Cómo crear un hábito de lectura

Hay gente que, cuando se entera de que escribo libros o de que trabajo con libros, me dice enseguida que le gustaría leer más. Al principio solía tratar a estas personas con cierta condescendencia (porque, al fin y al cabo, nadie les impide leer), pero luego recordé que yo también pasé por una época, en torno a los veinte años, en la que leía muy pocos libros al año y me lamentaba por ello. Habiendo sido una gran lectora en mi infancia y adolescencia, me resultaba raro y echaba de menos la sensación de perderme en un libro. Quería leer, pero no podía.

Vamos a ver si os identificáis conmigo a los veinte años: Superusuaria de internet, con un montón de proyectos en la cabeza, que ve un montón de series y sigue un cuatrillón de webs. Capaz de devorar fanfics largos en menos de una hora. Incapaz de tomar un libro que no sea de los de pim, pum, pam y sentarme a leerlo porque, simplemente, «no me centro» o «se me va la cabeza a otras cosas».

Si tu caso es parecido, lee este artículo. Porque la lectura tiene mucho de hábito y el mundo actual tiene un montón de cosas que van en contra de forjarse un buen hábito de lectura.

Lo primero que tienes que tener claro es:

1. Te quejas de no leer… pero tú ya lees.

Si te has identificado con mi retrato de jovencita, podrás darte cuenta de que, en realidad, tú ya lees. La palabra escrita es el medio por antonomasia para transmitir información o conocimiento y, a pesar de que digan que vivimos en un mundo audiovisual, la transmisión de nuestra cultura se sigue realizando en buena parte a través de la escritura y la lectura.

La mayoría de personas que me dicen «me gustaría leer más» ya leen. Suelen ser seguidores de periódicos o revistas especializadas, de blogs, de fanfiction, lectores de cómics, jugadores de videojuegos muy narrativos… ¡Se lee muchísimo! Lo que pasa es que, efectivamente, eso no son libros y la forma de «leerlos» es diferente. Activan regiones diferentes de tu cerebro y suponen una experiencia distinta.

Aun así, no estás contento. Pasemos al siguiente punto:

2. Crees que no lees (suficientes) libros.

Quieres leer libros, pero no los lees. O lees muy poco, de dos a cinco libros al año a lo sumo. Y tienes la sensación de que deberías leer más libros. Porque a tu alrededor se leen libros y la gente que mola habla mucho de libros.

Vamos a poner las cartas sobre la mesa. Yo creo que leer libros es muy importante, porque hace cosas en tu cabeza que ningún otro medio puede hacer. Pero serás consciente de que los libros, al haber sido el vehículo principal de transmisión de nuestra cultura, gozan de una extraordinaria buena prensa. Solo tienes que ver la cantidad de gente que se hace famoso y… ¡escribe un libro! El libro es símbolo de cultura, de estatus. Está socialmente bien visto, incluso si es el bestseller más ramplón (como mucho, la biografía de Belén Esteban puede ser una excepción). Mejor leer novelas de entretenimiento que no leer. Tú también lo piensas, ¿verdad?

Es probable que pienses que llevar un libro bajo el brazo te hace mejor persona, más deseable o más interesante. Y como ser queridos y aceptados es algo que necesitamos todos, intentas leer libros. O hacer como que los lees, que es lo que hace la mayoría: tenerlos de exposición, discutir sobre libros de los que solo has oído hablar, citar otros que en realidad nunca has abierto…

Hay demasiado postureo en el mundo de la lectura. Todos ganaríamos si dejásemos de leer como si alguien nos estuviera mirando por encima del hombro y tratásemos nuestras lecturas como algo parecido al modo incógnito del Spotify. Leer debería ser una actividad que quieras realizar por sí misma, por los beneficios que te reporta. Por el contrario, leer por obligación o por darse importancia suele, por desgracia, tener un efecto perverso para el hábito lector.

Tu problema puede ser algo tan sencillo como que estás intentándolo con los libros equivocados. A lo mejor no eres un gran lector de novelas, pero sí de relatos. O a lo mejor, por la razón que sea, te gusta la chick-lit. ¡O a lo mejor ni siquiera te gusta la ficción! (Aunque no lo creas, conozco personas muy, muy cultas y muy interesantes que nunca leen ficción.)

Así que date un respiro, deja de intentar meterte en vena lo que en realidad no te llama y ve a por aquello que te despierte el interés. Vamos, que te pongas ese petardeo que llevas tanto tiempo queriendo oír. No tienes por qué casarte con un género. Y a lo mejor, más adelante, descubres que tus gustos han cambiado; es totalmente lícito.

¿Sigo sin dar del todo en el clavo? Entonces lee el siguiente punto:

3. Quieres leer, de verdad, por lo que te hace sentir, pero no consigues concentrarte en un libro.

Recuerdas que leer es bonito y lo echas de menos. A lo mejor leías mucho de pequeño, pero en los últimos años tomas un libro y no sabes lo que pasa: tu cabeza salta inmediatamente a otras cosas. No es que te guste ni que te disguste, es que leer se ha convertido en una tarea titánica.

Bienvenido al mundo moderno.

A riesgo de sonar como una mujer de las cavernas, para mí está claro que el «multitasking» se ha convertido en uno de los peores enemigos de la lectura. Tomamos un libro y de pronto nos viene a la cabeza lo que teníamos que comprar para la cena. O te pones a darle vueltas a lo que te ha dicho ese día tu jefe en el trabajo. O recibimos un whatsapp y hay que atenderlo inmediatamente, porque puede ser urgente (antes la gente te llamaba para las cosas urgentes; hoy puedes recibir la noticia de que alguien se ha roto una pierna por WhatsApp).

En estudios científicos se ha comprobado el efecto «dispersor» de los móviles y ordenadores en nuestras cabezas. Las pantallas, tan útiles para otras cosas, ejercen varios efectos negativos sobre nosotros. Ante todo, dificultan la concentración lectora porque no estamos solos frente al texto, sino leyendo, chateando, consultando el correo y comprando algo en Amazon, todo a la vez. Si leemos mucho en la tableta, en el móvil o en el ordenador mientras tenemos todas las aplicaciones abiertas (o vemos series mientras nos pintamos las uñas, o jugamos mientras escuchamos música…), nos acostumbramos a que la experiencia de lectura es algo intermitente donde «extraemos lo importante» en lugar de leer en profundidad. Por eso las personas que leen mucho en internet se vuelven auténticos expertos en el arte de encontrar palabras clave en una página o deducir su estructura.

El problema es que es como ir al gimnasio y entrenar siempre en la misma máquina: es difícil desarrollar este músculo y a la vez el músculo de la concentración. Y la mayoría de los libros, por ligeros que sean, requieren un mínimo de concentración. Así que, si quieres volver a disfrutar de los libros «como antes», me temo que tienes que ponerte a trabajar un grupo de músculos que actualmente tienes un poco fofos y olvidados. Es un trabajo arduo, pero los resultados merecen la pena.

No descartes otro hecho importante: las pantallas con retroiluminación requieren más esfuerzo visual y nos agotan más rápido. Cuando yo era joven, me pasaba muchas horas moviendo los ojos delante de un ordenador y después solía sentirme muy cansada. Como hoy en día la mayoría trabajamos con ordenadores, salimos del trabajo con una fatiga visual importante. Si estás intentando leer en tu móvil o en una tableta después de muchas horas así, no me extraña que tu cabeza esté cansada y «salte» automáticamente a otras cosas.

Yo te recomiendo dos cosas muy sencillas: la primera, no leas libros en el ordenador ni en el móvil. Lee en papel o utiliza un dispositivo con tinta electrónica, notarás la diferencia. La segunda: Cuando estés leyendo, simplemente lee. Te vendrán a la cabeza un montón de cosas que podrías estar haciendo. Ignóralas. No mires el móvil. No respondas a los mensajes (a menos que esté ardiendo la casa de alguien). Tendrás tentaciones de meterte en Facebook para continuar ese interesante debate que habías dejado a medias. Resiste. Y cuando hayas logrado dejar pasar una hora, te darás cuenta de que, a lo mejor, no era tan importante responder inmediatamente al GIF animado que te habían pasado por WhatsApp o comentar esa foto de Instagram. No se han ido a ninguna parte, siguen ahí, y ahora puedes dedicarles todo tu tiempo. Esto son enseñanzas valiosas en la vida en general, pero se hacen especialmente útiles a la hora de leer libros.

Lo que nos lleva al punto 4…

4. Quieres leer, pero… no puedes evitar pasar demasiado tiempo en «actividades irrelevantes». O sea, estar en Facebook, tragarte series enteras en un solo día o pasarte 350 niveles del Candy Crush.

Ya he mencionado la buena prensa que tiene la lectura (de libros) frente a todas estas actividades aparentemente irrelevantes. Es un error pensar que un libro, por el mero hecho de existir, es más interesante que tu Twitter. Hay libros que son verdaderos truños y que merecen menos tiempo del que se tarda en responder a un tuit.

Ahora bien, seamos sinceros. A menos que tu Facebook sea muy diferente al mío, sabes perfectamente que el 85% de todo lo que ves allí son chorradas. Pero el uso de redes sociales responde a necesidades muy diferentes que la lectura y que tienen que ver mucho más con la comunicación que con la relevancia del mensaje. Así que no te sientas culpable ni intentes comparar ambas cosas en una escala de «relevancia», porque es como comparar el tocino con la velocidad. Ni siquiera intentes comparar el «enganche», porque estamos programados para que nos resulte mucho más adictiva una serie (que es audiovisual) o un juego (que es interactivo) que un libro. Todo lo que se parezca más a nuestra experiencia del mundo nos resulta mucho más absorbente y es más fácil de asimilar por nuestro cerebro. Por el contrario, la palabra escrita no es transparente: necesitas conocer una serie de códigos para leerla y luego tu cabeza debe reconstruir la narración para entenderla. Si tu cerebro está acostumbrado a descodificar estímulos inmediatos y no a leer en profundidad, te supondrá mucho más esfuerzo leer un libro.

Normalmente yo no encuentro nada malo en que la gente haga lo que le gusta y le reporta placer, pero mi impresión es que las personas que se sienten vacías y angustiadas con este punto han ido demasiado lejos. Es evidente que las actividades que te proporcionan estímulos inmediatos te satisfacen en cierta medida (porque si no, no las harías); pero parece que esa otra parte de ti, aquella a la que le gusta leer libros, está insatisfecha porque se le ha dado de lado.

Lo bueno es que todo es un hábito y que los hábitos pueden modificarse. La capacidad de concentrarte en un libro sigue dentro de ti, solo que debes ponerle las cosas más fáciles. La clave está en crear una rutina. Si lo que quieres es leer más, tendrás que ir reintroduciendo la lectura de libros en tu día a día de forma consciente y, sí, eso supondrá probablemente reducir el tiempo que dedicas a las «actividades irrelevantes» (que muchas de ellas tampoco lo son). Examina fríamente el tiempo que dedicas a cada actividad y recorta de aquellas que no te hagan sentir bien para leer. Sobre todo, no te dejes llevar por la urgencia del momento, porque ya has visto que la mayoría de cosas siguen ahí cuando regresas a ellas y porque, en una escala de inmediatez, los libros siempre tendrán las de perder.

No pienses que no te va a costar. El mundo se encargará a menudo de recordarte que, si no participas en ciertas interacciones (la conversación sobre esta serie, este chiste, la interacción en el grupo de amigos del WhatsApp), te estás perdiendo algo muy importante. Sé tozudo y recuerda que leer es una actividad que te resulta placentera, así que es importante que leas. Créeme: al igual que te has acostumbrado a jugar una hora diaria al Candy Crush (por decir un juego tontuno), puedes acostumbrarte a leer una hora diaria.

5. Tu vida es muy complicada y te es imposible sacar tiempo para leer.

El día tiene 24 horas y no más: el eterno problema del tiempo y de las elecciones vitales. Bien, si realmente quieres leer, tendrás que sacar tiempo de donde sea. Vamos a buscar las actividades menos importantes. ¿Limpiar casa? Vale, sí, importante. ¿Limpiar casa en profundidad? Quizá menos importante. ¿Cocinar? Importante. ¿Cocinar todos los días? ¿No puedes pedir comida un día? ¿O espaciar esa temporada de serie que estás viendo en uno o dos capítulos a la semana? ¿De verdad es tan grave? ¡Si antes lo hacíamos así todo el rato!

Lee de poco en poco. Es lo mejor para ejercitar el hábito. Cuando tengas un rato en el transporte público, saca un libro. Acostúmbrate a leer antes de dormir. O en el baño. (El baño es un lugar extraordinario donde se han forjado los mejores lectores.) Cuando el niño duerma la siesta, en lugar de zapear sin rumbo por los programas de la tele, intenta leer ese libro que tienes a medias.

Es complicado, pero no es imposible. Ya verás que, cuando tienes el hábito, todo viene rodado y los libros pasan por ti cada vez más rápido.

Por último, si nada de esto es exactamente tu caso, podría darse que:

6. Escribes… y eso no te deja tiempo para leer.

Me encanta esta última porque es como una paradoja suprema. Hay personas a las que les ocurre que escriben tanto y con tanto entusiasmo (novelas, fanfics, relatos, poesía, etc.) que apenas pueden leer los libros de otros. Lo más que leen son sus propias historias cuando las corrigen.

Novedades: sin lectores, no hay libros. Punto. Si tú esperas que te lean en algún momento (y no me salgas con falsa humildad, porque es algo que nos gusta a todos), deberías esforzarte por leer libros ajenos. Entre otras cosas, porque jamás he conocido un escritor verdaderamente bueno que no fuera también un gran lector. O dicho con menos pedantería: porque leer te saca de ti y de tu mundo. Y porque eso, inevitablemente, redundará en una riqueza mucho mayor de tus historias, de tus personajes o de tu prosa.

Leer libros es como viajar. Ves muchas cosas y algunas te gustan más que otras. Pero expande tus horizontes de una manera que no tiene parangón. La persona que lee comprende mejor a los demás, se entiende mejor a sí mismo y entiende mejor su propio mundo. Creo que no hay nada que un escritor pueda desear más.

Espero que este artículo te haya resultado útil. Recuerda que yo también escribo y leo, o al menos intento hacer ambas cosas. 😉 Si tienes interés por alguno de mis libros, consulta las secciones de Un pavo rosa o ¡Sí, mi capitana!

Imagen: Calm Reading, de Rob Tolomei <3

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Sorteo de dos ejemplares de Un pavo rosa

Bueno, tanto hablar de ese libro, tanto hablar de ese libro, y muchos todavía no lo tienen siquiera en sus manos. Como yo sí que tengo algunas copias y los libros me comen el espacio en casa, he creado un sorteo («giveaway») en Goodreads.

Sorteo de libro en Goodreads

Un pavo rosa (Acto I) por Diana Gutiérrez

Un pavo rosa (Acto I)

by Diana Gutiérrez

Finaliza el 4 de abril de 2016.

Ver los detalles del sorteo
en Goodreads.

Participar

Hay en juego dos copias de Un pavo rosa (Acto I) FIRMADAS Y DEDICADAS. Es decir, os las dedico a vuestra persona y os las envío a casa por la cara. La única condición es tener una cuenta de usuario en Goodreads y una dirección de envío en España.

Garantizo:

  • Risas
  • 90% de probabilidad de que el libro os guste mucho (es más o menos el porcentaje de éxito que ha tenido hasta ahora)
  • Nostalgia de los 90

No garantizo:

  • Que no se os suban los colores al leer algunas escenas
  • Que no queráis matar a alguna de las protagonistas de vez en cuando
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Un pavo rosa tras los focos: Mis años de colegio y El diluvio que viene

Dado que a veces me preguntan «cómo surgió» la idea de Un pavo rosa y que yo misma me marqué como objetivo ofrecer más información sobre este universo, me voy a embarcar en una serie de entradas llamadas Un pavo rosa tras los focos. En ellas realizaré cierto striptease emocional para explicar que, en realidad, Un pavo rosa se llevaba gestando mucho antes de que escribiera la primera palabra de la novela, simplemente porque la historia que cuenta arrastra muchas y diversas influencias: personales, musicales y culturales.

La primera vez que escribí el título de la novela en un documento de Word era noviembre de 2007 y estaba metida en ese reto de escribir una novela en un mes. Pero ya llevaba meses dando el coñazo a mis amigos con que quería escribir una novela sobre dos adolescentes muy distintas que se enamoraban. No tenía muy claro si quería escribir un drama o una comedia; finalmente me decanté por lo último, que en el fondo era lo más cercano a los referentes audiovisuales que yo tenía (y de los que hablaré más adelante).

De algún modo, casi todas mis novelas son muy teatrales. Me gusta el teatro. Me gustan los diálogos rápidos que tienen lugar sobre los escenarios, los juegos con la cuarta pared, la libertad de representar cosas que a lo mejor en el cine o la televisión, donde la imagen imita más a la realidad, quedarían extrañas o ridículas. Así que decidí que la metáfora teatral era ideal para escenificar un amor tan pasional como absurdo que se inspira en relaciones clásicas y que, a la vez, está «bajo el escrutinio» del resto de personajes.

Hace mucho, mucho tiempo…

Si tenía que pensar en obras de teatro representadas en el ámbito escolar, había una que copaba la mayoría de mis recuerdos: El diluvio que viene (1974), que representamos cuando yo tenía unos catorce años en un colegio privado.

Este colegio era un poco particular. Nunca me sentí a gusto en su ambiente elitista y mezquino, aunque en mi caso, le saqué bastante provecho desde un punto de vista académico. Tenían la tradición de representar una obra musical cada año, normalmente con un trasfondo religioso/cristiano (aunque también se representó Supertot y alguna que otra cosa). Los alumnos más capaces, elegidos en su mayor parte a dedo, hacían los papeles principales y se convertían en expertos en el arte del playback. El resto se contentaba con salir por ahí de fondo o ayudar a pintar decorados.

diluvio1El diluvio que viene era una obra un poco… particular. El argumento consiste en que Dios quiere organizar un segundo diluvio universal, porque este mundo está hecho un asco, y por eso elige a un cura de un pueblo para que construya un arca. Hasta ahí, bueno. Pero la historia estaba plagada de guiños sexuales. Incluía una chica del pueblo, Clementina, que estaba perdidamente enamorada del cura y lo único que hacía era ponerlo a cien confesándole sus sueños eróticos. Había un momento en el que las mujeres del pueblo debían, ejem, reunirse con sus maridos para concebir hijos antes de subir al arca, pero los maridos se distraían mucho por la llegada de una prostituta llamada Consuelo. La forma que Dios y el cura ideaban para librarse de ese pequeño inconveniente era agarrar al gay impotente tonto del pueblo, Totó, y dotarlo de una mágica y desmesurada potencia sexual. Así mantenía entretenida a la prostituta, los hombres podían estar con sus esposas y, por qué no, la muchacha con el cura, porque igualmente hacen falta muchas parejas en el arca.

Sí, todo esto lo hicimos con trece y catorce años. De hecho, no supuso ningún trauma, fue muy divertido. Y hasta donde yo sé, ningún padre se quejó.

Los amores que vienen

Los actores principales nos aprendimos párrafos y párrafos de diálogos y un montón de letras de canciones. Trabajamos muy duro, en parte porque aquel colegio se basaba en la competitividad y uno no podía permitirse no dar lo mejor de uno mismo en una función pública.

¿Sabéis qué papel me tocó? El mejor de todos. Yo era Dios.

Alanis-Morrisette-as-God

Después de vencer algunas reticencias, resultó que una chica iba a hacer el papel de Dios (porque sabía poner una voz autoritaria y cavernosa) y otra, el papel de Totó (porque los chicos de la clase no estaban muy por la labor de encarnar al impotente).

Vamos a hablar de quienes hacían de Clementina y el cura. Él era mi compañero de pupitre y ella, mi… no sé, digamos que mi mejor amiga en el colegio. Ella me gustaba. Muchísimo. Por entonces solo sabía que esta chica era diferente al resto, que un abrazo suyo me hacía sentir cosas totalmente distintas. Quería agradarle y le contaba mil y una historias a caballo entre la realidad y la ficción.

Esta chica era deportista, inteligente, nerviosa y algo neurótica. Y rubia. Le gustaba reírse conmigo y tener intimidad conmigo, pero probablemente pensaba que estaba un poco mal de la cabeza. Creo que no sabía qué hacer con el hecho de que yo no tuviera nada que ver con el resto de niños de ese sitio y estuviera a la cola en el ranking de popularidad, porque ella sí quería ser admirada, aceptada y respetada.

Aquello acabó siendo una relación tempestuosa en la que discutíamos como un matrimonio en el campo de voleibol (¡a gritos!). El cura, quiero decir mi compañero de pupitre, que había estado saliendo con la antigua mejor amiga de mi amiga (porque, por supuesto, solo podías tener una mejor amiga), mostró un súbito interés en ella. Yo pensé que no era correspondido, pero me llevé un gran chasco cuando ella aceptó y comenzó a salir con él. El borró rápidamente las iniciales de la otra en su estuche con Tipp-Ex y escribió encima las de mi amiga.

Por entonces tener novio era algo así como un título que te daba prestigio y te permitía hacer cosas que las otras no hacían, como quedar con otras parejas o besarte. Mi amiga obviaba en buena parte este tema, pero la obra que estábamos preparando quedó configurada de una forma curiosa: Dios (yo) estaba enamorado de Clementina (mi amiga), que le tiraba los tejos al cura en la obra y salía con él en la realidad, lo que resultaba en una serie de extrañas confesiones que el cura (mi compañero de pupitre) le hacía a Dios (yo). Mientras tanto, Totó y Consuelo tenían que mostrarse muy interesados sexualmente el uno por el otro, pero las dos muchachas tenían de todo menos feeling lésbico, así que casi había más química entre Totó y el cura.

Una puesta en escena mítica

Las últimas semanas antes de la puesta en escena fueron salvajes. Ensayábamos en los baños, en los recreos. Mi amiga se derrumbó y lloró, no recuerdo si por eso o por las malas notas (un notable) que decía que había obtenido. Tenía los ojos muy bonitos, unos ojos castaños que cuando lloraba se ponían verdes, y una rabia de origen desconocido que la carcomía por dentro. Yo quería estar con ella, apoyarla, pero ella había dejado de contarme sus cosas y estaba claro que había tomado otro camino.

Cuando yo veía a Clementina cantarle al cura eso de «Por eso tú no te enteras de nada / Si te espero, me ignoras / Si te hablo, te callas y no dices palabra» y mirarse de forma cómplice, se me hacía un nudo en el estómago. Solo me divertían un poco, por una razón todavía desconocida, los sosos twerkings que le hacía Consuelo a Totó. Yo no salía físicamente en la obra, pero hablaba mucho desde mi micrófono y todo lo que decía era crucial (era Dios). Y lo veía todo. Veía una extraña red de afectos, odios y amores que movían los hilos de los personajes como una telaraña.

Representamos la obra dos veces. Nos aplaudieron mucho en ambas. Mi hermana, que era muy pequeña, no entendía bien ciertas cosas y se las tuvieron que explicar, pero se divirtió un montón. Después desfogamos la adrenalina en la fiesta de cumpleaños de mi amiga, donde yo miré hacia otro lado mientras Clementina y el cura, quizá un poco achispados, se enzarzaban en los besos apasionados que hasta entonces no habían compartido, y pensaba: «En su cumpleaños anterior me mordía a mí en el cuello y decía que eran besos de vampiro«.

La despedida

Nunca he vuelto a ver a esta chica. El curso siguiente me cambié de colegio y, poco después, ella me llamó a casa (cosa que no hacía desde hace la tira de tiempo) para preguntar por qué no había ido a clase. Le conté que me habían cambiado y ella me dijo que había cortado con el cura.

—¿Por qué? —le pregunté yo.

No lo sé. Cuando volví a verlo, me di cuenta de que no lo había echado de menos en todo el verano, así que le dije que lo dejábamos.

¿Se lo tomó bien?

—Sí, más o menos.

La notaba tan contrariada que sentí la necesidad de explicarme. Le dije que tenía ganas de estar en un sitio donde me sintiera valorada, tranquila, aceptada. Utilicé una frase extraída de La hija del espantapájaros, de María Gripe:

No quiero sentirme como la frambuesa fuera de la cesta.

Siempre te vas a sentir así me amenazó ella. Vayas donde vayas. Siempre serás diferente a los demás.

Por suerte, mi amada Clementina no llevaba razón. Encontré otro lugar donde, a pesar de que seguía habiendo una frontera invisible entre ellos y yo, las relaciones eran mucho más sanas y abiertas. Descubrí lo que era quedar con amigos para ir al cine, me curé el corazón y me quité de encima la pegajosa telaraña que había visto en el musical… hasta que ocurrió algo.

Pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión.

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