La escritora que se puso a ver GH VIP por #Blumettra

Actualización: La historia de #blumettra tuvo un final abierto, por desgracia, pero puedes leer el fanfic romántico que escribí de una sentada imaginando que Elettra y Daniela volvían a hablar. 🙂

El último mes he estado un poco bastante enferma con lo que ha resultado ser un bicho en la barriga. Por estar inmunodeprimida debido a mi compañera de fatigas, servidora pilla infecciones como si no hubiera un mañana y en ocasiones cuesta librarse de ellas.

En parte por hastío y en parte para intentar distraerme, me dediqué a ver vídeos y a investigar fandoms que en la vida me han llamado la atención. Tenía como una necesidad muy grande de irrelevancia, de evasión de las visitas continuas al médico, de algo inocente y tontuno que me entretuviera.

Ahora os comento…

Así me topé primero con #Camren, ese curioso ship de Fifth Harmony ya bastante muerto y enterrado pero que en su momento dio mucho que hablar. Al ver esa montaña de vídeos, fanfics, fotomontajes y teorías más o menos plausibles, mis pensamientos fueron:

1.º: Joder, si las muchachas NO estaban liadas, qué presión.
2.º: Joder, si las muchachas estaban liadas, qué presión.

Me leí algunos fics. No es necesario citarlos porque, sinceramente, no me impresionaron más allá de su longitud y su número de lecturas. Me sorprendió que en muchos de ellos se obviara el aspecto de que las chicas son famosas y forman (o formaban) parte de un grupo musical, porque para mí era el quid de la cuestión. Si le quitas ese aspecto y escribes un romance lésbico sin más (y teniendo en cuenta que yo podía entenderlos sin apenas conocer al grupo, muy complicados no serían), la historia no deja de ser una narración romántica sin absolutamente nada de particular.

Por eso me centré en los fics en los que Camila y Lauren actúan conociendo la idea de Camren, para bien o para mal. 🙂 Como seguramente sepáis, me llama mucho la atención la idea del fandom y cómo interactúan los fans con sus objetos de deseo. Y en estas, estando yo desprevenida y con la guardia baja, comencé a ver tuits en mi timeline acerca de un concepto desconocido: #Blumettra.

Elettra Lamborghini y Daniela Blume haciéndose un selfie, tía.

Para no cansar al lector que seguramente no tenga ni la menor idea sobre esto: resulta que hay un programa de televisión llamado Gran Hermano que fue el gran éxito de una cadena que por entonces se dedicó a programar toda su parrilla en función del citado programa. Dicho espectáculo creó una versión VIP de sí mismo en la que participaban famosos (gente conocidilla), supongo que porque el mercado tampoco podía absorber tanto famosillo exclusivamente creado por y para el programa. Yo nunca había visto Gran Hermano. Bueno, miento: vi la final del GH1 porque coincidió que estaba atrapada en una casa donde SE VEÍA GRAN HERMANO COMO DOGMA Y OBLIGACIÓN, y me pareció el peñazo más insoportable del siglo.

Este mes, este año, en 2017, he hecho lo nunca visto. Lo que jamás me imaginé haciendo. Por curiosidad, he sintonizado Telecinco y he elegido, por voluntad propia, «Gala GH VIP». ¿Resultado? Un peñazo igual de inaguantable que el primero. Horas y horas de discusiones irrelevantes, de dramáticos intentos de acercamiento, de presentadores comentando durante horas hasta el más mínimo detalle de gente que ni me va ni me viene. Pero ¡ah, ah! Si las galas son un aburrimiento, al menos lo seguiré en Twitter, porque está eso de #Blumettra…

#Blumettra son Daniela Blume y Elettra Lamborghini, dos participantes de GH VIP (¿las conocíais? Gracias, yo tampoco) que se atraen salvajemente y se pasan la mitad del tiempo tonteando y la otra mitad dramando y peleándose. Lo de que se atraen salvajemente no lo digo yo, es de pleno conocimiento. Claro que en esa casa tampoco hay mucho que hacer, así que es normal que uno acabe una semana peleado con alguien y la otra semana zumbando sobre el colchón con esa misma persona.

A mí cada vez que una se pone las gafas y la otra el traje de leopardo me da como ternura.

De alguna manera me han tocado la fibra sensible. Quizá sea porque, al menos por lo que parece, (aún) no se han dignado o no se han atrevido a echar un polvo, comportándose más bien como dos adolescentes en la edad del pavo. Quizá sea porque Daniela Blume, su punto choni y su particular visión de la vida me evocan bastante a una Nick con veinte años más. Quizá sea porque Elettra es una Paris Hilton muy cuqui y con una expresividad bastante hilarante, y yo siempre he tenido simpatía por Paris Hilton, que participa en realities sin tener la más mínima necesidad de ello.

Pero reconozco que lo que me ha atrapado, y lo que me ha hecho seguir el hashtag de esas dos a través de Twitter (además de #VIPdirecto, por supuesto), han sido sus fans. Claro, #Camren ya había acabado cuando yo llegué, pero #Blumettra está sucediendo ahora. Los fans de #Blumettra están locos por que se arreglen y se líen como parece que tienen ganas de hacer.

Pero Telecinco es el mal y lo está demostrando con creces. Al principio me sorprendió que hablaran de TODO menos de #Blumettra, pero supuse que se lo estarían guardando para el final y que primero querrían meter un montón de mierda entre ellas, que tengo entendido que es lo que da juego en los realities. Ahora tengo una visión distinta.

El programa mandó a Elettra a Brasil a hacer un intercambio con el Gran Hermano de allá, y supongo que si de paso se liaba con algún brasileño, pues mucho mejor. Pero eso no ha ocurrido y, sin embargo, los fans de #Blumettra han montado una serie de comandos que ríete tú de la organización de los de verdad que seguían el viaje de Elettra y su vuelta a la casa de Gran Hermano. Su misión era transmitirles a las chicas este mensaje: Elettra, Daniela te quiere; Daniela, Elettra te quiere. Así de sencillo y así de tontuno, una especie de declaración de amor y de vía libre para las dos.

Y han conseguido que ellas dos se enteren pese a la seguridad de los aeropuertos de Barajas y Río de Janeiro, pese a la acústica impenetrable de la casa de Gran Hermano y pese a quien le pese. Han sido trending topic varias veces en un fin de semana de fútbol. Han hecho directos, han esquivado policía y han coordinado casi en secreto la subida a Guadalix. Realmente, me quito el sombrero.

SÍ, POR FAVOR. ESA CHAQUETA DE DAMA ROSA. ESAS ZAPATILLAS. SÍ.

Ante esto, la respuesta de Telecinco ha sido callar como una puta y, al final, responder con una de las entradas de blog de Daniela en la que decía que la casa estaba mucho más tranquila sin Elettra. Eso es ser malo y no lo de los concursantes.

Cuando trabajaba en la tele, una de las cosas que odiaba era la superioridad de la que hacían gala algunos, como si el hecho de que tú producías lo que veían otros te hiciera mejor que el resto de la humanidad. Estoy casi segura de que la censura al tema #Blumettra no se trata (solo) de homofobia ni, probablemente, ni siquiera de audiencia. Es que a alguien se le ha metido entre ceja y ceja que a esas niñas que van a gritarles cosas a las de GH VIP hay que hundirlas. Que las carpeteras (porque, a estas fechas, me he enterado de que así se llama a las shippers de Gran Hermano) son una raza inferior y los productores siempre tienen la razón.

Por supuesto, tú en un reality puedes manipular a tu antojo, porque dispones de toda la información que a los participantes les falta. Puedes hacer que la gente se reconcilie de un plumazo. Puedes unir parejas, romper amistades, meter concursantes nuevos de sopetón, hacer que todo el mundo desconfíe de todo el mundo. Es muy probable que algunas de estas cosas incluso vengan pactadas de antemano.

Pero es fascinante, divertido y un poco triste, al mismo tiempo, ver a estas chiquillas (porque la gran mayoría son chicas y jóvenes) echarles semejante pulso a los controladores del reality y poner tantísima carne en el asador. Todo por dos chicas del VIP que, SINCERAMENTE, YA PODRÍAIS ARREGLAROS SOLAS.

No me fascina tanto #Blumettra sino todo en torno a #Blumettra, el fandom en torno a #Blumettra y las cosas que estas chicas jóvenes son capaces de hacer en contra de los santos cojones de esas personas que están por encima en Gran Hermano. Porque me gusta mucho cuando los fans son capaces de burlar las limitaciones.

Y porque, qué demonios, yo también soy un poco romántica y quiero que triunfe el amor. Y a ser posible, que la del disfraz de Supergirl y la del disfraz de vaca se coman la boca frente a las cámaras en honor de todas esas chicas que tantas ganas han tenido de hacerlo antes de ellas, y en contra de la voluntad de aquellos que intentan vender cualquier relación antes que esa.

Con amor, siempre.

Ahora, si me disculpáis, tengo que cenar y volver a mirar si Elettra ha llegado ya a Guadalix. Irrelevantes abrazos.

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El eurodance de los 90

Vamos con otra publicación mamarracha y nostálgica para ilustrar la época en la que está situada Un pavo rosa.

Probablemente se recuerden los años 90 como una época musical ecléctica en la que despegaron estilos tan opuestos como la música electrónica, el hip-hop comercial, el pop de las boybands, el desert rock de Foo Fighters o el grunge de Nirvana y sus continuaciones. Cada una de estas cosas daría para una entrada sabrosísima, pero hoy me quiero centrar en lo que se llamó «eurodance» o «dance europeo» y que hoy vuelve a tener cierta pegada bajo el nombre camuflado de «música disco de los 90».

El eurodance no tiene mucho que ver con la música disco de los 70 u 80. Era una extraña mezcla de estilos house, bases techno y vocales pop que se hizo increíblemente popular allá por la década de los 90. En muchos locales ocupaba el lugar de lo que después sería la «pachanga» y quizá posteriormente el reggaetón. Aunque podemos rastrear sus inicios desde casi finales de los 80, no llegó a ser conocido por el gran público hasta mediados de los 90, cuando llegó al culmen de su popularidad.

Muchas de estas canciones se basaban en la fórmula de base de máquina + chico rapeando + chica en el estribillo, que normalmente se repetía hasta causar perforación de meninges o efecto hipnosis en los cerebros tiernos como los de Álex, Nick y sus amigos. Por algo reinaba en las discotecas con público joven.

La denominación de «euro» es porque fue un estilo que, pese al desconocimiento del gran público, se producía sobre todo en los países nórdicos y la vieja Europa. No exagero: casi todos los grupos que podáis recordar de este palo eran europeos. Muchos estaban incluso formados por integrantes de varias nacionalidades, como el grupo danés-noruego Aqua (responsables del éxito Barbie Girl) o los Vengaboys (Boom Boom Boom Boom, Up & Down). Detrás de ellos había astutos productores alemanes, belgas o suecos que se esforzaban por llevar los temas de las pistas de baile a las radiofórmulas. Y vaya si lo consiguieron…

El eurodance se hizo mainstream con canciones como Bailando, de los belgas Paradisio (a lo mejor la conocéis por la versión de Astrud), o el sorprendente éxito Saturday Night, de la danesa Whigfield. Este último fue un vídeo producido con cuatro perras para una cantante que ya tenía unos años. Nadie esperaba que fuera a convertirse en la canción de moda para niños y mayores y que todo el mundo se aprendería el famoso bailecito, que después sirvió de inspiración para temas como Aserejé.

El eurodance importaba de todos sus estilos y de su reino más vasto, las discotecas, unas letras cargadas de alegría (más bien éxtasis) y de sexualidad explosiva. Y a pesar de ser tan machista como cualquier otro, muchos de sus temas tenían ese toque de que era imposible tomárselos en serio, por lo que en ocasiones surgían éxitos que desafiaban lo normativo sin que nadie se diera cuenta de ello. Como muestra, la canción Shut Up And Sleep With Me, de los alemanes Sin With Sebastian, que si fuera más gay habría sido el tema principal de algún Orgullo.

I love your body
Not so much I like your mind
In fact you’re boring
Pretending not being of my kind
You keep on talking of some girl that I don’t know
When will you shut up and when will we go

Aunque casi todo el eurodance se produjo y escribió en inglés (en ocasiones inglés de Cuenca o de Turín, pero inglés después de todo), hubo algunos cantantes o DJs que se hicieron famosos con letras en otros idiomas. Por ejemplo, el alemán Sash! tenía por costumbre grabar cada tema en un idioma: Ecuador en español, Mysterious Times en inglés, La primavera en italiano y Encore une fois en francés. Y eso solo fueron unos pocos…

A partir de 1997, la popularidad del eurodance fue declinando progresivamente y se metamorfoseó en otros géneros, pero artistas del calibre de Fatboy Slim, Kate Ryan, Katy Perry o la mismísima Lady Gaga hunden sus raíces en este tipo de música, si bien en muchos casos han evolucionado con los tiempos.

Hoy día me pasa a menudo que entro en un sitio y me quedo a cuadros: «¿Están poniendo eurodance de los 90?». ¡No! La música dance de hoy día, con Avicii o David Guetta, ha vuelto a un punto en el que se parece bastante a lo que había entonces. Más elaborado, más digital, con menos máquina, pero el concepto es parecido: voz melódica sobre música electrónica bailable. No es un mal punto de partida.

A todo esto, si tenéis un local y queréis organizar una fiesta de los 90 con este tipo de música, antes que organizar un aborto vil que acabe no teniendo nada que ver con los años noventa (como me ha ocurrido en la mayoría de fiestas de este tipo a las que he asistido), me podéis pedir consejo. Pese a todo, algunos todavía le tenemos respeto a nuestra adolescencia.

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Cuando Eurovisión es político y otras mamarrachadas

Ha pasado el festival de Eurovisión de este año como un vendaval y nos ha dejado como ganadora una canción cantada en inglés con cuatro palabras en su idioma en tártaro de Crimea: la ucraniana 1944, de Jamala. Supuestamente está basada en la deportación masiva de los tártaros de la península de Crimea ordenada por el gobierno soviético de Stalin, en teoría por haber sido colaboracionistas nazis. Y si la teoría falla, simplemente porque le salía del nabo.

Eurovisión es la mamarrachada musical que veo todos los años y a la que he logrado aficionar a mis amigos. Nunca me he tomado el concurso en serio, ni siquiera cuando decía que no me gustaba. Creo que lo veo un poco por homenaje a un amigo mío, hoy fallecido, que defendía que había buenos números musicales en el festival (y no le faltaba razón, siempre se cuela algo interesante), y otro poco porque de vez en cuando me gusta desconectar y bitchear acerca de vestidos horrorosos, sonrisas a la cámara, voces desafinadas y bailarines haciendo cosas extrañas mientras el cantante de turno intenta defender lo que a veces es indefendible. Con todo, hay que reconocer que es un magnífico espectáculo.

Eurovisión siempre ha prohibido las referencias a la política en sus letras porque se supone que es un concurso buenrollista, de unión y amor, donde todos los países se llevan bien y aunque haya alguien cosiendo a bombazos al vecino, no lo vamos a decir porque aquí venimos a llevarnos bien. Algo así como la Liga o esos festivales similares de fútbol para los que no nos gusta el fútbol, que también somos legión.

Sin embargo, a veces es muy difícil excluir ya no la política, sino simplemente la actualidad de las letras musicales (aunque el vacío existencial de muchas letras de canciones modernas vendría a contradecirme). Por ejemplo, mientras nosotros nos reíamos de esa referencia a Hugo Chávez del innombrable Chikilicuatre —la chorrada puesta en marcha por La Sexta para reírse del concurso de TVE, que acabó haciéndose tan gorda que tuvieron que enviar al actor a Eurovisión—, la Unión Europea de Radiodifusión consideró que la letra hacía referencia a asuntos políticos y que había que cambiarla. No es que nadie se enterara demasiado.

Este año Ucrania ha ganado no con una referencia a la actualidad, sino al pasado. La letra de 1944, inspirada en la deportación de la abuela de Jamala, se parece a esa serie de televisión en la que parece que hay bollerío pero en realidad está todo en tu imaginación: con una letra que, si la analizas, no dice nada, hace una referencia sutil a toda una tragedia humanitaria que sucedió hace no tanto tiempo. Teniendo en cuenta que Rusia partía como favorita con una canción efectista que llevaba al extremo la interactuación con el escenario, como el sueco del año pasado, esto ha sido un “zas en toda la boca” para los que apoyaban al cantante de la ex Unión Soviética.

Claro, los ánimos están calientes. A Ucrania le ha faltado tiempo para colgarle medallas a la cantante de 1944 y a Rusia le ha sentado como una patada en la entrepierna esa victoria con esa canción que medio se ve, medio no se ve. Dicen que vulnera las reglas, que es política. Si incluimos este tipo de canciones en “política” —y deberíamos, porque las fronteras entre lo público y lo privado son muy tenues—, una se pregunta qué deberíamos pensar cuando Rusia, en 2015 y en plena guerra de Crimea, manda a su cantante Elsa de Frozen Polina Gagarina a cantar sobre la paz mundial. O todas esas veces que Israel, justo cuando la violencia en Palestina se recrudecía, enviaba tiernas canciones con mensajes de entendimiento al festival («There Must Be Another Way», 2009). ¿Tendrían que haberlas prohibido también?

Bajo su capa de amor y buen rollo, Eurovisión oculta bastantes sobornos y deja entrever las tensiones geopolíticas de muchos de los países participantes. El año pasado tuvimos el pifostio, rápidamente silenciado, en el que se metió Armenia al enviar un tema (de nuevo supuestamente) sobre el genocidio armenio en la 1ª Guerra Mundial con un estribillo que entona «Don’t Deny«. Vamos, una canción hecha a medida para alegrar las caras de Turquía y Azerbaiyán. Al igual que para el canal oficial ruso la canción de Jamala de este año era sobre «los tártaros que se mudaban», para esta gente los armenios tenían que ser personas que cambiaban alegremente de casa y saltaban para clavarse bayonetas en la espalda porque les apetecía.

Históricamente, recuerdo ese 2009 en el que no pudo enviarse la canción de Georgia, «We Don’t Wanna Put In», porque alguien sagaz detectó que ese put in sonaba demasiado como Putin, y a Rusia le faltó tiempo para desplegar toda su maquinaria coercitiva e impedir que la canción de Georgia se presentara en el festival. Razón por la cual los georgianos votan últimamente a Rusia con tanto cariño. En el 2007 también hubo una canción polémica, la de Israel, con ese despreocupado «he’s gonna push the button» que se interpretaba que hacía referencia al pulso nuclear con Irán, aunque la canción no hacía distinciones entre quién iba a apretar el botón y acabó presentándose sin problemas.

Poco afecto hay también entre Chipre y Grecia, dos países que tradicionalmente participan en el festival. En 1976 ocurrió algo muy parecido a lo que ha pasado ahora: después de un año de ausencia por problemas internos y la invasión de la región septentrional de Chipre por parte de Turquía, Grecia reaparece con una canción protesta llamada «Panagia Mou (The Death of Cyprus)» que les sienta a los turcos como una patada en la boca. Esa canción no se vio en la televisión turca.

Pero la “política” en Eurovisión no se ciñe exclusivamente a lo geopolítico ni a los enfrentamientos entre Estados. Últimamente hemos visto muchas canciones sobre el drama de la emigración (desde De la capăt de Voltaj, la canción de Rumanía de 2015, hasta Utopian Land de Argo, la propuesta de Grecia de este año). Sorprende un poco que aún nadie haya dicho mucho sobre la inmigración, un tema con el que Europa tiene un serio problema por la forma en que lo afronta. Quizás porque sería destapar la caja de Pandora.

Por último, el tema LGBT y los derechos sociales siempre han estado muy presentes, teniendo en cuenta que gran parte de los seguidores del festival son homosexuales. Cuando Dana International ganó el festival de 1998 por Israel, lo hizo casi por sorpresa: nadie se había parado a pensar en el logro tan impresionante que suponía que una cantante transexual (repito, representando a Israel) ganara en un festival de semejante calibre.

Lo gracioso es que Eurovisión siempre fue muy gay, tal como demuestran temascomo Samo Ljubezen, de Eslovenia (2002), pero parece que solo somos conscientes de ello desde que ganó Conchita Wurst en 2014 con su combinación de vestido y barba. Desde esos años, hemos tenido pequeñas polémicas como el beso lésbico de Finlandia en 2013 y más chicos/chicas se han besado entre ellos en el escenario, pero lo dicho, es una tontería, teniendo en cuenta que Turquía ya ganaba en 2003 con Everywhere That I Can, esta propuesta de tintes lésbicos. Que dudo que fueran conscientes de ello, pero fue lo que les salió.

Por cierto, que las que realmente se tenían que haber morreado en el escenario fueron las t.A.t.U. en 2003 y al final no lo hicieron. Rusia es un país realmente extraño: por una parte, condena la homosexualidad flagrante; por otra parte, va y tiene un grupo de dos niñas a las que les pide que finjan cometer actos de homosexualidad flagrante, porque eso vende.

Hasta aquí la crónica eurovisiva, pero no la crónica de mamarrachadas. Lo mejor me lo reservo para otra entrada.

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