El género de internados, entre la diversión juvenil y la deconstrucción

Que he sido (y soy) una gran lectora de novelas acerca de internados femeninos no debería sorprenderle a nadie. Aunque, en principio, este tipo de historias no tiene nada que ver con mi experiencia —se refieren a una época en la que yo era muy infeliz y me habría horrorizado pasar más tiempo del estrictamente necesario en el colegio—, tienen todas las papeletas para gustarme.

Un mundo de solo chicas donde imperan unas reglas propias; una edad en la que dejas de ser una niña, pero todavía no eres una mujer, y te sientes un engendro entre ambas cosas; un personaje colectivo que es el internado y que habla con muchas voces, como Ygrámul el Múltiple; una estructura de Bildungsroman en la que la protagonista debe aprender y hacerse «mayor»; y por supuesto, toda una red de afectos, admiraciones, animadversiones y odios entre las alumnas (y en ocasiones otros personajes) que suele traducirse como un subtexto sáfico perpetuo. ¿Cómo no iban a interesarme? 🙂

Acerca del género escolar

Historias que sucedan parcialmente en internados hay muchas, pero el género como tal se refiere a las sagas de novelas juveniles (orientadas a chicas de unos 9-18 años) escritas casi siempre por autoras y que conocieron su mayor auge en el período de finales del siglo XIX a la Segunda Guerra Mundial. Suelen contar con una protagonista inicial (o dos, el tropo de las gemelas es fuerte aquí) y posteriormente —a medida que las chicas cumplen años y abandonan la institución— pueden expandirse a la hermana pequeña o la hija de la protagonista.

El género en sí es muy anglosajón y, por razones históricas, casi exclusivamente británico, aunque existen novelas de otros países de europa. Por ejemplo, la saga de Puck es danesa y está escrita por dos hombres bajo el seudónimo de Lisbeth Werner. Otros nombres que tal vez os suenen son Angela Brazil (una de las primeras «plumas famosas» del género), Elinor Brent-Dyer (con su larguísima saga de la Chalet School), Elsie J. Oxenham (con The Abbey Girls) y, por supuesto, la famosísima Enid Blyton, con sus sagas más breves de Santa Clara y Torres de Malory, así como las novelas de La traviesa Elizabeth, que tienen lugar en un internado mixto (!) y con un sistema progresista-comunista de reparto de bienes (más !!!).

The Twins at St Clare's: Amazon.es: Blyton, Enid: Libros en idiomas  extranjeros
Una de las nuevas cubiertas del primer libro de Santa Clara, de Enid Blyton, que refleja bastante bien cómo me imagino yo a las dos tiesas de las gemelas O’Sullivan a su llegada al colegio.

Aunque hay algunas novelas sobre internados mixtos, como hemos visto, lo habitual en estas historias —lo habitual en el sistema educativo británico de la época— es la segregación total por género: existen sagas o novelas de internados femeninos (en las que se centra este artículo) y novelas sobre internados masculinos. Estas últimas pocas veces consisten en sagas tan desarrolladas con cánones tan firmes, sino que son más bien novelas de formación cuyo protagonista pasa parte de su vida en un internado. La precursora Tom Brown’s School Days (1857) sentó las bases de buena parte del género, aunque los internados femeninos solían tener una violencia física menos explícita.

El género de los internados femeninos encontró lectoras fieles entre las chicas que podían permitirse ir a ese tipo de colegios, de un nivel socioeconómico medio-alto, pero también entre las que no podían permitírselo y soñaban con ello. Soñaban con ello porque el internado y las relaciones que se establecen en él se describen con exaltación, ¿y quién no ha soñado con pertenecer a la élite de la élite, tener la mejor amiga de las amigas, montar a caballo o partirle las narices como por casualidad a tu enemiga disfrutar de un buen partido de lacrosse? Al ser esta una época de la vida tan importante y tan realmente formativa, en el sentido de que comprende años clave en la formación de un carácter, no es de extrañar que se reviva de manera intensa.

Sin mala intención, pero con intencionalidad

El auge del género escolar está relacionado con un concepto que se abre paso en el siglo XIX: la literatura infantil o juvenil. Hasta entonces se considera que la literatura es literatura y poco más; los niños aprenden a leer con salmos o pasajes de la Biblia y disfrutan también de la rica tradición oral de los cuentos. Pero por primera vez se empieza a pensar en escribir para niños o para jóvenes, y eso conlleva inmediatamente la necesidad de que esa literatura sea «edificante». Es decir, se busca que las novelas juveniles sean formativas, ese término que a mí personalmente me provoca urticaria y que está tan relacionado con la Bildungsroman.

Con ese objetivo, estas historias suelen comenzar con una chica un poco traviesa o conflictiva (a veces es huérfana o nunca ha sido escolarizada, al estilo de Anne Shirley en Ana de las Tejas Verdes, de Lucy Maud Montgomery), pero con buen fondo, que acaba adaptándose a los valores del colegio como preparación para la vida. Se adapta hasta el punto de que se convierte en una especie de modelo a seguir del pensionado, instituto o lugar de internamiento forzoso para señoritas al que asista. Este suele ser el momento en el que la autora se aburre de su protagonista, que se ha convertido en doña Perfecta, y pasa a la siguiente chica conflictiva que le dé juego y cree un poco de revuelo en la institución.

La fiera de mi niña

Porque estas novelas surgen con intenciones formativas, pero se divierten demasiado en el proceso. Así surge una de sus características más definidas: la perpetua tensión de tener que domar a las fierecillas y la simpatía inevitable que brota, en la autora y las lectoras, por aquellas que crean caos y rompen las reglas. No solo tenemos a la protagonista con buen fondo; también van apareciendo las «malas», que son niñas cuyos defectos son mucho más terribles (envidia, agresividad, competitividad exacerbada, etc.) y que, por mucho que lo intenten, no terminan de adaptarse a una vida decente.

Las «malas» podrían agruparse en dos tipos. Las primeras son las «malas buenas», que en el fondo son como la protagonista, es decir, que son buena gente, pero no están acostumbradas a vivir en sociedad. Son egoístas, caprichosas o bromistas y, normalmente, con un carácter fuerte. Estas casi siempre acaban «redimidas», aunque suelen mantener un toque pintoresco o hilarante que aporta color a la institución. Las segundas son las «malas malas», es decir, las que realmente tienen mala fe. Estas malas solo tienen dos salidas: ser las eternas antagonistas de la protagonista y sus amigas hasta que se gradúan o, si sus acciones son demasiado graves, abandonar el internado (expulsadas o convenientemente «trasladadas»). Por citar algunos de los ejemplos más conocidos, Angela, de Santa Clara, es una mala irredimible, porque jamás se arrepiente de su mal comportamiento; por el contrario, Gwendoline, de Torres de Malory, a pesar de parecer casi irredimible durante varios libros, muestra en el último momento un toque de humanidad al sacrificar su propio curso por su padre enfermo. Los personajes de Claudine (*) (Santa Clara) o June (Torres de Malory) también representan la ambigüedad de este tipo de niña que se salta las normas y a veces comete malas acciones, pero que en el fondo es capaz de la mayor nobleza.

Como el internado reproduce a pequeña escala las normas de una sociedad «correcta», lo apropiado —lo formativo; lo esperado por parte de editores, padres y educadores de la época— es que las niñas muestren generosidad, autosacrificio, humildad, dedicación, constancia, etc. En suma, toda esa ristra de valores de inspiración judeocristiana esperables en una mujer (mucho más que el éxito académico en sí, que en estas historias es secundario). Si lo hacen, serán premiadas, mientras que las «asociales» serán castigadas. Pero, como ya hemos visto, de vez en cuando alguna bullanguera cae en gracia y esquiva los merecidos castigos, sea porque la autora se ha encariñado con ella o porque realmente hay una parte de la autora a la que le encanta poner en jaque a la institución educativa.

La cárcel en la que tú y yo vivimos

Sabemos que los internados no son siempre los lugares de perfección moral que se describen en las sagas del género. A menudo no son castillos con lagos naturales y compañeras estupendas. A veces son un lugar frío y húmedo, perdido de la mano de Dios, donde impera el bullying y el control social. Y los profesores, profesoras o monjas, también en consonancia con las normas educativas de la época, tienen la mano muy larga y a menudo les gusta demasiado «educar» mediante la anulación y la humillación. Esa es la realidad, pero es una realidad que solo aparece en sombras y que en las novelas de internados de chicas no aflorará de verdad hasta la superación del género a mediados del s. XX.

Upper Fourth at Malory Towers | World of Blyton
Las chicas de Torres de Malory en dura cooperación.

La tensión entre norma y ruptura se manifiesta en la crítica velada a la institución educativa o religiosa (y en ocasiones a la sociedad en sí) de muchas de estas historias. Incluso cuando cantan las loas de su internado ficticio e intentan imbuir el mismo orgullo en sus lectoras, las autoras son conscientes de que la realidad no es tan bonita como la pintan. Por eso, de vez en cuando, aparece un tímido asomo de crítica al sistema, que visto desde los ojos de las niñas-fieras, comienza a mostrar su otra cara: la de anticuada, la de represiva, la que intenta uniformizar (**) a todas las muchachas para convertirlas en copias de la mujer perfecta.

El género escolar se hizo tan popular que dio origen a muchas parodias e iteraciones, normalmente centradas en la sátira social. Esta aparece ya en los libros de Billy Bunter, creado por Frank Richards en 1908, que aquí conocemos sobre todo por las historietas de Guillermito y su voraz apetito. Billy es gordo, desagradable, siempre está hambriento y tiene muchas ganas de fastidiar a sus compañeros; suele fracasar y el director le rompe muchas varas y bastones en el trasero. En este caso, el protagonista es un «malo malo», pero además de reírnos de sus castigos, George Orwell identificaba una fascinación en nosotros por la maldad y el ingenio de Billy. Al igual que con Claudine o June, todos queremos secretamente que Billy triunfe, aunque solo sea un poco.

En la segunda mitad del siglo XX los cambios sociales dan lugar a una representación diferente del concepto del internado y a la definitiva satirización de las miserias de la educación tradicional, vista como un espacio carcelario en libros como Down with skool (Abajo el colejio) de Geoffrey Willians (1954). La parodia más famosa de un internado femenino probablemente sean las chicas del St. Trinian’s, de Ronald Searle, unas adorables colegialas que surgieron en 1946 como tiras cómicas de un periódico británico. Las alumnas (y profesoras) del St. Trinian’s dedican su vida a hacer gamberradas, beber, fumar, acostarse por ahí sin condón e incluso planear asesinatos. Del salvaje St. Trinian’s nos han llegado varias películas; las de los años 2000 son muy divertidas, pero bastante rebajadas en tono.

La deconstrucción del género

Aunque la estructura tradicional de estas novelas entra en declive en la segunda mitad del s. XX, el género escolar como tal no ha desaparecido y, de hecho, está muy presente en otros medios, como las series de anime, que no son mi especialidad pero beben de un sistema similar. Hay muchas historias que incluyen restos del género clásico de internados; en la propia saga de Harry Potter se puede rastrear esa influencia en un mundo de fantasía. Hoy, la pasión por todo lo nostálgico hace que ni siquiera parezcan fuera de lugar, aunque a menudo vengan en el envoltorio de una fantasía o una distopía.

Sin embargo, como ejemplo de deconstrucción y a la vez de dignificación del género, me gustaría hacer mención a una autora que se sitúa en las antípodas de mi pensamiento social y moral: Antonia Forest. Escribió lo que conocemos como saga de las Marlow, casi desconocida fuera del entorno angloparlante. Dicha saga comienza con Autumn Term (1948), en el que las gemelas Nicola y Lawrence Marlow (ojo, las dos tienen nombres masculinos) llegan por primera vez al internado Kingscote.

Nicola y Lawrence vienen de lo que podríamos denominar «un linaje ilustre»; su hermana Rowan, por ejemplo, es prefecta en el mismo colegio. Sin embargo, la autora, que se conoce bien el género de internados, lo deconstruye de manera fascinante. Nick y Lawrie esperan destacar; como Pat e Isabel O’Sullivan, de Santa Clara, diríamos que se lo tienen muy creído por venir de donde vienen. Pero, al contrario que en la narración habitual, no basta una pequeña lección de humildad para que estas dos se adecuen a las normas del colegio y comiencen a convertirse en el ejemplo que esperamos. Nick y Lawrie no son tan inteligentes como se creen (de ahí que las coloquen, de entrada, en el Remove, el nivel más bajo de su curso), no dejan nunca de albergar motivaciones poco honorables y con frecuencia las cosas no les salen bien. Esto no es fuente de humor, como en Billy Bunter, sino un recordatorio de que a veces la vida no es como nos creemos y que nuestros actos, por inocuos que parezcan, siempre tienen consecuencias.

Esta curiosa interpretación de un internado en tonos de gris deviene en la historia de la familia Marlow. Antonia Forest trata temas como la fe, el divorcio, el maltrato, la culpa y, por encima de todo, la moral. Partiendo de postulados conservadores, construye una especie de saga trágica al estilo shakespeariano en la cual utiliza el género de internados para crear algo distinto. Pocas veces he visto personajes tan complejos ni temas tratados con tanta seriedad como en las novelas «escolares» de Antonia Forest. Hoy sus libros son muy difíciles de conseguir, lo cual es una pena, porque realmente merecen una lectura.

La disciplina y el castigo

Al igual que la crítica social aparece de forma velada en las sagas clásicas, la disciplina y el castigo se muestran como elementos básicos de formación, bien sea como amenaza o de forma explícita. Conviene recordar que en el Reino Unido el castigo físico en las escuelas se abolió tardísimo y que estaba totalmente integrado en el sistema educativo. Hasta hace unas décadas, aún se instigaba a las chicas que eran ejemplos de conducta a que castigaran a sus compañeras. En las novelas de Enid Blyton y de las autoras antes mencionadas, la clase a veces se toma la justicia por su mano y decide dar una lección a las niñas conflictivas, aunque pocas veces es algo tan explícito como una paliza. Con todo, a una lectora contemporánea se le salta la peluca cuando se comenta de pasada que van a «sentar a X en las tuberías de la calefacción» o «dar a X una azotaina con el cepillo del pelo» (por la parte de atrás) y se presenta como lo más natural del mundo.

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Las chicas de Torres de Malory en una de sus fiestas a medianoche.

Aparentemente, estos ejemplos de agresión en grupo o de agresión controlada no son violencia, sino ejercicios de disciplina: las alumnas designadas tienen permiso para ejercer el castigo sobre las otras al margen de las circunstancias. También la clase, de forma colectiva aunque ambigua, está autorizada para reprender, en ocasiones con dureza o violencia física, a aquellos elementos individuales que perturben el orden y la paz. Dar una bofetada sin razón a otra niña es motivo de regañina, pero humillar colectivamente a una alumna cuyo comportamiento es asocial o sospechoso entra dentro de los límites del buen hacer de la institución.

Otra manifestación frecuente de la disciplina entre iguales, que sucedía tanto en internados masculinos como femeninos, era el fagging (***); es decir, que las niñas más pequeñas estaban obligadas a servir a las mayores. La duración y laboriosidad de las tareas encomendadas quedaba a criterio de las chicas mayores, de las que se esperaba que obraran con sensatez. En teoría, todo esto contribuía a potenciar la humildad y educar el carácter, pero por supuesto, como te tocara una sádica como prefecta o una clase adicta a las zurras colectivas, ya te podías agarrar. Por eso estas cosas han quedado como una mezcla entre fantasía erótica y trauma social colectivo con las que los aficionados al psicoanálisis tienen material para rato.

El deporte

El deporte es otro de los lugares donde se liberan malos sentimientos y se redirigen a la cooperación y el trabajo en equipo. Un poco de competitividad, según estos libros, es positiva, siempre que redunde en beneficio de la comunidad. Esto se traduce en frecuentes enfrentamientos con las malas-malas en el deporte elegido, que suele ser el hockey, el lacrosse, el cricket o el tenis. (****)

El deporte colectivo es uno de los entornos en los que se despliega este juego de afinidades y lealtades, de rivalidad y a menudo también de malas artes. No es de extrañar que sea uno de los aspectos más mimados y potenciados de las series audiovisuales. En estos ambientes, el deporte es muy dramático, porque lo tiene todo. Un partido de lacrosse puede ser la escenificación perfecta de todos los conflictos internos y externos de los personajes. Además, teniendo en cuenta que el internado es en el fondo el protagonista colectivo de estas historias, las autoras suelen gozar de lo lindo cuando pueden mostrar de forma performativa la red de relaciones que han creado.

El teatro

¿Y qué hay más performativo que el propio teatro? Otro de los elementos a menudo presentes en estas novelas es el teatro o, en ocasiones, la escritura, en forma de relato periodístico o de ficción colectiva. El teatro actúa como una suerte de ficción dentro de la ficción y, a menudo, de nuevo, representación más o menos sutil de los conflictos que mueven a los personajes. También proporciona un nivel narrativo más en el que los personajes «se hablan» a través de textos clásicos.

A este respecto conviene decir que las chicas, como corresponde en un internado exclusivamente femenino, representan papeles masculinos sin problema y encarnan pasiones y tribulaciones de héroes clásicos sin que esto entre en conflicto con su rol «femenino» en la sociedad. Una de las obras representadas en la saga de las Marlow es El príncipe y el mendigo, de Mark Twain, donde tanto el príncipe como el mendigo son interpretados por las gemelas.

El teatro, más incluso que el deporte, se ve como una liberación en una institución férreamente organizada, un lugar donde soñar con grandes metas y elevarlo todo a una categoría moral superior. Mientras las chicas aguardan un destino que las obliga a estar siempre a disposición de los otros, como madres (perpetuadoras de la especie) o benefactoras (maestras, enfermeras, etc.), juegan a ser reyes, marqueses y héroes en las obras de teatro, dueños de sus propios destinos.

Y, por supuesto, el safismo

He dejado para último lugar la cuestión del subtexto lésbico de muchas de estas historias porque es uno de los aspectos sobre el que podría hablar horas y horas, pero no os preocupéis, que no me he olvidado. Sí, claro que en muchas de estas obras subyace la cuestión del amor entre mujeres (¿lo dudabais?), aunque de forma implícita y adecuada a la edad de lectura que se presupone.

Imagen de la película Cracks (2009), de Jordan Scott. Aunque no es una maravilla, tiene algunos detalles interesantes y soy débil, muy débil, cuando se trata de internados femeninos.

Es evidente que un mundo exclusivamente femenino lleva, en muchos casos, a un homoerotismo en el sentido amplio de la palabra, por la simple razón de que las figuras que componen el universo sentimental, moral y estético de estos personajes son todas femeninas. También ayuda la edad de los personajes, que va de la pubertad a la adolescencia tardía, en una época en la que las relaciones homosociales son muy intensas y aún no se ve con buenos ojos que una chica tenga una relación con un chico. Así, un entorno sáfico (desexualizado) se ve como un espacio seguro y positivo en comparación con la preocupación de que la adolescente se enamore de un hombre cualquiera o se quede embarazada.

De hecho, las relaciones de amistad heterosexuales en estos libros son totalmente «limpias»: presentan muy pocas diferencias respecto a las relaciones entre chicas y, cuando se da el paso hacia una relación romántica, sus personajes suelen desaparecer del mapa. Que la protagonista o una amiga se prometan se ve como la evolución definitiva de niña a mujer y, por tanto, aquellas que lo den quedan automáticamente excluidas del entorno sáfico y seguro del internado, que «protege» a sus alumnas mientras estén en período de crecimiento. Es llamativo que las protagonistas no hagan prácticamente alusión a relaciones románticas heterosexuales ni muestren la más mínima curiosidad por ellas, ni siquiera con dieciséis o diecisiete años. Parecen vivir en una especie de pubertad eterna donde el noviazgo o el matrimonio no existen, son parte del «mundo exterior» y lo único que cuenta, lo único que hace latir el corazón, son las amigas, las rivales o las profesoras.

Las amistades que se representan en estos libros son a menudo de corte victoriano. La relación con la mejor amiga (la amiga especial o amiga del alma) es totalmente exclusiva: tu amiga del alma es tu «pareja» y la relación debe ser un lugar especial donde compartir, relajarse y sincerarse. Pero ni siquiera estas amistades están exentas de roces. Sally Hope, en Torres de Malory, es la mejor amiga de la protagonista Darrell Rivers, y le aporta un contrapunto de sensatez y sosiego similar al de Diana con Ana de las Tejas Verdes; pero el principal defecto de Sally es, literalmente, que es demasiado celosa. Y aunque esto no llega a poner en peligro su relación, sí hace que Darrell se sienta asfixiada en ocasiones, porque los celos de Sally actúan ante cualquier amenaza externa. También vemos romper a «parejas» de varios años por la presencia de una alumna nueva o el surgimiento de diferencias irreconciliables entre las dos chicas.

No obstante, en estas sagas hay algunas «parejas» de chicas que perduran incluso después de la época escolar, y resulta curioso que las más estables parecen tener por delante un futuro juntas: Darrell y Sally van juntas a la universidad y comparten habitación; Bill y Clarissa, las enamoradas de los caballos, quieren abrir una escuela de equitación… en un gesto que recuerda mucho a las parejas de mujeres de la época. A menudo simplemente se quiere denotar que esa amistad, que tanto ha representado, continúa viva durante la adultez; pero con frecuencia esas amistades parecen tan férreas y positivas, y los posibles matrimonios están tan lejanos o importan tan poco, que la lectora se queda con la impresión de que las dos amigas viven juntas y felices para siempre.

Las autoras se esfuerzan mucho en recalcar que los sentimientos por la mejor amiga deben ser correspondidos, que si no, ese «enamoramiento» solo a lleva a relaciones desiguales e insatisfactorias. Aquí nos topamos con una vertiente distinta de la atracción entre mujeres, que es la fascinación o, en inglés, el crush. El crush se representa de muchas maneras en estos libros y es probablemente el acercamiento más explícito al deseo romántico y sexual. Cuando los personajes tienen un crush, solo desean estar con su persona amada de forma casi enfermiza, cumplir sus deseos y ser suficiente para ellas. Hay una atracción estética explícita: se admira su belleza o detalles como su cabello, sus labios, su forma de hablar. Con frecuencia estos sentimientos se traducen al castellano, en los propios libros, como enamorarse y enamoramiento.

Hay algunos crushes que se convierten en amistades de verdad y, por lo tanto, se formalizan, se hacen estables. Sin embargo, en muchos otros casos, el enamoramiento es fuente de tensiones, sufrimiento y, sobre todo, manipulación. El objeto de deseo es con frecuencia una alumna mayor; en algunos casos, una profesora; y en otros, alguien de la misma edad a la que se ve como más atractiva o digna de veneración. Volviendo de nuevo a Enid Blyton, en los libros de Santa Clara, Angela utiliza su belleza no solo para doblegar la voluntad de Alison, aquella compañera que ha elegido como mejor amiga y cuya relación contiene algo de crush; también despliega sus encantos con las alumnas más jóvenes para encandilarlas y conseguir que hagan lo que ella desea, además de obtener un placer sádico al «romper el corazón» de alguna de ellas. Las chicas lloran por Angela, sufren sus desprecios y se pelean por sus sonrisas. Hasta la prefecta tiene que llamarle la atención por esa estrategia de «seducción»; no por su asociación con el lesbianismo, sino simplemente porque actuar de esa forma es cruel y moralmente reprochable.

Físicamente, el roce o el deseo del roce está presente sobre todo en los libros más antiguos. En A Fourth Form Friendship (1911), de Angela Brazil, Aldred y Mabel, cuya relación es el centro de la historia, terminan el libro sellando su amistad con un apasionado (pero casto) beso en los labios. En los libros más recientes, esos besos o roces (abrazos, achuchones, caricias, caminar de la mano, etc.) se convierten en simples presencias o momentos en los que, a solas, las dos chicas se confiesan sus sentimientos, a menudo pidiéndose perdón por haberse comportado de forma insensata y no haber tenido en cuenta a la otra. Esos momentos a solas actúan como complemento o sustituto del acercamiento físico, que en el siglo XX comienza a asociarse más claramente con el deseo erótico y, por lo tanto, va perdiendo poco a poco su intensidad en este tipo de novelas.

A Fourth Form Friendship by Angela Brazil
Cubierta de A Fourth Form Friendship, que como muchas otras novelas de Angela Brazil, trata de la relación entre dos alumnas.

Como colofón, es llamativo que muchas autoras del género sabían perfectamente lo que era enamorarse de otra mujer y bastantes mantuvieron relaciones románticas con mujeres. Mucho de lo que se describe en estas relaciones entre chicas jóvenes suena a una mezcla entre el goce de rememorar estos placeres (placer de la amistad sincera, placer de los primeros enamoramientos) y la advertencia contra las relaciones desiguales, aquellas en las que una da o siente más que la otra parte. Aun siendo esa edad especialmente proclive a ese tipo de enamoramientos, homosexuales o heterosexuales, podemos decir que estas novelas no son solo formativas en cuanto al carácter, sino que también contienen una educación sentimental secundaria.

El deseo sáfico en este tipo de instituciones no ha resultado nunca especialmente problemático para la sociedad, teniendo en cuenta que es una época acotada en el tiempo y, como ya hemos visto, en la que es más seguro que las chicas estén bajo vigilancia, sobre todo a partir de su primera menstruación. El imaginario heteronormativo lo sitúa como preparación para la vida sentimental «plena», heterosexual, y por lo tanto no peligroso. Por eso resulta tan divertido subvertirlo con historias en las que el deseo sáfico es o bien explícitamente sexual o, sobre todo, perdura en el tiempo de una manera contraria a las expectativas sociales, como en el caso de Bill y Clarissa y su escuela de equitación conjunta.

Desde fuera, el internado femenino ha sido fuente de fantasías de todo tipo, en parte por ese rol protector de la institución con sus alumnas y en parte por ese safismo que se le presupone. Al ser un espacio exclusivamente para mujeres, o para niñas que pronto se convertirán en mujeres, los hombres heterosexuales lo han hipersexualizado, añadiendo precisamente los rasgos que están ausentes del género escolar clásico. Pero es importante recalcar que esta asociación del colegio con la sexualidad femenina y el safismo no solo ha sido patrimonio de hombres heterosexuales. Las mujeres lesbianas y bisexuales también han encontrado en estos lugares los escenarios adecuados para narrar momentos muy importantes en el despertar de su vida amorosa y su sexualidad. Hay ejemplos de todo tipo, pero podríamos empezar por la descripción desenfadada del erotismo sáfico y sus juegos en la clásica obra de Colette, Claudine en la escuela (1900). Podríamos seguir con el explosivo contenido de Thérese e Isabelle (1955), de Violette Leduc. Y podríamos acabar con obras que se han escrito y no han podido ver la luz todavía, como El pensionado de Santa Casilda, de Elena Fortún, que ya se había aproximado al género escolar con Celia en el colegio (1932). Por aquí seguimos esperando con ilusión más novelas que hablen sinceramente del amor entre mujeres en un entorno que, por suerte, cada vez está más enraizado en el pasado, pero que sus razones tendrá cuando no desaparece del todo.


(*) Siempre pensaré que la Claudine de Enid Blyton está inspirada en la Claudine de Colette. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.

(**) El énfasis en el uniforme de la escuela no es accidental. El uniforme es uno de los instrumentos que la institución emplea para distinguir a sus protegidas y, a la vez, para estandarizarlas a todas. No hay prácticamente ninguna novela de internados donde no se haga referencia al uniforme, lo cual también conecta a la perfección con las fantasías de disciplina.

(***) Sí, fag quiere decir marica. Sí, viene del significado de esta palabra. Ver la última sección para una aproximación al deseo entre mujeres en las obras sobre internados femeninos.

(****) Cuando vi por primera vez lo que era el lacrosse en un partido de verdad, me pareció todo menos un deporte para señoritas. ¡Menudos guantazos se pegan con el palo! Se parece mucho más al roller derby que a un «deporte» sosegado como el croquet.

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La amiga estupenda (que no siempre lo es) y esas relaciones extrañas que duran toda una vida

¡Hola, gente! ¿Qué tal? Supongo que confinados y algo dispersos, como yo. Por eso he decidido rescatar este blog. Bueno, por eso y por dejar constancia de que, por suerte, a mí todavía no me ha afectado el coronavirus (aunque en este año y pico que no he actualizado la página me podía haber muerto igual).

Son días extraños en los que todos buscamos algo con lo que entretenernos, sea trabajo, repostería o ejercicio. Podría contar muchas cosas acerca del trabajo (entre otras cosas, porque dejé mi trabajo alimenticio a mitad del año anterior y, visto lo visto, quizá no fuera tan buena idea), pero la verdad es que no me apetece. Como la última publicación que escribí iba acerca del remake de una serie, She-Ra, con la que todavía sigo encantada, he pensado que podría hablar acerca de una adaptación de novela a serie que me tiene muy entretenida estos días: La amiga estupenda, de Elena Ferrante.

Los libros

La saga original se compone de cuatro novelas de buen tamaño que yo me devoré más o menos con la misma avidez que los libracos de Canción de hielo y fuego. Están escritas por una autora italiana a la que le gusta ir a eventos todavía menos que a mí y de contestar entrevistas ya ni hablamos, y te cuentan básicamente la amistad obsesión insana cómo llamar esto relación complicada entre la protagonista, Elena Greco, y su amiga de toda la vida, Lila Cerullo. Ambas han nacido en un barrio deprimido de Nápoles en los años 40, en mitad de la Segunda Guerra Mundial, pero la principal diferencia es que Elena logra que la dejen seguir estudiando, mientras que Lila no. Lo cual se convierte en un punto de fricción eterno entre ellas porque Lila no es que sea inteligente, es que es increíblemente brillante; y a Elena, que también es inteligente y lo sabe, este hecho le admira y le molesta a partes iguales, porque después de todo, la que (inicialmente) consigue salir de la miseria a base de hincar los codos es ella.

Pero ahí está su amiga, a quien aparentemente le pasan cosas interesantes, aunque su vida sea una basura (que lo es), y ahí está la eterna comparación entre ellas dos y la eterna inseguridad de Elena y la eterna ambivalencia de su colega y la eterna insatisfacción, porque por si no queda del todo claro por lo que digo, la medida de la vida de cada una de ellas es la otra. Aunque están separadas por un hecho traumático que no termina de repararse nunca, que es esa injusticia cometida con Lila al no permitirle estudiar (y que hace que lo tenga mucho más difícil), se pasan décadas sin quitarse el ojo de encima, juntándose y separándose, queriéndose y odiándose, intentando entenderse y sin terminar de hacerlo, porque ninguna de las dos es muy buena en eso de comunicarse y porque la amistad que tienen es demasiado rarita como para ser del todo sinceras la una con la otra.

Mientras tanto, hay más personajes por ahí y las novelas te van contando también su historia poco a poco, que en el fondo es la historia de Nápoles y, hasta cierto punto, la historia de Italia y de la segunda mitad del siglo XX en Europa. Es curioso que las novelas logren hacer eso describiendo tantísimas escenas de intimidad, que en teoría implicarían todo lo contrario, pero es ahí donde reside su fuerza. Aunque se sabe poco sobre la autora, está bastante claro que parte de lo que cuenta es autobiográfico; de ahí también, supongo, el trasiego de personajes y subtramas, que a veces no se llegan a entender hasta que llegas al final del final del final, y entonces dices: «¡Ah!».

Las cubiertas de los libros han cambiado una barbaridad, pero creo que las que usan fotos reales de la época son las que más me gustan. Cabe preguntarse por qué tradujeron L’amica geniale por La amiga estupenda, cuando en castellano tenemos también el adjetivo genial, que juega precisamente con esos dos significados (el de su inteligencia y el de lo buena/mala amiga que es). La amiga genial es Lila, obviamente, pero en el libro solo se pronuncian estas palabras una vez y al contrario, porque es Lila quien se las dice a Elena: «Tú eres mi amiga genial», dice. Snif.

Como ya he dicho, a mí estos libros me encantaron. Hay pocas sagas que lleguen a engancharme hasta el punto de que me sé los nombres de todos los personajes, hasta la familia X que solo sale en un pedacito de uno de los libros, pero que todos sabemos que son los mejores y tendrían que haber partido la pana. Por supuesto, un plus es esa amistad relación extraña de verdad, no sé cómo llamarlo entre las protagonistas, pero también hubo otras cosas que me gustaron, como el hecho de que estén narrados en primera persona. Esa voz de Elena, que desde el principio intenta ser la que cuenta la verdad de la historia y resulta ser, al menos para mí, la narradora menos fiable de la historia, es una delicia desde el momento en el que comprendes que aquí la historia tiene muchos matices, pero te van a mostrar solo uno y el resto queda a tu imaginación. ¿Su amiga la odia, en realidad? ¿Su amiga la adora? ¿Ambas cosas? ¿Quién es aquí la «mala» del cuento?

Me encantan las historias que dejan aspectos por interpretar y, curiosamente, pese a constituir en apariencia una narración férrea sobre un único punto de vista, esta lo es. Desconozco si es la intención de la autora o mi interpretación, pero la primera persona me parece maravillosa para engañar. Los testimonios siempre son un fragmento de la realidad, a veces brutal y revelador, pero no dejan de ser las cosas pasadas por el tamiz de alguien que, normalmente, primero las vive y después las recuerda. No hay nada más puro, más real, y, a la vez, no hay nada más parcial y mentiroso.

La serie

Como esta saga fue un pepinazo en todo el mundo (decídmelo a mí, que creo que he regalado los libros al menos a cinco personas), llega la HBO en 2018 y, al intentar hacer «producto local» con cadenas o productoras de cada país, se les ocurre que pueden colaborar con la RAI para producir una serie de La amiga estupenda. Y se montan un casting de la repera al que acuden todos los chavales y chavalas de Nápoles y sus alrededores para hacerse famosos y unos decorados que quitan el hipo, porque si en el fondo esta saga habla de la historia de Italia, es un producto para sacar músculo y ganar prestigio como región y como país en todo el mundo, mucho más teniendo en cuenta que se va a emitir en una plataforma internacional. Así que nada, con un presupuesto que para nada es una tontería y, a la vez, maneras de serie pequeña (la autora sugirió el nombre del director porque había querido adaptar sus novelas hacía años; la cuñada del director dirige algunos episodios cada temporada, etc.), terminan por encontrar a sus niñas actrices y sacan adelante la primera temporada, basada en el primer libro.

Y aquí sucede la magia.

Hay una cosa que tiene el lenguaje audiovisual frente a la palabra escrita, que es que cualquier imagen siempre va acompañada de un caleidoscopio de interpretaciones. Por mucho que tú quieras señalar que algo significa tal, siempre habrá un margen de duda mucho mayor que con la palabra. Lo que quiere decir que esta serie va a intentar trasladar la narración férrea y casi sin huecos de la historia de Elena, pero por definición, no va a conseguirlo del todo.

Cuando comencé a ver la serie, me hizo mucha gracia que hubieran importado, literalmente, las pajas mentales los monólogos de Elena consigo misma acerca de ella, de su amiga y del mundo que las rodea. La impresión de que la serie es «muy literaria» que tienen algunas personas es totalmente cierta, porque la presencia de la voz en off de Elena lo invade todo y no hay nada más antivisual que tener a la protagonista mirando y pensando con voz en off la mayor parte del tiempo, por mucho que fuese así en el libro (Elena es la observadora de la vida de su amiga y de todo lo que ocurre a su alrededor). Pero, ay, que la voz en off no puede mantenerse siempre. Que llega un momento en el que el espectador tiene que decidir si lo que le cuenta Elena, esos pensamientos que se presentan como la verdad absoluta, son ciertos o no. Que llega un punto en el que hay que contar lo que le pasa a la otra sin la presencia de Elena.

Y ese punto llega. Se hace realidad, sobre todo, en la segunda temporada, cuando la serie ya se ha librado un poco de la culpabilidad de diferir con las novelas (difiere poquísimo y, cuando lo hace, es solo por amalgamar o intentar presentar algunos acontecimientos de forma más dinámica; no hay cambios gratuitos). Es ese momento en el que Lila se pregunta abiertamente: «¿Por qué todos piensan que tú eres la buena y yo la mala?». Y Elena la mira con una picardía poco habitual en ella y le responde: «¿Acaso no es así?».

No tengo ninguna explicación heterosexual para estas miradas larguísimas en la serie. Creo que se hacen con toda la connivencia de los directores y de al menos una de las actrices. Es totalmente normal quedarte embobada mirando a tu amiga, o lo que sea, incluso cuando va a casarse. Es normal querer desesperadamente tener relaciones sexuales al mismo tiempo que ella. A quién no le han pasado estas cosas alguna vez en la vida; lo que pasa es que la mayoría terminamos sumando dos más dos en algún momento…

Hay una palabra en castellano que me gusta mucho: intersticio. Los intersticios son los huecos entre los bloques por los que se filtran interpretaciones, significados, que no necesariamente son los que se desprenden de las primeras lecturas (o visionados) o que no siempre coinciden con la voluntad de su autor. La serie de La amiga estupenda, a pesar de que intenta mantener firmemente el punto de vista de Elena (y no en vano para ello cuenta con la supervisión férrea de su homóloga, la autora de los libros), no puede controlar todos los intersticios. Y esas preguntas, que ya existían en el texto original, aunque solo fuera por su ausencia, se hacen demasiado evidentes. Elena, ¿odias a tu amiga en realidad? ¿Eres tú quien la odia y no ella, porque a pesar de sus bandazos, parece evidente por buena parte de lo que dice y hace que te quiere profundamente, quizás más de lo que tú la quieres a ella? ¿O eres tú quien la adora demasiado, un poco demasiado, más de lo que te gustaría?

La cámara se pregunta todas esas cosas a las que la voz en off no interpela directamente, porque no es posible hacerlo de otro modo, no con esa historia y no con esa relación complicada en el medio. La cámara es más ambigua, y esas miradas que Elena dirige al mundo exterior se convierten en miradas bidireccionales entre ella y Lila. Miradas cómplices. Miradas inseguras. Miradas de tensión. Miradas de desdén y de admiración y quizás también de deseo. Todo lo que había en la novela original sigue presente y, aun así, qué difícil es mantener esa mirada durante tantísimos segundos y que el espectador no se pregunte: «¿Pero qué estáis haciendo, par de dos? ¿Os coméis la boca o qué hacéis?».

No es necesariamente esa historia, pero que conste que digo necesariamente, porque ese elemento de tensión sexual no explorada existe ya en las novelas originales y Elena, nuestra narradora no fiable, lo considera abiertamente al menos en una ocasión, cuando ya tiene la suficiente edad y la suficiente distancia de su barrio como para planteárselo. Que conste que no lo rechaza del todo: solo dice que prefiere no ir allí, quizá demasiado temerosa de lo que pueda encontrarse. Sería una decisión muy respetable de no ser porque la vida de Elena no parece estar nunca completa sin su amiga y que, incluso hacia el final, las dos se buscan mutuamente una vez más para… ¿encontrarse? ¿Superarse? ¿Decirse lo que hasta entonces no se habían dicho?

En el texto original quedan preguntas, y todavía está por ver cómo va a resolverlas la serie, pero si toman el camino que hasta ahora han seguido, supongo que jugarán con los intersticios.

Buscando los intersticios

Es posible que yo vea más huecos en narraciones compactas porque no termino de creer en los universos coherentes que ahora están tan de moda, en los que parece haber una cronología inmutable en la que ha pasado X, Y y después Z. Hasta en los universos ficticios, lo que se cuenta depende de las circunstancias de las personas que escriben esas historias. Por eso para mí era tan importante, por ejemplo, alternar los puntos de vista de Álex y Nick en Un pavo rosa, no solo como forma de crear tensión para el romance, sino porque lo que te cuentan que ha sucedido no siempre es igual y queda a criterio del lector decidir quién tiene razón, si es que alguna la tiene.

Por eso también aprecio tanto los fanfics. Aunque los resultados no siempre sean brillantes desde un punto de vista literario, los fanfics siempre corren a buscar los intersticios. Toman algo que se ha dicho, que se ha hecho, y ofrecen una interpretación que no siempre es la más obvia, pero sí de algún modo coherente: son a la vez un homenaje al texto principal y una rebelión, porque nunca lo imitan del todo, siempre aportan algo distinto.

«¿No podíamos, Dios mío, encontrar la manera de darnos la vuelta y ofrecernos la mano, de apoyarnos por fin la una en la otra en lugar de competir sin medida?». (@djangomar, Siempre llega la noche)

Y todo esto viene a que quizás no habría sentido tanta necesidad de escribir uno de estos homenajes-rebelión si hubiera encontrado más fanfics de La amiga estupenda en mi primera búsqueda. Sé que normalmente las sagas literarias no engendran muchos textos derivativos, pero… ¿de verdad? ¿Ni siquiera ahora, con la serie, se le había ocurrido a alguien publicar esa historia paralela de romance entre ellas a la que casi parece invitar la narración? Había algunos relatos curiosos, algunas búsquedas de otros intersticios que a mí no me interesan (no me emociona el intersticio en el que Lila se enamora de verdad del mafioso cabrón por alguna razón que desconocemos), pero no esto.

Así que sentí que tenía que escribir algo. Deber social. O puro autofanservice. Y entonces me sorprendió la cuarentena. Y como tenía que enfocar la mente en algo, me dediqué a escribir esta historia como una bala. El resultado es cuanto menos sorprendente: unas 68.000 palabras (una novela no muy larga) escritas en menos de un mes; creo que es incluso más larga que ¡Sí, mi capitana!

Como si me lo pensara dos veces no la publicaría nunca, la he revisado mínimamente y la he subido a Archive Of Our Own con el título de Siempre llega la noche. Ese sitio va a sustituir a mi perfil de Wattpad para este tipo de historias, porque ya no me siento cómoda subiendo cosas a Wattpad; nunca encuentro lo que busco y tengo la sensación de que lo único que quieren es venderme algo, aunque no me interese en absoluto. Archive Of Our Own funciona con etiquetas y, para los fanfics, es uno de los pocos «lugares seguros»: casi todos los demás archivos web pueden acabar tirándote la historia por asuntos que no tienen que ver con razones de copyright, sino mucho más con el contenido sexual, pero AO3 nunca ha ejercido ese tipo de censura y espero que no la ejerza. Creo que la gente debería poder publicar el contenido que quiera, aunque a mí no me guste leerlo.

Y no sé. Que he disfrutado muchísimo escribiendo esta historia. Que me he complacido un montón con la imitación y el homenaje (y he intentado ser muy fiel al estilo de la historia original y su protagonista; qué placer poder ser, por una vez, tan pedante como ella), pero también con las pequeñas rebeliones (como las escenas de sexo descritas en detalle, un poco como venganza, o el angst totalmente autoindulgente). Quizás por eso ha salido tan rápido, mientras que llevo años intentando sacar adelante un par de novelas que no terminan de cuadrar. Tampoco tenía ninguna expectativa y supongo que eso relaja mucho a la hora de crear.

Por supuesto, mi cabeza ha ido un poco más lejos y ha creado una especie de narrativa de la que esta solo es la primera parte, en parte porque yo también tengo mi propia batalla interna (quiero, por supuesto, darles a Elena y a Lila la oportunidad que no les dan las novelas, pero soy consciente de que tienen muchas cosas en contra y que esa herida original entre ellas tal vez no sane nunca). Pero ya no puedo prometer que esas secuelas se escriban. Creo que este es el fanfic más largo que he escrito nunca y ponerme a escribir una visión alternativa de la saga de Elena Ferrante es tentador una tarea titánica. A lo mejor yo, como fan, no me equivoco al considerar alternativas, pero quizás la autora siempre tuvo razón al desecharlas. Es la magia de las narraciones y de las perspectivas.


siempre llega la noche, mi fanfic de la amiga estupenda que narra un romance explícito entre elena y lila, está aquí. Si te gusta, puedes continuar leyendo su secuela, A través de la madrugada, porque me he emocionado tanto que esto va a ser una trilogía. también verás algún otro fanfic de otras series en mi perfil de ao3. Creo que voy a seguir escribiendo fanfics durante un tiempo; son días extraños, al fin y al cabo.

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Por qué «¡Sí, mi capitana!» es ese libro que amas u odias

Aviso: Este artículo incluye contenido sexual explícito.


Llevo preparando esta publicación un tiempo, pero me ha costado la vida terminarla. He tenido un verano ajetreado y llevo todo el mes de septiembre de ferias con Café con Leche (KBOOM!, AnsibleFest…). Entre la actividad editorial, mi vida personal (que no para nunca) y que se me ha ocurrido, contra todo pronóstico, ponerme a reescribir una novela antigua (!), algo tenía que resentirse y ha sido este blog. Espero ponerme al día en lo que queda de año.

Hoy os voy a hablar de esa otra novela que tengo y a la que suelo dedicar menos tiempo que Un pavo rosa, básicamente porque mi relación con ella es mucho menos intensa: ¡Sí, mi capitana! (Café con Leche, 2016). Tengo la sensación de que mucha gente la observa con miedito desde la distancia sin decidirse a leerla o no. A ver si este artículo os ayuda a decidir, porque reconozco que es el libro más polarizado que he publicado hasta la fecha. (Pero eso es porque no habéis leído aún lo que tengo entre manos.)

Opiniones de «¡Sí, mi capitana!» en Amazon. ¿Esto no debería hacer una curva convexa? O sea… no una curva en los extremos.

Mi novela de piratas solo parece tener dos tipos de público: ese al que le encanta desde el minuto uno y ese al que no le gusta nada desde el minuto uno (o dos). Cinco estrellas o una estrella. Y creo que entiendo por qué, así que voy a intentar explicarlo. ¡Dentro vídeo!

Cubierta de «¡Sí, mi capitana!» dibujada por PREZ.

Whaddafuck is #Símicapitana?

¡Sí, mi capitana! es una novela erótica escrita por mí, ilustrada por PREZ y publicada en 2016 por la editorial Café con Leche como una de sus primeras obras de narrativa «larga» (tampoco es tan larga, en realidad; poco más de 50.000 palabras). La historia probablemente os suene: es una reinterpretación erótico-festiva de la historia de las piratas Anne Bonny y Mary Read con algunos de los personajes que se mencionan en Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas (1724), la obra de referencia atribuida a Daniel Defoe.

En ¡Sí, mi capitana! salen las dos mujeres piratas (por supuesto), sale Calicó Jack, sale su némesis John Barnet y salen un montón de secundarios coloridos como Rita, la mascota, el viejo contrabandista Guido Marcellesi o el aguerrido pirata Juan Nadie. En mi versión, Mary Read es una joven inglesa culta y valiente, algo ligera de cascos, a la que secuestran unos piratas gritones y multicolores. Dichos piratas la utilizan para encontrar la localización exacta del snark, un monstruo que oculta un tesoro en las profundidades del mar Caribe.

Por supuesto, en el bajel de Jack Rackham y Anne Bonny, el Vanidoso (no me invento nada, se llamaba así), impera el amor libre y el derroche de un BDSM muy festivo en el que las esclavas, que lo son porque les da la gana, llevan escasas ropas furries y se pasean de un lado a otro calentando a la tripulación, que anda más salida que el bauprés de un velero bergantín. Pero mientras los piratas son muy felices follando, buscando tesoros y escapando de las incursiones de la Armada, el gobernador de Jamaica contrata a un antiguo almirante de gesto adusto y pinta de chulazo salido de cómic de Ralf König: John Barnet, para que le traiga por fin la cabeza de Calicó Jack. Y Barnet acepta, porque tiene cuentas personales que ajustar con él.

La novela también contiene algunas ilustraciones maravillosas en el interior. Aquí os pongo la que quizá es mi favorita.

Yo escribo todo esto y sonrío, pero entiendo que otras personas, esas a las que les gustan sus lecturas menos locas, puedan fruncir el ceño de antemano. Porque aunque la historia de Anne Bonny y Mary Read se ha contado muchas veces (y con no pocas licencias), entiendo que hay quien hubiera preferido una novela histórica más al uso. Y aunque hay mucho fan de ese supuesto romance entre ellas (que sí, ¡también es el núcleo de este libro!), el hecho de que yo retrate esa relación como más o menos poliamorosa y encima lo haga con guasa tira para atrás a cierto público.

Básicamente: si te rompió constatar que Un pavo rosa NO es la típica novela de adolescentes que se enamoran poco a poco y se besan a escondidas, sino una especie de comedia del absurdo bastante bestia, no creo que esta novela vaya a ser para ti tampoco. De hecho, no sé bien qué haces aquí, pero sigamos con el elemento más visible del libro.

¡Esa cubierta!

¿No debes juzgar un libro por su cubierta? Pues ¡Sí, mi capitana! ha sido juzgado y condenado, y también admirado y venerado, por esa ilustración de cubierta tan magnífica y llamativa que realizó PREZ a partir de cuatro indicaciones mías. Contempladla en todo su esplendor. No es de extrañar que la hayamos utilizado como póster e insignia en muchas ferias de Café con Leche, porque nos representa.

La ilustración contiene toda la información sobre la historia: informa de que es una novela de piratas (por la vestimenta de Anne Bonny y el tricornio en la cabeza de Mary Read), pero también te dice que esta va a ser una novela erótica: no solo por la desnudez de Mary y por la pose de ambas, sino también por esa correa que Mary lleva al cuello y que sugiere algo de BDSM. Pero es que, además, el resto de elementos de la cubierta también están relacionados con la historia: la espada, las velas (que crean una iluminación perfecta) e incluso un atisbo del famoso monstruo marino a través de las ventanas.

A mí la cubierta de ¡Sí, mi capitana! me encanta. Pero a pesar de que hice muchísimo hincapié en que no se viera ni un pezón, hay gente a la que le sigue pareciendo… demasiado explícita. Después de todo, hay dos señoras, una está desnuda (por mucho que no se vea nada) y se miran lujuriosamente. ¡Eso es guarro! ¡Eso es una cerdada!

Creedme cuando os digo que esta cubierta ha hecho que la gente, en las ferias, se apartara de repente de nuestro puesto. Ha hecho que grupos enteros se quedaran riéndose tontamente frente al cartel. Ha hecho que algunos libreros se hayan reído en mi cara. Otros ponen el libro bien escondidito en un rincón. Otros aprovechan para recordarme de vez en cuando que es un libro que no les gusta, sin leerlo, solo porque tiene esta ilustración en la cubierta.

Baste decir que no puedo comprar anuncios en redes sociales que incluyan la cubierta de ¡Sí, mi capitana! porque quien quiera que apruebe los anuncios, y he probado varios medios, considera que el contenido es demasiado explícito y podría herir la sensibilidad de los usuarios. (Sí, a mí tampoco me cabe duda que otro gallo cantaría si se tratase de un hombre y una mujer.)

¿Entonces es un fracaso?

¿Quién ha dicho eso? No. Tampoco sería tan terrible si lo fuera, pero para nada. A pesar de todo esto o precisamente contra todo esto, ¡Sí, mi capitana! es un libro que vende bien, tanto en papel como en digital, y un título que suscita interés. Los datos siempre son relativos, pero baste decir que es uno de los títulos mejor vendidos de la editorial. Oh, yeah. 🙂

Como editora, es un libro que me gusta porque siempre vende algo (también en las librerías que lo critican). Como autora, es un libro que me gusta mucho porque la relación dinero producido – (tiempo invertido + esfuerzo emocional) es claramente positiva. Sinceramente, quiero más libros como ¡Sí, mi capitana! en mi vida. Libros que no me cuesten un horror y en los que plasme todos mis traumas, sino libros con un mensaje positivo, que me haya resultado divertido escribir y con los que otras personas se lo pasen bien.

Del mismo modo que hay gente que se espanta al ver la imagen de la cubierta, me consta que hay personas que visitan el puesto de Café con Leche precisamente porque tenemos ese libro expuesto. Y del mismo modo que hay personas que nunca harían clic en una portada de ese tipo, las hay que lo hacen de inmediato, porque… ¡quieren leer sobre piratas y señoras que se miran lujuriosamente! Y lo entiendo, ¡porque yo lo haría!

Yo iría a esto como las moscas a la miel. Otra gran ilustración interior de PREZ.

Algunos de estos lectores son los que más se han entusiasmado después. Porque ¡Sí, mi capitana! tiene todo lo que puede molestar a ciertos sectores y todo lo que otras personas pueden venerar, puesto que no hay tantos libros de este rollo y, si te gusta, probablemente te guste mucho. Voy a seguir desmenuzando por qué.

Es una novela porno, Harold

En ¡Sí, mi capitana! hay sexo. No solo eso. Hay mucho sexo. Pero hay que ser un poco peculiar para sorprenderse teniendo esa cubierta y esta cita de apertura:

«Cuenta la leyenda que los mares del Caribe estuvieron poblados por los personajes más pintorescos durante los siglos XVII y XVIII […]. Entre ellos, los piratas eran de los más temidos y a la vez los más fascinantes. Se dice que la famosa pareja de piratas compuesta por Jack Rackham y Anne Bonny, descrita ya en Johnson, 1724: 75, celebró a bordo de su barco una orgía compuesta por nada más y nada menos que 70 personas entre mujeres indígenas y marineros. Otro rumor fue que Mary Read, quien viajó durante un tiempo con ellos disfrazada de hombre, logró ocultar su sexo en algunas de las situaciones […] más comprometidas imaginables».

C. L. Dodgson, Una historia jugosa de la piratería (1876)

(Sí, soy muy friki. Si sabes por qué lo digo, te quiero mucho. Para el resto: por supuesto que esa cita es inventada. Aunque podría haber escrito ese libro y yo me habría reído. La cita de Johnson, sin embargo, es real.)

¡Sí, mi capitana! es una novela erótica, lo que quiere decir que ese es el elemento más importante de todos (y tiene otros). ¿Que no es una novela erótica, me dices? ¿Que lo suyo es muy fuerte y que por eso es pornográfica? Bien, como prefieras: es una novela pornográfica.

A estas alturas, creo que está claro que escribo y publico cosas donde hay sexo. Sin embargo, por mi experiencia, la erótica es más bien el género de los diletantes, de esos que «les dan a todo» y de vez en cuando producen algo con contenido sexual explícito. Pero es difícil mantenerse exclusivamente en el género erótico, por la sencilla razón de que, por mucho que nos encante el sexo, lo mucho empalaga.

Una novela erótica, que no un simple relato o una escena, no es tan fácil de llevar. ¿Sabéis lo que es estar en bata, cansada del trabajo o recién levantada, sintiéndote la persona menos sexy del mundo, y tener que escribir una escena donde tres personas follan hasta el éxtasis? Je. Pues así fue mi vida el verano que escribí ¡Sí, mi capitana! Digamos que acabé con muchas, muchas ganas de leer a Asimov, ¡pero tampoco preveía que los lectores se empacharan leyendo la historia de principio a fin!

Mi idea con ¡Sí, mi capitana! fue hacer algo que además de cachondo fuera divertido (que te rieras), emocionante (que lo vivieras) y reivindicativo (que dejara clara mi postura respecto a la sexualidad y su disfrute). Básicamente, que tuviera algo más aparte de las escenas de sexo, que estaba claro que iba a tener. No hablo ya de argumento, porque soy de las que creen que todas las novelas lo tienen y a las novelas eróticas se les critica mucho esa supuesta falta de sustancia, cuando nos ventilamos unas historias de cartón piedra en otros géneros que tiran para atrás. Quería darle a la historia de Anne y Mary cierto toque de misterio, de pique, de una historia que quieres saber cómo acaba más allá de si la prota termina boca arriba o boca abajo.

Quise escribir el tipo de novela erótica que a mí me habría gustado leer: una historia de piratas con mucha acción, personajes con matices y un montón de escenas de sexo. Cargué las tintas en ese sentido porque fue lo que se me pidió, porque esta novela la escribí originalmente para una colección de un sello más grande y fue lo que querían. Si lees ¡Sí, mi capitana! esperando que haya sexo solo en un par de momentos cumbres y sin describir mucho, como en Un pavo rosa… bueno, entonces mejor no la leas, porque es otro rollo por completo.

¡Cómo hablan!

—¿Qué hacéis ahí en la puerta? —preguntó Anne Bonny a los marineros—. Si os llamo, es para algo, ¿no os parece? ¿Tanto tiempo lleváis en el mar que habéis perdido la capacidad de reaccionar ante una chica en esta postura? Fijaos en ella. Esta muchacha se merece un castigo ejemplar. Quiero que os acerquéis a ella y la miréis bien; no como a la chica que conocéis, sino pura y simplemente como un coño a cuatro pa­tas. Quiero que miréis lo que Jack le está haciendo y colaboréis. Tenéis todo el permiso del mundo. Azotadla en el culo hasta que se le quede rojo. Lamedla hasta que se vuelva loca de deseo. Y abridle las nalgas hasta que quepa dentro de ella cierta vela que se le ha ocurrido tomar con tanta ligereza. […]

Bueno, aquí la distinción entre erótica y pornografía. Sinceramente: para mí es ambas cosas. Cada uno escribe la erótica que le gusta o que le pone. Cuando escribí ¡Sí, mi capitana! yo estaba a lo mío y creo que no pensé lo suficiente en algo que me ha sucedido toda la vida: que lo que yo considero solo «atrevido» resulta para otras personas excesivo, grosero e impensable.

Desde el principio tuve claro que ¡Sí, mi capitana! iba a ser muy porno. Por utilizar metáforas cinematográficas, yo no iba a enfocar la cortina ondeando cuando a la protagonista le comieran el coño, sino que iba a enfocar la comida de coño. Y, de paso, la cara y las emociones reflejadas en ella, que es algo que a mí me pone mucho. Pero el coño también, y los pelos y los jugos y la lengua y los labios y los ojos de la otra persona, y la corrida u orgasmo o como os apetezca llamarlo. Creo que veis por dónde voy.

Lo sé, lo sé. Toma aire despacio.

Comenzamos, entonces, con que a la mayoría de personas que hayan dado un bote con los párrafos de arriba les va a entrar difícil (bueno, quizás con tiempo y vaselina) una novela que cada dos por tres se rebaja a este tipo de lenguaje y a los primeros planos. No, no es sutil porque nunca quise que lo fuera. Es guarrindonga, kitsch y exagerada, como las novelas eróticas clásicas y el hentai, del que bebe bastante. Y sí, Anne Bonny habla muy sucio, pero es que a mí me gusta que me hablen así, sobre todo si es una mujer como Anne Bonny. Pero entiendo que no todo el mundo es igual. Y, desde luego, lo que tengo comprobado es que lo que las personas dicen de forma informal o lo que les pone mucho en la cama luego les horroriza si lo ven escrito.

Así que empezamos con un enfoque con el que la mitad del público se echa para atrás o se abanica, incluso ese que se dice que nada le asusta. ¿Podía hacer algo más para horrorizar al posible lector? ¡Pues claro que sí!

¡Aaaah! ¡Penes!

Me cansa mucho la división que todavía tenemos entre literatura LGBT+ y los libros «normales». Esta división es parte de la razón de que muchos libros considerados literatura lésbica tengan que tener, por narices y para complacer a su lectora, al menos tres o cuatro escenas de sexo explícitas en una historia que suele estar tan llena de azúcar que empalaga. Pero ojito, amiga. Escenas de sexo desenfrenado, pero entre las protas. Siempre entre las protas. Y escenas llenas de amor y de miradas tiernas y de susurros de «te amaré siempre», que todo el mundo sabe que eso es lo más bonito del mundo.

Ay, omá. Que no la habían advertido que esto era porno para gustos bisexuales y se ha gastado cuatro euros. Deshonra sobre mi vaca.

Por desgracia, se da la circunstancia de que soy bisexual y me gustan también los hombres. Hay bastantes de nosotras. También hay heteros que prueban cosas y lesbianas a las que no les desagrada leer o ver cosas, pero hoy por hoy en la literatura romántica y erótica hay una división que ríete tú de ciertos muros. Parece que, si escribes romance entre dos mujeres, como yo suelo hacer, las pobres no pueden tener un solo roce con otras Y ANTE TODO Y SOBRE TODO CON OTROS en todo el libro.

Me lo cargué todo con ¡Sí, mi capitana! porque estaba apelando, supongo, a ese gusto pornográfico-bisexual del comentario que destaco (y sí, a mí también me hace gracia la expresión). Tiene escenas entre mujeres. Tiene escenas entre hombres. Tiene escenas entre hombres y mujeres. Tiene escenas entre mujeres que fingen ser hombres con hombres. Tiene escenas con todo y de todo, porque a mí me gusta prácticamente TODO, y lo que no me gusta al menos me evoca curiosidad, y me pareció interesante tantear mis propias fronteras mediante la narrativa. (Sí, las tanteé. Hubo una escena en particular que dudé en incluir: la de Mary y el snark. Ya me habéis hecho decirlo.)

Suponía que, de entrada, a mucha gente le interesarían más unas escenas que otras, pero lo que no sabía era que algunas mujeres iban a rechazarlo de plano por «haber mezclado contenidos». Chocante. Creo que el libro es bastante evidente en sus descripciones y sus primeras páginas, pero la virulencia con la que lo han tratado algunas lectoras heterosexuales solo es comparable a la virulencia con la que lo han tratado algunas lectoras lesbianas. Si eres de virulencias, no te compres el libro. O devuélvelo, que las compras en digital se pueden devolver muy fácilmente, y evita ponerle una estrella al pobre solo porque salen penes.

Los misteriosos usuarios de Google Play (yo al menos no conozco a ninguno) deben de tener más sentido del humor que ciertas lectoras de Amazon.

¡La Mary es una guarra!

Sí, en alta mar el agua es un bien escaso. Es algo que se comenta en varias ocasiones en la novela. Anne riñe a Jack por lavarse poco. Tampoco se puede beber agua, hay que beber alcohol y preferiblemente ponerse piripi (como yo cuando escribía la novela).

Tonterías aparte: Mary es la protagonista de una novela porno y yo no escribo novelas porno de protagonistas que tienen diecinueve años y no saben lo que es un orgasmo, como la Anastasia Steele de Cincuenta sombras. Para mí, la clave es que Mary se lo pasa francamente bien y en el transcurso de la historia crece como personaje.

Yo la veo feliz, desde mi perspectiva pornográfico-bisexual, claro.

En este artículo comenté que el tropo de la niña buena mancillada, además de ser machista, está ya demasiado visto en la pornografía. Por eso lo utilicé de forma consciente en ¡Sí, mi capitana! para expresar lo que para mí es evidente: que en Mary no hay nada que mancillar, no hay nada que humillar, porque ella no tiene nada que temer que los otros no teman y porque a pesar de su apariencia, de su inexperiencia y de su juventud, es el personaje más fuerte: mucho más que Rita, que Jack y, en el fondo, que Anne, la dómina de corazón blando.

Pero si a mí me han dicho que la agarran y la zurran y la atan y…

Sí, sí. Y aquí otra gracia que yo metí tan feliz en la novela y que no tiene por qué gustarle a todo el mundo: ¡Sí, mi capitana! es BDSM. Buena parte de la sexualidad descrita en la novela se basa en que a Mary su capitana la «obliga» a hacer todo eso y ella descubre que es maravilloso, que no la degrada como persona y que no compromete en absoluto las cualidades que ella tiene o los sentimientos que puedan estar surgiendo entre ambas.

El BDSM de ¡Sí, mi capitana! es bastante light, en mi opinión, en parte porque es positivo, alegre y reivindicativo. (Porque, repito, aún no habéis visto las cosas que escribo cuando no soy positiva.) Pero hay fustas, dildos, collares, correas, rosarios que sirven para atar manos (!), azotes y probablemente muchas otras cosas que se me olviden.

Aquí hay un romance, pero también una historia que explora los matices de la dominación y sumisión sexual. Es un tema que me interesa mucho, sobre todo porque hay muy, muy, muy poca literatura que yo conozca que lo trate de forma positiva o siquiera con una mínima profundidad. Estoy cansada de violaciones y abusos en la erótica narrados por personas que confunden el tocino con la velocidad. Así que esta novela, a pesar de tener todas las papeletas, no contiene una sola escena de abuso real.

Os garantizo que nadie hace daño de verdad a Mary (de la forma que pensáis) en esta historia. El desafío fue precisamente construir eso, y hablar del placer de Mary, a partir del tropo de la «pobre chica secuestrada por piratas que la convierten en un juguete sexual». De hecho, hay dos escenas que me gustan especialmente: una, la del intercambio de roles entre Anne y Mary como señal de que la confianza entre ellas ha llegado hasta ese punto; y dos, otra en la que la gracia está en que precisamente lo que parece Mary desde fuera es una pobre chica secuestrada y convertida en objeto sexual, un prejuicio que ella manipula en su favor. Mary no es un objeto. Solo es una sumisa a la que le gusta que traten como tal.

Esto es algo más normal, pero aun así, el consenso brilla por su ausencia.

Tanto Anne como Jack comparten una larga historia de disfrute de la compañía de sus «mascotas». A la vez, la relación de Anne y Jack tiene mucho de juego erótico, de unos roles en perpetua evolución que se cimentan en el cariño mutuo. Y, cuando Mary entra en juego, se cuestionan muchas cosas, como por ejemplo: si la mascota es quien tiene el poder sobre la capitana, ¿quién es la esclava de verdad, la mascota o la capitana?

Diana, a mí lo erótico no me va

Con esto último no contaba. Quizás podría haber intuido todos los demás puntos y decidí no hacerles caso. Pero, cuando comencé a publicar erótica —un género, como ya he dicho, bastante agradecido desde el punto de vista económico y emotivo—, me sorprendió que algunas personas fueran así de tajantes. Diana, es que a mí lo erótico no me va. Uh, ¿pero lo erótico no le gusta a todo el mundo? Pues oye, no.

Aquí no hay mucho que hacer. Sí es cierto que existe un prejuicio, similar al que otras personas tienen con la ciencia ficción o con los autores patrios, que es el de pensar «a mí no me va esto» cuando realmente no has leído nada de ese palo, o lo has leído sin saber que lo era (quizás disfrazado de romántica o de ficción literaria). A ver, a mí tampoco me va todo lo erótico. Hay novelas con mucha carga erótica que no me han gustado NADA.

La erótica es algo personal, pero creo que le tenemos un respeto excesivo como autores y como lectores. Pocas veces una novela erótica es solo y exclusivamente sexo. Y, además, es ridículo tenerle miedo a una novela erótica si te ventilas fanfics porno explícitos de la muerte, que sí, son de tus personajes adorados, pero te los lees por la chicha, no me vengas con zarandajas. Y no tiene nada de malo. Solo que a lo mejor también puedes sentir esa conexión con otros personajes.

Pero, por supuesto, no le recomendaría ¡Sí, mi capitana! a alguien que me diga que no le gusta leer escenas de sexo. Porque se basa en eso. A menos que seas una persona maravillosa y te lo leas porque francamente te gusta cómo escribo o cómo desarrollo los temas, que las hay.

Mírala a ella, qué maja.

En suma: ¡Sí, mi capitana! es lo que es. Es una novela muy hentai, con grandes cantidades de sexo, con BDSM y con penes (y coños). Pero también es una novela de humor y de aventuras y mi forma personal de explorar un romance entre dos chicas con un patrón de dómina y sumisa. Las personas a las que más les gusta han abrazado esta dualidad y sintonizan con ella. Diría que es algo similar a lo que sucede con Un pavo rosa, solo que con géneros totalmente distintos: si intentas leerla con expectativas rígidas acerca de lo que «debería ser», es probable que te choque o te moleste, porque no es eso. No podría serlo aunque quisiera.

Eres tú quien tiene que decidir dónde están las fronteras de tu comodidad y hasta qué punto te interesa una historia como esta. Yo lamento de corazón los sonrojos y las decepciones, pero no voy a disculparme por crear la erótica que a mí me gusta leer. Por su parte, esta publicación está dedicada a la pequeña y activa cohorte de fans de este libro, esos que me preguntáis desde hace tiempo «para cuándo la segunda parte». La habrá, la habrá… 😉


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Cómo escribir un relato erótico (y no parecer virgen en el intento)

Este es un artículo que publiqué por primera vez en 2002 en mi antiguo blog, estrambotica.com, bajo el seudónimo de Elenis. Ha sido reproducido decenas de veces en otros sitios web, incluidos foros y listas privadas. Aunque di permiso para que se distribuyera libremente, no pensé que la gente fuera a eliminar mi autoría, a modificarlo suprimiendo las partes espinosas o a utilizarlo para promocionarse, como de hecho ocurrió. Esta es la versión original del artículo tal Y como se publicó el 13 de marzo de 2002, con la puntuación corregida y algunos términos actualizados. Sorprende que, más de quince años después, gran parte de su contenido siga vigente.


CÓMO ESCRIBIR UN RELATO ERÓTICO

Y no parecer virgen en el intento

Autora: Diana Gutiérrez (Elenis), www.dianagutierrez.net

[versión 3.1]

Nota: Estos consejos parten de una óptica totalmente subjetiva. Las personas somos diferentes y vivimos nuestra sexualidad de múltiples maneras. Lo que una considera excitante, otra puede verlo asqueroso.

La erótica es un género que me gusta especialmente: Elenis loves sex. Llevo cultivando el relato erótico bastantes años, aunque desde un enfoque un tanto personal. En este tiempo, he tenido ocasión de leer muchas cosas, e incluso replantearme la función del erotismo en este planeta azul donde vivimos.

Estas reflexiones fueron motivadas por la visita a cierto foro de “relatos eróticos” de cuyo nombre no quiero acordarme. Lo que encontré allí superaba mis peores expectativas: eran puras fantasías porno sin un ápice de imaginación, con toda la pinta de haber sido escritas por un ordenador (metes una lista de nombres, verbos y adjetivos al tuntún, agitas y voilà).

Realmente me parece muy triste que se utilice la expresión “relato erótico” para eso. ¿No lo podrían llamar “letras para chavales que quieren hacerse una paja con lo primero que pillan” o “escenas sin sentido obscenas”, que hasta rima?

Bueno, es problema de la gente contentarse con esas cosas. El caso es que yo no me contento, y antes que leer esa basura me pongo a admirar una foto de Kirsten Dunst (que me excita diez veces más). Sin embargo, me dije: “coño, ¿y si resulta que hay gente con mucho potencial pero que no tiene muy claro cómo plasmarlo?”; “¿y si, después de todo, los que entran allí no son solo pajerillos de tres al cuarto, sino gente que no encuentra lo que está buscando?”. Así que, en un desvergonzado intento de hacer gala de mi pedantería, intenté reunir unos parámetros —que ni siquiera yo sigo siempre— que considero más o menos básicos para los que cultiven (o pretendan hacerlo) este género literario.

1. Antes que nada, planteaos si queréis escribir erótica o pornografía. No hay nada de malo en escribir un relato pornográfico; yo, por ejemplo, tengo alguno en mi haber, y hay historias muy buenas —y muy excitantes— en las que la línea de separación entre lo erótico y lo porno se difumina. Es difícil establecer con claridad qué corresponde a cada concepto, y más ahora, cuando la moral sexual está por suerte cambiando. Pero en la práctica general, cada cosa tiene sus reglas.

El erotismo es delicado y sensual, sugiere más que muestra, hace metáforas y analiza sentimientos. Da y pide calidad. La pornografía —“descripción de lo obsceno” — es más instintiva y ruda, muestra todo, utiliza un lenguaje directo y simplista y se rige por la cantidad. El erotismo insinúa; la pornografía describe en detalle. Un sólido hilo argumental (incluido el “argumento” del propio acto sexual), en el que otros temas tienen tanta importancia como la propia descripción de los actos, corresponde al erotismo. Cien orgasmos bestiales entre expresiones como “polla de 30 cm”, “se corrió en mi boca”, pertenecen al campo de la pornografía.

2. Dad a vuestra historia una base sólida. Ponerse a escribir una historia con la única meta de describir actos sexuales es válido, pero suele cantar mucho. Es como “blablablá, blablablá, Y YA!!! SE METEN EN LA CAMA!!!”. Suele ser de gran utilidad hacer consideraciones previas de tipo literario. ¿Qué tipo de narrador y qué puntos de vista vamos a emplear? ¿Cuánto tiempo transcurre en la historia: minutos, semanas, meses? ¿Cómo vamos a narrar ese tiempo? ¿De qué manera el espacio refleja los temas que se tratan? Ese esquema inicial será crucial en la narración.

Asimismo, dotad de una cierta redondez o profundidad psicológica a vuestros personajes. Huid de los tipos: la erótica es uno de esos géneros a los que les sienta muy mal la superficialidad. La experiencia sexual nunca es igual, como no lo son los lugares, los participantes o las prácticas que se lleven a cabo. No penséis solo en quienes van a follar como personajes-tipo. ¿Quiénes son esas personas? ¿Cómo son? ¿Qué les lleva a tal situación, y por qué?

3. Mantened un tono: que la forma refleje el fondo. ¿Qué queréis decir con la historia? ¿Es el encuentro furtivo entre dos desconocidos que jamás volverán a verse?, ¿la experiencia solitaria de una púber?, ¿el tenso triángulo amoroso entre una mujer, su marido y su amante? Uno debe buscar el concepto original de su relato: por ejemplo, en estos casos podrían ser la fugacidad del deseo, la pérdida de la inocencia y la infidelidad. Cada uno de ellos debe ser tratado de una manera distinta, con lenguajes particulares, utilizando técnicas y recursos tan dispares como el humor, la hipérbole, el flashback o analepsis, el empleo del diálogo en vez de la descripción…

Asimismo, la creación de climas y ambientes según el significado de la narración es vital. No es necesario que un simple polvo nos haga reflexionar sobre el sentido último de la existencia, pero sí que un toqueteo entre unos amigos de toda la vida no se parezca en nada al arrebato de una señora mayor que se folla al jovencito del que estaba enamorada.

4. Huid de estereotipos como de la mierda. Por favor. La mayoría son sexistas, clasistas y ridículos, cuando no directamente humillantes, y constituyen un insulto para el lector inteligente.

  • Regla de oro: Jamás toméis la limitada gama del porno comercial como referente.
  • El manidísimo tema de la “niña buena” dulce y pura que es pervertida, y que se atormenta diciéndose «oh qué guarra soy, qué sucia», y sufre todavía más al darse cuenta de que realmente le gusta lo mucho que se la guarrean, es lo peor. No solo da la imagen de que todas las mujeres, en el fondo, son unas putas; también va asociado con el pensamiento de “aunque diga que no, yo sé que le gusta”. Hay que tener un sadismo exacerbado para disfrutar con esta tortura de la chavala, y para mí sexo es jolgorio, no daño. Además, este argumento no tiene nada de intrigante: se sabe de antemano que todos acabarán tirándosela.
  • Las mujeres pueden follar. No solo están ahí para lucir lencería y ser folladas. Asimismo, el hombre no empieza y termina en su pene.
  • No fetichicéis. Pollas largas, tetas enormes, depilaciones de inhóspitos lugares, tacones de aguja, nancygirls que siempre llevan ropa “uy-dios-mío-lo-voy-enseñando-todo”… Todo eso que la pornografía ha calificado como “sexy” es cultural, y como tal, puede no gustarle a todo el mundo. Antes que basaros en elementos impositivos, ajustaos a la forma de pensar de vuestros personajes y a la situación.
  • Asimismo, tampoco mitifiquéis situaciones. Por ejemplo, nuestra cultura tiene obsesión con todo lo que comprenda la “primera vez” (yo también confieso mi devoción, influencia del slash). Pero no os ciñáis a eso: tan interesante puede ser la primera como la quinta o la sexta, porque cada una puede ser primera en su estilo.
  • En el sexo, se musitan frases que no tienen sentido, uno se cambia de posición, se dice “así no”, uno se puede cansar, una persona se puede correr y otra no, alguien se puede poner a fantasear con otras cosas, se puede decir “me estás haciendo daño” y uno no se suele correr dando tales berridos que despierta a todo el vecindario. Es decir: la experiencia sexual puede resultar mucho más realista si se adereza con estos pequeños toques y no se queda en el campo de lo distante e ideal.
  • El dirty talk solo tiene sentido cuando los personajes ya se conocen un poco. Dos personas que tenían reparos a la hora de tocarse no van a empezar con una verborrea “¿te gusta, verdad? Yo sé que te gusta” nada más empezar. Suelen existir cosas llamadas pudor y falta de confianza.
  • El final feliz y la experiencia que siempre resulta la más gratificante de toda la vida de los participantes. ¿Alguien podría introducir algún cambio en esto, ejem? ¿Es que no existe el sexo mal hecho, o el dolor emocional (o físico), o siquiera un final que no sea “y comieron perdices”?

5. Describid con profusión y sensualidad. No tengáis miedo de narrar después del “fundido en negro” si es justo lo que buscáis. ¡Fuera contenciones! Utilizad adjetivos sugerentes, narrad acciones y percepciones simultáneas. Tenéis que convertiros en los cinco sentidos de los personajes del relato. Vuestra propia historia ha de excitaros, si no de una manera puramente física (aunque si es también física, mejor que mejor), al menos de forma espiritual. Lo ideal —y lógico— es que al leer una exaltación de la carnalidad todos salgamos con ganas de tener sexo.

6. Mantened un cierto grado de credibilidad para una persona media. O sea, no exageréis. Usualmente, las chicas de dieciséis años no salen a la calle sin ropa interior y participan en orgías junto al mercado con desconocidos. Claro que puede ocurrir, pero sería mucho más creíble que la chica saliese con sus bragas puestas y follara con un exnovio en un callejón oscuro cerca del mercado. A la vez, es bastante ilógico que un chico se encuentre a su hermano en la cama y acceda a encularlo sin más preámbulos; ¿qué opinan ambos del incesto? ¿No siente el chico rechazo?

Y como estas, cien: mujeres multiorgásmicas que se desmayan y siguen follando, jóvenes que se suicidan tras hacer el amor, candelabros que se meten en vaginas cien veces más pequeñas… Cuidad de no tener una visión distorsionada del sexo: vuestras historias deben ser plausibles. Si vais a introducir elementos fantásticos o extremos, hacedlo con mesura.

7. Si escribís más de una escena erótica, o varias historias, variad los elementos. Es algo importantísimo. Todos tenemos nuestros kinks, o pequeños fetiches: situaciones que nos gustan más que otras, parejas que nos excitan, posturas y prácticas que nos agradan… y no es extraño que nos encontremos describiendo cosas parecidas casi con las mismas palabras (esto les ocurre hasta a los escritores profesionales).

Pero el sexo está lleno de potencialidades. Dad alas a vuestra fantasía: esforzaos por salir de vuestras preferencias y explorar nuevos territorios. Introducid temas diferentes, ricos, sin prejuzgarlos. Son fantasías. No vais a pervertiros por hablar de una experiencia de sexo en grupo. (Nota obligada: tampoco os tiene que gustar vuestro propio sexo por el simple hecho de que os excite leer o escribir una historia sobre una relación homosexual. Somos humanos, carajo.)

8. Tened cuidado cuando flirteéis con el sexo no consensuado. Creo que no se le da suficiente importancia a esto. En la vida real, una agresión o un abuso sexual SIEMPRE constituye una experiencia traumática, y personalmente encuentro grosero que alguien la describa como sexy o excitante (véase el tema de la niña buena en 4 y toda una tradición literaria y audiovisual que erotiza la violación de las mujeres). Muy bien, los relatos eróticos son solo fantasías y bla, bla, bla, pero dicen BASTANTE de los complejos de quien escribe.

Por lo general, yo no disfruto con la idea de que alguien fuerce a otro a hacer algo que no quiere. Sin embargo, he leído cosas que trataban el tema de la violación desde perspectivas paralelas: los sentimientos que podrían llevar a una persona a ello, la recuperación del afectado, la participación en el acto de personajes no humanos y que por tanto no sienten de la misma forma, etc. En este caso, el asunto entra dentro de un marco más amplio.

A la vez, hay toda una serie de eventos que bordean el abuso sexual y que se tratan a menudo en las narraciones eróticas. Ocurre cuando la persona no es del todo consciente de lo que (se le) está haciendo: efectos de drogas o alcohol, control mental, hechizos mágicos… También existen veces en que la persona consiente a duras penas, como es el caso de la presión psicológica o los “tratos” tan habituales en el cine.

Todo lo que puedo decir al respecto es: cuidado. De estos temas pueden salir historias muy eróticas y muy bien escritas, dominaciones tan sutiles que rebosan morbo o fantasías algo tabúes que resultan estimulantes, pero… hay que ser muy ducho al escribirlos, y tener en cuenta que el lector puede no estar identificándose con el morbo que creemos que tiene la historia, sino con el dolor y la humillación del afectado.

9. Clasificad vuestras historias, marcando especialmente las parafilias. Muchas personas leen una historia buscando algo en concreto, y esto no tiene nada de malo. Especificad los personajes y las parejas formadas (“pairing” lo llamamos en el slash; por ejemplo, Missy/Torrance :)), o la identidad sexual de los mismos (en un trío: nene+nena+nene). Si la historia está MUY orientada al sexo, también deberíais hacer una referencia a las prácticas que se llevan a cabo. Hay una serie de códigos anglosajones al respecto que podemos castellanizar, como una historia oral/anal/orgía/gay/hetero, que habría de contener todos estos elementos. Pero sobre todo, avisad al lector de lo que va a encontrar. Los slashers siempre ponen un par de frases al principio, del estilo de “aquí hay nenes follando con nenes y nenas follando con nenas. Si no te gusta, no sigas”. De la misma forma: “aquí hay sadomaso”; “aquí hay disciplina inglesa”; “aquí hay zoofilia”; “aquí hay scat (coprofagia) y lluvia dorada”; “aquí hay tortura y snuff” (¿¿quién querría escribir snuff??)…

Lo que nos lleva a un punto colindante con 8. Sin ánimo de coartar la creatividad de nadie, algunas cosas pueden llegar a ser no solo denigrantes para la raza humana, sino también ilegales. Por mucho que te apetezca escribir sobre la violación de una niña, podrías dar con tus huesos en chirona si alguien lee eso y en tu país está penado.

10. Informaos sobre el otro género. Hombres y mujeres somos mucho más parecidos de lo que algunos creen, pero también somos diferentes físicamente. Hay gente que pretende escribir sobre otros géneros sin tener siquiera idea de su anatomía, proporciones o actitudes culturales.

En este último aspecto, se suele masculinizar en exceso a las mujeres (ej.: presuponer que están siempre dispuestas a hablar de guarrerías, cuando existe todo un bagaje cultural que lo impide) y feminizar a los hombres (ej.: los hombres, por lo general, no rompen a llorar en cuanto algo les sale mal, tienen costumbre de reprimir sus sentimientos).

Si vais a narrar un encuentro homosexual entre personas de un género que no es el vuestro —caso de chicos que escriben sobre lesbianas, chicas con historias m /m…—, ocupaos de que lo que está en vuestra imaginación tenga algo que ver con la realidad.

11. Vigilad la ortografía, la gramática y la semántica. Por favor. No os cuesta nada pasarle un corrector ortográfico a vuestro texto, buscar una palabra en el diccionario o poner puntos, comas y mayúsculas donde sea necesario. Sed claros y concisos en la construcción de las frases. Vigilad la ilación y la estructura: no saquéis consoladores de la nada, a menos que los personajes estén haciendo magia. Si no estáis seguros del significado de una palabra, sustituidla por un sinónimo. Sed conscientes del sentido general. Y sobre todo, naturalidad: no pretendáis dar una impresión excesivamente culta o rebuscada. La sinceridad es una de las mayores cualidades a la hora de escribir.

12. Asumidlo, es ficción. La tontería de empezar como si la historia fuese un reality show (“Hola, me llamo Pepita y esto me pasó hace un mes con mi amiga Susanita. Me da mucha vergüenza contarlo pero lo voy a hacer, y además, con profusión de detalles”) me pone de mal humor. ¡¡¡ES FICCIÓN, COÑO!!! El hecho de que un relato se presente como “real” no lo hace más excitante, excepto tal vez para algún bobo que realmente se crea que Pepita (Paquito en su vida privada) va por ahí contando sus experiencias en los foros.

La literatura es ficción: como decía Onetti, “mentir bien la verdad”. Yo busco en una historia que sea interesante, excitante y que esté bien escrita, y me importa un carajo si ha ocurrido de verdad o no. Es más: prefiero la ficción que se presenta con valentía como tal. Y me trae al fresco la vida de Pepita o lo que pueda hacer con su amiga Susanita, porque para mí ambas son en ese momento personajes, no personas reales. Como veis, no soy amiga de los docu-shows y defiendo la validez de la fantasía por sí misma.

Mi amigo Alcibíades añade por mail tres recomendaciones más que suscribo, a saber:

  1. La lectura de libros de buena literatura erótica.
  2. Inspirarse preferentemente en experiencias (vitales o sexuales), o en las propias imaginaciones. “Situar las acciones, los personajes, las cosas, en un contexto que conozcamos por haberlo vivido, soñado, imaginado o estudiado”.
  3. Escribir ante todo para que las cosas le gusten a uno, “porque si no, difícilmente se podrá escribir algo bueno”.

Mucha suerte (y mandadme vuestras obras ;)),

Diana Gutiérrez


Buena parte de los tropos que menciona este artículo los subvertí en mi novela erótica ¡Sí, mi capitana! (Café con Leche, 2016), que se inspira en el tropo de la niña buena pervertida para empoderarla. Es una novela de piratas que mezcla aventuras con escenas de sexo muy explícitas y diferentes.

también edité la antología erótica Cuando calienta el sol (Café con Leche, 2014), una colección de relatos erótico-pornográficos diversa y plural. Habréis notado cierto énfasis en las posibilidades del sexo con participantes «no humanos». Si os interesa, compradla y leed mi relato, Alienígenas bisexuales del espacio exterior.

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15 libros que tu hija adolescente debería leer (aunque tú desearías que no)

avt_francoise-sagan_9674Este artículo está en inspirado en 15 libros que tu hijo adolescente debería leer (aunque tú desearías que no).

Si tienes un hijo adolescente que esta en ese difícil momento de crecer, dale un libro que va sobre esos difíciles momentos de crecer. Esa es la filosofía de un artículo que destaca algunos libros de los más clásicos para adultos o jóvenes a punto de serlo. Cuando lo leí me di cuenta de tres cosas: una, había leído más o menos un 70% de las recomendaciones; dos, un 93% de las novelas citadas tenían un protagonista masculino; y tres, el 100% de sus autores eran hombres.

No sé si os habéis dado cuenta de esta tendencia tan clásica y tan literaria. Las novelas sobre chicos adolescentes escritas por hombres suelen considerarse literatura adulta (o literatura a secas) y, por tanto, susceptible de ser prescrita. Mientras tanto, las novelas sobre chicas adolescentes, sobre todo si están escritas por mujeres, suelen considerarse literatura juvenil (o menos literatura). También ocurre con las novelas que hablan sobre la intimidad, el sexo o las relaciones interpersonales: si las escriben hombres, son narrativa general (o narrativa a secas); si las escriben mujeres, son narrativa «femenina» (o menos narrativa).

No me considero prescriptora de nada, pero soy bastante lectora y resulta que me gustan mucho los libros que inciden en esa franja de edad en la que uno debe asumir las responsabilidades de la vida adulta. Precisamente porque me conozco un poco estos libros, creo que, por decirlo de forma educada, la lista original peca de parcial o incompleta. Aquí propongo una lista alternativa que cubra exactamente lo que la otra olvidó: libros escritos y protagonizados por mujeres para jóvenes adultos. Aunque se llama «15 libros que tu hija adolescente debería leer», en realidad yo también pienso que estos libros son buenos y que debería leerlos cualquiera. Porque hay otro dato curioso: mientras que las mujeres leen libros al margen del género de los autores (es decir, en porcentajes cercanos al 50%), los hombres leen casi en exclusiva libros escritos por hombres. Combatir esta tendencia corresponde tanto a los jóvenes como a todos aquellos que les prescriben libros.

En la elaboración de esta lista he utilizado los mismos recursos que el artículo original: partiendo de «lecturas que plantean dilemas que le ayudarán a formarse» (al adolescente), selecciono 15 libros que, en mi opinión, merecen la pena en general y en especial para esta etapa de la vida. Como dificultad añadida, me he autoimpuesto la exclusión de todos los libros considerados «juveniles», aunque eso me ha llevado a descartar de entrada obras que me encantan. Además, al igual que el artículo original, dejaré asomar cierta preferencia por alguna obra que se hizo popular en los años 90 (en buena parte gracias a su cóctel de existencialismo, sexo y drogas); incluiré un cómic que trata Temas Serios por eso de meter al menos una novela gráfica; agregaré una autora francesa, contemporánea de Camus, para que se vea que leo a los existencialistas; meteré un libro de relatos de un premio Nobel, aunque no tenga mucho que ver con ritos de paso; añadiré una eterna candidata al Nobel que a mí me gusta mucho, igual que Murakami; y me aseguraré de que hay varios clásicos para que todo el mundo vea que ESTA ES UNA LISTA MUY SERIA.

Estas son mis recomendaciones:

1. La campana de cristal, de Sylvia Plath.

La campana de cristal es la novela clásica de esta gran relatista americana: la única que escribió, en realidad, poco antes de suicidarse. Con un estilo muy personal, nos habla de las experiencias de una chica que trabaja en la industria de las revistas y que lucha contra una depresión que se cierne sobre ella como una «campana de cristal». La manera en la que Plath describe el mundo adulto y su superficialidad, su sarcasmo y el dolor que rezuman sus experiencias psiquiátricas la convierten en una lectura auténtica y un análisis crudo de la vida adulta.

2. Cumbres borrascosas, de Emily Brontë.

Es ese libro cuya versión abreviada te hacen leer en las clases de inglés y que merece la pena leerse entero. En él la más salvaje de las hermanas Brontë describe la fuerza de un amor tan visceral y un odio tan terrible que lleva literalmente a la ruina a las familias a las que roza, los Earnshaw y los Linton. La frase que pronuncia Catherine, «¡Nelly, yo soy Heathcliff!», da una idea de la violencia de las relaciones que se describen en esta obra maestra de la literatura.

3. Nada, de Carmen Laforet.

Con Nada, Laforet ganó el primer premio Nadal de la historia en 1944, cuando contaba tan solo 23 años. La historia de una joven que emigra a Barcelona para estudiar y ve como sus ilusiones se quiebran en una casa sombría, donde todavía habitan las sombras de la Guerra Civil, sedujo a los lectores de la época. Nada, sin embargo, se lee tan bien entonces como hoy; las descripciones impresionistas de Laforet sobre la Barcelona de la época y la agilidad de su estilo brillan con fuerza propia.

4. Puro fuego: Confesiones de una banda de chicas, de Joyce Carol Oates.

Un momento: ¿no se suponía que en esta lista NO había recomendaciones juveniles? Es cierto que esta novela de la eterna candidata al Nobel se ha publicado en algunas colecciones juveniles en Europa, pero siempre ha estado un poco «al límite». No es de extrañar, porque Puro fuego (Foxfire) contiene un torrente de escenas de violencia gráfica que casi sobrepasa a otras novelas claramente adultas de la autora, como Violación: Una historia de amor o Nosotros los Mulvaney. Puro fuego cuenta la historia de una banda de chicas en los años 50 y su camaradería, forjada para combatir los abusos de los hombres y las injusticias, que degenera en una espiral de violencia que incluye prostitución y asesinatos.

5. La amiga estupenda, de Elena Ferrante.

Los críticos y el público están confusos respecto a la identidad de Elena Ferrante, pero en general se ha metido a ambos en el bolsillo. Este libro es el primero de la llamada «tetralogía napolitana» y habla de los años de infancia de los dos personajes principales, Lila y Elena, en un barrio humilde de Nápoles, ciudad que se convierte en la verdadera protagonista de las novelas. Su título en italiano, L’amica geniale, hacía referencia a la gran inteligencia de ambas chicas, una cuestión que está continuamente en juego en el libro —¿a qué debemos aplicar nuestra inteligencia? ¿Hasta qué punto se nos permite hacerlo?— y que por desgracia no refleja la traducción en castellano.

6. El ancho mar de los Sargazos, de Jean Rhys.

Tomando prestado un personaje secundario de una novela clásica británica, Jane Eyre, de Charlotte Brontë, Jean Rhys escribe una especie de «precuela» absolutamente contemporánea acerca de «la loca del ático» y la razón de su encierro. La novela repasa la historia de los criollos en Jamaica y toma prestados varios elementos del vudú y de la propia Jane Eyre para hablar de la desigualdad, la asimilación cultural, el machismo y la pertenencia.

7. Las crónicas de Avalón, de Marion Zimmer-Bradley.

¿Libros fantásticos en esta lista? Sí, ¿por qué no? Igual que a una adolescente interesada por las distopías le puede venir bien leer Los desposeídos, la magistral obra de Ursula K. LeGuin, una amante de la fantasía de inspiración céltica puede encontrar más que interesante esta versión del mito artúrico contada desde la perspectiva de Morgana. Las crónicas de Avalón se componen de cuatro novelas en las que los personajes legendarios cobran una profundidad inusual y en las que se contrapone la caída del matriarcado céltico frente a los valores patriarcales del cristianismo. Zimmer-Bradley fue una de las autoras de fantasía y ciencia ficción más reconocidas de forma internacional, y hoy día sigue siendo alabada por su perspectiva inclusiva del género.

8. Persépolis, de Marjane Satrapi.

La gran novela gráfica de Marjane Satrapi ha sido adaptada al cine y obtuvo el Premio del Jurado en el Festival de Cannes, a la vez que desató las protestas del gobierno iraní. Con un dibujo icónico que se basa en la línea clara y el blanco y negro, la autora relata con honestidad la historia de su vida desde su nacimiento en Irán hasta el estallido de la revolución islámica, su exilio en Francia y sus posteriores intentos de regreso al hogar. La revista Newsweek le otorgó el puesto n.º 5 en su lista de mejores libros de no ficción de los años 2000.

9. Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan.

La jovencísima Françoise Sagan saltó a la fama con esta obra semiautobiográfica y con un estilo impecable en 1954, cuando solo tenía dieciocho años. En ella prefiguró buena parte de lo que serían las características de sus obras posteriores: los personajes burgueses y amorales, enfermos de spleen, las relaciones familiares complejas y un mundo que, a pesar de su glamour y su abundancia, esconde turbios secretos.

10. Beatriz y los cuerpos celestes, de Lucía Etxebarria.

No podía faltar en la lista uno de los libros más icónicos de los 90. Posiblemente la mejor novela de la autora, una provocadora nata de la Generación X, Beatriz obtuvo el premio Nadal en 1998 y fue alabada por público y crítica. Es la historia de una joven que huye de su ciudad, Madrid, y del amor no correspondido que siente por su amiga Mónica, para tratar de encontrarse a sí misma en la fría y gris Edimburgo. Una historia adelantada a su tiempo que despliega un torrente de lenguaje coloquial, problemas con las drogas y los amores obsesivos que marcarían muchas obras –y vidas– de la década de los 2000.

11. Memorias de una joven formal, de Simone de Beauvoir.

Simone de Beauvoir fue una de las pioneras de la nueva ola del feminismo, catedrática en La Sorbona y pensadora existencialista junto a su compañero Sartre, pero no todo el mundo sabe que también escribía ficción. Tiene varias novelas dignas de mención; por ejemplo, su obra Los mandarines obtuvo el premio Goncourt y describe el incierto panorama ideológico de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial a través de unos personajes que son trasuntos de los propios pensadores existencialistas de la época. Memorias de una joven formal, a pesar de ser una autobiografía (junto a tres otras partes; de Beauvoir no se caracteriza por su brevedad), utiliza tantos recursos narrativos y omite tantas partes de la vida de la propia Simone de Beauvoir que se lee mucho más como un libro de ficción que como una obra documental. Perderse en los pensamientos de una de las mentes más preclaras de la Francia de posguerra, que desde la más tierna edad ya lamentaba ser tratada como un objeto o un animal, es recomendable para cualquiera para quien lo personal sea político y viceversa.

12. Kitchen, de Banana Yoshimoto.

Esta novela breve de la que entonces no era más que una gran promesa de la literatura japonesa incluye muchos elementos similares a las novelas de Haruki Murakami; en particular, los personajes estrambóticos y obsesivos, lo sobrenatural como otra cara de la realidad y el sentido de la maravilla en los lugares comunes. En Kitchen, una chica se muda a la casa de un joven amigo, Yuichi, mientras intenta superar la muerte de su abuela.

13. Relatos africanos, de Doris Lessing.

Doris Lessing (a quien el premio Nobel le sorprendió volviendo a su casa, ya anciana, y dijo «¿a estas alturas?») pasó gran parte de su vida en una granja en Rodesia del Sur. Sus Relatos africanos, que pueden encontrarse en un solo volumen o en varios (con el título de Cuentos africanos), son una oda a un estilo literario maduro y seguro de sí mismo, a la vez que recogen toda serie de experiencias vividas en estas tierras y pintan un impresionante retrato al óleo del África poscolonial.

14. Claudine en la escuela, de Colette.

Aunque se recuerda a Colette, sobre todo, como una autora de novela erótica, las novelas de Claudine resultan hoy en día más bien cándidas en ese sentido, pero describen muy bien las contradicciones y la doble moral de la sociedad burguesa de la Francia de principios de siglo. En Claudine en la escuela, la decepción sentimental que vive la protagonista al ser rechazada por su profesora marca el resto de su aprendizaje (o desaprendizaje) erótico.

15. Una habitación propia, de Virgina Woolf.

En estos tiempos en los que predomina la lectura ultrarrápida, hace falta un poco de paciencia para leer las obras más reflexivas, como las de Simone de Beauvoir o la modernista-deconstruccionista Virginia Woolf. Sin embargo, la lectura de la exquisita Una habitación propia (a medio camino entre el ensayo, la novela y cualquier otro género) lo merece. Esta obra es vital en tanto que reflexiona sobre el rol de las mujeres en la cultura y su aportación. Se dice que cuando una adolescente la agarra, no la puede soltar. Para bien.Facebooktwitterlinkedintumblrmail