que se cimentan en el cariño mutuo. Y, cuando Mary entra en juego, se cuestionan muchas cosas, como por ejemplo: si la mascota es quien tiene el poder sobre la capitana, ¿quién es la esclava de verdad, la mascota o la capitana?

Diana, a mí lo erótico no me va

Con esto último no contaba. Quizás podría haber intuido todos los demás puntos y decidí no hacerles caso. Pero, cuando comencé a publicar erótica —un género, como ya he dicho, bastante agradecido desde el punto de vista económico y emotivo—, me sorprendió que algunas personas fueran así de tajantes. Diana, es que a mí lo erótico no me va. Uh, ¿pero lo erótico no le gusta a todo el mundo? Pues oye, no.

Aquí no hay mucho que hacer. Sí es cierto que existe un prejuicio, similar al que otras personas tienen con la ciencia ficción o con los autores patrios, que es el de pensar «a mí no me va esto» cuando realmente no has leído nada de ese palo, o lo has leído sin saber que lo era (quizás disfrazado de romántica o de ficción literaria). A ver, a mí tampoco me va todo lo erótico. Hay novelas con mucha carga erótica que no me han gustado NADA.

La erótica es algo personal, pero creo que le tenemos un respeto excesivo como autores y como lectores. Pocas veces una novela erótica es solo y exclusivamente sexo. Y, además, es ridículo tenerle miedo a una novela erótica si te ventilas fanfics porno explícitos de la muerte, que sí, son de tus personajes adorados, pero te los lees por la chicha, no me vengas con zarandajas. Y no tiene nada de malo. Solo que a lo mejor también puedes sentir esa conexión con otros personajes.

Pero, por supuesto, no le recomendaría ¡Sí, mi capitana! a alguien que me diga que no le gusta leer escenas de sexo. Porque se basa en eso. A menos que seas una persona maravillosa y te lo leas porque francamente te gusta cómo escribo o cómo desarrollo los temas, que las hay.

Mírala a ella, qué maja.

En suma: ¡Sí, mi capitana! es lo que es. Es una novela muy hentai, con grandes cantidades de sexo, con BDSM y con penes (y coños). Pero también es una novela de humor y de aventuras y mi forma personal de explorar un romance entre dos chicas con un patrón de dómina y sumisa. Las personas a las que más les gusta han abrazado esta dualidad y sintonizan con ella. Diría que es algo similar a lo que sucede con Un pavo rosa, solo que con géneros totalmente distintos: si intentas leerla con expectativas rígidas acerca de lo que «debería ser», es probable que te choque o te moleste, porque no es eso. No podría serlo aunque quisiera.

Eres tú quien tiene que decidir dónde están las fronteras de tu comodidad y hasta qué punto te interesa una historia como esta. Yo lamento de corazón los sonrojos y las decepciones, pero no voy a disculparme por crear la erótica que a mí me gusta leer. Por su parte, esta publicación está dedicada a la pequeña y activa cohorte de fans de este libro, esos que me preguntáis desde hace tiempo «para cuándo la segunda parte». La habrá, la habrá… 😉


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La escritora que se puso a ver GH VIP por #Blumettra

Actualización: La historia de #blumettra tuvo un final abierto, por desgracia, pero puedes leer el fanfic romántico que escribí de una sentada imaginando que Elettra y Daniela volvían a hablar. 🙂

El último mes he estado un poco bastante enferma con lo que ha resultado ser un bicho en la barriga. Por estar inmunodeprimida debido a mi compañera de fatigas, servidora pilla infecciones como si no hubiera un mañana y en ocasiones cuesta librarse de ellas.

En parte por hastío y en parte para intentar distraerme, me dediqué a ver vídeos y a investigar fandoms que en la vida me han llamado la atención. Tenía como una necesidad muy grande de irrelevancia, de evasión de las visitas continuas al médico, de algo inocente y tontuno que me entretuviera.

Ahora os comento…

Así me topé primero con #Camren, ese curioso ship de Fifth Harmony ya bastante muerto y enterrado pero que en su momento dio mucho que hablar. Al ver esa montaña de vídeos, fanfics, fotomontajes y teorías más o menos plausibles, mis pensamientos fueron:

1.º: Joder, si las muchachas NO estaban liadas, qué presión.
2.º: Joder, si las muchachas estaban liadas, qué presión.

Me leí algunos fics. No es necesario citarlos porque, sinceramente, no me impresionaron más allá de su longitud y su número de lecturas. Me sorprendió que en muchos de ellos se obviara el aspecto de que las chicas son famosas y forman (o formaban) parte de un grupo musical, porque para mí era el quid de la cuestión. Si le quitas ese aspecto y escribes un romance lésbico sin más (y teniendo en cuenta que yo podía entenderlos sin apenas conocer al grupo, muy complicados no serían), la historia no deja de ser una narración romántica sin absolutamente nada de particular.

Por eso me centré en los fics en los que Camila y Lauren actúan conociendo la idea de Camren, para bien o para mal. 🙂 Como seguramente sepáis, me llama mucho la atención la idea del fandom y cómo interactúan los fans con sus objetos de deseo. Y en estas, estando yo desprevenida y con la guardia baja, comencé a ver tuits en mi timeline acerca de un concepto desconocido: #Blumettra.

Elettra Lamborghini y Daniela Blume haciéndose un selfie, tía.

Para no cansar al lector que seguramente no tenga ni la menor idea sobre esto: resulta que hay un programa de televisión llamado Gran Hermano que fue el gran éxito de una cadena que por entonces se dedicó a programar toda su parrilla en función del citado programa. Dicho espectáculo creó una versión VIP de sí mismo en la que participaban famosos (gente conocidilla), supongo que porque el mercado tampoco podía absorber tanto famosillo exclusivamente creado por y para el programa. Yo nunca había visto Gran Hermano. Bueno, miento: vi la final del GH1 porque coincidió que estaba atrapada en una casa donde SE VEÍA GRAN HERMANO COMO DOGMA Y OBLIGACIÓN, y me pareció el peñazo más insoportable del siglo.

Este mes, este año, en 2017, he hecho lo nunca visto. Lo que jamás me imaginé haciendo. Por curiosidad, he sintonizado Telecinco y he elegido, por voluntad propia, «Gala GH VIP». ¿Resultado? Un peñazo igual de inaguantable que el primero. Horas y horas de discusiones irrelevantes, de dramáticos intentos de acercamiento, de presentadores comentando durante horas hasta el más mínimo detalle de gente que ni me va ni me viene. Pero ¡ah, ah! Si las galas son un aburrimiento, al menos lo seguiré en Twitter, porque está eso de #Blumettra…

#Blumettra son Daniela Blume y Elettra Lamborghini, dos participantes de GH VIP (¿las conocíais? Gracias, yo tampoco) que se atraen salvajemente y se pasan la mitad del tiempo tonteando y la otra mitad dramando y peleándose. Lo de que se atraen salvajemente no lo digo yo, es de pleno conocimiento. Claro que en esa casa tampoco hay mucho que hacer, así que es normal que uno acabe una semana peleado con alguien y la otra semana zumbando sobre el colchón con esa misma persona.

A mí cada vez que una se pone las gafas y la otra el traje de leopardo me da como ternura.

De alguna manera me han tocado la fibra sensible. Quizá sea porque, al menos por lo que parece, (aún) no se han dignado o no se han atrevido a echar un polvo, comportándose más bien como dos adolescentes en la edad del pavo. Quizá sea porque Daniela Blume, su punto choni y su particular visión de la vida me evocan bastante a una Nick con veinte años más. Quizá sea porque Elettra es una Paris Hilton muy cuqui y con una expresividad bastante hilarante, y yo siempre he tenido simpatía por Paris Hilton, que participa en realities sin tener la más mínima necesidad de ello.

Pero reconozco que lo que me ha atrapado, y lo que me ha hecho seguir el hashtag de esas dos a través de Twitter (además de #VIPdirecto, por supuesto), han sido sus fans. Claro, #Camren ya había acabado cuando yo llegué, pero #Blumettra está sucediendo ahora. Los fans de #Blumettra están locos por que se arreglen y se líen como parece que tienen ganas de hacer.

Pero Telecinco es el mal y lo está demostrando con creces. Al principio me sorprendió que hablaran de TODO menos de #Blumettra, pero supuse que se lo estarían guardando para el final y que primero querrían meter un montón de mierda entre ellas, que tengo entendido que es lo que da juego en los realities. Ahora tengo una visión distinta.

El programa mandó a Elettra a Brasil a hacer un intercambio con el Gran Hermano de allá, y supongo que si de paso se liaba con algún brasileño, pues mucho mejor. Pero eso no ha ocurrido y, sin embargo, los fans de #Blumettra han montado una serie de comandos que ríete tú de la organización de los de verdad que seguían el viaje de Elettra y su vuelta a la casa de Gran Hermano. Su misión era transmitirles a las chicas este mensaje: Elettra, Daniela te quiere; Daniela, Elettra te quiere. Así de sencillo y así de tontuno, una especie de declaración de amor y de vía libre para las dos.

Y han conseguido que ellas dos se enteren pese a la seguridad de los aeropuertos de Barajas y Río de Janeiro, pese a la acústica impenetrable de la casa de Gran Hermano y pese a quien le pese. Han sido trending topic varias veces en un fin de semana de fútbol. Han hecho directos, han esquivado policía y han coordinado casi en secreto la subida a Guadalix. Realmente, me quito el sombrero.

SÍ, POR FAVOR. ESA CHAQUETA DE DAMA ROSA. ESAS ZAPATILLAS. SÍ.

Ante esto, la respuesta de Telecinco ha sido callar como una puta y, al final, responder con una de las entradas de blog de Daniela en la que decía que la casa estaba mucho más tranquila sin Elettra. Eso es ser malo y no lo de los concursantes.

Cuando trabajaba en la tele, una de las cosas que odiaba era la superioridad de la que hacían gala algunos, como si el hecho de que tú producías lo que veían otros te hiciera mejor que el resto de la humanidad. Estoy casi segura de que la censura al tema #Blumettra no se trata (solo) de homofobia ni, probablemente, ni siquiera de audiencia. Es que a alguien se le ha metido entre ceja y ceja que a esas niñas que van a gritarles cosas a las de GH VIP hay que hundirlas. Que las carpeteras (porque, a estas fechas, me he enterado de que así se llama a las shippers de Gran Hermano) son una raza inferior y los productores siempre tienen la razón.

Por supuesto, tú en un reality puedes manipular a tu antojo, porque dispones de toda la información que a los participantes les falta. Puedes hacer que la gente se reconcilie de un plumazo. Puedes unir parejas, romper amistades, meter concursantes nuevos de sopetón, hacer que todo el mundo desconfíe de todo el mundo. Es muy probable que algunas de estas cosas incluso vengan pactadas de antemano.

Pero es fascinante, divertido y un poco triste, al mismo tiempo, ver a estas chiquillas (porque la gran mayoría son chicas y jóvenes) echarles semejante pulso a los controladores del reality y poner tantísima carne en el asador. Todo por dos chicas del VIP que, SINCERAMENTE, YA PODRÍAIS ARREGLAROS SOLAS.

No me fascina tanto #Blumettra sino todo en torno a #Blumettra, el fandom en torno a #Blumettra y las cosas que estas chicas jóvenes son capaces de hacer en contra de los santos cojones de esas personas que están por encima en Gran Hermano. Porque me gusta mucho cuando los fans son capaces de burlar las limitaciones.

Y porque, qué demonios, yo también soy un poco romántica y quiero que triunfe el amor. Y a ser posible, que la del disfraz de Supergirl y la del disfraz de vaca se coman la boca frente a las cámaras en honor de todas esas chicas que tantas ganas han tenido de hacerlo antes de ellas, y en contra de la voluntad de aquellos que intentan vender cualquier relación antes que esa.

Con amor, siempre.

Ahora, si me disculpáis, tengo que cenar y volver a mirar si Elettra ha llegado ya a Guadalix. Irrelevantes abrazos.Facebooktwitterlinkedintumblrmail

Cuando yo escribía fanfiction: de Xena, Buffy, Harry Potter y el femslash

Ilustración de Santi Casas.

Ilustración de Santi Casas.

Esta ilustración que ha publicado Paz Alonso y algunas sesiones de tele y mantita me han despertado la nostalgia. No es ningún secreto que yo escribía fanfiction de diversas series y que buena parte de ella era femslash, es decir, sobre relaciones entre chicas. De hecho, puede que aún encontréis alguna historia mía dando vueltas por ahí; antes la gente era bastante dada a copiar y pegar sin muchas preguntas. (Hoy se lo agradezco, porque cuando te explota el portátil es bonito que haya copias de tus viejos fics en alguna parte.)

De los comentarios de mis fics solo recuerdo dos cosas: una, la gente decía que yo escribía bien, al menos en comparación con la media; y dos, ya escribiera comedias o dramones, mis perspectivas solían ser demasiado «originales» o «peculiares» para convertirse en mainstream. Todo lo poco mainstream que pudiera ser un fanfic, claro. Ah, bueno, también recuerdo que cuando escribía sobre relaciones heterosexuales o relaciones entre chicos tenía muchas más visitas y comentarios. Nada fuera de lo habitual.

Aunque también escribía cosas sobre personajes de Enid Blyton y alguna fumada sobre personas reales —la mayoría de las cuales no llegaron a publicarse nunca—, para mí hubo tres series principales en la fanfiction. Quizás sea un poco exagerado hablar de cambiarme la vida, pero sí que hubo un antes y un después. Fueron las series de televisión Xena: Warrior Princess (1995-2001) y Buffy the Vampire Slayer (1997-2003) y, claro está, la saga literaria Harry Potter (1997-2007).

Aunque me gusta mucho el producto en sí (yo soy de las que tiene las temporadas originales en DVD y todas esas cosas), para mí lo divertido siempre fue el fandom: las interacciones entre los fans, el mundo particular que creábamos los fans y, por supuesto, la fanfiction. Si me preguntaran qué prefiero, si quemar Harry Potter para siempre o quemar todos sus fanfics, creo que salvaría los fanfics con gran dolor de mi corazón. Sí, había mucha mierda, pero también verdaderas maravillas que han quedado en mi recuerdo. En algunos casos he tenido que pararme a pensar si algo ocurría realmente en la serie o si lo leí en un fanfic. Por ejemplo, para mí la película de Lost Boys (Jóvenes ocultos) incluye a Buffy y a Faith, porque así fue como lo leí por primera vez… y pese a haberla visto, me cuesta hacerme a la idea de que no es así.

La princesa guerrera

En el caso de Xena y de Buffy, ambas series tenían varias cosas en común: una protagonista fuerte e independiente, con sus más y sus menos; un presupuesto limitado que convertía todo lo que hacían en «serie B», algo que también iba en consonancia con su espíritu; y bastante rollo bollo, fuera explícito o implícito. No voy a negar que era parte de su encanto y de la fascinación que ejercían en mi yo adolescente.

No sé si yo miro con esa cara a mis amigas, pero si es así, no me extraña la fama que me echan.

No sé si yo miro con esa cara a mis amigas, pero si es así, no me extraña la fama que me echan.

Xena: Princesa Guerrera fue la abanderada de lo que muchos fans entendíamos por «subtexto«. Hace mucho, mucho tiempo, cuando los dinosaurios poblaban la tierra, las series casi no tenían personajes homosexuales. Xena y Gabrielle mantenían una bonita relación que, a todas luces, no era más que una maravillosa amistad. Solo las personas retorcidas como yo veíamos en ella una relación romántica. Bueno, las personas como yo y casi todos los implicados en la producción de la serie, desde los guionistas hasta las propias actrices, que jugaban a tensar la cuerda de cuánto podían mostrar de la vida en común de Xena y Gabrielle sin decirnos directamente que estaban liadas.

Se acercaron mucho, muchísimo. Con ellas y con otros personajes. Pero nunca despejaron del todo la incógnita. Solo el día en el que se emitía el capítulo final de Xena fue Lucy Lawless y dijo «creo que mi personaje ha salido del armario». ¡A buenas horas, mangas verdes! En fin, nos hizo un Dumbledore en toda regla. Mientras tanto, Gabrielle y Xena se besaron como poco unas tres o cuatro veces en la serie, siempre con alguna excusa que se hacía ridícula de tan poco que se sostenía.

xenacallisto

Hudson Leick de Callisto luchando contra Xena. Luego se hizo profesora de yoga. NO ES BROMA.

La elegida contra los vampiros

Si bien con Xena siempre me quedó un regusto un poco amargo por su final y por el hecho de que no se atrevieran a decir abiertamente lo que era más que evidente, mi relación favorita en Buffy Cazavampiros nunca fue canónica y me da igual. Visto lo que hicieron con las últimas temporadas, a mi juicio las peores de la serie, casi estoy contenta de que nunca se atrevieran a explorar las luces y sombras de una relación entre las dos cazadoras, Buffy y Faith.

Buffy y Faith, del amor al odio no hay más que un paso. Mucho antes del Spike/Buffy.

Buffy y Faith, del amor al odio no hay más que un paso. Mucho antes del Spike/Buffy.

Sí, de nuevo se acercaron. Fueron conscientes. Por supuesto que eran conscientes. Tenemos más besos (estos en la frente, aunque en el guion se proyectó un beso en la boca que no llegó a mostrarse), más diálogos con dobles interpretaciones, más luchas de ahora te quiero y ahora te odio. Pero era Buffy, era la protagonista, y ya iba bien con que Willow aguantase todas las escenas lésbicas de la serie. (Dos cosas con Willow: una, perdieron una oportunidad de oro de representar un personaje bisexual, que habría tenido sentido por su historia y porque el fandom de Buffy era mucho más bifriendly que el de Xena; y dos, no, matarle a la novia y reemplazarla por esa otra que era una especie de Faith en miniatura no fue gran idea. Los fans de Willow nunca perdonaron esa muerte de Tara. Sin que a mí me emocionara la pareja Willow/Tara, fue feo.)

Buffy y Faith en ese baile que se marcan antes de que se desmelenen y... maten a alguien.

Buffy y Faith en ese baile que se marcan antes de que se desmelenen y… maten a alguien. Problemas de cazadoras.

Joss Whedon y sus colaboradores son perversos polimorfos que, ya a finales de los 90, entendían perfectamente que el fandom se alimentaba de todas las metáforas y los dobles sentidos, así que los explotaban a muerte. La propia serie de Buffy era una metáfora con patas del instituto como un lugar infernal. Siempre entendí que, para ellos, la relación entre Buffy y Faith no era más que otro de sus muchos juguetes. Aunque, sinceramente, molesta un poco que luego en los cómics vaya Buffy, nuestra cazavampiros superhetero, y se acueste con una cazadora que no es Faith. Creo que Joss Whedon no le perdonó a Eliza Dushku eso de que los abandonara para filmar la serie Tru Calling.

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«¿Vamos a cazar vampiros, B?».

El niño mago

Pero si hablo de perversos polimorfos, solo se me ocurre un lugar donde lo que comenzó como una saga infantil se convirtió en el reino de las combinaciones inesperadas y los argumentos sorprendentes: Harry Potter. El fandom de Xena tenía simpatías evidentes por el BDSM. El fandom de Buffy era muy bifriendly y era capaz de extraer subtexto de parejas que yo jamás habría imaginado.

Nada de esto me habría preparado para la vasta diversidad del fandom de Harry Potter. Veelas enamoradas, planes secretos en el n.º 13 de Grimmauld Place, directores de Gringotts volviéndose locos… Nada. Aquí los personajes se emparejaban como por arte de magia (¡ja!) y era posible inventarse todo un pasado de quien no había dicho más que dos palabras en el último libro. Una locura fantástica.

El fandom de Harry Potter es una gran rayada. Imagen de Inganah.

El fandom de Harry Potter es una gran rayada. Imagen de Inganah.

No tengo ninguna pareja de chicas favorita en Harry Potter, aunque he leído muchos fanfics con Hermione. Tampoco es una saga que predisponga especialmente al femslash, como sí lo hacían Xena y Buffy, aunque eso nunca ha detenido a los escritores de fanfic. Años después de que se publicara el séptimo libro pensé que, como mucho, yo shippeaba un Harry/Ron/Hermione, en términos románticos o amistosos. Creo que la propia autora llegó a una conclusión más o menos parecida después de ver las películas, al menos por las palabras que dedicó al Harry/Hermione, pareja de la que siempre había abominado.

Los fanfics que escribí sobre Harry Potter son los más experimentales de todos los que hice, seguramente porque su fandom fue, para mí, el más subversivo de todos. En estos años fui consciente de que la fanfiction se me había quedado pequeña. Recuerdo que planeé un fanfic en el que exploraba la forma en la que vivían su «otredad» las chicas no blancas de Harry Potter a través de lo que comían o cocinaban: Parvati y Padma, Angelina, Cho y Blaise (que en esta época aún no sabíamos si era chico o chica). Erm, interesante. Pero quizá un poco demasiado para un fanfic. Por mucho que me fastidie, lo que se buscaba en la mayoría de fanfics eran largas sagas románticas sobre el personaje o personajes de tu elección, no experimentos literario-culinarios.

Ahora que, finalmente, el mundo editorial ha acogido y celebrado la fanfiction más o menos camuflada; ahora que libros como Cincuenta sombras de Grey o Fangirl son éxitos de ventas; ahora que se escriben las «historias del personaje X» y se publican como libros aparte; ahora que lo que entendíamos como «copias» hoy son «homenajes» y explotar las alternativas de un universo no es exprimir la gallina de los huevos de oro, sino brindar otras perspectivas legítimas, me sonrío. Porque todo esto me suena muy conocido y, la verdad, está bien que por fin haya llegado al mainstream.

Me pregunto, eso sí, dónde está la frontera. Porque si yo escribiera una historia sobre dos chicas que cazan vampiros y resulta que se odian pero en el fondo se quieren y hay brujas y fantasmas y zombis y amigos frikis con muchos traumas y esas cosas, todo el mundo reconocería al instante de dónde viene. ¿Lo llamarían copia descarada? ¿O le darían la bienvenida con emoción? Misterio.Facebooktwitterlinkedintumblrmail

Cuando Eurovisión es político y otras mamarrachadas

Ha pasado el festival de Eurovisión de este año como un vendaval y nos ha dejado como ganadora una canción cantada en inglés con cuatro palabras en su idioma en tártaro de Crimea: la ucraniana 1944, de Jamala. Supuestamente está basada en la deportación masiva de los tártaros de la península de Crimea ordenada por el gobierno soviético de Stalin, en teoría por haber sido colaboracionistas nazis. Y si la teoría falla, simplemente porque le salía del nabo.

Eurovisión es la mamarrachada musical que veo todos los años y a la que he logrado aficionar a mis amigos. Nunca me he tomado el concurso en serio, ni siquiera cuando decía que no me gustaba. Creo que lo veo un poco por homenaje a un amigo mío, hoy fallecido, que defendía que había buenos números musicales en el festival (y no le faltaba razón, siempre se cuela algo interesante), y otro poco porque de vez en cuando me gusta desconectar y bitchear acerca de vestidos horrorosos, sonrisas a la cámara, voces desafinadas y bailarines haciendo cosas extrañas mientras el cantante de turno intenta defender lo que a veces es indefendible. Con todo, hay que reconocer que es un magnífico espectáculo.

Eurovisión siempre ha prohibido las referencias a la política en sus letras porque se supone que es un concurso buenrollista, de unión y amor, donde todos los países se llevan bien y aunque haya alguien cosiendo a bombazos al vecino, no lo vamos a decir porque aquí venimos a llevarnos bien. Algo así como la Liga o esos festivales similares de fútbol para los que no nos gusta el fútbol, que también somos legión.

Sin embargo, a veces es muy difícil excluir ya no la política, sino simplemente la actualidad de las letras musicales (aunque el vacío existencial de muchas letras de canciones modernas vendría a contradecirme). Por ejemplo, mientras nosotros nos reíamos de esa referencia a Hugo Chávez del innombrable Chikilicuatre —la chorrada puesta en marcha por La Sexta para reírse del concurso de TVE, que acabó haciéndose tan gorda que tuvieron que enviar al actor a Eurovisión—, la Unión Europea de Radiodifusión consideró que la letra hacía referencia a asuntos políticos y que había que cambiarla. No es que nadie se enterara demasiado.

Este año Ucrania ha ganado no con una referencia a la actualidad, sino al pasado. La letra de 1944, inspirada en la deportación de la abuela de Jamala, se parece a esa serie de televisión en la que parece que hay bollerío pero en realidad está todo en tu imaginación: con una letra que, si la analizas, no dice nada, hace una referencia sutil a toda una tragedia humanitaria que sucedió hace no tanto tiempo. Teniendo en cuenta que Rusia partía como favorita con una canción efectista que llevaba al extremo la interactuación con el escenario, como el sueco del año pasado, esto ha sido un “zas en toda la boca” para los que apoyaban al cantante de la ex Unión Soviética.

Claro, los ánimos están calientes. A Ucrania le ha faltado tiempo para colgarle medallas a la cantante de 1944 y a Rusia le ha sentado como una patada en la entrepierna esa victoria con esa canción que medio se ve, medio no se ve. Dicen que vulnera las reglas, que es política. Si incluimos este tipo de canciones en “política” —y deberíamos, porque las fronteras entre lo público y lo privado son muy tenues—, una se pregunta qué deberíamos pensar cuando Rusia, en 2015 y en plena guerra de Crimea, manda a su cantante Elsa de Frozen Polina Gagarina a cantar sobre la paz mundial. O todas esas veces que Israel, justo cuando la violencia en Palestina se recrudecía, enviaba tiernas canciones con mensajes de entendimiento al festival («There Must Be Another Way», 2009). ¿Tendrían que haberlas prohibido también?

Bajo su capa de amor y buen rollo, Eurovisión oculta bastantes sobornos y deja entrever las tensiones geopolíticas de muchos de los países participantes. El año pasado tuvimos el pifostio, rápidamente silenciado, en el que se metió Armenia al enviar un tema (de nuevo supuestamente) sobre el genocidio armenio en la 1ª Guerra Mundial con un estribillo que entona «Don’t Deny«. Vamos, una canción hecha a medida para alegrar las caras de Turquía y Azerbaiyán. Al igual que para el canal oficial ruso la canción de Jamala de este año era sobre «los tártaros que se mudaban», para esta gente los armenios tenían que ser personas que cambiaban alegremente de casa y saltaban para clavarse bayonetas en la espalda porque les apetecía.

Históricamente, recuerdo ese 2009 en el que no pudo enviarse la canción de Georgia, «We Don’t Wanna Put In», porque alguien sagaz detectó que ese put in sonaba demasiado como Putin, y a Rusia le faltó tiempo para desplegar toda su maquinaria coercitiva e impedir que la canción de Georgia se presentara en el festival. Razón por la cual los georgianos votan últimamente a Rusia con tanto cariño. En el 2007 también hubo una canción polémica, la de Israel, con ese despreocupado «he’s gonna push the button» que se interpretaba que hacía referencia al pulso nuclear con Irán, aunque la canción no hacía distinciones entre quién iba a apretar el botón y acabó presentándose sin problemas.

Poco afecto hay también entre Chipre y Grecia, dos países que tradicionalmente participan en el festival. En 1976 ocurrió algo muy parecido a lo que ha pasado ahora: después de un año de ausencia por problemas internos y la invasión de la región septentrional de Chipre por parte de Turquía, Grecia reaparece con una canción protesta llamada «Panagia Mou (The Death of Cyprus)» que les sienta a los turcos como una patada en la boca. Esa canción no se vio en la televisión turca.

Pero la “política” en Eurovisión no se ciñe exclusivamente a lo geopolítico ni a los enfrentamientos entre Estados. Últimamente hemos visto muchas canciones sobre el drama de la emigración (desde De la capăt de Voltaj, la canción de Rumanía de 2015, hasta Utopian Land de Argo, la propuesta de Grecia de este año). Sorprende un poco que aún nadie haya dicho mucho sobre la inmigración, un tema con el que Europa tiene un serio problema por la forma en que lo afronta. Quizás porque sería destapar la caja de Pandora.

Por último, el tema LGBT y los derechos sociales siempre han estado muy presentes, teniendo en cuenta que gran parte de los seguidores del festival son homosexuales. Cuando Dana International ganó el festival de 1998 por Israel, lo hizo casi por sorpresa: nadie se había parado a pensar en el logro tan impresionante que suponía que una cantante transexual (repito, representando a Israel) ganara en un festival de semejante calibre.

Lo gracioso es que Eurovisión siempre fue muy gay, tal como demuestran temascomo Samo Ljubezen, de Eslovenia (2002), pero parece que solo somos conscientes de ello desde que ganó Conchita Wurst en 2014 con su combinación de vestido y barba. Desde esos años, hemos tenido pequeñas polémicas como el beso lésbico de Finlandia en 2013 y más chicos/chicas se han besado entre ellos en el escenario, pero lo dicho, es una tontería, teniendo en cuenta que Turquía ya ganaba en 2003 con Everywhere That I Can, esta propuesta de tintes lésbicos. Que dudo que fueran conscientes de ello, pero fue lo que les salió.

Por cierto, que las que realmente se tenían que haber morreado en el escenario fueron las t.A.t.U. en 2003 y al final no lo hicieron. Rusia es un país realmente extraño: por una parte, condena la homosexualidad flagrante; por otra parte, va y tiene un grupo de dos niñas a las que les pide que finjan cometer actos de homosexualidad flagrante, porque eso vende.

Hasta aquí la crónica eurovisiva, pero no la crónica de mamarrachadas. Lo mejor me lo reservo para otra entrada.Facebooktwitterlinkedintumblrmail

Literatura LGBT y canon literario: ¿influye la orientación sexual en lo que escribimos?

Alguna vez me han preguntado si la orientación sexual influye en lo que uno escribe. Me corrijo: alguna vez me han dicho, normalmente de forma airada, que por qué mi sexualidad tiene que influir tanto en las cosas que escribo.

La orientación sexual influye en lo que uno escribe del mismo modo que todo lo que uno es, lo que ha vivido y soñado, sus inquietudes y obsesiones, influyen en lo que uno escribe. Me sé de grandes escritores que dan vueltas una y otra vez a temas parecidos y fórmulas análogas, aunque con argumentos diferentes (por eso son grandes).

Conozco personas para quienes su orientación sexual está muy desconectada de lo que escriben. En general, en estos casos se trata de lesbianas, grandes escritoras, que escriben sobre personajes heterosexuales o simplemente en géneros donde el romance tiene menos cabida (histórico, thriller, infantiles, etc.). Hay algunas escritoras famosas de este tipo, como Val McDermid. En las personas que he conocido, había una cierta tendencia a pensar que, con lo bien que escribían, no debían centrarse «exclusivamente» en personajes homosexuales (N.B.: algunas NUNCA escribían sobre homosexuales). Incluso una me comentó una vez, motu proprio, que no sabía por qué su propia experiencia sentimental estaba tan desconectada de lo que escribía.

También he conocido el caso contrario. Por ejemplo, las mujeres que escriben (y leen) romance gay son legión, tanto en la fanfiction como en la ficción profesional. La explicación habitual, con la que comulgo como lectora, es que se trata de un ámbito algo menos estereotipado y donde la identificación funciona de una manera distinta, lo que permite una experiencia distinta de lectura. Nisa Arce suele escribir romance homosexual y lo hace estupendamente. Y aunque conozco menos el caso contrario, también he visto escritores a los que les gusta crear personajes de mujeres lesbianas o bisexuales. El cliché dice que este interés es mayormente sexual o estético, pero no siempre es cierto. Algunas de estas historias, que a menudo mezclan el género romántico con la ciencia ficción o la comedia, podría haberlas escrito yo (eso, o mis personajes son tan superficiales como los de estos hombres).

El problema es que mientras que las lesbianas o los gays que escriben sobre pasiones heterosexuales no levantan ninguna ceja, escribir sobre relaciones homosexuales está sometido a un perenne escrutinio. Y parece que, cuando un autor habla a menudo de este tema, tiene que justificar su interés por él de algún modo. Es un poco como si tú escribes con frecuencia sobre vampiros y hombres lobo y la gente viniese a preguntarte que por qué precisamente, de entre todos los temas del universo, eliges hablar sobre vampiros y hombres lobo.

Lo que hay detrás de estas preguntas es la asunción, todavía muy enquistada, de que la literatura «seria» solo abarca una serie de temas y que las relaciones homosexuales no forman parte del canon de la literatura seria. Es un poco como escribir humor: La conjura de los necios solo hay una, y todo lo que no sea La conjura de los necios se considera poco más que un chascarrillo. (*)

En general, uno escribe sobre las cosas que más le interesan o le intrigan. Es totalmente lícito que un escritor heterosexual escriba sobre un personaje homosexual, y viceversa. Incluso si lo hace a menudo. Incluso si lo hace SIEMPRE. Incluso si todos sus personajes son gays o viceversa. Es su mundo y hay muchas razones para su decisión. De algún modo, es parecido a cuando una mujer no escribe «literatura femenina» y por tanto queda fuera del canon. En lugar de cuestionarlo, deberíamos celebrar la diferencia y la posibilidad de que haya distintas perspectivas. Cuestionarse continuamente el por qué de los mundos de un escritor es tan fútil como preguntarse por qué Lorca escribía siempre sobre andaluces.

Con todo, es verdad que la resistencia cuando un autor no es heterosexual y escribe sobre personajes no heterosexuales es aún mayor. Yo misma no estoy libre de culpa. Vuelvo a los casos de autores homosexuales que sí escriben (fundamentalmente) sobre homosexuales. Me encantan los libros de Isabel Franc, pero a veces me he encontrado pensando: joder, necesito un respiro de tanto bollerío. Quizás esto sea en parte porque la llamada «literatura LGBT» siempre ha tenido, y es lícito, un maridaje con el activismo social y político. Muchas de estas autoras escriben con una lectora lesbiana en mente, y no solo eso, sino a menudo una lectora lesbiana y conocedora del ambiente lésbico (algo que no soy). Todos los libros contienen un mundo de referencialidad que se despliega ante el lector; quizás lo que temían las primeras autoras a las que hacía referencia, las que NUNCA escribían sobre homosexuales, era precisamente esto: desviarse del canon generalista de forma que «alienasen» a su lector no homosexual. Porque querían gustar a ese lector, que en el fondo aun hoy es la norma, el crítico: agradarle era un éxito, y no agradarle, un fracaso.

Pero eso no impidió a Jack Kerouac escribir En la carretera describiendo todo un ambiente beatnik que no tenía nada que ver con el de muchos lectores que lo leyeron por primera vez. Eso no ha impedido a muchísimos autores escribir infinidad de libros que hablan de mundos muy concretos, reales o inventados, y que hoy día se han convertido en clásicos. (Los que nos gusta la fantasía sabemos de lo que hablamos; otro género que, a pesar de su historia y su enorme presencia, ha estado siempre relegado a los márgenes y solo con gran esfuerzo se está abriendo camino en la literatura «seria».)

Mi objeción es que, por muy referencial que nos parezca un mundo, el texto (y el autor) tiene todo el derecho del mundo a imaginar su lector ideal como le dé la gana. Y en repetidas ocasiones se ha demostrado que mundos muy específicos conectan con lectores totalmente diferentes por otras razones.

Cuando yo escribo, inconscientemente imagino un lector. En mi caso, como en el de muchos otros autores, soy yo. Yo de jovencita, yo con ganas de reírme, yo nacida unas décadas después o yo muy seria, pero básicamente es alguien que comparte mis características básicas. Mi sexualidad es algo divertido que incluye a hombres y a mujeres, pero sobre todo me fascinan las relaciones entre mujeres, del mismo modo que me intrigan aspectos como la pérdida de la juventud o el control en las relaciones interpersonales.

Con estas premisas, creo que es bastante lógico que escriba lo que escribo. A las personas que se interrogan sobre por qué un 80-90% de mis protagonistas no son heterosexuales me encantaría preguntarles por qué un 100% de sus protagonistas sí lo son, además de blancos, hombres y con una actitud de desprecio+superioridad hacia el mundo que los rodea. Postureo aparte, supongo que esa actitud viene refrendada por la seguridad que da estar en la norma.

Esta entrada está inspirada en el artículo de Junot Diaz sobre la ausencia del aspecto racial en la literatura y en los másteres de escritura creativa.

(*) Hay otra estrategia de invisibilidad/integración en el sistema que consiste en alabar la obra e ignorar estos aspectos en la crítica, de manera que solo te enteras de que una obra contiene humor u homosexuales por pura casualidad. Se da especialmente con la literatura catalogada como… seria.Facebooktwitterlinkedintumblrmail