El género de internados, entre la diversión juvenil y la deconstrucción

Que he sido (y soy) una gran lectora de novelas acerca de internados femeninos no debería sorprenderle a nadie. Aunque, en principio, este tipo de historias no tiene nada que ver con mi experiencia —se refieren a una época en la que yo era muy infeliz y me habría horrorizado pasar más tiempo del estrictamente necesario en el colegio—, tienen todas las papeletas para gustarme.

Un mundo de solo chicas donde imperan unas reglas propias; una edad en la que dejas de ser una niña, pero todavía no eres una mujer, y te sientes un engendro entre ambas cosas; un personaje colectivo que es el internado y que habla con muchas voces, como Ygrámul el Múltiple; una estructura de Bildungsroman en la que la protagonista debe aprender y hacerse «mayor»; y por supuesto, toda una red de afectos, admiraciones, animadversiones y odios entre las alumnas (y en ocasiones otros personajes) que suele traducirse como un subtexto sáfico perpetuo. ¿Cómo no iban a interesarme? 🙂

Acerca del género escolar

Historias que sucedan parcialmente en internados hay muchas, pero el género como tal se refiere a las sagas de novelas juveniles (orientadas a chicas de unos 9-18 años) escritas casi siempre por autoras y que conocieron su mayor auge en el período de finales del siglo XIX a la Segunda Guerra Mundial. Suelen contar con una protagonista inicial (o dos, el tropo de las gemelas es fuerte aquí) y posteriormente —a medida que las chicas cumplen años y abandonan la institución— pueden expandirse a la hermana pequeña o la hija de la protagonista.

El género en sí es muy anglosajón y, por razones históricas, casi exclusivamente británico, aunque existen novelas de otros países de europa. Por ejemplo, la saga de Puck es danesa y está escrita por dos hombres bajo el seudónimo de Lisbeth Werner. Otros nombres que tal vez os suenen son Angela Brazil (una de las primeras «plumas famosas» del género), Elinor Brent-Dyer (con su larguísima saga de la Chalet School), Elsie J. Oxenham (con The Abbey Girls) y, por supuesto, la famosísima Enid Blyton, con sus sagas más breves de Santa Clara y Torres de Malory, así como las novelas de La traviesa Elizabeth, que tienen lugar en un internado mixto (!) y con un sistema progresista-comunista de reparto de bienes (más !!!).

The Twins at St Clare's: Amazon.es: Blyton, Enid: Libros en idiomas  extranjeros
Una de las nuevas cubiertas del primer libro de Santa Clara, de Enid Blyton, que refleja bastante bien cómo me imagino yo a las dos tiesas de las gemelas O’Sullivan a su llegada al colegio.

Aunque hay algunas novelas sobre internados mixtos, como hemos visto, lo habitual en estas historias —lo habitual en el sistema educativo británico de la época— es la segregación total por género: existen sagas o novelas de internados femeninos (en las que se centra este artículo) y novelas sobre internados masculinos. Estas últimas pocas veces consisten en sagas tan desarrolladas con cánones tan firmes, sino que son más bien novelas de formación cuyo protagonista pasa parte de su vida en un internado. La precursora Tom Brown’s School Days (1857) sentó las bases de buena parte del género, aunque los internados femeninos solían tener una violencia física menos explícita.

El género de los internados femeninos encontró lectoras fieles entre las chicas que podían permitirse ir a ese tipo de colegios, de un nivel socioeconómico medio-alto, pero también entre las que no podían permitírselo y soñaban con ello. Soñaban con ello porque el internado y las relaciones que se establecen en él se describen con exaltación, ¿y quién no ha soñado con pertenecer a la élite de la élite, tener la mejor amiga de las amigas, montar a caballo o partirle las narices como por casualidad a tu enemiga disfrutar de un buen partido de lacrosse? Al ser esta una época de la vida tan importante y tan realmente formativa, en el sentido de que comprende años clave en la formación de un carácter, no es de extrañar que se reviva de manera intensa.

Sin mala intención, pero con intencionalidad

El auge del género escolar está relacionado con un concepto que se abre paso en el siglo XIX: la literatura infantil o juvenil. Hasta entonces se considera que la literatura es literatura y poco más; los niños aprenden a leer con salmos o pasajes de la Biblia y disfrutan también de la rica tradición oral de los cuentos. Pero por primera vez se empieza a pensar en escribir para niños o para jóvenes, y eso conlleva inmediatamente la necesidad de que esa literatura sea «edificante». Es decir, se busca que las novelas juveniles sean formativas, ese término que a mí personalmente me provoca urticaria y que está tan relacionado con la Bildungsroman.

Con ese objetivo, estas historias suelen comenzar con una chica un poco traviesa o conflictiva (a veces es huérfana o nunca ha sido escolarizada, al estilo de Anne Shirley en Ana de las Tejas Verdes, de Lucy Maud Montgomery), pero con buen fondo, que acaba adaptándose a los valores del colegio como preparación para la vida. Se adapta hasta el punto de que se convierte en una especie de modelo a seguir del pensionado, instituto o lugar de internamiento forzoso para señoritas al que asista. Este suele ser el momento en el que la autora se aburre de su protagonista, que se ha convertido en doña Perfecta, y pasa a la siguiente chica conflictiva que le dé juego y cree un poco de revuelo en la institución.

La fiera de mi niña

Porque estas novelas surgen con intenciones formativas, pero se divierten demasiado en el proceso. Así surge una de sus características más definidas: la perpetua tensión de tener que domar a las fierecillas y la simpatía inevitable que brota, en la autora y las lectoras, por aquellas que crean caos y rompen las reglas. No solo tenemos a la protagonista con buen fondo; también van apareciendo las «malas», que son niñas cuyos defectos son mucho más terribles (envidia, agresividad, competitividad exacerbada, etc.) y que, por mucho que lo intenten, no terminan de adaptarse a una vida decente.

Las «malas» podrían agruparse en dos tipos. Las primeras son las «malas buenas», que en el fondo son como la protagonista, es decir, que son buena gente, pero no están acostumbradas a vivir en sociedad. Son egoístas, caprichosas o bromistas y, normalmente, con un carácter fuerte. Estas casi siempre acaban «redimidas», aunque suelen mantener un toque pintoresco o hilarante que aporta color a la institución. Las segundas son las «malas malas», es decir, las que realmente tienen mala fe. Estas malas solo tienen dos salidas: ser las eternas antagonistas de la protagonista y sus amigas hasta que se gradúan o, si sus acciones son demasiado graves, abandonar el internado (expulsadas o convenientemente «trasladadas»). Por citar algunos de los ejemplos más conocidos, Angela, de Santa Clara, es una mala irredimible, porque jamás se arrepiente de su mal comportamiento; por el contrario, Gwendoline, de Torres de Malory, a pesar de parecer casi irredimible durante varios libros, muestra en el último momento un toque de humanidad al sacrificar su propio curso por su padre enfermo. Los personajes de Claudine (*) (Santa Clara) o June (Torres de Malory) también representan la ambigüedad de este tipo de niña que se salta las normas y a veces comete malas acciones, pero que en el fondo es capaz de la mayor nobleza.

Como el internado reproduce a pequeña escala las normas de una sociedad «correcta», lo apropiado —lo formativo; lo esperado por parte de editores, padres y educadores de la época— es que las niñas muestren generosidad, autosacrificio, humildad, dedicación, constancia, etc. En suma, toda esa ristra de valores de inspiración judeocristiana esperables en una mujer (mucho más que el éxito académico en sí, que en estas historias es secundario). Si lo hacen, serán premiadas, mientras que las «asociales» serán castigadas. Pero, como ya hemos visto, de vez en cuando alguna bullanguera cae en gracia y esquiva los merecidos castigos, sea porque la autora se ha encariñado con ella o porque realmente hay una parte de la autora a la que le encanta poner en jaque a la institución educativa.

La cárcel en la que tú y yo vivimos

Sabemos que los internados no son siempre los lugares de perfección moral que se describen en las sagas del género. A menudo no son castillos con lagos naturales y compañeras estupendas. A veces son un lugar frío y húmedo, perdido de la mano de Dios, donde impera el bullying y el control social. Y los profesores, profesoras o monjas, también en consonancia con las normas educativas de la época, tienen la mano muy larga y a menudo les gusta demasiado «educar» mediante la anulación y la humillación. Esa es la realidad, pero es una realidad que solo aparece en sombras y que en las novelas de internados de chicas no aflorará de verdad hasta la superación del género a mediados del s. XX.

Upper Fourth at Malory Towers | World of Blyton
Las chicas de Torres de Malory en dura cooperación.

La tensión entre norma y ruptura se manifiesta en la crítica velada a la institución educativa o religiosa (y en ocasiones a la sociedad en sí) de muchas de estas historias. Incluso cuando cantan las loas de su internado ficticio e intentan imbuir el mismo orgullo en sus lectoras, las autoras son conscientes de que la realidad no es tan bonita como la pintan. Por eso, de vez en cuando, aparece un tímido asomo de crítica al sistema, que visto desde los ojos de las niñas-fieras, comienza a mostrar su otra cara: la de anticuada, la de represiva, la que intenta uniformizar (**) a todas las muchachas para convertirlas en copias de la mujer perfecta.

El género escolar se hizo tan popular que dio origen a muchas parodias e iteraciones, normalmente centradas en la sátira social. Esta aparece ya en los libros de Billy Bunter, creado por Frank Richards en 1908, que aquí conocemos sobre todo por las historietas de Guillermito y su voraz apetito. Billy es gordo, desagradable, siempre está hambriento y tiene muchas ganas de fastidiar a sus compañeros; suele fracasar y el director le rompe muchas varas y bastones en el trasero. En este caso, el protagonista es un «malo malo», pero además de reírnos de sus castigos, George Orwell identificaba una fascinación en nosotros por la maldad y el ingenio de Billy. Al igual que con Claudine o June, todos queremos secretamente que Billy triunfe, aunque solo sea un poco.

En la segunda mitad del siglo XX los cambios sociales dan lugar a una representación diferente del concepto del internado y a la definitiva satirización de las miserias de la educación tradicional, vista como un espacio carcelario en libros como Down with skool (Abajo el colejio) de Geoffrey Willians (1954). La parodia más famosa de un internado femenino probablemente sean las chicas del St. Trinian’s, de Ronald Searle, unas adorables colegialas que surgieron en 1946 como tiras cómicas de un periódico británico. Las alumnas (y profesoras) del St. Trinian’s dedican su vida a hacer gamberradas, beber, fumar, acostarse por ahí sin condón e incluso planear asesinatos. Del salvaje St. Trinian’s nos han llegado varias películas; las de los años 2000 son muy divertidas, pero bastante rebajadas en tono.

La deconstrucción del género

Aunque la estructura tradicional de estas novelas entra en declive en la segunda mitad del s. XX, el género escolar como tal no ha desaparecido y, de hecho, está muy presente en otros medios, como las series de anime, que no son mi especialidad pero beben de un sistema similar. Hay muchas historias que incluyen restos del género clásico de internados; en la propia saga de Harry Potter se puede rastrear esa influencia en un mundo de fantasía. Hoy, la pasión por todo lo nostálgico hace que ni siquiera parezcan fuera de lugar, aunque a menudo vengan en el envoltorio de una fantasía o una distopía.

Sin embargo, como ejemplo de deconstrucción y a la vez de dignificación del género, me gustaría hacer mención a una autora que se sitúa en las antípodas de mi pensamiento social y moral: Antonia Forest. Escribió lo que conocemos como saga de las Marlow, casi desconocida fuera del entorno angloparlante. Dicha saga comienza con Autumn Term (1948), en el que las gemelas Nicola y Lawrence Marlow (ojo, las dos tienen nombres masculinos) llegan por primera vez al internado Kingscote.

Nicola y Lawrence vienen de lo que podríamos denominar «un linaje ilustre»; su hermana Rowan, por ejemplo, es prefecta en el mismo colegio. Sin embargo, la autora, que se conoce bien el género de internados, lo deconstruye de manera fascinante. Nick y Lawrie esperan destacar; como Pat e Isabel O’Sullivan, de Santa Clara, diríamos que se lo tienen muy creído por venir de donde vienen. Pero, al contrario que en la narración habitual, no basta una pequeña lección de humildad para que estas dos se adecuen a las normas del colegio y comiencen a convertirse en el ejemplo que esperamos. Nick y Lawrie no son tan inteligentes como se creen (de ahí que las coloquen, de entrada, en el Remove, el nivel más bajo de su curso), no dejan nunca de albergar motivaciones poco honorables y con frecuencia las cosas no les salen bien. Esto no es fuente de humor, como en Billy Bunter, sino un recordatorio de que a veces la vida no es como nos creemos y que nuestros actos, por inocuos que parezcan, siempre tienen consecuencias.

Esta curiosa interpretación de un internado en tonos de gris deviene en la historia de la familia Marlow. Antonia Forest trata temas como la fe, el divorcio, el maltrato, la culpa y, por encima de todo, la moral. Partiendo de postulados conservadores, construye una especie de saga trágica al estilo shakespeariano en la cual utiliza el género de internados para crear algo distinto. Pocas veces he visto personajes tan complejos ni temas tratados con tanta seriedad como en las novelas «escolares» de Antonia Forest. Hoy sus libros son muy difíciles de conseguir, lo cual es una pena, porque realmente merecen una lectura.

La disciplina y el castigo

Al igual que la crítica social aparece de forma velada en las sagas clásicas, la disciplina y el castigo se muestran como elementos básicos de formación, bien sea como amenaza o de forma explícita. Conviene recordar que en el Reino Unido el castigo físico en las escuelas se abolió tardísimo y que estaba totalmente integrado en el sistema educativo. Hasta hace unas décadas, aún se instigaba a las chicas que eran ejemplos de conducta a que castigaran a sus compañeras. En las novelas de Enid Blyton y de las autoras antes mencionadas, la clase a veces se toma la justicia por su mano y decide dar una lección a las niñas conflictivas, aunque pocas veces es algo tan explícito como una paliza. Con todo, a una lectora contemporánea se le salta la peluca cuando se comenta de pasada que van a «sentar a X en las tuberías de la calefacción» o «dar a X una azotaina con el cepillo del pelo» (por la parte de atrás) y se presenta como lo más natural del mundo.

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Las chicas de Torres de Malory en una de sus fiestas a medianoche.

Aparentemente, estos ejemplos de agresión en grupo o de agresión controlada no son violencia, sino ejercicios de disciplina: las alumnas designadas tienen permiso para ejercer el castigo sobre las otras al margen de las circunstancias. También la clase, de forma colectiva aunque ambigua, está autorizada para reprender, en ocasiones con dureza o violencia física, a aquellos elementos individuales que perturben el orden y la paz. Dar una bofetada sin razón a otra niña es motivo de regañina, pero humillar colectivamente a una alumna cuyo comportamiento es asocial o sospechoso entra dentro de los límites del buen hacer de la institución.

Otra manifestación frecuente de la disciplina entre iguales, que sucedía tanto en internados masculinos como femeninos, era el fagging (***); es decir, que las niñas más pequeñas estaban obligadas a servir a las mayores. La duración y laboriosidad de las tareas encomendadas quedaba a criterio de las chicas mayores, de las que se esperaba que obraran con sensatez. En teoría, todo esto contribuía a potenciar la humildad y educar el carácter, pero por supuesto, como te tocara una sádica como prefecta o una clase adicta a las zurras colectivas, ya te podías agarrar. Por eso estas cosas han quedado como una mezcla entre fantasía erótica y trauma social colectivo con las que los aficionados al psicoanálisis tienen material para rato.

El deporte

El deporte es otro de los lugares donde se liberan malos sentimientos y se redirigen a la cooperación y el trabajo en equipo. Un poco de competitividad, según estos libros, es positiva, siempre que redunde en beneficio de la comunidad. Esto se traduce en frecuentes enfrentamientos con las malas-malas en el deporte elegido, que suele ser el hockey, el lacrosse, el cricket o el tenis. (****)

El deporte colectivo es uno de los entornos en los que se despliega este juego de afinidades y lealtades, de rivalidad y a menudo también de malas artes. No es de extrañar que sea uno de los aspectos más mimados y potenciados de las series audiovisuales. En estos ambientes, el deporte es muy dramático, porque lo tiene todo. Un partido de lacrosse puede ser la escenificación perfecta de todos los conflictos internos y externos de los personajes. Además, teniendo en cuenta que el internado es en el fondo el protagonista colectivo de estas historias, las autoras suelen gozar de lo lindo cuando pueden mostrar de forma performativa la red de relaciones que han creado.

El teatro

¿Y qué hay más performativo que el propio teatro? Otro de los elementos a menudo presentes en estas novelas es el teatro o, en ocasiones, la escritura, en forma de relato periodístico o de ficción colectiva. El teatro actúa como una suerte de ficción dentro de la ficción y, a menudo, de nuevo, representación más o menos sutil de los conflictos que mueven a los personajes. También proporciona un nivel narrativo más en el que los personajes «se hablan» a través de textos clásicos.

A este respecto conviene decir que las chicas, como corresponde en un internado exclusivamente femenino, representan papeles masculinos sin problema y encarnan pasiones y tribulaciones de héroes clásicos sin que esto entre en conflicto con su rol «femenino» en la sociedad. Una de las obras representadas en la saga de las Marlow es El príncipe y el mendigo, de Mark Twain, donde tanto el príncipe como el mendigo son interpretados por las gemelas.

El teatro, más incluso que el deporte, se ve como una liberación en una institución férreamente organizada, un lugar donde soñar con grandes metas y elevarlo todo a una categoría moral superior. Mientras las chicas aguardan un destino que las obliga a estar siempre a disposición de los otros, como madres (perpetuadoras de la especie) o benefactoras (maestras, enfermeras, etc.), juegan a ser reyes, marqueses y héroes en las obras de teatro, dueños de sus propios destinos.

Y, por supuesto, el safismo

He dejado para último lugar la cuestión del subtexto lésbico de muchas de estas historias porque es uno de los aspectos sobre el que podría hablar horas y horas, pero no os preocupéis, que no me he olvidado. Sí, claro que en muchas de estas obras subyace la cuestión del amor entre mujeres (¿lo dudabais?), aunque de forma implícita y adecuada a la edad de lectura que se presupone.

Imagen de la película Cracks (2009), de Jordan Scott. Aunque no es una maravilla, tiene algunos detalles interesantes y soy débil, muy débil, cuando se trata de internados femeninos.

Es evidente que un mundo exclusivamente femenino lleva, en muchos casos, a un homoerotismo en el sentido amplio de la palabra, por la simple razón de que las figuras que componen el universo sentimental, moral y estético de estos personajes son todas femeninas. También ayuda la edad de los personajes, que va de la pubertad a la adolescencia tardía, en una época en la que las relaciones homosociales son muy intensas y aún no se ve con buenos ojos que una chica tenga una relación con un chico. Así, un entorno sáfico (desexualizado) se ve como un espacio seguro y positivo en comparación con la preocupación de que la adolescente se enamore de un hombre cualquiera o se quede embarazada.

De hecho, las relaciones de amistad heterosexuales en estos libros son totalmente «limpias»: presentan muy pocas diferencias respecto a las relaciones entre chicas y, cuando se da el paso hacia una relación romántica, sus personajes suelen desaparecer del mapa. Que la protagonista o una amiga se prometan se ve como la evolución definitiva de niña a mujer y, por tanto, aquellas que lo den quedan automáticamente excluidas del entorno sáfico y seguro del internado, que «protege» a sus alumnas mientras estén en período de crecimiento. Es llamativo que las protagonistas no hagan prácticamente alusión a relaciones románticas heterosexuales ni muestren la más mínima curiosidad por ellas, ni siquiera con dieciséis o diecisiete años. Parecen vivir en una especie de pubertad eterna donde el noviazgo o el matrimonio no existen, son parte del «mundo exterior» y lo único que cuenta, lo único que hace latir el corazón, son las amigas, las rivales o las profesoras.

Las amistades que se representan en estos libros son a menudo de corte victoriano. La relación con la mejor amiga (la amiga especial o amiga del alma) es totalmente exclusiva: tu amiga del alma es tu «pareja» y la relación debe ser un lugar especial donde compartir, relajarse y sincerarse. Pero ni siquiera estas amistades están exentas de roces. Sally Hope, en Torres de Malory, es la mejor amiga de la protagonista Darrell Rivers, y le aporta un contrapunto de sensatez y sosiego similar al de Diana con Ana de las Tejas Verdes; pero el principal defecto de Sally es, literalmente, que es demasiado celosa. Y aunque esto no llega a poner en peligro su relación, sí hace que Darrell se sienta asfixiada en ocasiones, porque los celos de Sally actúan ante cualquier amenaza externa. También vemos romper a «parejas» de varios años por la presencia de una alumna nueva o el surgimiento de diferencias irreconciliables entre las dos chicas.

No obstante, en estas sagas hay algunas «parejas» de chicas que perduran incluso después de la época escolar, y resulta curioso que las más estables parecen tener por delante un futuro juntas: Darrell y Sally van juntas a la universidad y comparten habitación; Bill y Clarissa, las enamoradas de los caballos, quieren abrir una escuela de equitación… en un gesto que recuerda mucho a las parejas de mujeres de la época. A menudo simplemente se quiere denotar que esa amistad, que tanto ha representado, continúa viva durante la adultez; pero con frecuencia esas amistades parecen tan férreas y positivas, y los posibles matrimonios están tan lejanos o importan tan poco, que la lectora se queda con la impresión de que las dos amigas viven juntas y felices para siempre.

Las autoras se esfuerzan mucho en recalcar que los sentimientos por la mejor amiga deben ser correspondidos, que si no, ese «enamoramiento» solo a lleva a relaciones desiguales e insatisfactorias. Aquí nos topamos con una vertiente distinta de la atracción entre mujeres, que es la fascinación o, en inglés, el crush. El crush se representa de muchas maneras en estos libros y es probablemente el acercamiento más explícito al deseo romántico y sexual. Cuando los personajes tienen un crush, solo desean estar con su persona amada de forma casi enfermiza, cumplir sus deseos y ser suficiente para ellas. Hay una atracción estética explícita: se admira su belleza o detalles como su cabello, sus labios, su forma de hablar. Con frecuencia estos sentimientos se traducen al castellano, en los propios libros, como enamorarse y enamoramiento.

Hay algunos crushes que se convierten en amistades de verdad y, por lo tanto, se formalizan, se hacen estables. Sin embargo, en muchos otros casos, el enamoramiento es fuente de tensiones, sufrimiento y, sobre todo, manipulación. El objeto de deseo es con frecuencia una alumna mayor; en algunos casos, una profesora; y en otros, alguien de la misma edad a la que se ve como más atractiva o digna de veneración. Volviendo de nuevo a Enid Blyton, en los libros de Santa Clara, Angela utiliza su belleza no solo para doblegar la voluntad de Alison, aquella compañera que ha elegido como mejor amiga y cuya relación contiene algo de crush; también despliega sus encantos con las alumnas más jóvenes para encandilarlas y conseguir que hagan lo que ella desea, además de obtener un placer sádico al «romper el corazón» de alguna de ellas. Las chicas lloran por Angela, sufren sus desprecios y se pelean por sus sonrisas. Hasta la prefecta tiene que llamarle la atención por esa estrategia de «seducción»; no por su asociación con el lesbianismo, sino simplemente porque actuar de esa forma es cruel y moralmente reprochable.

Físicamente, el roce o el deseo del roce está presente sobre todo en los libros más antiguos. En A Fourth Form Friendship (1911), de Angela Brazil, Aldred y Mabel, cuya relación es el centro de la historia, terminan el libro sellando su amistad con un apasionado (pero casto) beso en los labios. En los libros más recientes, esos besos o roces (abrazos, achuchones, caricias, caminar de la mano, etc.) se convierten en simples presencias o momentos en los que, a solas, las dos chicas se confiesan sus sentimientos, a menudo pidiéndose perdón por haberse comportado de forma insensata y no haber tenido en cuenta a la otra. Esos momentos a solas actúan como complemento o sustituto del acercamiento físico, que en el siglo XX comienza a asociarse más claramente con el deseo erótico y, por lo tanto, va perdiendo poco a poco su intensidad en este tipo de novelas.

A Fourth Form Friendship by Angela Brazil
Cubierta de A Fourth Form Friendship, que como muchas otras novelas de Angela Brazil, trata de la relación entre dos alumnas.

Como colofón, es llamativo que muchas autoras del género sabían perfectamente lo que era enamorarse de otra mujer y bastantes mantuvieron relaciones románticas con mujeres. Mucho de lo que se describe en estas relaciones entre chicas jóvenes suena a una mezcla entre el goce de rememorar estos placeres (placer de la amistad sincera, placer de los primeros enamoramientos) y la advertencia contra las relaciones desiguales, aquellas en las que una da o siente más que la otra parte. Aun siendo esa edad especialmente proclive a ese tipo de enamoramientos, homosexuales o heterosexuales, podemos decir que estas novelas no son solo formativas en cuanto al carácter, sino que también contienen una educación sentimental secundaria.

El deseo sáfico en este tipo de instituciones no ha resultado nunca especialmente problemático para la sociedad, teniendo en cuenta que es una época acotada en el tiempo y, como ya hemos visto, en la que es más seguro que las chicas estén bajo vigilancia, sobre todo a partir de su primera menstruación. El imaginario heteronormativo lo sitúa como preparación para la vida sentimental «plena», heterosexual, y por lo tanto no peligroso. Por eso resulta tan divertido subvertirlo con historias en las que el deseo sáfico es o bien explícitamente sexual o, sobre todo, perdura en el tiempo de una manera contraria a las expectativas sociales, como en el caso de Bill y Clarissa y su escuela de equitación conjunta.

Desde fuera, el internado femenino ha sido fuente de fantasías de todo tipo, en parte por ese rol protector de la institución con sus alumnas y en parte por ese safismo que se le presupone. Al ser un espacio exclusivamente para mujeres, o para niñas que pronto se convertirán en mujeres, los hombres heterosexuales lo han hipersexualizado, añadiendo precisamente los rasgos que están ausentes del género escolar clásico. Pero es importante recalcar que esta asociación del colegio con la sexualidad femenina y el safismo no solo ha sido patrimonio de hombres heterosexuales. Las mujeres lesbianas y bisexuales también han encontrado en estos lugares los escenarios adecuados para narrar momentos muy importantes en el despertar de su vida amorosa y su sexualidad. Hay ejemplos de todo tipo, pero podríamos empezar por la descripción desenfadada del erotismo sáfico y sus juegos en la clásica obra de Colette, Claudine en la escuela (1900). Podríamos seguir con el explosivo contenido de Thérese e Isabelle (1955), de Violette Leduc. Y podríamos acabar con obras que se han escrito y no han podido ver la luz todavía, como El pensionado de Santa Casilda, de Elena Fortún, que ya se había aproximado al género escolar con Celia en el colegio (1932). Por aquí seguimos esperando con ilusión más novelas que hablen sinceramente del amor entre mujeres en un entorno que, por suerte, cada vez está más enraizado en el pasado, pero que sus razones tendrá cuando no desaparece del todo.


(*) Siempre pensaré que la Claudine de Enid Blyton está inspirada en la Claudine de Colette. No tengo pruebas, pero tampoco dudas.

(**) El énfasis en el uniforme de la escuela no es accidental. El uniforme es uno de los instrumentos que la institución emplea para distinguir a sus protegidas y, a la vez, para estandarizarlas a todas. No hay prácticamente ninguna novela de internados donde no se haga referencia al uniforme, lo cual también conecta a la perfección con las fantasías de disciplina.

(***) Sí, fag quiere decir marica. Sí, viene del significado de esta palabra. Ver la última sección para una aproximación al deseo entre mujeres en las obras sobre internados femeninos.

(****) Cuando vi por primera vez lo que era el lacrosse en un partido de verdad, me pareció todo menos un deporte para señoritas. ¡Menudos guantazos se pegan con el palo! Se parece mucho más al roller derby que a un «deporte» sosegado como el croquet.

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La amiga estupenda (que no siempre lo es) y esas relaciones extrañas que duran toda una vida

¡Hola, gente! ¿Qué tal? Supongo que confinados y algo dispersos, como yo. Por eso he decidido rescatar este blog. Bueno, por eso y por dejar constancia de que, por suerte, a mí todavía no me ha afectado el coronavirus (aunque en este año y pico que no he actualizado la página me podía haber muerto igual).

Son días extraños en los que todos buscamos algo con lo que entretenernos, sea trabajo, repostería o ejercicio. Podría contar muchas cosas acerca del trabajo (entre otras cosas, porque dejé mi trabajo alimenticio a mitad del año anterior y, visto lo visto, quizá no fuera tan buena idea), pero la verdad es que no me apetece. Como la última publicación que escribí iba acerca del remake de una serie, She-Ra, con la que todavía sigo encantada, he pensado que podría hablar acerca de una adaptación de novela a serie que me tiene muy entretenida estos días: La amiga estupenda, de Elena Ferrante.

Los libros

La saga original se compone de cuatro novelas de buen tamaño que yo me devoré más o menos con la misma avidez que los libracos de Canción de hielo y fuego. Están escritas por una autora italiana a la que le gusta ir a eventos todavía menos que a mí y de contestar entrevistas ya ni hablamos, y te cuentan básicamente la amistad obsesión insana cómo llamar esto relación complicada entre la protagonista, Elena Greco, y su amiga de toda la vida, Lila Cerullo. Ambas han nacido en un barrio deprimido de Nápoles en los años 40, en mitad de la Segunda Guerra Mundial, pero la principal diferencia es que Elena logra que la dejen seguir estudiando, mientras que Lila no. Lo cual se convierte en un punto de fricción eterno entre ellas porque Lila no es que sea inteligente, es que es increíblemente brillante; y a Elena, que también es inteligente y lo sabe, este hecho le admira y le molesta a partes iguales, porque después de todo, la que (inicialmente) consigue salir de la miseria a base de hincar los codos es ella.

Pero ahí está su amiga, a quien aparentemente le pasan cosas interesantes, aunque su vida sea una basura (que lo es), y ahí está la eterna comparación entre ellas dos y la eterna inseguridad de Elena y la eterna ambivalencia de su colega y la eterna insatisfacción, porque por si no queda del todo claro por lo que digo, la medida de la vida de cada una de ellas es la otra. Aunque están separadas por un hecho traumático que no termina de repararse nunca, que es esa injusticia cometida con Lila al no permitirle estudiar (y que hace que lo tenga mucho más difícil), se pasan décadas sin quitarse el ojo de encima, juntándose y separándose, queriéndose y odiándose, intentando entenderse y sin terminar de hacerlo, porque ninguna de las dos es muy buena en eso de comunicarse y porque la amistad que tienen es demasiado rarita como para ser del todo sinceras la una con la otra.

Mientras tanto, hay más personajes por ahí y las novelas te van contando también su historia poco a poco, que en el fondo es la historia de Nápoles y, hasta cierto punto, la historia de Italia y de la segunda mitad del siglo XX en Europa. Es curioso que las novelas logren hacer eso describiendo tantísimas escenas de intimidad, que en teoría implicarían todo lo contrario, pero es ahí donde reside su fuerza. Aunque se sabe poco sobre la autora, está bastante claro que parte de lo que cuenta es autobiográfico; de ahí también, supongo, el trasiego de personajes y subtramas, que a veces no se llegan a entender hasta que llegas al final del final del final, y entonces dices: «¡Ah!».

Las cubiertas de los libros han cambiado una barbaridad, pero creo que las que usan fotos reales de la época son las que más me gustan. Cabe preguntarse por qué tradujeron L’amica geniale por La amiga estupenda, cuando en castellano tenemos también el adjetivo genial, que juega precisamente con esos dos significados (el de su inteligencia y el de lo buena/mala amiga que es). La amiga genial es Lila, obviamente, pero en el libro solo se pronuncian estas palabras una vez y al contrario, porque es Lila quien se las dice a Elena: «Tú eres mi amiga genial», dice. Snif.

Como ya he dicho, a mí estos libros me encantaron. Hay pocas sagas que lleguen a engancharme hasta el punto de que me sé los nombres de todos los personajes, hasta la familia X que solo sale en un pedacito de uno de los libros, pero que todos sabemos que son los mejores y tendrían que haber partido la pana. Por supuesto, un plus es esa amistad relación extraña de verdad, no sé cómo llamarlo entre las protagonistas, pero también hubo otras cosas que me gustaron, como el hecho de que estén narrados en primera persona. Esa voz de Elena, que desde el principio intenta ser la que cuenta la verdad de la historia y resulta ser, al menos para mí, la narradora menos fiable de la historia, es una delicia desde el momento en el que comprendes que aquí la historia tiene muchos matices, pero te van a mostrar solo uno y el resto queda a tu imaginación. ¿Su amiga la odia, en realidad? ¿Su amiga la adora? ¿Ambas cosas? ¿Quién es aquí la «mala» del cuento?

Me encantan las historias que dejan aspectos por interpretar y, curiosamente, pese a constituir en apariencia una narración férrea sobre un único punto de vista, esta lo es. Desconozco si es la intención de la autora o mi interpretación, pero la primera persona me parece maravillosa para engañar. Los testimonios siempre son un fragmento de la realidad, a veces brutal y revelador, pero no dejan de ser las cosas pasadas por el tamiz de alguien que, normalmente, primero las vive y después las recuerda. No hay nada más puro, más real, y, a la vez, no hay nada más parcial y mentiroso.

La serie

Como esta saga fue un pepinazo en todo el mundo (decídmelo a mí, que creo que he regalado los libros al menos a cinco personas), llega la HBO en 2018 y, al intentar hacer «producto local» con cadenas o productoras de cada país, se les ocurre que pueden colaborar con la RAI para producir una serie de La amiga estupenda. Y se montan un casting de la repera al que acuden todos los chavales y chavalas de Nápoles y sus alrededores para hacerse famosos y unos decorados que quitan el hipo, porque si en el fondo esta saga habla de la historia de Italia, es un producto para sacar músculo y ganar prestigio como región y como país en todo el mundo, mucho más teniendo en cuenta que se va a emitir en una plataforma internacional. Así que nada, con un presupuesto que para nada es una tontería y, a la vez, maneras de serie pequeña (la autora sugirió el nombre del director porque había querido adaptar sus novelas hacía años; la cuñada del director dirige algunos episodios cada temporada, etc.), terminan por encontrar a sus niñas actrices y sacan adelante la primera temporada, basada en el primer libro.

Y aquí sucede la magia.

Hay una cosa que tiene el lenguaje audiovisual frente a la palabra escrita, que es que cualquier imagen siempre va acompañada de un caleidoscopio de interpretaciones. Por mucho que tú quieras señalar que algo significa tal, siempre habrá un margen de duda mucho mayor que con la palabra. Lo que quiere decir que esta serie va a intentar trasladar la narración férrea y casi sin huecos de la historia de Elena, pero por definición, no va a conseguirlo del todo.

Cuando comencé a ver la serie, me hizo mucha gracia que hubieran importado, literalmente, las pajas mentales los monólogos de Elena consigo misma acerca de ella, de su amiga y del mundo que las rodea. La impresión de que la serie es «muy literaria» que tienen algunas personas es totalmente cierta, porque la presencia de la voz en off de Elena lo invade todo y no hay nada más antivisual que tener a la protagonista mirando y pensando con voz en off la mayor parte del tiempo, por mucho que fuese así en el libro (Elena es la observadora de la vida de su amiga y de todo lo que ocurre a su alrededor). Pero, ay, que la voz en off no puede mantenerse siempre. Que llega un momento en el que el espectador tiene que decidir si lo que le cuenta Elena, esos pensamientos que se presentan como la verdad absoluta, son ciertos o no. Que llega un punto en el que hay que contar lo que le pasa a la otra sin la presencia de Elena.

Y ese punto llega. Se hace realidad, sobre todo, en la segunda temporada, cuando la serie ya se ha librado un poco de la culpabilidad de diferir con las novelas (difiere poquísimo y, cuando lo hace, es solo por amalgamar o intentar presentar algunos acontecimientos de forma más dinámica; no hay cambios gratuitos). Es ese momento en el que Lila se pregunta abiertamente: «¿Por qué todos piensan que tú eres la buena y yo la mala?». Y Elena la mira con una picardía poco habitual en ella y le responde: «¿Acaso no es así?».

No tengo ninguna explicación heterosexual para estas miradas larguísimas en la serie. Creo que se hacen con toda la connivencia de los directores y de al menos una de las actrices. Es totalmente normal quedarte embobada mirando a tu amiga, o lo que sea, incluso cuando va a casarse. Es normal querer desesperadamente tener relaciones sexuales al mismo tiempo que ella. A quién no le han pasado estas cosas alguna vez en la vida; lo que pasa es que la mayoría terminamos sumando dos más dos en algún momento…

Hay una palabra en castellano que me gusta mucho: intersticio. Los intersticios son los huecos entre los bloques por los que se filtran interpretaciones, significados, que no necesariamente son los que se desprenden de las primeras lecturas (o visionados) o que no siempre coinciden con la voluntad de su autor. La serie de La amiga estupenda, a pesar de que intenta mantener firmemente el punto de vista de Elena (y no en vano para ello cuenta con la supervisión férrea de su homóloga, la autora de los libros), no puede controlar todos los intersticios. Y esas preguntas, que ya existían en el texto original, aunque solo fuera por su ausencia, se hacen demasiado evidentes. Elena, ¿odias a tu amiga en realidad? ¿Eres tú quien la odia y no ella, porque a pesar de sus bandazos, parece evidente por buena parte de lo que dice y hace que te quiere profundamente, quizás más de lo que tú la quieres a ella? ¿O eres tú quien la adora demasiado, un poco demasiado, más de lo que te gustaría?

La cámara se pregunta todas esas cosas a las que la voz en off no interpela directamente, porque no es posible hacerlo de otro modo, no con esa historia y no con esa relación complicada en el medio. La cámara es más ambigua, y esas miradas que Elena dirige al mundo exterior se convierten en miradas bidireccionales entre ella y Lila. Miradas cómplices. Miradas inseguras. Miradas de tensión. Miradas de desdén y de admiración y quizás también de deseo. Todo lo que había en la novela original sigue presente y, aun así, qué difícil es mantener esa mirada durante tantísimos segundos y que el espectador no se pregunte: «¿Pero qué estáis haciendo, par de dos? ¿Os coméis la boca o qué hacéis?».

No es necesariamente esa historia, pero que conste que digo necesariamente, porque ese elemento de tensión sexual no explorada existe ya en las novelas originales y Elena, nuestra narradora no fiable, lo considera abiertamente al menos en una ocasión, cuando ya tiene la suficiente edad y la suficiente distancia de su barrio como para planteárselo. Que conste que no lo rechaza del todo: solo dice que prefiere no ir allí, quizá demasiado temerosa de lo que pueda encontrarse. Sería una decisión muy respetable de no ser porque la vida de Elena no parece estar nunca completa sin su amiga y que, incluso hacia el final, las dos se buscan mutuamente una vez más para… ¿encontrarse? ¿Superarse? ¿Decirse lo que hasta entonces no se habían dicho?

En el texto original quedan preguntas, y todavía está por ver cómo va a resolverlas la serie, pero si toman el camino que hasta ahora han seguido, supongo que jugarán con los intersticios.

Buscando los intersticios

Es posible que yo vea más huecos en narraciones compactas porque no termino de creer en los universos coherentes que ahora están tan de moda, en los que parece haber una cronología inmutable en la que ha pasado X, Y y después Z. Hasta en los universos ficticios, lo que se cuenta depende de las circunstancias de las personas que escriben esas historias. Por eso para mí era tan importante, por ejemplo, alternar los puntos de vista de Álex y Nick en Un pavo rosa, no solo como forma de crear tensión para el romance, sino porque lo que te cuentan que ha sucedido no siempre es igual y queda a criterio del lector decidir quién tiene razón, si es que alguna la tiene.

Por eso también aprecio tanto los fanfics. Aunque los resultados no siempre sean brillantes desde un punto de vista literario, los fanfics siempre corren a buscar los intersticios. Toman algo que se ha dicho, que se ha hecho, y ofrecen una interpretación que no siempre es la más obvia, pero sí de algún modo coherente: son a la vez un homenaje al texto principal y una rebelión, porque nunca lo imitan del todo, siempre aportan algo distinto.

«¿No podíamos, Dios mío, encontrar la manera de darnos la vuelta y ofrecernos la mano, de apoyarnos por fin la una en la otra en lugar de competir sin medida?». (@djangomar, Siempre llega la noche)

Y todo esto viene a que quizás no habría sentido tanta necesidad de escribir uno de estos homenajes-rebelión si hubiera encontrado más fanfics de La amiga estupenda en mi primera búsqueda. Sé que normalmente las sagas literarias no engendran muchos textos derivativos, pero… ¿de verdad? ¿Ni siquiera ahora, con la serie, se le había ocurrido a alguien publicar esa historia paralela de romance entre ellas a la que casi parece invitar la narración? Había algunos relatos curiosos, algunas búsquedas de otros intersticios que a mí no me interesan (no me emociona el intersticio en el que Lila se enamora de verdad del mafioso cabrón por alguna razón que desconocemos), pero no esto.

Así que sentí que tenía que escribir algo. Deber social. O puro autofanservice. Y entonces me sorprendió la cuarentena. Y como tenía que enfocar la mente en algo, me dediqué a escribir esta historia como una bala. El resultado es cuanto menos sorprendente: unas 68.000 palabras (una novela no muy larga) escritas en menos de un mes; creo que es incluso más larga que ¡Sí, mi capitana!

Como si me lo pensara dos veces no la publicaría nunca, la he revisado mínimamente y la he subido a Archive Of Our Own con el título de Siempre llega la noche. Ese sitio va a sustituir a mi perfil de Wattpad para este tipo de historias, porque ya no me siento cómoda subiendo cosas a Wattpad; nunca encuentro lo que busco y tengo la sensación de que lo único que quieren es venderme algo, aunque no me interese en absoluto. Archive Of Our Own funciona con etiquetas y, para los fanfics, es uno de los pocos «lugares seguros»: casi todos los demás archivos web pueden acabar tirándote la historia por asuntos que no tienen que ver con razones de copyright, sino mucho más con el contenido sexual, pero AO3 nunca ha ejercido ese tipo de censura y espero que no la ejerza. Creo que la gente debería poder publicar el contenido que quiera, aunque a mí no me guste leerlo.

Y no sé. Que he disfrutado muchísimo escribiendo esta historia. Que me he complacido un montón con la imitación y el homenaje (y he intentado ser muy fiel al estilo de la historia original y su protagonista; qué placer poder ser, por una vez, tan pedante como ella), pero también con las pequeñas rebeliones (como las escenas de sexo descritas en detalle, un poco como venganza, o el angst totalmente autoindulgente). Quizás por eso ha salido tan rápido, mientras que llevo años intentando sacar adelante un par de novelas que no terminan de cuadrar. Tampoco tenía ninguna expectativa y supongo que eso relaja mucho a la hora de crear.

Por supuesto, mi cabeza ha ido un poco más lejos y ha creado una especie de narrativa de la que esta solo es la primera parte, en parte porque yo también tengo mi propia batalla interna (quiero, por supuesto, darles a Elena y a Lila la oportunidad que no les dan las novelas, pero soy consciente de que tienen muchas cosas en contra y que esa herida original entre ellas tal vez no sane nunca). Pero ya no puedo prometer que esas secuelas se escriban. Creo que este es el fanfic más largo que he escrito nunca y ponerme a escribir una visión alternativa de la saga de Elena Ferrante es tentador una tarea titánica. A lo mejor yo, como fan, no me equivoco al considerar alternativas, pero quizás la autora siempre tuvo razón al desecharlas. Es la magia de las narraciones y de las perspectivas.


siempre llega la noche, mi fanfic de la amiga estupenda que narra un romance explícito entre elena y lila, está aquí. Si te gusta, puedes continuar leyendo su secuela, A través de la madrugada, porque me he emocionado tanto que esto va a ser una trilogía. también verás algún otro fanfic de otras series en mi perfil de ao3. Creo que voy a seguir escribiendo fanfics durante un tiempo; son días extraños, al fin y al cabo.

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Cómo crear un hábito de lectura

Hay gente que, cuando se entera de que escribo libros o de que trabajo con libros, me dice enseguida que le gustaría leer más. Al principio solía tratar a estas personas con cierta condescendencia (porque, al fin y al cabo, nadie les impide leer), pero luego recordé que yo también pasé por una época, en torno a los veinte años, en la que leía muy pocos libros al año y me lamentaba por ello. Habiendo sido una gran lectora en mi infancia y adolescencia, me resultaba raro y echaba de menos la sensación de perderme en un libro. Quería leer, pero no podía.

Vamos a ver si os identificáis conmigo a los veinte años: Superusuaria de internet, con un montón de proyectos en la cabeza, que ve un montón de series y sigue un cuatrillón de webs. Capaz de devorar fanfics largos en menos de una hora. Incapaz de tomar un libro que no sea de los de pim, pum, pam y sentarme a leerlo porque, simplemente, «no me centro» o «se me va la cabeza a otras cosas».

Si tu caso es parecido, lee este artículo. Porque la lectura tiene mucho de hábito y el mundo actual tiene un montón de cosas que van en contra de forjarse un buen hábito de lectura.

Lo primero que tienes que tener claro es:

1. Te quejas de no leer… pero tú ya lees.

Si te has identificado con mi retrato de jovencita, podrás darte cuenta de que, en realidad, tú ya lees. La palabra escrita es el medio por antonomasia para transmitir información o conocimiento y, a pesar de que digan que vivimos en un mundo audiovisual, la transmisión de nuestra cultura se sigue realizando en buena parte a través de la escritura y la lectura.

La mayoría de personas que me dicen «me gustaría leer más» ya leen. Suelen ser seguidores de periódicos o revistas especializadas, de blogs, de fanfiction, lectores de cómics, jugadores de videojuegos muy narrativos… ¡Se lee muchísimo! Lo que pasa es que, efectivamente, eso no son libros y la forma de «leerlos» es diferente. Activan regiones diferentes de tu cerebro y suponen una experiencia distinta.

Aun así, no estás contento. Pasemos al siguiente punto:

2. Crees que no lees (suficientes) libros.

Quieres leer libros, pero no los lees. O lees muy poco, de dos a cinco libros al año a lo sumo. Y tienes la sensación de que deberías leer más libros. Porque a tu alrededor se leen libros y la gente que mola habla mucho de libros.

Vamos a poner las cartas sobre la mesa. Yo creo que leer libros es muy importante, porque hace cosas en tu cabeza que ningún otro medio puede hacer. Pero serás consciente de que los libros, al haber sido el vehículo principal de transmisión de nuestra cultura, gozan de una extraordinaria buena prensa. Solo tienes que ver la cantidad de gente que se hace famoso y… ¡escribe un libro! El libro es símbolo de cultura, de estatus. Está socialmente bien visto, incluso si es el bestseller más ramplón (como mucho, la biografía de Belén Esteban puede ser una excepción). Mejor leer novelas de entretenimiento que no leer. Tú también lo piensas, ¿verdad?

Es probable que pienses que llevar un libro bajo el brazo te hace mejor persona, más deseable o más interesante. Y como ser queridos y aceptados es algo que necesitamos todos, intentas leer libros. O hacer como que los lees, que es lo que hace la mayoría: tenerlos de exposición, discutir sobre libros de los que solo has oído hablar, citar otros que en realidad nunca has abierto…

Hay demasiado postureo en el mundo de la lectura. Todos ganaríamos si dejásemos de leer como si alguien nos estuviera mirando por encima del hombro y tratásemos nuestras lecturas como algo parecido al modo incógnito del Spotify. Leer debería ser una actividad que quieras realizar por sí misma, por los beneficios que te reporta. Por el contrario, leer por obligación o por darse importancia suele, por desgracia, tener un efecto perverso para el hábito lector.

Tu problema puede ser algo tan sencillo como que estás intentándolo con los libros equivocados. A lo mejor no eres un gran lector de novelas, pero sí de relatos. O a lo mejor, por la razón que sea, te gusta la chick-lit. ¡O a lo mejor ni siquiera te gusta la ficción! (Aunque no lo creas, conozco personas muy, muy cultas y muy interesantes que nunca leen ficción.)

Así que date un respiro, deja de intentar meterte en vena lo que en realidad no te llama y ve a por aquello que te despierte el interés. Vamos, que te pongas ese petardeo que llevas tanto tiempo queriendo oír. No tienes por qué casarte con un género. Y a lo mejor, más adelante, descubres que tus gustos han cambiado; es totalmente lícito.

¿Sigo sin dar del todo en el clavo? Entonces lee el siguiente punto:

3. Quieres leer, de verdad, por lo que te hace sentir, pero no consigues concentrarte en un libro.

Recuerdas que leer es bonito y lo echas de menos. A lo mejor leías mucho de pequeño, pero en los últimos años tomas un libro y no sabes lo que pasa: tu cabeza salta inmediatamente a otras cosas. No es que te guste ni que te disguste, es que leer se ha convertido en una tarea titánica.

Bienvenido al mundo moderno.

A riesgo de sonar como una mujer de las cavernas, para mí está claro que el «multitasking» se ha convertido en uno de los peores enemigos de la lectura. Tomamos un libro y de pronto nos viene a la cabeza lo que teníamos que comprar para la cena. O te pones a darle vueltas a lo que te ha dicho ese día tu jefe en el trabajo. O recibimos un whatsapp y hay que atenderlo inmediatamente, porque puede ser urgente (antes la gente te llamaba para las cosas urgentes; hoy puedes recibir la noticia de que alguien se ha roto una pierna por WhatsApp).

En estudios científicos se ha comprobado el efecto «dispersor» de los móviles y ordenadores en nuestras cabezas. Las pantallas, tan útiles para otras cosas, ejercen varios efectos negativos sobre nosotros. Ante todo, dificultan la concentración lectora porque no estamos solos frente al texto, sino leyendo, chateando, consultando el correo y comprando algo en Amazon, todo a la vez. Si leemos mucho en la tableta, en el móvil o en el ordenador mientras tenemos todas las aplicaciones abiertas (o vemos series mientras nos pintamos las uñas, o jugamos mientras escuchamos música…), nos acostumbramos a que la experiencia de lectura es algo intermitente donde «extraemos lo importante» en lugar de leer en profundidad. Por eso las personas que leen mucho en internet se vuelven auténticos expertos en el arte de encontrar palabras clave en una página o deducir su estructura.

El problema es que es como ir al gimnasio y entrenar siempre en la misma máquina: es difícil desarrollar este músculo y a la vez el músculo de la concentración. Y la mayoría de los libros, por ligeros que sean, requieren un mínimo de concentración. Así que, si quieres volver a disfrutar de los libros «como antes», me temo que tienes que ponerte a trabajar un grupo de músculos que actualmente tienes un poco fofos y olvidados. Es un trabajo arduo, pero los resultados merecen la pena.

No descartes otro hecho importante: las pantallas con retroiluminación requieren más esfuerzo visual y nos agotan más rápido. Cuando yo era joven, me pasaba muchas horas moviendo los ojos delante de un ordenador y después solía sentirme muy cansada. Como hoy en día la mayoría trabajamos con ordenadores, salimos del trabajo con una fatiga visual importante. Si estás intentando leer en tu móvil o en una tableta después de muchas horas así, no me extraña que tu cabeza esté cansada y «salte» automáticamente a otras cosas.

Yo te recomiendo dos cosas muy sencillas: la primera, no leas libros en el ordenador ni en el móvil. Lee en papel o utiliza un dispositivo con tinta electrónica, notarás la diferencia. La segunda: Cuando estés leyendo, simplemente lee. Te vendrán a la cabeza un montón de cosas que podrías estar haciendo. Ignóralas. No mires el móvil. No respondas a los mensajes (a menos que esté ardiendo la casa de alguien). Tendrás tentaciones de meterte en Facebook para continuar ese interesante debate que habías dejado a medias. Resiste. Y cuando hayas logrado dejar pasar una hora, te darás cuenta de que, a lo mejor, no era tan importante responder inmediatamente al GIF animado que te habían pasado por WhatsApp o comentar esa foto de Instagram. No se han ido a ninguna parte, siguen ahí, y ahora puedes dedicarles todo tu tiempo. Esto son enseñanzas valiosas en la vida en general, pero se hacen especialmente útiles a la hora de leer libros.

Lo que nos lleva al punto 4…

4. Quieres leer, pero… no puedes evitar pasar demasiado tiempo en «actividades irrelevantes». O sea, estar en Facebook, tragarte series enteras en un solo día o pasarte 350 niveles del Candy Crush.

Ya he mencionado la buena prensa que tiene la lectura (de libros) frente a todas estas actividades aparentemente irrelevantes. Es un error pensar que un libro, por el mero hecho de existir, es más interesante que tu Twitter. Hay libros que son verdaderos truños y que merecen menos tiempo del que se tarda en responder a un tuit.

Ahora bien, seamos sinceros. A menos que tu Facebook sea muy diferente al mío, sabes perfectamente que el 85% de todo lo que ves allí son chorradas. Pero el uso de redes sociales responde a necesidades muy diferentes que la lectura y que tienen que ver mucho más con la comunicación que con la relevancia del mensaje. Así que no te sientas culpable ni intentes comparar ambas cosas en una escala de «relevancia», porque es como comparar el tocino con la velocidad. Ni siquiera intentes comparar el «enganche», porque estamos programados para que nos resulte mucho más adictiva una serie (que es audiovisual) o un juego (que es interactivo) que un libro. Todo lo que se parezca más a nuestra experiencia del mundo nos resulta mucho más absorbente y es más fácil de asimilar por nuestro cerebro. Por el contrario, la palabra escrita no es transparente: necesitas conocer una serie de códigos para leerla y luego tu cabeza debe reconstruir la narración para entenderla. Si tu cerebro está acostumbrado a descodificar estímulos inmediatos y no a leer en profundidad, te supondrá mucho más esfuerzo leer un libro.

Normalmente yo no encuentro nada malo en que la gente haga lo que le gusta y le reporta placer, pero mi impresión es que las personas que se sienten vacías y angustiadas con este punto han ido demasiado lejos. Es evidente que las actividades que te proporcionan estímulos inmediatos te satisfacen en cierta medida (porque si no, no las harías); pero parece que esa otra parte de ti, aquella a la que le gusta leer libros, está insatisfecha porque se le ha dado de lado.

Lo bueno es que todo es un hábito y que los hábitos pueden modificarse. La capacidad de concentrarte en un libro sigue dentro de ti, solo que debes ponerle las cosas más fáciles. La clave está en crear una rutina. Si lo que quieres es leer más, tendrás que ir reintroduciendo la lectura de libros en tu día a día de forma consciente y, sí, eso supondrá probablemente reducir el tiempo que dedicas a las «actividades irrelevantes» (que muchas de ellas tampoco lo son). Examina fríamente el tiempo que dedicas a cada actividad y recorta de aquellas que no te hagan sentir bien para leer. Sobre todo, no te dejes llevar por la urgencia del momento, porque ya has visto que la mayoría de cosas siguen ahí cuando regresas a ellas y porque, en una escala de inmediatez, los libros siempre tendrán las de perder.

No pienses que no te va a costar. El mundo se encargará a menudo de recordarte que, si no participas en ciertas interacciones (la conversación sobre esta serie, este chiste, la interacción en el grupo de amigos del WhatsApp), te estás perdiendo algo muy importante. Sé tozudo y recuerda que leer es una actividad que te resulta placentera, así que es importante que leas. Créeme: al igual que te has acostumbrado a jugar una hora diaria al Candy Crush (por decir un juego tontuno), puedes acostumbrarte a leer una hora diaria.

5. Tu vida es muy complicada y te es imposible sacar tiempo para leer.

El día tiene 24 horas y no más: el eterno problema del tiempo y de las elecciones vitales. Bien, si realmente quieres leer, tendrás que sacar tiempo de donde sea. Vamos a buscar las actividades menos importantes. ¿Limpiar casa? Vale, sí, importante. ¿Limpiar casa en profundidad? Quizá menos importante. ¿Cocinar? Importante. ¿Cocinar todos los días? ¿No puedes pedir comida un día? ¿O espaciar esa temporada de serie que estás viendo en uno o dos capítulos a la semana? ¿De verdad es tan grave? ¡Si antes lo hacíamos así todo el rato!

Lee de poco en poco. Es lo mejor para ejercitar el hábito. Cuando tengas un rato en el transporte público, saca un libro. Acostúmbrate a leer antes de dormir. O en el baño. (El baño es un lugar extraordinario donde se han forjado los mejores lectores.) Cuando el niño duerma la siesta, en lugar de zapear sin rumbo por los programas de la tele, intenta leer ese libro que tienes a medias.

Es complicado, pero no es imposible. Ya verás que, cuando tienes el hábito, todo viene rodado y los libros pasan por ti cada vez más rápido.

Por último, si nada de esto es exactamente tu caso, podría darse que:

6. Escribes… y eso no te deja tiempo para leer.

Me encanta esta última porque es como una paradoja suprema. Hay personas a las que les ocurre que escriben tanto y con tanto entusiasmo (novelas, fanfics, relatos, poesía, etc.) que apenas pueden leer los libros de otros. Lo más que leen son sus propias historias cuando las corrigen.

Novedades: sin lectores, no hay libros. Punto. Si tú esperas que te lean en algún momento (y no me salgas con falsa humildad, porque es algo que nos gusta a todos), deberías esforzarte por leer libros ajenos. Entre otras cosas, porque jamás he conocido un escritor verdaderamente bueno que no fuera también un gran lector. O dicho con menos pedantería: porque leer te saca de ti y de tu mundo. Y porque eso, inevitablemente, redundará en una riqueza mucho mayor de tus historias, de tus personajes o de tu prosa.

Leer libros es como viajar. Ves muchas cosas y algunas te gustan más que otras. Pero expande tus horizontes de una manera que no tiene parangón. La persona que lee comprende mejor a los demás, se entiende mejor a sí mismo y entiende mejor su propio mundo. Creo que no hay nada que un escritor pueda desear más.

Espero que este artículo te haya resultado útil. Recuerda que yo también escribo y leo, o al menos intento hacer ambas cosas. 😉 Si tienes interés por alguno de mis libros, consulta las secciones de Un pavo rosa o ¡Sí, mi capitana!

Imagen: Calm Reading, de Rob Tolomei <3Facebooktwitterlinkedintumblrmail

15 libros que tu hija adolescente debería leer (aunque tú desearías que no)

avt_francoise-sagan_9674Este artículo está en inspirado en 15 libros que tu hijo adolescente debería leer (aunque tú desearías que no).

Si tienes un hijo adolescente que esta en ese difícil momento de crecer, dale un libro que va sobre esos difíciles momentos de crecer. Esa es la filosofía de un artículo que destaca algunos libros de los más clásicos para adultos o jóvenes a punto de serlo. Cuando lo leí me di cuenta de tres cosas: una, había leído más o menos un 70% de las recomendaciones; dos, un 93% de las novelas citadas tenían un protagonista masculino; y tres, el 100% de sus autores eran hombres.

No sé si os habéis dado cuenta de esta tendencia tan clásica y tan literaria. Las novelas sobre chicos adolescentes escritas por hombres suelen considerarse literatura adulta (o literatura a secas) y, por tanto, susceptible de ser prescrita. Mientras tanto, las novelas sobre chicas adolescentes, sobre todo si están escritas por mujeres, suelen considerarse literatura juvenil (o menos literatura). También ocurre con las novelas que hablan sobre la intimidad, el sexo o las relaciones interpersonales: si las escriben hombres, son narrativa general (o narrativa a secas); si las escriben mujeres, son narrativa «femenina» (o menos narrativa).

No me considero prescriptora de nada, pero soy bastante lectora y resulta que me gustan mucho los libros que inciden en esa franja de edad en la que uno debe asumir las responsabilidades de la vida adulta. Precisamente porque me conozco un poco estos libros, creo que, por decirlo de forma educada, la lista original peca de parcial o incompleta. Aquí propongo una lista alternativa que cubra exactamente lo que la otra olvidó: libros escritos y protagonizados por mujeres para jóvenes adultos. Aunque se llama «15 libros que tu hija adolescente debería leer», en realidad yo también pienso que estos libros son buenos y que debería leerlos cualquiera. Porque hay otro dato curioso: mientras que las mujeres leen libros al margen del género de los autores (es decir, en porcentajes cercanos al 50%), los hombres leen casi en exclusiva libros escritos por hombres. Combatir esta tendencia corresponde tanto a los jóvenes como a todos aquellos que les prescriben libros.

En la elaboración de esta lista he utilizado los mismos recursos que el artículo original: partiendo de «lecturas que plantean dilemas que le ayudarán a formarse» (al adolescente), selecciono 15 libros que, en mi opinión, merecen la pena en general y en especial para esta etapa de la vida. Como dificultad añadida, me he autoimpuesto la exclusión de todos los libros considerados «juveniles», aunque eso me ha llevado a descartar de entrada obras que me encantan. Además, al igual que el artículo original, dejaré asomar cierta preferencia por alguna obra que se hizo popular en los años 90 (en buena parte gracias a su cóctel de existencialismo, sexo y drogas); incluiré un cómic que trata Temas Serios por eso de meter al menos una novela gráfica; agregaré una autora francesa, contemporánea de Camus, para que se vea que leo a los existencialistas; meteré un libro de relatos de un premio Nobel, aunque no tenga mucho que ver con ritos de paso; añadiré una eterna candidata al Nobel que a mí me gusta mucho, igual que Murakami; y me aseguraré de que hay varios clásicos para que todo el mundo vea que ESTA ES UNA LISTA MUY SERIA.

Estas son mis recomendaciones:

1. La campana de cristal, de Sylvia Plath.

La campana de cristal es la novela clásica de esta gran relatista americana: la única que escribió, en realidad, poco antes de suicidarse. Con un estilo muy personal, nos habla de las experiencias de una chica que trabaja en la industria de las revistas y que lucha contra una depresión que se cierne sobre ella como una «campana de cristal». La manera en la que Plath describe el mundo adulto y su superficialidad, su sarcasmo y el dolor que rezuman sus experiencias psiquiátricas la convierten en una lectura auténtica y un análisis crudo de la vida adulta.

2. Cumbres borrascosas, de Emily Brontë.

Es ese libro cuya versión abreviada te hacen leer en las clases de inglés y que merece la pena leerse entero. En él la más salvaje de las hermanas Brontë describe la fuerza de un amor tan visceral y un odio tan terrible que lleva literalmente a la ruina a las familias a las que roza, los Earnshaw y los Linton. La frase que pronuncia Catherine, «¡Nelly, yo soy Heathcliff!», da una idea de la violencia de las relaciones que se describen en esta obra maestra de la literatura.

3. Nada, de Carmen Laforet.

Con Nada, Laforet ganó el primer premio Nadal de la historia en 1944, cuando contaba tan solo 23 años. La historia de una joven que emigra a Barcelona para estudiar y ve como sus ilusiones se quiebran en una casa sombría, donde todavía habitan las sombras de la Guerra Civil, sedujo a los lectores de la época. Nada, sin embargo, se lee tan bien entonces como hoy; las descripciones impresionistas de Laforet sobre la Barcelona de la época y la agilidad de su estilo brillan con fuerza propia.

4. Puro fuego: Confesiones de una banda de chicas, de Joyce Carol Oates.

Un momento: ¿no se suponía que en esta lista NO había recomendaciones juveniles? Es cierto que esta novela de la eterna candidata al Nobel se ha publicado en algunas colecciones juveniles en Europa, pero siempre ha estado un poco «al límite». No es de extrañar, porque Puro fuego (Foxfire) contiene un torrente de escenas de violencia gráfica que casi sobrepasa a otras novelas claramente adultas de la autora, como Violación: Una historia de amor o Nosotros los Mulvaney. Puro fuego cuenta la historia de una banda de chicas en los años 50 y su camaradería, forjada para combatir los abusos de los hombres y las injusticias, que degenera en una espiral de violencia que incluye prostitución y asesinatos.

5. La amiga estupenda, de Elena Ferrante.

Los críticos y el público están confusos respecto a la identidad de Elena Ferrante, pero en general se ha metido a ambos en el bolsillo. Este libro es el primero de la llamada «tetralogía napolitana» y habla de los años de infancia de los dos personajes principales, Lila y Elena, en un barrio humilde de Nápoles, ciudad que se convierte en la verdadera protagonista de las novelas. Su título en italiano, L’amica geniale, hacía referencia a la gran inteligencia de ambas chicas, una cuestión que está continuamente en juego en el libro —¿a qué debemos aplicar nuestra inteligencia? ¿Hasta qué punto se nos permite hacerlo?— y que por desgracia no refleja la traducción en castellano.

6. El ancho mar de los Sargazos, de Jean Rhys.

Tomando prestado un personaje secundario de una novela clásica británica, Jane Eyre, de Charlotte Brontë, Jean Rhys escribe una especie de «precuela» absolutamente contemporánea acerca de «la loca del ático» y la razón de su encierro. La novela repasa la historia de los criollos en Jamaica y toma prestados varios elementos del vudú y de la propia Jane Eyre para hablar de la desigualdad, la asimilación cultural, el machismo y la pertenencia.

7. Las crónicas de Avalón, de Marion Zimmer-Bradley.

¿Libros fantásticos en esta lista? Sí, ¿por qué no? Igual que a una adolescente interesada por las distopías le puede venir bien leer Los desposeídos, la magistral obra de Ursula K. LeGuin, una amante de la fantasía de inspiración céltica puede encontrar más que interesante esta versión del mito artúrico contada desde la perspectiva de Morgana. Las crónicas de Avalón se componen de cuatro novelas en las que los personajes legendarios cobran una profundidad inusual y en las que se contrapone la caída del matriarcado céltico frente a los valores patriarcales del cristianismo. Zimmer-Bradley fue una de las autoras de fantasía y ciencia ficción más reconocidas de forma internacional, y hoy día sigue siendo alabada por su perspectiva inclusiva del género.

8. Persépolis, de Marjane Satrapi.

La gran novela gráfica de Marjane Satrapi ha sido adaptada al cine y obtuvo el Premio del Jurado en el Festival de Cannes, a la vez que desató las protestas del gobierno iraní. Con un dibujo icónico que se basa en la línea clara y el blanco y negro, la autora relata con honestidad la historia de su vida desde su nacimiento en Irán hasta el estallido de la revolución islámica, su exilio en Francia y sus posteriores intentos de regreso al hogar. La revista Newsweek le otorgó el puesto n.º 5 en su lista de mejores libros de no ficción de los años 2000.

9. Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan.

La jovencísima Françoise Sagan saltó a la fama con esta obra semiautobiográfica y con un estilo impecable en 1954, cuando solo tenía dieciocho años. En ella prefiguró buena parte de lo que serían las características de sus obras posteriores: los personajes burgueses y amorales, enfermos de spleen, las relaciones familiares complejas y un mundo que, a pesar de su glamour y su abundancia, esconde turbios secretos.

10. Beatriz y los cuerpos celestes, de Lucía Etxebarria.

No podía faltar en la lista uno de los libros más icónicos de los 90. Posiblemente la mejor novela de la autora, una provocadora nata de la Generación X, Beatriz obtuvo el premio Nadal en 1998 y fue alabada por público y crítica. Es la historia de una joven que huye de su ciudad, Madrid, y del amor no correspondido que siente por su amiga Mónica, para tratar de encontrarse a sí misma en la fría y gris Edimburgo. Una historia adelantada a su tiempo que despliega un torrente de lenguaje coloquial, problemas con las drogas y los amores obsesivos que marcarían muchas obras –y vidas– de la década de los 2000.

11. Memorias de una joven formal, de Simone de Beauvoir.

Simone de Beauvoir fue una de las pioneras de la nueva ola del feminismo, catedrática en La Sorbona y pensadora existencialista junto a su compañero Sartre, pero no todo el mundo sabe que también escribía ficción. Tiene varias novelas dignas de mención; por ejemplo, su obra Los mandarines obtuvo el premio Goncourt y describe el incierto panorama ideológico de la izquierda después de la Segunda Guerra Mundial a través de unos personajes que son trasuntos de los propios pensadores existencialistas de la época. Memorias de una joven formal, a pesar de ser una autobiografía (junto a tres otras partes; de Beauvoir no se caracteriza por su brevedad), utiliza tantos recursos narrativos y omite tantas partes de la vida de la propia Simone de Beauvoir que se lee mucho más como un libro de ficción que como una obra documental. Perderse en los pensamientos de una de las mentes más preclaras de la Francia de posguerra, que desde la más tierna edad ya lamentaba ser tratada como un objeto o un animal, es recomendable para cualquiera para quien lo personal sea político y viceversa.

12. Kitchen, de Banana Yoshimoto.

Esta novela breve de la que entonces no era más que una gran promesa de la literatura japonesa incluye muchos elementos similares a las novelas de Haruki Murakami; en particular, los personajes estrambóticos y obsesivos, lo sobrenatural como otra cara de la realidad y el sentido de la maravilla en los lugares comunes. En Kitchen, una chica se muda a la casa de un joven amigo, Yuichi, mientras intenta superar la muerte de su abuela.

13. Relatos africanos, de Doris Lessing.

Doris Lessing (a quien el premio Nobel le sorprendió volviendo a su casa, ya anciana, y dijo «¿a estas alturas?») pasó gran parte de su vida en una granja en Rodesia del Sur. Sus Relatos africanos, que pueden encontrarse en un solo volumen o en varios (con el título de Cuentos africanos), son una oda a un estilo literario maduro y seguro de sí mismo, a la vez que recogen toda serie de experiencias vividas en estas tierras y pintan un impresionante retrato al óleo del África poscolonial.

14. Claudine en la escuela, de Colette.

Aunque se recuerda a Colette, sobre todo, como una autora de novela erótica, las novelas de Claudine resultan hoy en día más bien cándidas en ese sentido, pero describen muy bien las contradicciones y la doble moral de la sociedad burguesa de la Francia de principios de siglo. En Claudine en la escuela, la decepción sentimental que vive la protagonista al ser rechazada por su profesora marca el resto de su aprendizaje (o desaprendizaje) erótico.

15. Una habitación propia, de Virgina Woolf.

En estos tiempos en los que predomina la lectura ultrarrápida, hace falta un poco de paciencia para leer las obras más reflexivas, como las de Simone de Beauvoir o la modernista-deconstruccionista Virginia Woolf. Sin embargo, la lectura de la exquisita Una habitación propia (a medio camino entre el ensayo, la novela y cualquier otro género) lo merece. Esta obra es vital en tanto que reflexiona sobre el rol de las mujeres en la cultura y su aportación. Se dice que cuando una adolescente la agarra, no la puede soltar. Para bien.Facebooktwitterlinkedintumblrmail